Lucía Crivelli, jefa de Neuropsicología en Adultos de Fleni y doctora en Psicología con orientación en Neurociencia Cognitiva Aplicada, analizó por qué mentir es parte del contrato social cotidiano.

En diálogo con Infobae en Vivo, la especialista subrayó que, en muchos casos, “la mentira está metida en nuestra vida como forma de convivencia” y que su uso es más común de lo que la mayoría está dispuesta a admitir: “Con un extraño, en los primeros diez minutos de conversación, el promedio de mentiras es tres. Es altísimo”.

Durante el programa de la mañana de Infobae en Vivo, que cuenta con la conducción de Gonzalo Sánchez, Carolina Amoroso, Ramón Indart y Cecilia Boufflet. En este contexto, Crivelli profundizó sobre los motivos psicológicos y neurológicos detrás del acto de mentir, y cómo la sociedad contemporánea ha naturalizado prácticas de ocultamiento y engaño en la vida cotidiana, desde las denominadas “mentiras piadosas” hasta los engaños más complejos.

La especialista remarcó además el peso de los factores culturales y las complejas construcciones sociales que giran en torno a la mentira.

“La mentira es una manifestación contraria a lo que pienso, siento o sé”, destacó Crivelli, al ser consultada sobre el significado profundo del acto de mentir.

La profesional diferenció entre una mentira consciente —con intencionalidad— y el error: “Cuando creemos que algo es cierto y es mentira, no estamos mintiendo, estamos equivocados”. Esto introduce el concepto de la intencionalidad en la mentira, lo que la distingue de una simple equivocación o confusión de hechos.

La creación de realidades alternativas y el control emocional requieren habilidades cognitivas avanzadas

Respecto a la frecuencia con la que las personas recurren a la mentira, Crivelli mencionó estudios llamativos: “Hay estadísticas que dicen que el 80 % de las personas miente al menos dos o tres veces por día. Otro estudio indica que el 60 % miente una vez diaria. Las discrepancias responden a las diferentes definiciones de lo que se considera una mentira”.

Esto permitió a la experta ahondar en la diversidad de matices que existen dentro del fenómeno y cómo el contexto cultural redefine los parámetros aceptados de sinceridad y falsedad.

La doctora resaltó la diferencia entre las denominadas mentiras blancas, o piadosas, y las mentiras maliciosas: “Los motivos más frecuentes para mentir, en general, son bastante inocentes. Generalmente se utiliza para evitar una situación incómoda o desagradable, o bien para esquivar un enfrentamiento. Y, muchas veces, también para no incomodar al otro”.

“Mentir es complicado, implica un grado de complejidad cognitiva notable”, dijo Crivelli, subrayando que el proceso supone la activación de múltiples áreas cerebrales: “Por un lado, crear una realidad alternativa requiere creatividad; por otro, hay que inhibir la verdad y controlar el propio discurso. A la vez, se debe considerar la emoción del otro, ponerse en su lugar y utilizar la empatía”.

La especialista explicó que todas estas condiciones convierten el acto de mentir en un fenómeno de pensamiento complejo desarrollado a lo largo de la vida.

La neuropsicología distingue entre falsedades inocentes y maliciosas, explorando cómo la cultura y el entorno influyen en la percepción y frecuencia de estos comportamientos en la vida cotidiana

En cuanto al desarrollo infantil, Crivelli expuso: “Entre los 2 y 3 años, los niños ya comienzan a mentir, aunque de manera muy precaria. Esto es una muestra de que ya saben que el otro no sabe todo lo que ellos saben, y es un logro del desarrollo, un paso en la adquisición de la teoría de la mente. Poder mentir supone darse cuenta de la diferencia de información entre uno y el otro”.

Sin embargo, advirtió que la educación debe transmitir con claridad que mentir no es aceptable, aun cuando pueda ser reflejo de un avance cognitivo.

Consultada sobre las neurociencias, Crivelli compartió estudios recientes dirigidos por un especialista llamado Garrett: “Cuando una persona miente en beneficio propio, lo hace con mayor frecuencia y aumenta su predisposición a seguir haciéndolo. La amígdala cerebral, que interviene en la respuesta emocional al juicio moral y al disgusto, se activa la primera vez que se miente. Pero a medida que uno miente recurrentemente, esa activación disminuye. Es decir, el umbral de culpa y disgusto baja”.

Al ser consultada por la complejidad del vínculo entre la mentira y la convivencia social, analizó: “La mentira funciona como parte del contrato social implícito: está el que miente y el que elige creer. El sesgo de la verdad —que nos lleva a dar por verdaderas las afirmaciones de los demás para tener un mundo previsible— facilita este pacto. Tratamos de creer en la realidad aparente para evitar buscar dobles intenciones o motivaciones ocultas en cada interacción”.

El ocultamiento y la mentira responden a motivaciones diferentes y contextos sociales (Imagen Ilustrativa Infobae)

Crivelli también se refirió al ocultamiento, señalando que este fenómeno suele confundirse con mentir, pero responde a motivaciones diferentes y también involucra una definición variable según el contexto legal y social.

Respecto al abordaje terapéutico de la mentira compulsiva, Crivelli subrayó la importancia de la decisión voluntaria para el cambio: “En terapia, lo central es que la persona quiera dejar de mentir. Una vez que se da ese paso, el trabajo clínico se orienta a abordar los conflictos que llevan a la necesidad de mentir y, en muchos casos, a trabajar la inseguridad que subyace”.

A lo largo de la charla en Infobae en Vivo, Crivelli reiteró la relación entre mentira, construcción social y mecanismos cerebrales: “La mentira es un acto cooperativo. Se necesita de la aceptación del otro para que funcione el engaño. Esto refleja cómo la convivencia y las formas de relacionarnos están marcadas por patrones de sinceridad, engaño y credibilidad mutua”.

Denunció también la imposibilidad de “decir toda la verdad, nada más que la verdad”, una aspiración que calificó de inalcanzable incluso desde lo cognitivo: “Expresar la totalidad de lo que es cierto es imposible. Somos selectivos en lo que comunicamos y eso está, muchas veces, regulado por la necesidad de convivir, por cuidado, por temor al conflicto o por simple inseguridad”.

La entrevista completa sobre por qué mentimos

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• De 9 a 12: Gonzalo Sánchez, Carolina Amoroso, Ramón Indart y Cecilia Boufflet.

• De 18 a 21: Jesica Bossi, Diego Iglesias, María Eugenia Duffard y Federico Mayol.

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