Dormir entre seis y ocho horas ya no garantiza descanso. Así lo confirma un estudio realizado en Argentina recientemente, que reveló que aunque el 75% de los encuestados aseguró dormir esa cantidad de horas, más del 55% sentía que no descansaba bien. La disociación entre cantidad y calidad es uno de los puntos más críticos.
El estudio realizado por una marca líder en soluciones para el descanso identificó que el 49% se despierta al menos una vez por noche, y un 33% lo hace dos o más veces. Según el informe, el 94% de los encuestados afirmó sentirse más irritable o con menos energía cuando duerme mal. Los principales factores de alteración del sueño incluyen el estrés, la ansiedad, temperaturas inadecuadas y colchones incómodos. De hecho, entre el 70% y el 80% de las causas que afectan el descanso podrían mejorar con un entorno físico adecuado y buenos hábitos.
A nivel nacional, las cifras son consistentes. Una encuesta de la Asociación Argentina de Medicina del Sueño (AAMS) estima que más del 50% de los argentinos no duerme adecuadamente. El Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires, señaló en otro estudio que el 45% de los participantes reportó problemas para dormir, siendo las preocupaciones nocturnas la causa principal en casi la mitad de los casos.
Ronquidos, insomnio y horarios distintos: cuando dormir en pareja se vuelve un problema
Las causas del mal descanso no siempre son externas. Para muchas personas, compartir la cama también puede interferir en la calidad del sueño. “Compartir la cama puede afectar la calidad del sueño si uno de los integrantes presenta patologías como ronquidos, apnea o movimientos frecuentes de las piernas, que provocan sueño fragmentado y de peor calidad en esa persona, además de afectar también al acompañante”, explicó a Infobae el médico otorrinolaringólogo especializado en medicina del sueño y roncopatía del Hospital Italiano de Buenos Aires Sebastián López (MN 158.434).
López también señaló que “cuando las rutinas biológicas de cada uno difieren —por ejemplo, uno es más madrugador y otro más nocturno—, puede ser difícil dormir bien juntos”.
Con él coincidió en parte el médico neumonólogo y jefe del Laboratorio del Sueño en el Hospital de Clínicas, Facundo Nogueira (MN 84.970): “En algunas situaciones, nuestra pareja puede tener algún trastorno del sueño que perturbe nuestra capacidad de descanso”. Entre los ejemplos mencionó ronquidos, apnea del sueño o movimientos periódicos involuntarios durante la noche. “Eso no puede golpear, nos puede despertar. En ese caso a veces no queda otra que cambiar de habitación”, explicó.
Camas separadas: ¿la solución más práctica o una señal de crisis?
El debate se extiende más allá del ámbito doméstico. Según López, “estudios recientes de 2023, publicados por la Academia Americana del Sueño, indican que dormir en habitaciones o camas separadas suele mejorar la calidad del descanso en comparación con compartir la misma cama”. La diferencia, sin embargo, también tiene una dimensión generacional: “Los millennials, por ejemplo, prefieren dormir en camas separadas para optimizar su descanso y rendimiento laboral, mientras que las generaciones mayores —como la generación X y los baby boomers— suelen optar por dormir en la misma cama, ya que les genera una sensación de mayor seguridad y cercanía”.
Entre los beneficios de dormir solo, López mencionó la posibilidad de eliminar interrupciones externas y adaptar el entorno según las preferencias personales. “Dormir solo puede mejorar notablemente la calidad del sueño, eliminando perturbaciones relacionadas con la pareja —como ronquidos o movimientos— y permitiendo personalizar el ambiente para un descanso óptimo”.
Para ciertos perfiles, esta elección puede ser determinante. “Las personas que sufren de ronquidos fuertes, apnea del sueño, movimientos frecuentes durante la noche o un sueño superficial pueden beneficiarse de dormir en su propia cama”, agregó el especialista. También recomendó esta opción para quienes tienen “ritmos circadianos diferentes, como los ‘alondras’ que despiertan temprano, o los ‘búhos’ que prefieren horarios nocturnos”.
Pero… ¿y si dormir acompañado es mejor para la salud?
Para Nogueira, el contacto físico sigue siendo un factor relevante en la relajación nocturna. “El contacto con la piel de la pareja aumenta la liberación de oxitocina, que es una sustancia que ayuda a que nos relajemos y que podamos descansar mejor”, explicó el neumonólogo. De todos modos, aclaró que esto sólo es beneficioso cuando no hay perturbaciones. “Lo ideal es que puedan compartir la habitación, que puedan compartir la cama y que los dos adopten hábitos saludables de sueño”.
