
Durante mucho tiempo se pensó que la hipertensión arterial era un trastorno reservado a los adultos y a las personas mayores. Hoy, sin embargo, la ciencia demuestra que esta condición está echando raíces cada vez más temprano.
Un trabajo internacional, publicado en The Lancet Child & Adolescent Health por investigadores de la Universidad de Edimburgo y la Universidad de Zhejiang, reveló que la hipertensión infantil casi se duplicó en las últimas dos décadas, afectando ya a más de 114 millones de niños y adolescentes en todo el planeta.
En el año 2000, cerca del 3% de los menores padecían presión arterial elevada.
Dos décadas más tarde, las cifras treparon hasta el 6,5% en varones y el 5,8% en mujeres. La magnitud del cambio inquieta a los expertos.

“Es profundamente preocupante”, reconoció la investigadora Peige Song, autora principal del estudio. El trabajo, que analizó datos de casi 444.000 participantes de 21 países, ofrece una radiografía global del deterioro cardiovascular en las generaciones más jóvenes.
El profesor Igor Rudan, del Centro de Investigación en Salud Global de la Universidad de Edimburgo, fue tajante: “El aumento de casi el doble en la hipertensión infantil en los últimos 20 años debería alertar a los profesionales sanitarios y a los cuidadores”. Pero, a la vez, destacó un punto de esperanza: “Podemos tomar medidas ahora, como mejorar las pruebas de detección y la prevención, para ayudar a controlar la hipertensión en los niños y reducir el riesgo de complicaciones de salud adicionales en el futuro”.
La hipertensión aparece cuando la sangre ejerce una presión demasiado alta sobre las paredes de las arterias. El corazón se ve obligado a trabajar más de lo normal y, con el tiempo, esa sobrecarga puede dañar vasos, órganos y tejidos. Aunque tradicionalmente se asociaba al envejecimiento, el nuevo estudio confirma que la alteración empieza mucho antes. Según Song, “numerosos estudios han demostrado que la hipertensión infantil, si no se trata, puede persistir en la edad adulta y aumentar significativamente el riesgo de complicaciones cardiovasculares en la vejez”.
Cuáles son las consecuencias de la hipertensión en niños

Las consecuencias son múltiples. En la edad adulta, la presión alta sin control eleva la probabilidad de sufrir infartos, accidentes cerebrovasculares y enfermedades renales. El hallazgo más inquietante es que esta alteración, que antes aparecía recién después de los 40 años, hoy comienza en las aulas de primaria.
“Lo que refleja la tendencia alcista en las cifras de hipertensión infantil es un deterioro de la salud cardiovascular a edades más tempranas”, explicó la científica china, que atribuye este fenómeno a “factores del estilo de vida moderno, como dietas ricas en sal y alimentos ultraprocesados, hábitos cada vez más sedentarios y, sobre todo, al marcado aumento de la obesidad infantil”.
Los números confirman esa conexión directa entre peso corporal y presión arterial. Entre los niños con obesidad, el 19% presenta hipertensión, frente al 2,4% de los que mantienen un peso saludable. Es decir, el riesgo se multiplica casi por ocho. Los mecanismos detrás de este vínculo incluyen la resistencia a la insulina, las alteraciones metabólicas y los cambios en los vasos sanguíneos que genera el exceso de grasa corporal.

Estos factores no solo elevan la presión, sino que también “aceleran cambios metabólicos y vasculares que pueden propiciar graves problemas cardiovasculares en la edad adulta”, advirtió Song.
La prevalencia aumenta progresivamente con la edad, alcanzando un pico hacia los 14 años, sobre todo en varones. Durante la adolescencia, las fluctuaciones hormonales, el crecimiento acelerado y el aumento del peso corporal se combinan para elevar la presión arterial.
Por eso, los expertos insisten en la necesidad de controles periódicos durante esa etapa crítica. Los adolescentes con valores apenas elevados, una condición conocida como prehipertensión, tienen un riesgo mayor de desarrollar hipertensión en los años siguientes. El estudio estimó que el 8,2% de los menores se encuentran en ese rango de alerta, cifra que asciende al 12% en los adolescentes y ronda el 7% en los niños más pequeños.

