Volodímir Zelensky redobló esta semana su ofensiva diplomática para encontrar un terreno neutral donde iniciar conversaciones directas con el Kremlin. En un discurso nocturno, el presidente ucraniano dijo que Turquía, los estados del Golfo Pérsico o algunos países europeos podrían acoger una reunión con Vladímir Putin, en lo que sería el primer intento formal de diálogo directo desde 2022.
“Esta semana habrá contactos con Turquía, contactos con los estados del Golfo y con estados europeos que podrían acoger conversaciones con los rusos”, declaró Zelensky. El anuncio se produjo mientras su jefe de gabinete, Andriy Yermak, viajaba a Qatar acompañado del jefe del consejo de seguridad nacional de Ucrania para reunirse con el ministro de Defensa de ese país, una señal de que Kiev busca apoyos más allá de sus socios tradicionales en Occidente.
La declaración abre un abanico de posibilidades diplomáticas, aunque ninguna con un horizonte claro. Turquía ha actuado antes como mediador en los acuerdos de exportación de grano del Mar Negro; Qatar se ha posicionado como un interlocutor útil en varios conflictos regionales, y algunas capitales europeas han ofrecido discretamente su respaldo a un proceso de paz. Pero el contexto de la guerra complica cualquier intento: Moscú sigue sin mostrar disposición genuina para negociar.
Zelensky subrayó que el futuro de estas conversaciones depende en gran medida de la coordinación con sus aliados occidentales, especialmente Estados Unidos. Dijo que había discutido con el enviado estadounidense Keith Kellogg la necesidad de garantizar que “los líderes mundiales, sobre todo Estados Unidos, presionen a Rusia”. El presidente no dejó dudas: “Rusia sólo está dando señales de que va a seguir evitando negociaciones reales. Esto solo puede cambiar con fuertes sanciones, fuertes aranceles, una presión real”.
Desde Moscú, la respuesta fue previsible. Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores ruso, declaró que “no hay ninguna reunión planeada” entre Putin y Zelensky. Según Lavrov, “Putin está dispuesto a reunirse con Zelensky cuando la agenda esté preparada para una cumbre. Y esta agenda no está preparada en absoluto”. La formulación, que se ha convertido en un recurso habitual del Kremlin, diluye cualquier expectativa y traslada la carga a Ucrania, a la que acusa de rechazar sus propuestas.
Lavrov incluso acusó a Kiev de inflexibilidad absoluta: “Zelensky dijo ‘no a todo’. Incluso dijo ‘no’ a eliminar leyes que prohíben el idioma ruso. ¿Cómo podemos reunirnos con alguien que pretende ser un líder?”, afirmó. Con esas palabras, Moscú intenta reforzar su narrativa de ilegitimidad, presentando al presidente ucraniano como un obstáculo más que como un interlocutor válido.
La mención de Turquía no es casual. El presidente Recep Tayyip Erdogan ha intentado presentarse como mediador desde el inicio de la invasión, con cierto éxito en acuerdos puntuales. Su relación relativamente equilibrada con Moscú y Kiev lo convierte en un anfitrión plausible, aunque limitado por la presión de la OTAN y su propia agenda interna. El Golfo, por su parte, ofrece una plataforma alternativa: naciones como Qatar o Emiratos Árabes Unidos han cultivado relaciones tanto con Occidente como con Rusia, y podrían aportar un espacio más flexible para sentar a las partes.
Europa también aparece como una opción, aunque más cargada políticamente. Cualquier país europeo que acoja una reunión se convertiría en símbolo, y por eso Moscú desconfía de la UE como mediadora. Aun así, Zelensky ha dejado claro que busca aprovechar todas las puertas posibles, consciente de que la fatiga de guerra empieza a calar en algunas capitales.
Las posiciones siguen, sin embargo, en las antípodas. Ucrania exige la retirada completa de las tropas rusas, el retorno de los prisioneros de guerra, justicia por los crímenes cometidos y garantías de seguridad sólidas que impidan nuevas agresiones. Rusia, en cambio, ha hecho de la secesión territorial su condición esencial: exige que se reconozca como suyo el control sobre Crimea y sobre las regiones de Donetsk, Lugansk, Zaporizhzhia y Kherson, anexadas ilegalmente en 2022. A esto añade la exigencia de que Ucrania renuncie de forma permanente a entrar en la OTAN, un punto que en la práctica busca blindar la esfera de influencia rusa. Otros reclamos, como el estatus del idioma ruso, aparecen como demandas accesorias frente a lo que en realidad implica la subordinación estratégica y territorial de Kiev.
El historial de negociaciones dista de ser prometedor. Desde las rondas en Bielorrusia y Turquía en 2022 hasta el borrador de Estambul, las propuestas se toparon con la ofensiva militar rusa y su insistencia en imponer condiciones inaceptables. La cumbre de febrero de 2025 en Arabia Saudita —celebrada entre Moscú y Washington sin la participación directa de Kiev— subrayó hasta qué punto Rusia busca dialogar exclusivamente con potencias, relegando a Ucrania a un segundo plano. Esa tendencia se acentuó en agosto, durante la inédita reunión entre Donald Trump y Vladímir Putin en Alaska, que terminó sin acuerdo.
Para Zelensky, insistir en nuevas sedes es una forma de contrarrestar esa lógica. Kiev no solo combate en el frente militar; libra también una batalla diplomática por mantener la guerra en la agenda internacional y por demostrar que no se cierra a la paz. La imagen de un líder dispuesto a negociar contrasta con la de un Kremlin que rehúye cualquier compromiso.