El 70% de la forma en que envejecemos depende de las decisiones cotidianas más que de la genética, según la Dra. Rhonda Patrick, reconocida científica en el campo de longevidad y salud cerebral.
En una entrevista reciente en el podcast The Diary Of A CEO, Patrick detalló los descubrimientos más actuales sobre cómo los hábitos diarios, la alimentación y ciertos suplementos pueden determinar si la vejez transcurre con independencia o se ve marcada por el deterioro cognitivo.
Entre los datos más relevantes: un déficit de vitamina D puede elevar el riesgo de demencia en un 80% y los bajos niveles de omega-3 resultan tan dañinos para la mortalidad como fumar. Pero, según la especialista, la mayoría de estos factores son modificables y accesibles.
El peso real de la genética frente al estilo de vida
Para Patrick, la idea de que el envejecimiento y las enfermedades crónicas son inevitables y fijadas por la herencia familiar es un mito desmontado por la ciencia. “La genética juega un papel en cómo envejeces, pero es un papel pequeño. De hecho, el 70% o más de la forma en que envejeces se debe realmente a tu estilo de vida,” explicó la científica en la entrevista.
Para ilustrarlo, Patrick comparó a dos hombres de setenta años, uno ágil y activo, y otro con dificultades físicas y mentales. Según su análisis, la clave no está en los genes, sino en los hábitos acumulados.
Estudios recientes apoyan esta perspectiva: la diferencia en esperanza de vida entre personas con hábitos saludables y quienes mantienen conductas nocivas puede alcanzar catorce años. Además, la calidad de vida, la independencia funcional y la agudeza mental en la vejez dependen en buena medida de factores como la actividad física, la alimentación, el sueño y la exposición a contaminantes. La diferencia entre una vida plena y una existencia dependiente suele encontrarse en estas decisiones cotidianas.
Ejercicio: motor de longevidad y salud cerebral
Dentro de los factores modificables, el ejercicio físico es central. Patrick lo describe como “el milagro que no se puede encapsular en una pastilla”. La evidencia científica confirma que la capacidad cardiorrespiratoria es uno de los mejores predictores de longevidad. Individuos con alta capacidad cardiorrespiratoria viven, en promedio, cinco años más que aquellos con niveles bajos y presentan un 80% menos de riesgo de muerte por enfermedades cardiovasculares, cáncer o respiratorias.
Un estudio clásico citado por Patrick, el Dallas Bed Rest Study, demostró que tres semanas de reposo absoluto deterioran la capacidad cardiorrespiratoria más que treinta años de envejecimiento. Este deterioro, sin embargo, puede revertirse con la reanudación de la actividad física.
La experta recomienda entrenamientos de alta intensidad, como el “Norwegian four by four”: cuatro minutos de ejercicio vigoroso al 80% de la frecuencia cardíaca máxima, seguidos de cuatro minutos de recuperación y repetidos cuatro veces. Este tipo de protocolo mejora la función cardiorrespiratoria, y al mismo tiempo, según estudios, puede rejuvenecer el corazón en veinte años.
“Es increíble que puedas tomar a una persona de cincuenta años, incluirla en un programa de entrenamiento de dos años y su corazón se parezca al de una de treinta”, destacó Patrick en la entrevista.
El ejercicio, además, influye directamente sobre el cerebro. Desde los cincuenta años, el hipocampo disminuye su volumen entre 1% y 2% cada año, pero un año de entrenamiento aeróbico puede incrementar el volumen del hipocampo en ese mismo rango y favorecer la plasticidad cerebral.
Micronutrientes y suplementos: aliados de la prevención
La vitamina D, el magnesio, los ácidos grasos omega-3 y la creatina ocupan un lugar relevante en la prevención del deterioro cognitivo y enfermedades crónicas. Patrick advirtió que un 70% de la población de Estados Unidos tiene niveles insuficientes de vitamina D, situación relacionada con un mayor riesgo de demencia. La suplementación puede reducir ese riesgo en un 40%.
El magnesio, por su parte, es esencial en más de trescientas reacciones enzimáticas, reparación del ADN y producción de energía. Alrededor del 50% de la población estadounidense no alcanza los niveles requeridos; esto se asocia a un 24% más de riesgo de cáncer de páncreas por cada cien miligramos de déficit y una mortalidad total un 40% mayor en quienes tienen los niveles más bajos.
