Con la llegada de las vacaciones de invierno, muchas familias buscan maneras de entretener a niños y adolescentes durante los días sin clases. Pero más allá del descanso, el receso escolar puede convertirse en una oportunidad concreta para introducir rutinas activas y reducir el uso excesivo de pantallas.
Frente al avance del sedentarismo infantil, especialistas advirtieron sobre los riesgos de permanecer tantas horas frente a dispositivos digitales y proponen estrategias cotidianas para promover el movimiento.
Es que según el último sondeo del Ministerio de Salud de la Nación (2023), más del 30% de los niños y adolescentes de entre 5 y 17 años presentan sobrepeso u obesidad. A su vez, se estima que pasan en promedio tres horas diarias frente a algún tipo de pantalla, lo que refuerza la inactividad física. Esta combinación —advertida por organizaciones científicas y organismos internacionales— incrementa el riesgo de enfermedades cardiovasculares, metabólicas y trastornos de salud mental en etapas tempranas de la vida.
Una pausa ideal para generar nuevos hábitos
Frente a este panorama, la Federación Argentina de Cardiología (FAC) lanzó una campaña nacional con un mensaje directo para las familias: aprovechar las vacaciones de invierno para “pasar a la acción” y dedicar al menos 60 minutos diarios a una actividad física lúdica o deportiva con los hijos. La meta es romper el sedentarismo con propuestas accesibles y compartidas.
“El objetivo es sencillo: pasar a la acción y dedicar solamente 60 minutos del día a desarrollar alguna acción lúdica o deportiva con los hijos”, señaló la FAC en un comunicado oficial. Para la entidad, el receso invernal representa un momento estratégico para “cambiar el entorno” y construir hábitos saludables con impacto a largo plazo.
De las pantallas al movimiento: por qué es urgente
“El sedentarismo y el uso excesivo de pantallas en niños y adolescentes juegan un papel fundamental en el desarrollo de múltiples problemas de salud física, mental y social”, advirtió a Infobae la médica pediatra especialista en usos y efectos de las tecnologías de información y comunicación en niños y adolescentes y presidente de la Subcomisión de Tecnologías de Información y Comunicación (TICs) de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), Silvina Pedrouzo (MN 86.397).
Para ella, “el tiempo de uso de pantallas equivale a permanecer sentado por largos períodos, con malas posturas o posturas estáticas. Esto genera inactividad física y favorece el sobrepeso, la obesidad y alteraciones cardiometabólicas”.
A nivel emocional, Pedrouzo alertó que el uso prolongado de dispositivos “reduce también las interacciones con otras personas, desencadena problemas de salud mental asociados al aislamiento y la comparación excesiva, y afecta la capacidad de interacción social y el desarrollo psicomotor”. Además, “la emisión de luz azul de las pantallas afecta el sueño y altera los ritmos biológicos”.
En esa misma línea, la cardióloga pediátrica Celeste López (MP 4326), integrante de la FAC, consultada por este medio que “el sedentarismo o el comportamiento sedentario es aquello que se hace pasando mucho tiempo sentado frente a una pantalla, un televisor o un juego. Eso lleva al menor gasto energético por parte del cuerpo”.
El rol de las familias: guiar con el ejemplo
Frente a este contexto, ambas especialistas coincidieron en destacar el papel activo que deben asumir los adultos en el hogar. “Nuestro ejemplo es poderoso: si nos movemos, nuestros hijos nos imitarán”, afirmó López. “Esto implica también ejercer un control consciente sobre el uso de pantallas. Establecer límites claros y promover actividades alternativas al tiempo frente a estos dispositivos”, agregó.
Aprovechar el auge de las redes sociales puede convertirse en una herramienta inicial: “Un buen camino para comenzar este cambio es sumarse al entorno de los niños y adolescentes y desafiarlos con algún baile de TikTok. Pero luego continuar esta actividad complementaria con juegos de pelota, caminatas, salir a andar en bicicleta. Estas acciones no solo cuidan el corazón de nuestros hijos, sino que los preparan para un futuro más sano, activo y feliz”, expresó la cardióloga.
Desde el punto de vista de Pedrouzo, “la adopción de hábitos saludables a nivel familiar es crucial para garantizar el bienestar psicofísico de todos sus integrantes”. Entre sus sugerencias, propuso planificar actividades al aire libre, establecer zonas y momentos sin pantallas (por ejemplo, durante las comidas o una hora antes de dormir), fomentar juegos físicos y no estructurados, y escuchar las motivaciones de cada niño. “Lo más importante es que como adultos seamos un ejemplo a seguir activo”, remarcó.
