El aumento de cáncer de intestino en menores de 50 años podría estar relacionado con la dieta rica en ultraprocesados

En los últimos años, la preocupación por el aumento de casos de cáncer de intestino en personas menores de 50 años ha llamado la atención de la comunidad médica y científica. Sin embargo, este fenómeno encontró una razón.

Un reciente estudio sugiere que la alta ingesta de alimentos ultraprocesados (UPF, por sus siglas en inglés) podría estar relacionada con el desarrollo de lesiones precursoras de este tipo de cáncer, sobre todo entre mujeres jóvenes.

Alimentos ultraprocesados: definición y controversia

Los alimentos ultraprocesados han cobrado protagonismo en el debate sobre salud pública. Se caracterizan por ser productos industriales listos para comer, fabricados con muy pocos ingredientes integrales.

A menudo carecen de fibra y vitaminas, contienen altas cantidades de grasas saturadas, azúcares, sal y diversos aditivos. Esta categoría incluye desde snacks salados y dulces industriales, bebidas azucaradas y precocinados, hasta panes industriales y ciertos tipos de embutidos.

Según ABC News, la clasificación de lo que constituye exactamente un UPF es objeto de fuerte debate. No todos los expertos están de acuerdo en que todos los productos dentro de esta categoría sean igualmente dañinos. Sin embargo, múltiples investigaciones han encontrado asociaciones entre el consumo frecuente de estos alimentos y diferentes problemas de salud, incluyendo un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y mortalidad temprana.

La posibilidad de que los UPF también jueguen un papel en el desarrollo de cáncer de intestino ha elevado la urgencia de indagar los mecanismos detrás de estas observaciones.

Nueva evidencia desde un estudio con mujeres jóvenes

Un estudio vincula el consumo de alimentos ultraprocesados con un mayor riesgo de pólipos intestinales en mujeres jóvenes (Freepik)

Para profundizar en el posible vínculo entre la dieta y el aumento de cáncer de intestino en menores de 50 años, un equipo de investigadores estadounidenses llevó a cabo un extenso análisis, cuyos resultados se publicaron en la revista JAMA Oncology.

El estudio partió de una pregunta clave: ¿pueden los hábitos alimentarios en la juventud explicar el incremento de pólipos –lesiones precursoras– que, en algunos casos, acaban derivando en cáncer?

El núcleo de la investigación se centra en el Estudio de Salud de las Enfermeras II (NHS II), una de las bases de datos más robustas a nivel internacional para analizar hábitos de vida y salud en la mujer. Iniciado en 1989, incluye a enfermeras nacidas entre 1947 y 1964 en Estados Unidos. Desde 1991 se les solicitó cumplimentar cada cuatro años cuestionarios detallados sobre consumo de alimentos y frecuencia con la que los incluían en su dieta a lo largo del último año.

El análisis específico consideró a 29.105 mujeres que habían rellenado los cuestionarios, se sometieron a al menos una colonoscopia desde 1991 y no presentaban antecedentes personales de pólipos, enfermedad inflamatoria intestinal o cáncer (a excepción del cáncer de piel no melanoma). El seguimiento abarcó hasta el año 2015, fecha en la que todas las participantes ya habían cumplido 50 años.

Consumo de UPF, grasas saturadas y riesgo de lesiones precancerosas

El estudio destaca la dificultad de clasificar los alimentos ultraprocesados y limita la afirmación de una relación causal directa

Durante el periodo de análisis, los investigadores identificaron 1.189 casos de adenomas convencionales de aparición temprana y 1.598 lesiones serradas, ambos tipos de pólipos con potencial de convertirse en cáncer, aunque con riesgos diferentes.

Para evaluar el impacto del consumo de alimentos ultraprocesados, se dividió a las participantes en cinco grupos según la cantidad de UPF consumida a diario.

El hallazgo más llamativo se dio al comparar el grupo con mayor consumo de ultraprocesados (9,9 porciones diarias de media) frente al grupo de menor consumo (3,3 porciones): el riesgo de desarrollar adenomas convencionales de aparición temprana resultó un 45 % superior en el grupo más expuesto, tras ajustar el análisis por factores como índice de masa corporal, hábitos de tabaquismo y nivel de actividad física. No se detectó, en cambio, un aumento significativo del riesgo para lesiones serradas.

Uno de los elementos críticos del análisis fue el papel de las grasas saturadas. Según Andrew Chan, autor principal del estudio realizado en el Hospital General de Massachusetts en Estados Unidos, la alta ingesta de este tipo de grasas, frecuente en los ultraprocesados, se ha relacionado previamente con trastornos metabólicos y enfermedades asociadas a la obesidad y la diabetes tipo 2, factores de riesgo reconocidos para el cáncer de colon.

Chan explicó respecto a la motivación de la investigación: “El estudio surgió a raíz de un esfuerzo por comprender qué estaba impulsando el aumento de las tasas de cáncer de intestino en personas jóvenes”.

Y añadió, acerca del papel de las lesiones precursoras: “La gran mayoría de estos pólipos no se convierten en cáncer de intestino. Pero al mismo tiempo, sabemos que la gran mayoría de los cánceres de intestino que vemos en personas jóvenes se originan a partir de estas lesiones precursoras”.

Asimismo, el especialista subrayó que su intención no es alarmar con los resultados: “Esto no implica que consumir alimentos ricos en proteínas nocivas vaya a provocar cáncer inevitablemente. Ese no es nuestro mensaje, desde luego. Pero es una pieza clave para comprender qué factores podrían estar influyendo en las tasas de cáncer subyacentes”.

Limitaciones del estudio y posibles mecanismos biológicos

A pesar de la robustez de la muestra y el diseño longitudinal, el estudio presenta limitaciones importantes. Entre ellas, el hecho de basarse en el recuerdo alimentario de las participantes cada cuatro años, lo que puede introducir imprecisión.

Además, la clasificación de los alimentos como ultraprocesados no es sencilla y puede dar lugar a errores de categorización. La investigación solo estudió la aparición de pólipos y no el desarrollo definitivo de cáncer de intestino, por lo que no se puede afirmar una relación causal directa entre UPF y cáncer colónico.

Chan puntualizó sobre los mecanismos posibles: las grasas saturadas “se han asociado con trastornos metabólicos relacionados con la obesidad y la diabetes tipo 2, los cuales se asocian con un mayor riesgo de cáncer de colon”.

En tanto, indicó que estos componentes también pueden “promover un estado general de inflamación crónica o afectar la microbiota intestinal y la mucosa intestinal”.

Expertos advierten sobre la dieta y piden cambios estructurales

Chan aclaró que los resultados probablemente también sean aplicables a los hombres, pero que “se necesitaba más investigación”.

Por su parte, Fiona Osgun, responsable de información sanitaria en Cancer Research UK, consideró que “el estudio no midió directamente el riesgo de cáncer, pero ofreció información útil sobre cómo la dieta podría influir en los cambios tempranos en el intestino que a veces conducen al cáncer”.

Asimismo, Osgun recalcó el impacto de los hábitos alimentarios globales: “Nuestra dieta en general influye más en el riesgo de cáncer que cualquier tipo de alimento en particular”.

También, solicitó transformaciones en el entorno alimentario con el objetivo de que “las dietas saludables sean más accesibles para todos”.