Aunque el Parkinson es comúnmente identificado por los temblores, esta enfermedad neurodegenerativa implica mucho más que síntomas visibles. Según detalla un número especial de Very Well, afecta a más de un millón de personas solo en Estados Unidos y todavía está rodeada de mitos y desinformación.
Su impacto puede variar notablemente entre pacientes y se manifiesta tanto en el plano físico como en el emocional. A continuación, 10 datos esenciales sobre esta enfermedad explicados por expertos en la edición especial Very Well:
1. La enfermedad de Parkinson no tiene cura
La enfermedad es progresiva, crónica e incurable. Aunque se lograron importantes avances en la investigación, aún no existe un tratamiento capaz de detener o revertir el daño que provoca en el sistema nervioso. Lo que sí se consiguió es desarrollar terapias eficaces para aliviar los síntomas, mejorar la movilidad y prolongar la autonomía de los pacientes.
Medicamentos como la levodopa (Sinemet) compensan la pérdida de dopamina, el neurotransmisor cuya disminución caracteriza el avance de la enfermedad. También se emplean terapias físicas, ocupacionales y, en algunos casos, la estimulación cerebral profunda para afrontar el deterioro funcional. No obstante, el diagnóstico implica una realidad inevitable: la evolución del cuadro clínico continuará.
2. Un diagnóstico no es una sentencia de muerte
Pese a su carácter progresivo, el Parkinson no reduce drásticamente la esperanza de vida en la mayoría de los casos. Las personas diagnosticadas que conservan sus capacidades cognitivas pueden vivir durante décadas con una calidad de vida aceptable.
La detección temprana, el acceso a tratamientos adecuados y el apoyo del entorno son factores clave. Muchos pacientes continúan trabajando, viajando y realizando actividades cotidianas durante años. Aunque ciertas funciones pueden deteriorarse, el diagnóstico no supone un fin inmediato, sino un proceso de adaptación.
3. Cada caso es distinto
Uno de los principales desafíos en el tratamiento del Parkinson es su diversidad clínica: no existe una forma “estándar” de la enfermedad. Dos personas con el mismo diagnóstico pueden evolucionar de manera completamente diferente. Algunos presentan temblores visibles; otros, jamás.
Otras personas tienen síntomas motores leves, pero padecen ansiedad o alucinaciones; otros, una progresión lenta durante años. Esta variabilidad requiere un abordaje personalizado desde lo médico, y también desde lo psicológico, social y familiar. Por eso, hablar genéricamente de “pacientes con Parkinson” puede resultar engañoso.
4. Síntomas no motores: invisibles, pero debilitantes
Aunque los efectos visibles del Parkinson son los más conocidos, los síntomas no motores afectan profundamente la calidad de vida. Entre los más frecuentes figuran el insomnio, la depresión, la pérdida de olfato, la fatiga extrema, la ansiedad, el estreñimiento y los trastornos del habla.
También pueden presentarse alucinaciones, hipotensión, problemas urinarios o la llamada “cara de máscara”, que limita las expresiones faciales. Estos síntomas suelen ser malinterpretados por el entorno, lo que complica aún más la convivencia.
5. Señales tempranas poco reconocidas
Los primeros indicios de Parkinson pueden manifestarse años antes de los síntomas motores y pasar desapercibidos. Entre ellos, la pérdida de olfato, los cambios en la escritura (más pequeña o apretada), una voz más baja o el arrastre de un pie al caminar. Estos signos, al parecer menores, suelen atribuirse al envejecimiento.
Sin embargo, reconocerlos es esencial para un diagnóstico precoz y el inicio oportuno del tratamiento, lo que permite ralentizar el daño neurológico y preservar capacidades funcionales.
6. Ejercicio: parte esencial del tratamiento
Está demostrado que la actividad física regular tiene un impacto positivo en la evolución del Parkinson. Mejora la movilidad, la coordinación y estimula la producción de neurotransmisores como la dopamina, favoreciendo la plasticidad cerebral.
Actividades como caminatas, natación, yoga o ciclismo, adaptadas a cada persona, contribuyen a mantener la independencia y reducir el riesgo de caídas. Además, disminuyen la ansiedad y mejoran el sueño. El ejercicio es una herramienta terapéutica fundamental dentro de los planes de tratamiento actuales.
7. Relación estrecha entre Parkinson y depresión
Un aspecto menos comprendido del Parkinson es su fuerte vínculo con la depresión. Entre el 40% y el 50% de los pacientes desarrollan depresión clínica, en algunos casos incluso antes del diagnóstico. Esto se debe a factores biológicos —como la disminución de dopamina y serotonina—, y al impacto emocional del deterioro progresivo.
En estos casos, la depresión es un síntoma directo de la enfermedad, no solo una respuesta emocional. Por eso, debe abordarse con tratamientos específicos y sin minimizar su gravedad.
8. No todos los pacientes presentan temblores
A pesar de ser el síntoma más conocido, hasta un 30% de las personas con Parkinson no desarrollan temblores. En estos casos predominan la rigidez muscular, la lentitud de movimientos o los problemas de equilibrio.
La ausencia de temblores puede retrasar el diagnóstico, al asumirse erróneamente que son indispensables para confirmar la enfermedad. Algunos estudios también sugieren que estos pacientes podrían tener una evolución más rápida o más severa. Por eso, el diagnóstico debe basarse en una evaluación integral, no solo en signos visibles.
9. Cinco etapas clínicas del Parkinson
La progresión del Parkinson se divide clínicamente en cinco etapas. En la fase 1, los síntomas son leves y afectan un solo lado del cuerpo. En la fase 2, impactan ambos lados, con rigidez y alteraciones posturales. En la fase 3, se compromete el equilibrio y se dificulta realizar tareas cotidianas.
La fase 4 implica una pérdida severa de autonomía, con necesidad de ayuda para funciones básicas. Finalmente, en la fase 5, el paciente suele requerir cuidados constantes, con confinamiento a la cama o silla de ruedas. Esta clasificación permite anticipar necesidades, aunque cada caso evoluciona de forma distinta.
10. El origen: pérdida de dopamina en la sustancia negra
El origen biológico del Parkinson está en la degeneración de neuronas ubicadas en la sustancia negra, una región cerebral que produce dopamina. Esta sustancia química regula el movimiento, el estado de ánimo y funciones cognitivas.
La muerte o mal funcionamiento de estas neuronas genera un déficit de dopamina que impide la correcta comunicación entre el cerebro y los músculos, provocando los síntomas característicos. Por ello, muchos tratamientos buscan restaurar —aunque parcialmente— los niveles de dopamina o replicar su acción.