Mantener el cerebro bajo exigencia permanente termina provocando efectos nocivos para la salud y el bienestar a largo plazo

*Grupo INECO es una organización dedicada a la prevención, diagnóstico y tratamiento de enfermedades mentales. A través de su Fundación INECO, investiga el cerebro humano.

En la cultura actual, marcada por la inmediatez y la comparación constante en redes sociales, pareciera que el valor de una persona se mide por cuán ocupada está.

Quien siempre muestra que “hace algo” proyecta una imagen de compromiso y éxito. Esta forma de entender la productividad ha dejado de lado un concepto clave: la verdadera productividad solo es sostenible cuando se equilibra con descansos de calidad.

El cerebro no rinde correctamente en un estado de exigencia continua. Aunque este nivel de esfuerzo puede ser efectivo en determinadas ocasiones, sostenerlo a largo plazo es, en términos realistas, prácticamente imposible y termina generando efectos nocivos para la salud. Por eso, no debemos confiar en que siempre dará resultados. Más allá de los logros inmediatos, el hecho de ser una estrategia poco sostenible también puede afectar nuestro ánimo y disminuir nuestra capacidad para alcanzar lo que nos proponemos.

Quienes llenan cada minuto del día pueden agotar su cerebro e impedir que ejecute bien lo realmente necesario (Imagen Ilustrativa Infobae)

“Desde un punto de vista neuropsicológico es importante comprender que las funciones ejecutivas, la atención y la memoria, entre otras, dependen en gran medida de contar con pausas y un sueño reparador. Cuando los horarios son irregulares o el descanso se fragmenta, la atención se altera, aumenta la procrastinación y se vuelve más difícil sostener la claridad mental, la productividad, la regulación emocional y el procesamiento cognitivo. Por el contrario, el cerebro funciona mejor en intervalos limitados de foco, seguidos de pausas que permitan reorganizar la información, reducir el estrés y recuperar energía”, sostiene la licenciada Clara Fernández Garay (MN 76.420), miembro del Departamento de Neuropsicología de INECO.

Incluso las actividades pensadas como “saludables” —entrenar, meditar, aprender algo nuevo— muchas veces se viven bajo la misma lógica de la sobreexigencia: llenar cada minuto del día.

Así, lo que en principio podría fortalecer al cerebro termina agotándolo e impidiendo que ejecute de manera eficiente aquello que realmente importa. Aprender a reconocer los propios momentos de mayor efectividad y a integrar descansos reales es tan necesario como la actividad misma.

Un buen descanso no solo repone energía: también fortalece la memoria, la flexibilidad cognitiva y la capacidad de priorizar lo importante por sobre lo urgente. Por eso, cuidar el cerebro implica repensar no solo cuánto hacemos, sino también cómo lo hacemos y cuándo decidimos parar. Las pausas regulares, lejos de ser una pérdida de tiempo, son inversiones en salud cognitiva que multiplican la productividad y el bienestar a largo plazo.

Cinco recomendaciones

Reservar unos minutos para observar cómo distribuir los días: trabajo, descanso, ocio, actividad física, tiempo social y personal. Identificar dónde incluir pausas y qué actividades se podrían espaciar.

Después de cada bloque, realizar una pausa breve para permitir que las funciones ejecutivas se recarguen. Es importante comprender que no todas las personas rinden dentro de la misma cantidad de minutos; observándonos podríamos tener mayor claridad e información sobre nuestro propio rendimiento atencional.

También se puede tomar un café o mate mirando por la ventana, escuchar música relajante, charlar sobre un tema no laboral o darse una ducha.

Nombrar la emoción y reformular el pensamiento (“Esto requiere paciencia”, “No todo se resuelve ahora”). Esto ayuda a reducir la reactividad y recuperar claridad.

Establecer límites de conexión fuera del horario laboral. Un entorno que respeta el descanso sostiene tanto la atención como la salud emocional.

En conclusión

La cultura de la sobreexigencia nos ha hecho creer que estar siempre ocupados es sinónimo de éxito, pero la neurociencia demuestra lo contrario: el cerebro necesita descansar para funcionar en su máximo potencial. Reconocer el valor de las pausas y dar espacio al bienestar emocional no solo mejora la productividad, sino que también protege la salud a largo plazo. Aprender a equilibrar actividad y descanso es la estrategia más efectiva para alcanzar una vida plena y sostenible.