El análisis de más de 225.000 huesos procedentes de yacimientos arqueológicos en el sur de Francia ha permitido a un equipo internacional de investigadores reconstruir la evolución del tamaño corporal de animales salvajes y domésticos durante los últimos 8.000 años.
El estudio, liderado por Cyprien Mureau del Instituto de Ciencias de la Evolución de la Universidad de Montpellier, Francia, y publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, reveló que la acción humana ha sido determinante en la transformación morfológica de estas especies, generando una divergencia entre animales domesticados y sus contrapartes silvestres a partir de la Edad Media.
Durante la mayor parte de este extenso periodo, tanto los animales salvajes como los domésticos experimentaron cambios de tamaño en sincronía, influidos principalmente por factores ambientales como el clima, la vegetación y la disponibilidad de recursos. Según los datos recogidos por Mureau y su equipo, “las trayectorias evolutivas de ambas categorías de animales fueron sorprendentemente paralelas durante aproximadamente 7.000 años”, lo que sugiere que las restricciones ecológicas afectaban de manera similar a todas las especies, independientemente de su relación con los humanos.
El punto de inflexión se produjo hace aproximadamente un milenio. A partir de la Edad Media, la intensificación de la actividad humana, especialmente en el ámbito agrícola, alteró de forma radical este equilibrio. Los campesinos europeos comenzaron a seleccionar sistemáticamente los ejemplares más grandes de ganado para la reproducción, con el objetivo de aumentar la productividad en carne, leche, lana y fuerza de trabajo.
“Durante la Edad Media, los campesinos comenzaron a criar animales cada vez más grandes para obtener más carne, leche y fuerza de trabajo”, documentó el estudio. Esta práctica, extendida a lo largo de generaciones, condujo a un aumento sostenido del tamaño corporal en especies como la vaca, la oveja, el cerdo y la cabra.
En contraste, los animales salvajes sufrieron el efecto opuesto. La presión ejercida por la caza, la pérdida de hábitat y la competencia con las especies domésticas provocó una reducción progresiva de su tamaño. Especies como el ciervo, el zorro, la liebre y el conejo, que compartían territorio con los humanos, comenzaron a adaptarse a un entorno cada vez más hostil y fragmentado. “Los animales salvajes, cada vez más presionados por la pérdida de hábitat y la sobrecaza, comenzaron a encoger”, señaló el equipo de Mureau.
El trabajo destacó la importancia de la cría selectiva como una forma temprana de ingeniería biológica, mucho antes del advenimiento de la biotecnología moderna. La selección deliberada de animales más grandes no solo transformó la morfología de las especies domésticas, sino que también contribuyó a una desigualdad evolutiva entre estas y las especies silvestres. “La historia de la domesticación es, en este sentido, también la historia de una desigualdad evolutiva promovida por la acción humana”, concluyeron los autores.
Para alcanzar estas conclusiones, los investigadores analizaron 81.211 mediciones biométricas de restos óseos procedentes de 311 yacimientos arqueológicos en la región mediterránea de Francia. El enfoque multidisciplinar del estudio incluyó la integración de datos paleoclimáticos, vegetales, demográficos y de uso del suelo, lo que permitió reconstruir con precisión las dinámicas que han moldeado el cuerpo de los animales a lo largo de los milenios.
El estudio también advirtió sobre las implicaciones actuales de estos hallazgos. La reducción del tamaño corporal en animales salvajes se interpreta como un síntoma de estrés ambiental, con consecuencias negativas para la capacidad reproductiva, la resistencia a enfermedades y la resiliencia frente a cambios en el entorno.
“La reducción del cuerpo es, en muchos casos, un intento desesperado de adaptarse a un hábitat cada vez más hostil”, advirtió el equipo de Mureau. Esta perspectiva convierte el análisis del tamaño corporal en una herramienta potencial para la conservación, al ofrecer señales tempranas sobre la degradación de los ecosistemas.
Finalmente, el trabajo de Mureau y sus colaboradores reformuló la comprensión tradicional de la domesticación animal. Más allá de una simple relación utilitaria, la domesticación aparece como un proceso de coevolución profundamente desigual, en el que la intervención humana ha dejado una huella indeleble en la morfología y la supervivencia de numerosas especies.