El fenómeno del rechazo atraviesa la vida de los jóvenes adultos contemporáneos con una frecuencia e intensidad que, según algunos expertos, podría posicionar a esta generación como una de las más afectadas.
Esta idea, impulsada por observaciones de periodistas y académicos como David Brooks, surge a partir del análisis de las dificultades que enfrentan los jóvenes en distintos ámbitos: educación superior, empleo, relaciones personales y hasta el acceso a vivienda, donde el número de solicitantes crece sin que las oportunidades lo hagan al mismo ritmo.
De acuerdo con Brooks, la competitividad actual obliga a los jóvenes a postularse a decenas de universidades, aunque solo reciban una o dos respuestas positivas, situación que termina replicándose en el mercado laboral y los vínculos personales, intensificando la sensación de exclusión.
Este fenómeno no se limita al entorno educativo. El psicólogo Roy Baumeister, uno de los principales investigadores del rechazo, subraya en diálogo con BBC News que factores como la “inflación de las notas” y la sobreproducción de élites educativas generan más competencia y menos espacios reales de inserción, aumentando las tasas de rechazo en varios niveles.
Baumeister cita como ejemplo clave el incremento histórico de graduados universitarios, sin un crecimiento paralelo en la disponibilidad de empleos de calidad o plazas de posgrado. Adicionalmente, la búsqueda de pareja a través de plataformas virtuales, cada vez más prevalente, propicia conexiones fugaces y superficiales, lo que puede originar aún más rechazos en el ámbito sentimental.
Los efectos inmediatos y a corto plazo del rechazo han sido ampliamente estudiados en laboratorio por Baumeister y su equipo. Si bien la intuición apuntaba a una reacción de angustia o dolor emocional tras ser excluidos, los experimentos revelaron inicialmente una respuesta diferente: un entumecimiento emocional.
Este bloqueo, similar al efecto anestésico que sigue a una lesión física, impide que las personas sientan dolor de forma consciente y las hace temporalmente menos empáticas y más propensas a respuestas agresivas o antisociales.
Según los estudios, durante esta fase los individuos disminuyen su tendencia a ayudar y su disposición para conectar con otros, contrariamente a la expectativa de que buscarían compensar el rechazo acercándose a los demás. Aunque estos cambios son transitorios, pueden tener consecuencias sobre la capacidad de relacionarse y de integrarse socialmente si se repiten o cronifican.
A nivel social, el rechazo afecta también al rendimiento intelectual y al funcionamiento de los grupos. Experimentos realizados por Baumeister evidencian que quienes sufren rechazo muestran un descenso significativo en pruebas de coeficiente intelectual y en desempeño académico o profesional.
Esta disminución puede originarse tanto en la falta de motivación como en la incapacidad de regular las emociones tras la experiencia de exclusión. Tal como advierte el psicólogo, grupos sociales que se perciben rechazados exhiben menor disposición a colaborar por el bien común, un fenómeno que, a largo plazo, podría replicarse a escala social, erosionando el tejido comunitario.
Frente a este escenario, los mecanismos de afrontamiento se vuelven cruciales. Baumeister recomienda persistir y buscar nuevos espacios de integración tras vivir un rechazo.
En el ámbito romántico, por ejemplo, el malestar tiende a ceder cuando la persona establece un nuevo vínculo positivo, demostrando la capacidad de resiliencia ante la exclusión.
El especialista también hace hincapié en la necesidad de reconocer la reacción de insensibilidad y el “adormecimiento” emocional, muchas veces imperceptible, para no quedarse atrapado en un ciclo de aislamiento.
El aumento del rechazo y la soledad plantea, además, posibles riesgos para la salud pública. Aunque Baumeister reconoce que la expectativa de vida y los indicadores de salud global han mejorado, advierte que la soledad crónica puede deteriorar la salud física y mental.
Diversos estudios muestran que las personas con menos vínculos sociales sufren recuperaciones más lentas ante enfermedades y mayores niveles de malestar. El crecimiento de hogares unipersonales y la tendencia a posponer o evitar relaciones formales incrementan estos riesgos en sociedades modernas.
No todo resultado en la investigación sobre el rechazo ha sido predecible. Uno de los hallazgos más inesperados del trabajo de Baumeister fue la ausencia de una reacción emocional inmediata al rechazo y, en algunos casos, incluso un aumento de emociones positivas inconscientes, como si la mente buscara de forma automática recuerdos o pensamientos felices para amortiguar el impacto.
Este efecto podría funcionar como un mecanismo protector, minimizando el daño emocional al inicio, aunque el dolor real pueda manifestarse posteriormente. Finalmente, la transición de la comunicación presencial a la digital aparece como un factor que refuerza la problemática del rechazo.
Según Baumeister, las herramientas tecnológicas mejoran las relaciones cuando complementan el trato directo, pero generan desconexión y malestar cuando sustituyen completamente la interacción cara a cara. El reto actual radica, por tanto, en no dejar que la inmediatez y frialdad de la comunicación online profundicen la sensación de aislamiento y rechazo que tantos jóvenes ya enfrentan.