Proteger a la infancia no es un gesto filantrópico ni una declaración de buenas intenciones. Es una decisión política, una toma de partido y un lugar ético desde donde habitar el mundo. La palabra “defender” proviene del latín “defendere”, que originalmente significaba “rechazar, alejar” a un enemigo. Luego derivó en la acción de proteger o salvaguardar a alguien o algo.
Defender implica ponerse en medio: entre la violencia en todas sus formas y quien puede sufrirla, entre la amenaza o el daño y quien merece crecer sin miedo.
Hoy, más del 57 % de las niñas, niños y adolescentes en Argentina vive en la pobreza, y el 65 % sufre carencias múltiples: acceso desigual a salud, educación, vivienda, protección y juego.
Las violencias se diversifican: hay vidas atravesadas por el maltrato, la violencia sexual, el racismo, la discriminación hacia personas con discapacidad, la violencia digital, la trata, los consumos problemáticos y la falta de cuidados parentales.
La deuda del Estado con quienes transitaron estas violencias es extrema: no solo por la falta de reparación, sino por la ausencia de políticas públicas sostenidas que los acompañen en sus procesos vitales.
Frente a este escenario, es urgente construir una institucionalidad robusta que no se limite a intervenir después del daño, sino que prevenga, acompañe y repare. Una institucionalidad que escuche, que incomode cuando sea necesario, y que no le tema a la verdad ni al conflicto. Y que abra espacio a la voz de la infancia, no como testimonio decorativo, sino como palabra viva, activa y transformadora.
Esa tarea no puede llevarse adelante sin las organizaciones que acompañan, denuncian y sostienen. Las redes de protección de la sociedad civil, formadas por profesionales, activistas y sobrevivientes, han sido clave para visibilizar estas violencias, incidir en políticas públicas y garantizar que las voces de bebés, niñas, niños y adolescentes no queden silenciadas.
Por eso, la figura de la Defensoría de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes ocupa un lugar clave. Aunque la ley que la crea fue sancionada hace veinte años, la primera designación llegó recién en 2019.
Desde entonces, se han dado pasos importantes pero también insuficientes para lograr presencia territorial, proyección internacional y legitimidad pública. La Defensoría necesita un salto cualitativo que le permita ser más que un órgano administrativo: debe ser una herramienta viva de transformación social.
Este año, Argentina tiene la oportunidad de renovar ese compromiso. Está en marcha el proceso para elegir a la próxima persona titular de la Defensoría Nacional. Lo que está en juego es una decisión institucional y ética: cómo queremos cuidar a nuestras infancias, qué lugar ocupan en la agenda pública, y qué tipo de sociedad decidimos construir.
La infancia no es un grupo etario ni un sector: es el fundamento mismo de una nación.Y defenderla no puede quedar al margen de los grandes debates democráticos.
Es fundamental que todos los sectores —políticos, sociales, académicos, judiciales, comunitarios y mediáticos— se involucren con genuino compromiso en este proceso.
Porque la infancia no es una coyuntura: la infancia es para siempre, porque no solo habita el presente: nos forma, nos define y nos acompaña toda la vida.
Por eso su voz debe ser escuchada, protegida y puesta en el centro de la agenda pública.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.