La relación entre el sentido del olfato y la salud cerebral ganó protagonismo en los últimos años. Según New Scientist, la pérdida del olfato no solo anticipa enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer y el párkinson, sino que también puede predecir la mortalidad en la mediana edad.
Ahora, estudios recientes sugieren que ejercitar este sentido de forma regular puede reducir, e incluso revertir, el deterioro cognitivo asociado al envejecimiento.
En particular, el entrenamiento olfativo se presenta como una estrategia sencilla y accesible para preservar la agudez mental y mejorar la calidad de vida, en especial tras el aumento de casos de disfunción olfativa a raíz de la pandemia de COVID-19.
El olfato y su vínculo con enfermedades neurodegenerativas
La disminución en la capacidad para detectar olores ha sido vista durante mucho tiempo como una consecuencia inevitable del envejecimiento. Sin embargo, investigaciones recientes han revelado que este deterioro sensorial está vinculado con más de cien afecciones, incluidas la esclerosis múltiple, el alzhéimer, la enfermedad de Parkinson y la depresión.
Michael Leon, neurobiólogo de la Universidad de California en Irvine, aseguró a New Scientist que “al llegar a la mediana edad, la mortalidad por cualquier causa se puede predecir mediante la capacidad olfativa”.
Diversos estudios demostraron que la disfunción olfativa no solo acompaña a patologías neurológicas, sino que puede precederlas. Esta evidencia convierte a las pruebas olfativas en herramientas potencialmente útiles para la detección temprana de enfermedades como la demencia.
El mito de un olfato humano débil: una revisión científica
Durante más de un siglo se asumió que el olfato humano era débil comparado con el de otros mamíferos. Esta percepción se remonta al siglo XIX, cuando el neuroanatomista Paul Broca clasificó a los humanos como “anosmáticos”. No obstante, investigaciones modernas han desmentido esta idea.
Anna Oleszkiewicz, psicóloga de la Universidad de Breslavia, apuntó que el olfato “siempre se considera el sentido menos importante”, lo que ha llevado a su descuido sistemático.
En 2014, un estudio de la Universidad Rockefeller en Nueva York estimó que una persona promedio puede diferenciar hasta un billón de olores, una cifra muy superior a la estimación tradicional de 10.000.
Disfunción olfativa: prevalencia y aumento con la edad
La prevalencia de la disfunción olfativa varía según el país. Un estudio realizado en Estados Unidos antes de la pandemia halló que poco más del 12% de la población presentaba deterioro olfativo. En Suecia, una investigación similar situó la cifra en 19%. Ambos coinciden en que la incidencia de la pérdida del olfato se incrementa con la edad, lo que convierte a este sentido en un marcador importante del envejecimiento saludable.
La pandemia de COVID-19 puso en primer plano este fenómeno, al afectar a millones de personas con pérdida olfativa temporal o permanente. Esta realidad resalta la necesidad de conservar y ejercitar este sentido, tanto por su impacto funcional como por su vínculo con la salud cerebral.
La pérdida del olfato tiene consecuencias que trascienden la percepción sensorial. Chrissi Kelly, quien lo perdió en 2012 tras una sinusitis, describió la experiencia como estar “encerrado en una burbuja”. Cayó en una “depresión profunda”, una reacción que no es inusual entre quienes sufren daño olfativo. La investigación de Thomas Hummel, de la Universidad Tecnológica de Dresde, mostró que existe una relación directa entre la capacidad olfativa y los síntomas depresivos: al mejorar el olfato, también mejora el estado de ánimo.
El sentido del olfato influye en el sabor de los alimentos y la conexión con el entorno. Su pérdida puede llevar a una disminución en la calidad de vida y un mayor aislamiento social, al afectar la memoria sensorial y la experiencia emocional.
Varios estudios demostró que la capacidad olfativa está relacionada con el desempeño cognitivo. El estudio LIFE, realizado en Leipzig entre 2011 y 2014, evaluó a unas 7.000 personas adultas y detectó que quienes tenían un olfato más débil obtenían peores resultados en pruebas de fluidez verbal, atención, memoria y aprendizaje, incluso al controlar por edad y nivel educativo.
En 2021, un grupo de psicólogos de la Universidad Estatal de San Diego concluyó que los resultados en pruebas olfativas predecían con mayor precisión el desarrollo de deterioro cognitivo leve o alzhéimer que el tradicional Mini Examen del Estado Mental.
El papel del olfato en la estimulación cerebral y la inflamación
A diferencia de otros sentidos, el sistema olfativo tiene una conexión directa con áreas cerebrales clave para la memoria y las emociones. David Vance, psicólogo de la Universidad de Alabama en Birmingham, explicó que este sistema cuenta con una “autopista” hacia los centros cerebrales que regulan estas funciones.
La disfunción olfativa se asocia con una reducción de la materia gris en regiones como el bulbo olfatorio, la corteza orbitofrontal y el hipocampo. Además, puede contribuir a la inflamación crónica, un factor de riesgo para el desarrollo del alzhéimer. Estudios liderados por Mats Olsson, del Instituto Karolinska, encontraron que los olores desagradables aumentan la inflamación, mientras que los aromas agradables, como el eucalipto, la lavanda y los cítricos, la reducen.
Evidencia del entrenamiento olfativo
El entrenamiento olfativo implica la exposición diaria a aromas como clavo, eucalipto, rosa y limón durante unos minutos. En 2009, Thomas Hummel demostró que personas con disfunción olfativa que realizaron este entrenamiento durante 12 semanas mejoraron su sensibilidad olfativa. Más del 70% de quienes continuaron durante 56 semanas mostraron mejoras significativas.
Este tipo de práctica no solo ayuda a recuperar el olfato, sino que también puede ralentizar o revertir signos de deterioro cognitivo. Según una revisión dirigida por David Vance, basada en 18 ensayos clínicos, algunos estudios evidenciaron cambios estructurales en el cerebro, como el crecimiento del hipocampo.
En un ensayo clínico, Michael Leon utilizó un dispositivo llamado Memory Air, que libera 40 aromas diferentes mientras el usuario duerme. El estudio, con 43 personas de entre 60 y 85 años, reveló una mejora del 226% en la memoria verbal tras seis meses de uso nocturno.