Dejar de comer provoca una serie de efectos negativos que afectan tanto al cuerpo como a la mente, y sus consecuencias van mucho más allá de la simple sensación de vacío estomacal.
Cuando se omite una comida, lo primero que experimenta el organismo es una disminución de la glucosa en sangre, el principal combustible del cerebro. Amanda Spina, nutricionista del centro sanitario, Banner Health, explicó: “El cerebro depende de la glucosa como fuente de energía”. Ante su escasez, se presentan síntomas como cansancio, mareos, temblores, dificultad para concentrarse y hasta sensación de desmayo. La falta de energía cerebral genera irritabilidad y confusión, reacción conocida como “hangry” (acrónimo en inglés de hungry y angry).
Un estudio publicado en la revista PLOS ONE revela que el hambre aumenta en un 34% las sensaciones de ira y en un 38% la irritabilidad, además de reducir el placer en un 20% durante los episodios de apetito.
A nivel hormonal, saltarse comidas desencadena una respuesta fisiológica compleja. El equilibrio entre insulina, leptina, grelina y cortisol resulta alterado. Spina añade que la grelina, que estimula el apetito, sube, mientras que la leptina, encargada de la sensación de saciedad, disminuye. Reconocer cuándo se ha comido lo suficiente se vuelve difícil y se incrementa el riesgo de comer en exceso.
Liliya Kazantseva , investigadora científica del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA), España, señaló en The Conversation que el cortisol, conocida como “hormona del estrés”, también se eleva, modificando neurotransmisores como dopamina y serotonina, lo que intensifica el mal humor y la irritabilidad. La adrenalina, además, favorece respuestas emocionales desproporcionadas ante la carencia de alimento.
Si el hábito de saltarse comidas se mantiene, los riesgos para el organismo aumentan. Al cabo de veinticuatro a cuarenta y ocho horas, el cuerpo consume sus reservas de glucógeno y recurre a la grasa almacenada (cetosis), para luego degradar masa muscular y obtener energía. Este proceso, según la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), debilita el sistema inmunológico y digestivo, aumenta la vulnerabilidad a infecciones y puede producir daños irreversibles en órganos vitales como el corazón, los riñones y el hígado.
La desnutrición sostenida se manifiesta en fatiga extrema, debilidad, mareos, desmayos y deterioro cognitivo, síntomas que pueden agravarse hasta llegar a poner en peligro la vida si no se interviene. Los especialistas advierten que la recuperación debe ser gradual y siempre bajo supervisión médica, para evitar complicaciones como el síndrome de realimentación.
El hambre también tiene repercusiones emocionales profundas. Las alteraciones hormonales dificultan sostener el bienestar emocional y pueden desarrollar patrones negativos relacionados con la comida. Distinguir entre el hambre física y el hambre emocional se torna esencial. Laura Maffei, endocrinóloga especialista en estrés y directora de Maffei Centro Médico, señaló previamente a Infobae que el hambre biológica se satisface con cualquier alimento y genera saciedad, mientras que el hambre emocional busca gratificación inmediata, dirige la ingesta hacia alimentos calóricos y deja sensación de culpa.
Tanto el cortisol como la adrenalina, liberadas en situaciones de estrés, favorecen este tipo de hambre, que responde a emociones y no a necesidades fisiológicas.
Las consecuencias de saltarse comidas también incluyen el riesgo de trastornos alimentarios. Christy Harrison, nutricionista consultada por el sitio especializado EatingWell, afirmó: “No hay beneficios potenciales en ayunar o saltarse comidas, y sí peligros reales”, como el desarrollo de atracones, hiperfagia, bulimia y anorexia. MedlinePlus afirma que la restricción alimentaria puede desencadenar episodios de ingesta compulsiva, pérdida de control y culpa. Estos patrones deterioran la salud física y mental, requiriendo en muchos casos intervención psicológica y nutricional especializada.
Para evitar estos efectos negativos, los especialistas recomiendan una alimentación regular y equilibrada, basada en frutas, verduras, cereales integrales, proteínas magras y grasas saludables. Practicar la alimentación consciente e intuitiva —escuchar las señales internas de hambre y saciedad— ayuda a prevenir tanto la restricción como el exceso. Advierten sobre los riesgos de dietas restrictivas y ayunos prolongados, especialmente en personas con condiciones médicas como diabetes, donde omitir comidas puede provocar complicaciones graves.
Los expertos subrayan la relevancia de ver la alimentación no solo como una necesidad biológica, sino como un componente central para el equilibrio emocional. “El hambre puede desencadenar emociones negativas como la ira y la irritabilidad debido a fluctuaciones hormonales y al impacto de la restricción alimentaria”, señaló previamente Liliana Papalia en Infobae. Harrison concluyó que saltarse comidas “no solo es perjudicial para el cuerpo, sino también para la mente y la calidad de vida”.