Las emociones intensas como enojo o tristeza pueden distorsionar el mensaje, dificultando la escucha y generando malentendidos (Imagen Ilustrativa Infobae)

La comunicación puede volverse especialmente desafiante en momentos de alta intensidad emocional. Sin embargo, es justamente en esas circunstancias cuando se vuelve más necesario hablar con claridad y empatía.

En algunas situaciones, resulta conveniente esperar a que el malestar disminuya para retomar la conversación en un momento de mayor calma. En otras, la urgencia del contexto exige comunicarse de inmediato. En esos casos, poder expresarse y escuchar de manera efectiva, a pesar del estado emocional, se vuelve fundamental.

Cuando se experimentan emociones intensas —como tristeza, enojo, miedo o ansiedad— la capacidad de escuchar con atención plena y comprender lo que el otro está diciendo puede verse limitada. Esto se debe a que el sistema nervioso activa respuestas automáticas de defensa que dificultan el pensamiento claro y la regulación atencional. Además, las emociones influyen en la interpretación de los mensajes, lo que puede dar lugar a malentendidos, suposiciones inexactas o reacciones desproporcionadas.

También es frecuente que se presenten dificultades para expresar las propias necesidades. En lugar de comunicar de manera directa lo que se desea o se siente, como por ejemplo “me gustaría que me acompañes” o “esto me molestó”, suele recurrirse al reproche, la crítica o el silencio.

Utilizar frases en primera persona como

Aunque exista una necesidad legítima, el modo en que esta se transmite puede resultar confuso o defensivo, generando tensión, malestar o distancia en el vínculo.

Cuando ambas partes se encuentran emocionalmente activadas, incluso diferencias menores pueden escalar rápidamente. Un malentendido o una discrepancia puede transformarse en una discusión extensa y difícil de reconducir. En estos intercambios, el foco tiende a centrarse más en el tono o la forma que en el contenido del mensaje. Esto favorece una dinámica de ataque y defensa que intensifica el malestar y obstaculiza la posibilidad de reparar el vínculo.

La comunicación en contextos de alta carga emocional requiere el desarrollo de habilidades específicas para gestionar las emociones y transmitir los mensajes de forma clara y efectiva.

Seis recomendaciones para una comunicación consciente

A continuación, algunas sugerencias para comunicarnos con asertividad en momentos de alta intensidad emocional.

El primer paso para mejorar la comunicación en momentos de alta intensidad emocional consiste en detenerse brevemente y reconocer lo que se está sintiendo. ¿Se trata de enojo, tristeza, miedo?

“No se trata de suprimir ni de ignorar las emociones, sino de poder identificarlas y nombrarlas. Las emociones, en sí mismas, no representan un problema; por el contrario, pueden aportar información valiosa sobre lo que está ocurriendo en una situación determinada”, explica la licenciada María Consuelo Veliz, miembro del Departamento de Psicoterapia Cognitiva de INECO.

No obstante, aunque pueden orientar, actuar de forma automática en función de ellas puede no ser lo más productivo. Reconocer lo que se siente permite elegir una respuesta más consciente y reducir la probabilidad de una reacción impulsiva, que en ciertos casos puede resultar perjudicial para la comunicación.

Parte de este proceso implica no sólo identificar qué emociones están presentes, sino también registrar su intensidad. Por ejemplo, al momento de responder un mensaje que genera enojo, puede advertirse que el nivel de activación emocional es alto, lo cual probablemente influya en la manera de responder. Si el malestar es muy intenso o consideramos que no contamos con los recursos necesarios para gestionarlo, es posible que la emoción esté distorsionando la interpretación de los mensajes del otro y favoreciendo una reacción impulsiva. Poder reconocer esta situación a tiempo puede ayudar a evitar respuestas de las que más tarde podría surgir arrepentimiento, ya sea por el contenido del mensaje o por el modo en que fue expresado.