Respecto a los omega-3, Patrick destacó que un índice bajo es tan perjudicial como fumar. Un estudio de Harvard identificó la ausencia de pescado en la dieta entre las principales causas prevenibles de mortalidad. Mantener un índice alto (80% o más) puede añadir cinco años de vida y reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y cognitivas. Se recomienda consumir pescado azul o suplementos de aceite de pescado o microalgas, que además evitan la exposición a mercurio y microplásticos.
La creatina reveló su impacto en el rendimiento cognitivo, principalmente en condiciones de estrés o falta de sueño. “La suplementación con creatina puede mejorar el rendimiento cognitivo incluso bajo privación de sueño”, señaló Patrick. Dosis de diez gramos al día elevaron los niveles cerebrales y mejoraron la cognición en estudios recientes. Un trabajo publicado en 2025 con veinticinco mil participantes mostró que aumentar ligeramente el consumo de creatina se asoció con una disminución del 14% en el riesgo de cáncer.
Dieta, ayuno y salud metabólica
La alimentación mantiene un papel clave. Patrick resaltó las ventajas de la dieta cetogénica y el ayuno intermitente para la salud cerebral y metabólica. La cetosis, un estado en el que el cuerpo utiliza la grasa como principal fuente de energía y produce cuerpos cetónicos, favorece la función neuronal y estimula la creación de nuevas neuronas.
El ayuno intermitente, que restringe la ventana de alimentación a ocho o diez horas diarias, activa la autofagia, proceso de reparación celular. Estudios mostraron mejoras en la regulación de la glucosa y la presión arterial con ayunos de dieciséis horas, incluso sin reducción en las calorías.
Para estimular la autofagia, Patrick recomienda ayunos de catorce a dieciséis horas, acompañados de ingesta adecuada de proteínas y entrenamiento de fuerza para preservar la masa muscular.
Sueño, exposición ambiental y terapias emergentes
Dormir bien es fundamental para eliminar desechos cerebrales, como las placas amiloides vinculadas al Alzheimer, mediante la activación del sistema glinfático. La falta de sueño eleva el riesgo de demencia.
La exposición a microplásticos, pesticidas y disruptores endocrinos como el BPA representa una amenaza. El uso habitual de envases plásticos, latas y tazas desechables incrementa el riesgo de ingestión de estas sustancias, asociadas a desequilibrios hormonales y enfermedades neurodegenerativas. Consumir fibra soluble puede reducir la absorción intestinal de microplásticos.
Además, la utilización regular de saunas tradicionales y la terapia de luz roja se vinculó a beneficios en salud cardiovascular, mejora en la depresión y en la calidad del sueño. Sesiones frecuentes de sauna disminuyen la mortalidad cardiovascular en un 50% y la mortalidad total en un 40%.
Mitos frecuentes y claves prácticas
La relación entre creatina y caída de cabello carece de respaldo científico actual, según Patrick. La especialista señala que el consumo de proteínas posterior al ejercicio no requiere ser inmediato; la clave está en alcanzar la cantidad diaria recomendada (1,2 a 1,6 gramos por kilo de peso) y combinarla con entrenamiento de fuerza.
Para mujeres embarazadas, la colina —presente en la yema de huevo— resulta esencial para el desarrollo cerebral fetal. Su suplementación se asocia a mejores resultados cognitivos en los hijos.
Decisiones informadas y prevención: una vida larga y plena al alcance
La Dra. Rhonda Patrick insiste en que la prevención y la toma de decisiones informadas son la mejor inversión para la salud futura. Sostiene que “la prevención siempre es lo mejor”. Cambios sencillos y sostenidos —como moverse más, optimizar micronutrientes, priorizar el sueño y limitar la exposición a tóxicos— pueden significar décadas adicionales de vida saludable e independiente.
Para la experta, el envejecimiento no es un destino ineludible, sino un proceso que en gran medida depende de cada uno. La ciencia confirma que apostar por la prevención y la acción consciente puede transformar la última etapa de la vida.