El especialista citó estudios científicos en los que se halló que compartir la cama aporta beneficios tanto en la calidad del sueño como en la relación de pareja. Una revisión sistemática (con más de 60 estudios) demostró que la satisfacción relacional se asocia a mejor calidad y mayor duración del sueño, así como a un sueño menos fragmentado y mayor proporción de fase REM. Otra investigación en Sleep Health vinculó formas de cercanía física —abrazo, contacto o “co‑sleeping”— con menor ansiedad, mayor sensación de seguridad emocional y mejor sincronía entre las rutinas de descanso. Estudios sobre cortisol corporal en parejas también señalan que expresiones de intimidad —como sostener la mano o abrazarse antes de dormir— reducen la respuesta hormonal al estrés, mostrando “una disminución significativa en los niveles de cortisol durante momentos de conflicto conyugal”. En conjunto, estos hallazgos apuntan a que dormir en pareja, cuando existe calidad emocional y buena compatibilidad de hábitos, puede promover un sueño más profundo, reparador y emocionalmente saludable.
Para el especialista del Hospital de Clínicas, dormir en pareja también puede tener beneficios clínicos. “En los pacientes que tienen apnea del sueño, el hecho de dormir con una pareja o con un acompañante de habitación ayuda a que se detecten las apneas y que pueda consultar precozmente”, advirtió. Esto permite iniciar un tratamiento que, de otro modo, podría demorarse si la persona duerme sola y no nota los síntomas.
Además, según Nogueira, “el compromiso y la adherencia al tratamiento suele ser mejor” cuando el paciente no duerme solo. “También en los pacientes que tienen insomnio”, precisó.
¿Y si el problema es otro? Malos hábitos, ansiedad y falta de tiempo
Más allá de la cama compartida o separada, los especialistas coinciden en que el descanso nocturno está directamente relacionado con los hábitos de la vida diaria. “Uno duerme como vive y vive como duerme”, resumió Nogueira. Según su análisis, la falta de tiempo, la sobrecarga de trabajo, el estrés económico, el tránsito urbano y el uso excesivo de pantallas configuran un combo que afecta directamente la capacidad de dormir bien.
“En la sociedad moderna se duermen dos horas menos de lo que se dormía hace más de 50 años”, indicó. También explicó que las pantallas LED emiten una luz en el espectro azul, similar a la luz solar. “La lectura que hace el cerebro es que es de día y todo proceso que lleva a descansar se ve retrasado”.
Otros hábitos perjudiciales incluyen el ejercicio físico intenso cerca del horario de sueño, cenas copiosas sin tiempo suficiente para la digestión, y el consumo de cafeína después de las 17 horas. “Tomar café o bebidas estimulantes después de las cinco de la tarde también va a generar un estímulo para nuestro cerebro y eso puede afectar la calidad del descanso”, alertó.
Qué tener en cuenta antes de decidir dormir separados
No hay fórmulas universales, pero sí indicadores claros que permiten identificar si compartir la cama está alterando el descanso. López recomendó prestar atención a señales como los ronquidos persistentes, la apnea, los despertares frecuentes o la diferencia marcada de horarios. “Las personas que tienen ritmos circadianos diferentes encuentran en el descanso individual una mejora significativa en su calidad de vida”, insistió.
También remarcó que es necesario evaluar el entorno físico de descanso: “El ambiente del cuarto debe ser oscuro, tener una temperatura adecuada, entre 18 y 20 grados, y contar con una cama cómoda”.
Nogueira, por su parte, advirtió que muchas veces el problema no es la cama compartida sino el estilo de vida: “Si no logro reducir el estrés y la ansiedad durante el día, es muy difícil que pueda conciliar el sueño por la noche. Y a la inversa: si no descanso bien, también se ve afectada mi capacidad para desenvolverme con normalidad en la vida cotidiana.”
Dormir bien, dormir juntos: un desafío que se negocia en cada pareja
Más que una elección entre “camas separadas” o “juntos para siempre”, lo que está en juego es la calidad del sueño y la salud general.
“Dormir mal no significa simplemente la necesidad de tomar un medicamento para dormir”, advirtió Nogueira. “El primer paso es hacer un correcto diagnóstico de la situación, ver cuáles son los factores que potencialmente pueden afectar al descanso y en función de eso establecer una estrategia de tratamiento”. Además, desaconsejó el uso indiscriminado de pastillas para dormir porque “muchos de estos medicamentos generan dependencia, síndrome de abstinencia y, en algunos casos, deterioro cognitivo”.
La decisión de dormir separados, en este marco, no debe leerse como una derrota o un signo de conflicto. Puede ser una estrategia para recuperar la energía, evitar tensiones innecesarias y preservar la armonía del vínculo. Como resumió López, “dormir bien es una inversión directa en la calidad de vida diaria”.