Actividad física: beneficios inmediatos y a largo plazo
Tanto López como Pedrouzo coincidieron en que los beneficios del movimiento son amplios y multisistémicos. “La actividad física regular en niños y adolescentes ofrece muchos beneficios. Contribuye a un mejor estado de salud cardiovascular, pulmonar y músculo-esquelético. Genera músculos más fuertes, huesos más resistentes y ayuda a controlar el peso corporal”, describió la cardióloga.
Además, sostuvo que el ejercicio mejora la coordinación, la fuerza, la flexibilidad y la estabilidad, y tiene un fuerte impacto en la salud mental: “Reduce el estrés, la ansiedad, mejora la concentración, disminuye la depresión, aumenta la autoestima y mejora la calidad del sueño”.
También subrayó la dimensión cognitiva del ejercicio: “Se demostró que mejora la concentración, la memoria y el rendimiento académico. No es que un chico vaya a ser más inteligente, pero con la liberación de hormonas y metabolitos que se generan cuando uno hace actividad física, se facilita una mejor capacidad de atención”.
A mediano y largo plazo, los beneficios son preventivos. “Si se generan hábitos de actividad física sostenidos en el tiempo, se disminuyen enfermedades metabólicas, arteriosclerosis, hipertensión y riesgos cardiovasculares en la adultez”, concluyó.
Estrategias para poner en práctica en casa
En el contexto de vacaciones, Pedrouzo propuso acciones concretas y accesibles. Algunas de ellas incluyen: “Planificar caminatas, excursiones o deportes en familia, promover juegos como saltar a la soga o bailar, establecer rutinas de sueño y alimentación equilibrada, y generar momentos de conexión sin pantallas”.
Además, recomendó no centrar el foco en el rendimiento: “Celebrar el esfuerzo por sobre el resultado es clave para que el movimiento se viva como disfrute y no como obligación”. También sugirió adaptar las propuestas a los gustos e intereses de cada chico o chica: “Escuchar y acompañar sus motivaciones es más efectivo que imponer actividades que no disfrutan”.
Por su parte, López reforzó la idea de involucrar a los chicos en las tareas del hogar: “Si bien no son actividades de intensidad moderada, son opciones que permiten moverse y salir del sedentarismo. Tender la cama, poner la mesa, pasear al perro, hacer jardinería, todas generan hábitos saludables desde edades tempranas”.
También propuso una estrategia familiar integradora: “Crear retos familiares, como hacer algún baile o competencia de pasos diarios, puede sumar a todos los miembros del hogar y fortalecer vínculos intergeneracionales”.
Qué actividad para cada edad
Sobre el final, Pedrouzo señaló que la actividad física debe adaptarse a cada etapa del desarrollo:
- De 2 a 5 años: juegos libres, correr, trepar, explorar, bailar.
- De 6 a 11 años: bicicleta, patineta, caminatas, juegos grupales, deportes recreativos.
- Desde los 12 años: deportes organizados, entrenamiento funcional, yoga, caminatas o salidas con amigos.
Para los más pequeños, incluso los menores de un año, López sugirió “juegos de estimulación, movimiento guiado, sonajeros, acompañar al bebé mientras salta o gira”. Y aclaró que los niños con discapacidad también deben ser incluidos: “Todos los chicos, más allá de sus condiciones, necesitan moverse. Adaptar las actividades, hacerlas graduales y con control médico es parte de la inclusión activa”.
Una hora por día puede cambiarlo todo
Desde la Federación Argentina de Cardiología subrayaron que con sólo 60 minutos diarios de movimiento, las familias pueden construir un entorno más sano e inclusivo. “Estas condiciones, como la baja autoestima o incluso hasta la depresión, históricamente estaban asociadas a la adultez. Ahora se observan con una preocupante frecuencia en poblaciones más jóvenes”, alertó López.
Romper con el sedentarismo no requiere grandes recursos ni inscripciones a actividades costosas. Implica planificación, acompañamiento y disposición para cambiar rutinas. Las vacaciones, lejos de ser un período pasivo, pueden transformarse en el punto de partida para una infancia más activa y saludable.