Uno de los factores más desafiantes de la leucemia mieloide crónica es que puede no provocar síntomas durante mucho tiempo (Imagen Ilustrativa Infobae)

El 22 de septiembre marca una fecha significativa en el calendario de la salud: el Día Mundial de la Leucemia Mieloide Crónica, una jornada dedicada a concienciar sobre una enfermedad que, aunque de crecimiento lento, puede transformarse en un desafío clínico de gran complejidad.

La leucemia mieloide crónica (LMC), también conocida como leucemia mielógena crónica, es un tipo de cáncer que se origina en las células productoras de sangre de la médula ósea, según la American Cancer Society.

La misma entidad ha precisado que en la patología “se produce un cambio genético en una versión temprana (inmadura) de células mieloides (las células que producen glóbulos rojos, plaquetas, y la mayoría de los tipos de glóbulos blancos (excepto linfocitos)”.

El diagnóstico inicial de la leucemia mieloide crónica generalmente se realiza con un hemograma completo que muestra un aumento de glóbulos blancos, presencia de células inmaduras y un incremento en la cantidad de plaquetas (Imagen Ilustrativa Infobae)

Este cambio da lugar a la formación de un gen anormal, BCR-ABL, que convierte la célula en una célula LMC. Estas células alteradas se multiplican y se acumulan en la médula ósea, extendiéndose posteriormente a la sangre y, en ocasiones, a otros órganos como el bazo. Aunque el avance de la LMC suele ser lento, existe el riesgo de que evolucione hacia una leucemia aguda de rápido crecimiento, lo que dificulta considerablemente su tratamiento, de acuerdo con la American Cancer Society.

La incidencia de la LMC es mayor en adultos, especialmente en personas de entre 25 y 60 años, aunque también puede presentarse en niños, según información de Harvard Health. La distinción entre leucemia aguda y crónica radica en el grado de madurez de las células anormales: en las formas crónicas, las células han madurado parcialmente y, aunque se asemejan a los glóbulos blancos normales, no cumplen adecuadamente su función de defensa contra infecciones.

Además, estas células leucémicas sobreviven más tiempo y superan en número a las células normales en la médula ósea, lo que puede llevar a que los síntomas tarden en aparecer y a que muchas personas vivan durante años con la enfermedad. No obstante, las leucemias crónicas suelen ser más difíciles de curar que las agudas, tal como indica la American Cancer Society.

Para confirmar la leucemia mieloide crónica, se pueden efectuar estudios adicionales como una biopsia de médula ósea y análisis genéticos que permiten identificar la presencia del cromosoma Filadelfia como marcador de la enfermedad (Imagen Ilustrativa Infobae)

En cuanto a la fisiología de la enfermedad, el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos explica que la leucemia puede afectar a los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas. Normalmente, la médula ósea produce células madre sanguíneas que, con el tiempo, se convierten en células maduras. Una célula madre mieloide puede transformarse en glóbulos rojos, plaquetas o granulocitos, estos últimos encargados de combatir infecciones y enfermedades.

Uno de los aspectos más insidiosos de la LMC es que a menudo no provoca síntomas y puede detectarse de manera incidental en un análisis de sangre, según la Mayo Clinic. Cuando los síntomas se manifiestan, pueden incluir dolor óseo, sangrado fácil, sensación de saciedad tras ingerir poca comida, fatiga, fiebre, pérdida involuntaria de peso, disminución del apetito, dolor o presión bajo las costillas en el lado izquierdo, sudoración nocturna excesiva y visión borrosa debido a hemorragias en la parte posterior del ojo.

El diagnóstico de la LMC suele comenzar con un examen físico, que frecuentemente revela un bazo inflamado, y se confirma mediante un hemograma o conteo sanguíneo completo, donde se observa un aumento de glóbulos blancos, muchas formas inmaduras y un incremento en la cantidad de plaquetas, según MedlinePlus. Entre las pruebas complementarias se incluyen la biopsia de médula ósea y análisis específicos para detectar la presencia del cromosoma Filadelfia, marcador genético característico de la enfermedad.

Durante la progresión de la enfermedad, las células leucémicas pueden superar en número a las células normales de la médula ósea, afectando la producción normal de glóbulos rojos, blancos y plaquetas (Imagen Ilustrativa Infobae)

El tratamiento inicial de la LMC consiste, por lo general, en la administración de medicamentos dirigidos a la proteína anormal producida por el cromosoma Filadelfia, los cuales se presentan en forma de comprimidos. Las personas tratadas con estos fármacos suelen entrar en remisión rápidamente y pueden mantenerse en ese estado durante años, según información de MedlinePlus.

En casos donde el recuento de glóbulos blancos es muy elevado al momento del diagnóstico, se puede recurrir primero a la quimioterapia para reducirlo. La enfermedad puede evolucionar a una fase de crisis hemoblástica, caracterizada por un recuento extremadamente alto de glóbulos blancos inmaduros resistentes al tratamiento, lo que complica significativamente el manejo clínico.

La LMC representa un desafío tanto para pacientes como para profesionales de la salud, dada su capacidad de permanecer asintomática durante largos periodos y su potencial para transformarse en una forma aguda de difícil control.