Diferenciar lo que el cuerpo necesita realmente de los impulsos emocionales facilita entender los motivos detrás de los antojos. Estos deseos pueden presentarse de manera inesperada y suelen enfocarse en alimentos específicos, sobre todo aquellos con alto contenido de azúcares, grasas o sal.
Si bien disfrutar de estos productos esporádicamente no implica un problema, la frecuencia o intensidad de los antojos puede impactar negativamente los hábitos alimentarios. Por este motivo, distinguir entre una necesidad física de nutrientes (hambre) y un deseo emocional resulta fundamental.
Raúl E. Sandro Murray, médico especialista en nutrición y ex presidente de la Sociedad Argentina de Médicos Nutricionistas, explicó a Infobae: “El hambre real es una necesidad de incorporación de nutrientes que se genera por la liberación de mediadores químicos como la grelina, esta es una hormona que actúa sobre el hipotalamo generando la necesidad de alimentarse”.
Además agregó: “Muchas veces está condicionada por nuestros horarios, por ejemplo, si una persona está acostumbrada a comer a una determinada hora el cerebro le va a recordar que tiene que alimentarse generando estas señales”.
En contraposición, Murray señaló: “Los ‘antojos’ están vinculados a comer cierto tipo de nutrientes, generalmente grasas o dulces. No dependen de los horarios sino del deseo de consumirlos, que puede activarse por una publicidad, una situación de estrés, un olor particular o la visión de un producto específico. Muchas personas asocian esto con la ansiedad y frecuentemente mencionan que ‘comen por ansiedad’”.
Con una mirada interdisciplinaria, María Teresa Calabrese, endocrinóloga, psiquiatra y psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) destacó en una charla con Infobae, la dimensión física del hambre: “El hambre se percibe en el cuerpo, en el estómago, como una especie de calambre o presión, algo que presenta una manifestación física clara, distinta del simple deseo de comer, que no tiene esa sensación. Después de varias horas sin comer, esa necesidad física es evidente y eso es hambre, lo que diferencia el hambre real del deseo”.
Factores que disparan los antojos y su relación con las emociones
Los antojos pueden originarse a partir de múltiples factores, tanto fisiológicos como psicológicos. Los expertos destacaron la influencia de desequilibrios hormonales, situaciones de estrés, calidad del sueño y rutinas alimentarias. Todos estos aspectos afectan la regulación de las señales de hambre y saciedad.
El entorno emocional constituye uno de los desencadenantes más frecuentes. Según Mayo Clinic, los peores antojos de comida aparecen cuando alguien se encuentra en su punto más débil emocionalmente. Puede que recurra a la comida en busca de consuelo, ya sea una decisión consciente o inconsciente.
Las emociones negativas pueden llevar a buscar alivio inmediato en alimentos altamente calóricos. La alimentación emocional funciona como respuesta a sentimientos como el estrés, enojo, aburrimiento, tristeza o soledad.
Calabrese hizo énfasis en la importancia de las primeras experiencias afectivas ligadas a la alimentación como base de los comportamientos alimentarios en la adultez: “La experiencia más temprana relacionada con la alimentación es el amamantamiento. Esa comida tibia calma tanto la necesidad de saciedad y hambre como el apego, el cuidado y el sostén de la figura materna. Por eso, la manera en que se dio esa primera alimentación constituye la base de la experiencia de satisfacción”.
El impacto de la alimentación emocional en la salud y el peso
Acudir a la comida como respuesta a emociones puede provocar consecuencias tanto en la salud como en los esfuerzos por controlar el peso. Mayo Clinic remarcó que comer por motivos emocionales interfiere en la pérdida de peso.
Comportamientos como abrir la heladera de forma impulsiva o ingerir grandes cantidades de alimentos sin disfrutar realmente de ellos pueden instalarse como rutinas automáticas, dificultando el autocontrol.
Estas conductas pueden originar atracones y contribuir al sobrepeso u obesidad. Se suman, además, los sentimientos de frustración o culpa, que perpetúan el ciclo de alimentación emocional.
La doctora Calabrese sostuvo: “Muchas veces, ante el estrés o el malestar, se regresa a aquellas etapas en las que todo estaba provisto, donde ser alimentados significaba cuidado y amparo, y se come en busca de ese placer primario, más que por hambre genuina”.
El contexto social y personal también influye en que la comida se convierta en un recurso para distraerse ante situaciones difíciles o eventos importantes.
Estrategias eficaces para reconocer y controlar los antojos
El abordaje de los antojos parte de identificar sus desencadenantes y utilizar herramientas prácticas para decidir qué hacer al respecto. Entre las recomendaciones señaladas por Mayo Clinic se destacan:
- Disfrutar una pequeña porción.
- Priorizar el consumo de alimentos saludables antes.
- Limitar la disponibilidad del alimento que se desea.
- Cambiar la imagen mental.
- Buscar una distracción.
- Masticar chicle sin azúcar.
- Dormir adecuadamente y ejercitarse.
- Optar por alternativas saludables.
Murray subrayó la importancia de mantener una dieta balanceada y organizada: “Si la persona sigue una alimentación que incluya todos los nutrientes necesarios y respeta horarios, disminuye el riesgo de padecer antojos, salvo situaciones excepcionales de estrés, cuando el organismo busca una recompensa rápida”.
El sistema de recompensa cerebral y la historia alimentaria personal
Comprender cómo interactúan el sistema neurobiológico y la experiencia personal con la alimentación es primordial para afrontar los antojos de manera efectiva.
Calabrese explicó: “El hambre y la saciedad dependen de un sistema complejo, en el que intervienen neurotransmisores, hormonas y el sistema neurovegetativo. Los centros principales se encuentran en el hipotálamo. Cuando disminuyen los niveles de glucosa o ciertas hormonas, se genera la señal para comer; al alimentarse, la glucosa aumenta y el estómago se distiende, enviando la señal de detener la ingesta”.
Además destacó el circuito de la recompensa cerebral, que difiere para cada persona: “Ese circuito condiciona la preferencia por ciertos alimentos, sobre todo los ricos en grasas y azúcares, porque estimulan la dopamina. Por eso a veces no se puede parar de comer productos como papas fritas o chocolate”.
Cuando este mecanismo se activa de manera excesiva, pueden aparecer patrones similares a los de las adicciones, advirtió la especialista: “Cuando el circuito de recompensa está sobreactivado, se hace muy difícil frenar. En esos casos, es necesario solicitar ayuda terapéutica para desarmar esas respuestas automáticas. El tratamiento adecuado permite descubrir qué necesidades emocionales o vacíos se están supliendo con la comida”.
Por último, Calabrese invitó a repensar la idea de que todo deseo debe ser satisfecho: “Hay que revertir aquella modalidad de la época que sugiere que toda satisfacción debe concretarse de inmediato. No todo lo que se desea puede obtenerse; hay que aprender a resignificar la falta y ejercitar la tolerancia a la frustración, habilidad que se fue perdiendo en la actualidad”.