Cuando la intensidad emocional alcanza un nivel que puede interferir con las habilidades comunicativas, hacer una pausa puede marcar una diferencia significativa. En ocasiones, el malestar es tan elevado que dificulta pensar con claridad y recurrir a estrategias, especialmente si estas requieren un procesamiento complejo o acciones elaboradas.

En esos casos, detenerse brevemente, tomar aire, no responder de forma inmediata o indicar a la otra persona que se necesita un momento. Esto puede contribuir a evitar reacciones impulsivas motivadas por la tensión del momento. Si bien esto no resuelve el conflicto en sí, puede prevenir que la conversación escale innecesariamente y derive en consecuencias no deseadas o en sentimientos de arrepentimiento posteriores.

Si, al revisar el propio estado emocional, se considera que es posible continuar con la conversación, resulta útil tomarse un momento para recordar cuál es el propósito de lo que se desea comunicar. Mantener presente la intención que guía el intercambio puede colaborar en evitar respuestas impulsivas.

En algunos casos, el objetivo puede ser expresar una necesidad o realizar un pedido de manera clara; en otros, lograr la colaboración de otra persona, comunicar ideas para que sean consideradas con seriedad o establecer límites ante demandas que no se está dispuesto a aceptar. Identificar con claridad cuál es la intención que orienta la comunicación permite encauzarla de manera más consciente y efectiva.

Cuando no se tiene en claro el objetivo de la comunicación, resulta útil preguntarse qué es lo que se necesita expresar. Formular esta pregunta permite organizar el mensaje con mayor claridad y elegir una forma asertiva de transmitirlo.

Al momento de comunicarse, resulta importante mantener claridad en el mensaje, explicar brevemente el motivo de lo que se expresa y sostenerlo con firmeza, sin recurrir a formas agresivas.

También es útil prestar atención a las respuestas de la otra persona, mantenerse presente en el intercambio y, cuando sea necesario, buscar caminos posibles para llegar a un acuerdo. Cuidar la forma de comunicar implica, además, mantener un tono amable, mostrar interés por la perspectiva del otro y validarla, incluso en situaciones de desacuerdo. Esto no implica ceder, sino encontrar una manera de expresar lo que se piensa sin perder de vista el vínculo ni los propios límites.

En este sentido, también resulta clave comunicarse desde la experiencia personal, evitando el juicio. En lugar de afirmar, por ejemplo, “nunca me prestás atención”, puede decirse “me sentí sola cuando no respondiste”. Centrar el mensaje en el impacto emocional que generó una situación específica favorece el diálogo y disminuye la posibilidad de una reacción defensiva. Para ello, es recomendable utilizar frases en primera persona, como “yo siento…” o “a mí me pasó que…”, en lugar de expresiones acusatorias como “vos siempre…” o “vos nunca…”. Esta forma de comunicación facilita que el otro comprenda lo sucedido sin sentirse atacado.

Durante el intercambio, puede surgir el impulso de interrumpir, defender una postura o concentrarse en lo que se va a responder.

Frente a esto, la escucha activa implica no sólo comprender lo que la otra persona está diciendo, sino también demostrar que ese mensaje ha sido comprendido. A diferencia de una escucha pasiva, que se limita a recibir e interpretar palabras, la escucha activa requiere un esfuerzo consciente por captar tanto el contenido verbal como las emociones y pensamientos subyacentes, incluso cuando no se comparte el mismo punto de vista. En muchos casos, este tipo de escucha contribuye a desactivar el conflicto con mayor eficacia que cualquier argumento.

No todos los desacuerdos pueden resolverse en el momento, ni siempre se alcanzará un consenso entre las partes.

Poder tolerar esa incomodidad sin que la situación escale también forma parte del aprendizaje vinculado a la comunicación en contextos emocionalmente intensos. En ciertos casos, una pausa o la posibilidad de retomar la conversación más adelante resulta más productiva que intentar forzar un cierre inmediato.