La perspectiva de diversidad contempla infancias migrantes, con discapacidad, originarias y con formas diversas de aprender y jugar (Imagen Ilustrativa Infobae)

En 1900, la pedagoga y reformadora sueca Ellen Key publicó El siglo del niño, un manifiesto donde proyectaba que el siglo XX estaría atravesado por una preocupación creciente por el bienestar y los derechos de la infancia.

Para Key, acompañar a niñas y niños no era un gesto caritativo, sino una responsabilidad profunda en la construcción de una sociedad más justa y lúcida. Décadas más tarde, ese pensamiento hallaría eco en la Declaración de los Derechos del Niño de 1959 y, con fuerza normativa, en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989.

Más de un siglo después, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) le rindió homenaje con la exposición Siglo del Niño: creciendo por diseño (1900–2000), presentada en 2012.

Fue la primera gran muestra internacional dedicada a pensar cómo el diseño moderno —desde el mobiliario escolar hasta los hospitales pediátricos, desde los libros hasta los parques— situó a la infancia en el centro del mundo material.

Diseñar para la infancia implica considerar accesos, formatos y modos de comunicar que abracen la diversidad real (Imagen Ilustrativa Infobae)

Una de sus instalaciones más recordadas era una cocina con mesa y sillas sobredimensionadas. Al ingresar, los adultos quedaban empequeñecidos: tenían que mirar hacia arriba, caminar entre patas gigantes y, por un instante, volver a experimentar en el cuerpo esa desproporción tan conocida por la infancia: habitar un mundo hecho por y para otros.

Pero Siglo del Niño no fue una exposición ingenua. Sus cinco secciones trazaban un recorrido crítico por las distintas formas en que la infancia fue usada, proyectada o instrumentalizada a lo largo del siglo XX: como símbolo de modernidad, como blanco de políticas higienistas, como objeto de propaganda, como promesa de redención tras la guerra. La muestra dejaba claro que la infancia nunca ha sido un territorio neutro. Es —y sigue siendo— un campo de disputa simbólica, política y cultural.

En pocos días comienza el mes de la infancia, una celebración que en distintas partes del mundo adopta formas y fechas diversas.

Jugar, aprender y participar son formas esenciales de habitar el mundo y construir ciudadanía desde la niñez (Imagen Ilustrativa Infobae)

En Argentina, se conmemora tradicionalmente en agosto, y con él se multiplican las propuestas recreativas y culturales en todo el país. Museos, teatros y centros comunitarios abren sus puertas a las infancias. Es valioso que esto ocurra. Y quizás este sea también un buen momento para ensayar nuevos gestos: para imaginar propuestas que reconozcan y abracen la diversidad de quienes habitan la infancia.

Es necesario diseñar con perspectiva de diversidad: incluyendo a niñas y niños con discapacidad, infancias migrantes, niñas y niños de pueblos originarios, y a quienes juegan, aprenden, comunican y construyen sentido de formas diversas.

Incluir esa pluralidad no solo en el contenido, sino también en los formatos, en los accesos, en los modos de comunicar. Porque cuando una propuesta contempla distintas maneras de ser y estar en el mundo, se vuelve verdaderamente transformadora.

Entre esas iniciativas, destaca una función distendida de la emblemática obra Derechos torcidos, de Hugo Midón y Carlos Gianni, especialmente pensada para niñas, niños y adolescentes neurodivergentes.

Diseñar para la infancia implica considerar cuerpos, lenguajes y formas diversas de comunicación (Imagen Ilustrativa Infobae)

Luces y sonidos atenuados, puertas abiertas, zonas de descanso sensorial y personal capacitado transformarán la escena para incluir distintas formas de percibir y participar.

La función será acompañada por Loros Parlantes – Asociación para la Comunicación Inclusiva, una organización que trabaja por el derecho a la comunicación y la participación plena de personas con discapacidad, promoviendo entornos accesibles y respetuosos de la diversidad comunicacional.

Estas experiencias muestran que es posible crear cultura desde la inclusión. Pero aún son excepciones. En muchas ciudades del mundo, el espacio público continúa diseñado desde la lógica del mundo adulto, centrado en la productividad y en una idea única del desarrollo.

Veredas intransitables, plazas sin juegos adaptados, cartelería sin pictogramas ni lengua de señas. No es solo una rampa lo que falta. Es una historia, una vida, una infancia que no fue tenida en cuenta.

Muchas infancias quedan fuera cuando el espacio público no contempla la diversidad de modos de moverse, sentir y expresarse (Imagen Ilustrativa Infobae)

Esa exclusión no siempre se ve. No siempre tiene nombre clínico ni categoría en los manuales. A veces se manifiesta como una sensación persistente: la de no encajar, de quedar afuera, de no ser parte, de no tener voz.

Muchos adultos recuerdan haber sentido, de niños, que el mundo no estaba hecho para ellos. Y esa vivencia se actualiza cuando no hay escucha, cuando se decide sin consultar, cuando la participación infantil se reduce a una imagen decorativa.

Pero también hay caminos posibles. Existen experiencias que ya buscan avanzar en esta dirección, promoviendo la participación infantil como un derecho real y no simbólico.

Campañas como Generación Esperanza, de Save the Children, y #GirlsGetEqual, de Plan Internacional, son ejemplos de cómo se puede incluir a las infancias en procesos de participación, consulta y toma de decisiones.

Una propuesta pensada con perspectiva de infancia puede habilitar experiencias transformadoras para toda la comunidad (Imagen Ilustrativa Infobae)

En esa misma línea, en Aralma impulsamos la campaña internacional La Voz de la Infancia, que se celebrará del 4 al 10 de agosto. Nacida en 2015, esta iniciativa promueve prácticas donde niñas, niños y adolescentes son protagonistas activos en la construcción social, y su derecho a ser escuchados y tomados en serio se ejerce a través de actividades artísticas, comunitarias y simbólicas.

Se trata de un marco de acción concreto que invita a revisar nuestras formas de escuchar, decidir y crear con las infancias. No alcanza con la intención: lo que transforma es la participación real, sostenida y respetuosa. Actualmente se impulsa la declaración del 8 de agosto como Día Nacional e Internacional de la Voz de la Infancia.

Construir un mundo a la medida de la infancia no es un gesto simbólico ni un eslogan bienintencionado. Es una transformación profunda, nacida desde sus protagonistas. Porque una sociedad que reconoce los derechos y los deseos de quienes menos poder tienen no solo se vuelve más justa: se vuelve más humana.

* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.