El Colegio Estadounidense de Cardiología recomienda la evaluación universal de proteína C reactiva para mejorar la prevención de enfermedades cardiovasculares (Imagen Ilustrativa Infobae)

Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en muchas regiones occidentales, pese a décadas de investigación y prevención. Una nueva prioridad científica reordena los criterios de diagnóstico y alerta a los equipos médicos sobre la necesidad de actualizar sus estrategias.

La proteína C reactiva se consolidó como el principal marcador de riesgo para la enfermedad cardíaca, superando al colesterol, según las últimas directrices del Colegio Estadounidense de Cardiología.

Este avance modifica los criterios para diagnosticar y prevenir una de las afecciones más frecuentes en Estados Unidos y otras regiones occidentales, donde las enfermedades cardiovasculares lideran las causas de mortalidad.

Un análisis de Mary J. Scourboutakos publicado en The Conversation resalta la importancia de adaptar los enfoques clínicos a la nueva evidencia científica.

Durante décadas, el colesterol fue el parámetro esencial para estimar el riesgo de eventos cardiovasculares. Sin embargo, la evidencia científica acumulada en los últimos veinte años puso la atención hacia la proteína C reactiva, un biomarcador que refleja el grado de inflamación de bajo nivel en el organismo.

La proteína C reactiva se posiciona como el principal marcador cardíaco, superando al colesterol en importancia diagnóstica según nuevas directrices (Imagen Ilustrativa Infobae)

Esta proteína, producida por el hígado ante infecciones, daño tisular, enfermedades autoinmunes, obesidad o diabetes, indica una activación del sistema inmune.

El análisis de la proteína C reactiva es sencillo y se realiza con una muestra de sangre en consulta médica. Valores inferiores a 1 miligramo por decilitro corresponden a un bajo estado inflamatorio, considerado protector frente a la enfermedad cardiovascular.

Si los niveles superan los 3 miligramos por decilitro, el riesgo aumenta debido a la mayor inflamación, según el artículo de Scourboutakos. En Estados Unidos, cerca del 52% de los adultos presentan valores elevados de este biomarcador, lo que subraya la magnitud del cambio en las estrategias de evaluación.

La inflamación: el gran protagonista

El diagnóstico de riesgo cardíaco ya no se limita al colesterol LDL, también conocido como “colesterol malo”, que fue central en la práctica clínica desde los años 50.

Según la especialista citada en The Conversation, la proteína C reactiva predice el riesgo con mayor eficacia que el colesterol LDL y la lipoproteína(a), otro marcador de predisposición genética. Incluso, algunos estudios demostraron que su capacidad predictiva puede igualar a la de la presión arterial.

El monitoreo de la proteína C reactiva ofrece un perfil integral de salud vascular al reflejar el nivel de inflamación en el organismo (Imagen Ilustrativa Infobae)

La inflamación se posiciona como un factor clave en este nuevo enfoque. Cuando un vaso sanguíneo sufre daños —por niveles altos de glucosa o consumo de tabaco—, las células inmunitarias se acumulan en la zona y rodean partículas de colesterol, formando placas que se adhieren a las paredes arteriales.

Este proceso, que puede extenderse durante décadas, termina cuando mediadores inmunitarios rompen la capa superficial de la placa, provocando coágulos que bloquean el flujo sanguíneo y pueden causar infarto o accidente cerebrovascular.

Así, el sistema inmune actúa como motor en cada fase fundamental de la patología cardiovascular, mientras que el colesterol representa solo una parte del proceso.

Hábitos diarios y genética: claves para el control del riesgo

El nivel de proteína C reactiva está determinado tanto por la herencia genética como por los hábitos cotidianos.

Diversos estudios, citados por The Conversation, confirman que la alimentación influye de manera directa: la fibra presente en legumbres, verduras, frutos secos y semillas, así como alimentos como frutos rojos, aceite de oliva, té verde, semillas de chía y lino, contribuyen a reducir la inflamación. Además, la actividad física y la pérdida de peso ayudan a disminuir los niveles de este biomarcador.

Hábitos diarios como la alimentación rica en fibra, actividad física y control del peso ayudan a reducir la inflamación y el riesgo cardíaco (Imagen Ilustrativa Infobae)

Estos mismos hábitos afectan la apolipoproteína B, que indica la cantidad de partículas de colesterol en sangre. Un mayor número de partículas implica más riesgo, al margen de la cantidad total de colesterol LDL. La fibra, los frutos secos y los ácidos grasos omega-3 reducen estos valores, mientras que un consumo elevado de azúcar los incrementa.

Por otro lado, la lipoproteína(a), encargada de rodear las partículas de colesterol y facilitar su acumulación en placas arteriales, constituye otro factor de riesgo importante, aunque su concentración depende exclusivamente de la genética y no puede modificarse mediante el estilo de vida.

Por esta razón, basta con una medición a lo largo de la vida para integrarla en el análisis global del riesgo cardíaco.

Nuevas recomendaciones y desafíos para la prevención

En septiembre de 2025, el Colegio Estadounidense de Cardiología recomendó incorporar la evaluación universal de la proteína C reactiva, junto con el colesterol y otros marcadores, en los chequeos periódicos de adultos.

Esta orientación, destacada por The Conversation, tiene como objetivo aportar a los equipos médicos un perfil de riesgo más completo y permitir intervenciones preventivas personalizadas.

La inflamación crónica, medida por la proteína C reactiva, se consolida como el factor central en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares (Imagen Ilustrativa Infobae)

Aunque estas recomendaciones se han implementado en Estados Unidos, su adopción podría extenderse a otras regiones, dada la alta prevalencia de factores de riesgo y el impacto de la enfermedad cardiovascular en Europa y Latinoamérica.

La introducción de esta guía supone un ajuste considerable en la práctica clínica y en las campañas de salud pública, ya que prioriza la inflamación y el sistema inmunitario, además de los indicadores lipídicos tradicionales.

La prevención eficaz de la enfermedad cardíaca requiere considerar todos los factores que inciden en la salud vascular a lo largo de la vida.

Tal como afirma The Conversation, el conocimiento y monitoreo de los niveles de proteína C reactiva, colesterol LDL, apolipoproteína B y lipoproteína(a), junto con la adopción de hábitos de vida saludables, permite construir un perfil de riesgo integral y fundamentar estrategias preventivas sostenidas basadas en la alimentación equilibrada, el ejercicio regular, el descanso suficiente, la gestión del estrés, el mantenimiento del peso saludable y el abandono definitivo del tabaco.