
Cuando el cineasta estadounidense Jon M. Chu rodó en 2023 Wicked y Wicked: Parte II, el auge de la ultraderecha y el populismo ya marcaba el clima global. En noviembre del año pasado, cuando se estrenó la primera parte del musical, Donald Trump acababa de volver al poder en Estados Unidos, coincidiendo con un estreno, que pese a ser una colorida cinta, dejaba (mucho) espacio para la crítica y la lectura supremacista. Un año después, la película, si cabe, es aún más terriblemente actual. “La verdad no es una cuestión de hechos o razón. La verdad es simplemente aquello en lo que todos están de acuerdo”, dice el Mago en el Wicked original de Broadway, línea que también se replica en esta continuación que lleva Chu a la gran pantalla.
En realidad, Wicked: Parte II no es una secuela, sino el acto número dos de una obra que, en vez de los quince minutos de pausa tradicionales del teatro, ha llegado un año después. Con este cierre, Chu completa uno de los mayores espectáculos musicales de la milla de oro del género y reafirma las alegorías políticas sobre la verdad, el bien y el mal que ya planteaba la primera cinta. De nuevo, confirma a Cynthia Erivo y Ariana Grande como unas históricas Elphaba, la Bruja Mala del Oeste, y Glinda, la Buena.
En su última ocasión —o no: Chu ha afirmado que tiene ideas para rodar una tercera parte—, Wicked continúa durante dos horas y 17 minutos por donde se quedó su predecesora, dividida de igual forma que lo hace el musical original —y que desde el pasado octubre se puede ver en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid—. Sin embargo, esta vez se aleja del brilli-brilli y de los colores chillones para abrazar un tono más oscuro y mucho menos cómico, donde Elphaba (Erivo) se ha convertido completamente en la Bruja Mala. Exiliada y liderando la lucha por la libertad de los animales, intenta desesperadamente sacar a la luz la verdad sobre el Mago, mientras Glinda (Grande) ha sucumbido a la brillante maquinaria de propaganda del Mago de Oz (Jeff Goldblum), alimentada por Madame Morrible (Michelle Yeoh), ante unos habitantes que no cuestionan ningún tipo de realidad. A dar claridad entra el encantador Príncipe Fiyero (Jonathan Bailey), cuyo papel le obliga a navegar entre la lealtad a Oz y su cercanía con Elphaba.

Pero Wicked: Parte II se siente actual, precisamente, porque toca el auge del fascismo, la propaganda, la desinformación (las mal llamadas fake news) o la manipulación de las masas, un espejo de nuestro tiempo que a su vez es completamente atemporal. Las bases ya las planteaba la obra original de L. Frank Baum en 1900 y casi un siglo después fue reinterpretada por Gregory Maguire en Wicked: memorias de una bruja mala, que años más tarde inspiraría al exitoso musical de Stephen Schwartz y Winnie Holzman, en cartel en Broadway desde 2003.
Un tono más oscuro y mucho menos cómico
En la versión original, la película lleva por título Wicked: For Good, referencia directa a una de las canciones emblema del musical. “Un cambio para bien no necesariamente significa un cambio para mejor”, cantan las protagonistas en el tema final. Y nunca mejor dicho. Pese a que como ocurrió en el primer acto, la química entre Erivo y Grande vuelve a ser su mejor baza, en esta ocasión el acto final no sale tan redondo como lo fue el primero.
En primer lugar, por la falta de canciones memorables, pese a la que da título a la película. What Is This Feeling?, Dancing Through Life, Popular o Defying Gravity fueron una sucesión de pop perfection en su primera entrega, que en esta ocasión, y como también le ocurre al musical en directo, no tienen la misma fuerza. Para paliar esto, Chu recurre a dos temas originales, The Girl in the Bubble y There’s No Place Like Home, que buscan dar identidad propia al cierre. En segundo lugar, porque aunque el refrán dice que las segundas partes nunca son buenas, en este caso, resulta compleja. Especialmente su primera hora, porque pese a que la cinta continúa tan solo con un par de meses de diferencia respecto a su predecesora, se nota el cambio brusco de tono —y la gran ausencia de comedia—, y unos decorados que chocan con lo establecido en la primera. Al errático montaje también se le suman las numerosas elipsis que engloban las referencias a la novela original, que pasa de puntillas el camino que siguen los personajes de Dorothy —que no se le ve la cara en toda la cinta—, el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León Cobarde.

Aun con sus irregularidades, Wicked: Parte II funciona como cierre emocional y político de una historia que ha necesitado casi cinco horas de metraje para desplegarse por completo. Chu firma una película imperfectamente perfecta que dejará contentos a los fans del musical y quién sabe si con un sabor a Oscar para Grande, que ya estuvo nominada el año pasado como Mejor actriz de reparto, y su nombre ya está más que presente en las quinielas.
Pero incluso en sus tropiezos, Wicked: Parte II mantiene viva la pregunta que atraviesa todo Oz desde 1900: ¿quién decide qué es el bien, el mal, y qué ocurre cuando el miedo predomina? Lo más importante tal vez sea la amistad, igualmente imperfecta, de ambas protagonistas. En esa duda, es donde la película encuentra su verdadero poder.