Diagnósticos confusos y una necesidad urgente de detección temprana
Uno de los aportes más novedosos del trabajo es la revisión de los métodos de diagnóstico. Los científicos demostraron que las cifras varían según dónde y cómo se mida la presión. En las consultas médicas, donde suele tomarse una o pocas mediciones, la prevalencia promedio fue de 4,3%. Pero cuando se incorporaron controles ambulatorios o domiciliarios —mediciones repetidas fuera del entorno clínico— la proporción de casos aumentó hasta cerca del 7%.
Esa diferencia no es menor. De hecho, permitió identificar dos fenómenos que pueden distorsionar las estadísticas y los diagnósticos: la hipertensión enmascarada y la hipertensión de bata blanca. En el primer caso, la presión del niño parece normal en el consultorio, pero se eleva fuera de él. En el segundo, ocurre lo contrario: las cifras son altas solo durante la consulta, probablemente por nervios o ansiedad. Según el metaanálisis, la hipertensión enmascarada afecta al 9,2% de los menores y la de bata blanca al 5,2%.
Estos hallazgos, según Song, “ilustran la complejidad que puede entrañar la medición de la presión arterial en niños”. En la práctica, el problema genera dos riesgos opuestos: un posible infradiagnóstico —cuando el niño parece sano aunque no lo está— o un sobrediagnóstico que puede provocar tratamientos innecesarios.

“Estos hallazgos resaltan las limitaciones de las mediciones aisladas en la consulta y la importancia del monitoreo fuera de ella, especialmente para niños con una presión arterial en el límite”, señaló la investigadora.
El estudio también llamó la atención sobre la necesidad de armonizar los criterios internacionales de diagnóstico. En muchos países, especialmente en los de ingresos bajos y medios, los métodos de medición y las tablas de referencia difieren, lo que complica la comparación de datos y la elaboración de políticas públicas efectivas. La falta de equipamiento adecuado y el acceso limitado a tensiómetros calibrados o programas de monitoreo domiciliario agravan el panorama.
Los autores reconocieron además que la prevalencia real podría estar incluso subestimada, ya que la hipertensión enmascarada solo se detecta con mediciones prolongadas y la mayoría de los estudios se basó en consultas médicas convencionales. Aun así, los resultados marcan un cambio profundo en la epidemiología infantil: lo que antes era una rareza clínica hoy se está convirtiendo en una preocupación de salud pública global.

Frente a este escenario, los expertos coinciden en que la prevención es la mejor herramienta disponible. Song sostuvo que “con la detección temprana, una mejor nutrición, mayor actividad física y políticas que fomenten entornos más saludables, existe una oportunidad real para la prevención”.
Esto implica promover cambios estructurales en la vida cotidiana: más espacios seguros para el juego y la actividad física, reducción del consumo de sal y azúcares añadidos, control del tiempo frente a las pantallas y programas escolares de educación alimentaria.
El desafío, explican los autores, no solo pasa por identificar a los niños con presión elevada, sino también por revertir el contexto que la favorece. La obesidad infantil, el sedentarismo y las dietas ultraprocesadas son caras del mismo problema: un entorno que empuja hacia la enfermedad.

Si no se modifica esa tendencia, los expertos advierten que en el futuro próximo la generación actual de adolescentes podría enfrentar tasas sin precedentes de infartos, ictus e insuficiencia renal en la adultez.
El profesor Rudan resumió la urgencia de actuar con una advertencia clara: el aumento de la hipertensión en niños no solo representa un indicador preocupante, sino también una oportunidad.
Detectarla a tiempo significa intervenir antes de que se instale un daño irreversible. Lo que está en juego, según los investigadores, no es solo la salud de las arterias infantiles, sino el futuro del corazón de toda una generación.