
Las celebraciones de fin de año constituyen un entorno de sobrecarga sensorial y social: luces, ruidos, cambios de rutina, horarios extendidos y múltiples interacciones. Para el cerebro infantil, que aún está desarrollando sus redes de autorregulación emocional, control inhibitorio y flexibilidad cognitiva, este combo puede ser un verdadero desafío.
Comprender cómo funciona el neurodesarrollo ayuda a ajustar expectativas y a acompañar mejor. No se trata de “portarse bien”, sino de que el sistema nervioso de un niño opera distinto fuera de su estructura diaria.
Sueño alterado, comidas diferentes y un ambiente ruidoso aumentan la probabilidad de desregulación. La flexibilidad ajustada, sin perder límites, es clave para que la noche sea disfrutable también para ellos.
“Los niños regulan mejor cuando se sienten seguros y acompañados. Un momento previo de conexión (juego breve, abrazo, charla) fortalece su ‘tanque afectivo’ y disminuye la activación del ‘cerebro de alarma’. De igual manera, respetar su comodidad física y evitar exigencias innecesarias, como ropa que molesta o mesas demasiado largas, reduce tensiones que luego se traducen en conductas desbordadas”, señala la doctora Andrea Abadi (MN 76.165), médica psiquiatra y directora del Departamento Infanto Juvenil de INECO.

También es importante recordar que su autorregulación aún está en desarrollo. Pedir calma absoluta durante largas sobremesas o en entornos de sobrecarga sensorial no es realista: el cerebro infantil no cuenta todavía con funciones ejecutivas plenamente maduras para sostenerlo.
Por eso, ofrecer opciones, habilitar pausas, permitir que se retiren unos minutos o acompañarlos en espacios más tranquilos ayuda a restablecer el equilibrio emocional.
Del mismo modo, es esencial respetar los límites corporales. Forzar saludos físicos no deseados activa respuestas de estrés en muchos niños. Permitir que elijan cómo saludar, con palabras, sonrisa, choque de manos o abrazo si así lo desean, promueve autonomía, seguridad y respeto por su cuerpo.
Recomendaciones

Cuando el cerebro sabe qué esperar, se reduce la reactividad emocional.

Ofrecer elementos reguladores (como auriculares si el ruido los incomoda) u organizar pequeños descansos previene que el sistema nervioso alcance un punto de saturación.

Si aparece irritabilidad o desborde, una breve salida del estímulo —un pasillo, balcón o patio— ayuda a bajar la activación emocional y permite reorganizar el comportamiento.

Recordar que los niños no cuentan con la misma capacidad de regulación que los adultos evita frustraciones.

Reducen el malestar físico y, con ello, la probabilidad de desregulación emocional.
En síntesis, “Las fiestas pueden ser un momento hermoso para compartir con los chicos si recordamos que su cerebro todavía está aprendiendo a regularse. Cuando anticipamos, acompañamos y respetamos sus tiempos y su cuerpo, todo fluye mejor. Menos exigencia y más conexión, a veces eso es todo lo que necesitan para que la noche sea realmente disfrutable para todos”, concluye la doctora Abadi.