“Si recordáramos todo, estaríamos la mayoría de las veces tan incapacitados como si no recordáramos nada… El resultado paradójico es que una condición para recordar es que debemos olvidar”. Esta reflexión de William James, uno de los fundadores de la psicología moderna, condensa una paradoja central de la mente humana: la memoria.
Lejos de ser un simple archivo perfecto, depende tanto de lo que retiene como de lo que deja atrás. La pregunta sobre la posibilidad de recordarlo absolutamente todo no solo fascina a la literatura y la ciencia, sino que revela los límites y las trampas de una memoria sin olvido.
Según detalló BBC, existen casos reales de personas con memoria total. Lejos de representar una ventaja, suelen mostrar que una memoria ilimitada puede convertirse en una carga, e incluso en una patología. La memoria humana, por su propia naturaleza, no está diseñada para registrar cada detalle, sino para abstraer, reconstruir y adaptarse a las necesidades del presente.
Un ejemplo extremo de esta tensión se encuentra en la hipertimesia, una rara condición que lleva a quienes la padecen a recordar con intensidad abrumadora cada detalle autobiográfico de sus vidas. Lejos de representar una ventaja, esta memoria total puede convertirse en una carga que interfiere con la vida cotidiana.
Jill Price, diagnosticada con hipertimesia, resume su experiencia así: “La mayoría de la gente lo considera una bendición, pero yo lo llamo carga. Cada día repaso mi vida entera en mi cabeza y me está volviendo loca”.
El relato de Funes, el memorioso, creado por Jorge Luis Borges en 1942, ilustra esta cuestión de forma literaria. Tras un accidente, Funes adquiere la capacidad de recordar cada detalle de su experiencia, pero pierde la habilidad de pensar de manera abstracta. En palabras del propio Borges, “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
Aunque Funes es un personaje ficticio, la ciencia ha documentado casos similares. Uno de los más estudiados es el de Solomón Shereshevski, un mnemonista ruso del siglo XX analizado por el neuropsicólogo Alexander R. Luria.
Shereshevski podía recordar largas series de letras, números y palabras tras una sola exposición, incluso décadas después. Su memoria era vívida y sinestésica: cada palabra evocaba sabores, texturas o imágenes. “Siento que me resbala por la mano algo mantecoso, hecho de numerosos puntos muy muy ligeros”, describía.
Su memoria, descrita como “fotográfica”, le permitía visualizar cada recuerdo con una nitidez extraordinaria, y además experimentaba sinestesia: cada palabra evocaba sensaciones táctiles, gustativas o visuales. El propio Shereshevski relataba: “Habitualmente siento el gusto y el peso de la palabra… Y ya no tengo nada que hacer, se recuerda por sí sola. Siento que me resbala por la mano algo mantecoso, hecho de numerosos puntos muy muy ligeros, que me producen un leve cosquilleo en la mano izquierda y ya no necesito más”.
No obstante, esta capacidad tenía un coste. Shereshevski mostraba dificultades para comprender textos largos, captar dobles sentidos, chistes o refranes, y realizar razonamientos lógicos o matemáticos. Incluso tenía problemas para recordar rostros y voces.
El caso sugiere que una memoria prodigiosa no implica mayor inteligencia ni mejor razonamiento abstracto. La memoria total puede saturar la mente de detalles. Al mismo tiempo que impide la generalización y la síntesis, funciones esenciales para el pensamiento complejo.
Estos casos extremos contrastan con el rendimiento de los mnemonistas profesionales que participan en campeonatos de memoria. Según consignó BBC, aunque parecen poseer habilidades sobrehumanas, la mayoría de ellos no tiene una memoria cualitativamente distinta a la del resto de las personas. Su destreza proviene de años de entrenamiento intensivo en técnicas mnemotécnicas.
El periodista Joshua Foer, tras investigar el tema, logró ganar el campeonato de memoria de Estados Unidos en 2006 gracias a la práctica sistemática de estas reglas, como narra en su libro Los desafíos de la memoria. Sin embargo, fuera de las pruebas específicas, estos expertos olvidan datos cotidianos como cualquier otra persona: “Olvidan dónde dejaron aparcado el coche o el cumpleaños de un amigo como cualquier otra persona”.
La ciencia ha documentado que los casos de memoria fotográfica genuina son tan infrecuentes que no constituyen un fenómeno estadísticamente relevante. En condiciones normales, la memoria humana no funciona como una grabadora, es un proceso activo y reconstructivo, que resume, esquematiza y adapta lo aprendido a nuevas situaciones. Cuando se pierde esa capacidad de olvido, como en la hipertimesia, la mente queda atrapada en el pasado.
En última instancia, el olvido —lejos de ser un defecto— es esencial para vivir en el presente y planificar el futuro. Como sugiere la paradoja de William James, recordar depende, inevitablemente, de saber dejar atrás.