El consumo habitual de vino tinto se ha promovido durante décadas como beneficioso para el corazón. Sin embargo, nuevas investigaciones y revisiones médicas de prestigio señalan que esta creencia carece de base científica sólida y, por el contrario, alertan sobre sus riesgos, en particular para personas con antecedentes cardiovasculares o bajo tratamiento antihipertensivo.
Un análisis actualizado publicado por Verywell Health desmiente el supuesto efecto protector de este tipo de vino y advierte que, incluso en cantidades moderadas, puede aumentar la presión arterial y agravar cuadros de hipertensión o insuficiencia cardíaca.
Cómo y por qué el vino tinto eleva la presión arterial
El efecto del alcohol sobre el organismo ha sido documentado de forma consistente en la literatura científica. El análisis de Verywell Health junto a revisiones como la de la Asociación Americana del Corazón explica que el alcohol activa el sistema nervioso simpático, lo que provoca contracción de los vasos sanguíneos y aumento inmediato del ritmo cardíaco.
Esta reacción incrementa la presión arterial tanto en el corto plazo (inmediatamente después de la ingesta) como tras un consumo reiterado, produciendo efectos que pueden perpetuarse y generar hipertensión crónica.
Además, como indica la American Heart Association, el impacto negativo es acumulativo y más severo en quienes presentan factores de riesgo cardiovascular, diabetes o daño renal.
Recomendaciones internacionales y el papel de la moderación
Según la Asociación Americana del Corazón, la recomendación es una copa de vino diaria (147 ml) para mujeres y hasta dos para hombres. Superar este umbral incrementa de manera significativa la probabilidad de sufrir hipertensión arterial.
Diversos organismos de referencia coinciden: la moderación es esencial, pero no exime del riesgo a quienes ya presentan enfermedad cardiovascular o toman medicación antihipertensiva.
Algunas investigaciones han indicado que los bebedores de vino tinto tendrían tasas algo menores de ciertas enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, este efecto se asocia más a factores de estilo de vida y alimentación.
Una revisión de 91 estudios sobre la relación del vino tinto con varios indicadores de salud, citada por Verywell Health, mostró que el consumo bajo o moderado se relacionó con algunos cambios positivos en el perfil lipídico, la función inmune y la microbiota intestinal, pero no produjo mejoras en la presión arterial, el peso ni el control de la glucosa.
Riesgos en combinación con medicación y advertencia médica
El consumo de vino tinto y otras bebidas alcohólicas está especialmente desaconsejado para personas con hipertensión o tratadas con medicamentos antihipertensivos (como quinapril, verapamilo, captopril/hidroclorotiazida, doxazosina, clonidina, losartán, terazosina, metoprolol, benzapril, prazosina, mesilato de amlodipino, lisinopril y enalapril/hidroclorotiazida). La combinación puede causar mareos, fatiga, desmayos, arritmias y complicaciones que dificultan el control de la presión arterial, incrementando el riesgo de efectos adversos graves.
Las personas sin problemas previos pueden incluir vino tinto en su alimentación de manera ocasional y responsable, pero no deben considerarlo una estrategia de prevención o protección cardiovascular. Los expertos coinciden en que los beneficios atribuidos al vino se deben, principalmente, a otros hábitos saludables presentes en quienes lo consumen, y no a la bebida como tal.
No existe una dosis de vino “segura” para la salud cardiovascular
Para el medio, es importante subrayar que no existe una dosis segura de alcohol con fines preventivos o terapéuticos para el corazón.
Por lo tanto, el mensaje de la ciencia es claro: el consumo de vino tinto no está recomendado como estrategia para proteger la salud cardiovascular o prevenir enfermedades.
Así lo destaca la American Heart Association, que afirma: “Nadie debe comenzar a beber, ni aumentar su consumo, bajo la creencia de que puede beneficiar al corazón”. La verdadera prevención requiere una dieta equilibrada, actividad física regular y el control de otros factores de riesgo, no la ingesta de bebidas alcohólicas.