El controlado brillo de los focos no aplaca la sinceridad de Wanda Nara. La actual empresaria y futura conductora de Masterchef Celebrity eligió hablar sin filtros sobre uno de los temas más discutidos bajo su nombre: las críticas a la exposición de sus hijos y la conciencia que tienen del dinero y su conducta diaria.
En una entrevista íntima con Grego Rosello, fue contundente a la hora de responder sobre la educación que le da a sus niños. “El que habla es porque no conoce a mis hijos. Yo te puedo asegurar que no existen nenes más educados, responsables, inteligentes… Nadie le va a decir a mis hijos ‘tu mamá es esto’. Ellos nacieron de mi panza. Valentino nació y viajaba conmigo para todos lados… Entonces, ¿quién le va a contar a mis hijos quién soy yo?”, soltó, casi en un susurro que pareció más desafío que pregunta.
El deseo de que sus hijos crezcan con los pies en la tierra acecha cada decisión. Wanda relató una anécdota que, para la mayoría, puede sonar trivial, pero para ella tiene un trasfondo profundo: “A mí me ha pasado de hacer cosas por ellos, por ejemplo viajar en economy. Mis hijos no conocían lo que era. Y dije ‘yo no quiero que el día de mañana mis hijos sientan que la felicidad única es esta y esto es la realidad, porque la realidad está atrás, esto es un lujo’”.
Wanda escuchó la consulta de Grego Rosello sobre cómo maneja el “tener todo” en la vida de sus hijos. Y respondió: “No, no tienen todo. Son superconscientes. Y me pasó cuando llegamos acá, me dicen: ‘No, porque el alfajor es carísimo, mamá, me lo llevo de casa’. Y es como que cuidan un montón. Sí, son reconcientes… Y ahora mucho más, porque me ven que estoy sola a cargo de todo y sobre todo los varones”.
El contraste entre el acceso y la administración de los “gustitos” resulta evidente. “Isabella vino el otro día: ‘Quiero el buzo del colegio’ —repasó la empresaria—. ‘Isabella, ya te lo compraste el año pasado, usalo, te sirve para dos años. Aparte, te lo compraste over’, le decía Coqui. Y ella decía: ‘No, pero yo quiero uno nuevo porque mi compañerita se lo compró nuevo y lo quiero nuevo’. ‘No, no, nuevo no, olvidate… Y no se lo comprés’, me decían los varones. ‘Es un montón, vale sesenta mil pesos, mamá, el buzo del colegio», insistían ellos. Son reconcientes”, describió.
Cuando la conversación viró hacia su propia infancia, brotó la nostalgia. Una foto familiar sirvió de puente. Wanda se reconoció junto a su hermana Zaira, su madre y su abuela. “Re laburantes. No sobraba nada, pero tampoco faltaba nada… No, nunca nos faltó nada, pero sí pasamos todo. Pasamos todas las crisis habidas y por haber que tuvo este país. Si me decís ‘si pudieras elegir no haberte ido’, yo me hubiera quedado acá”, reconoció.
Argentina se cuela en cada frase. “Y la verdad que no lo sufrí tanto porque siento que hoy tengo el lugar y estoy donde quería estar, yo quería que mis hijos vivan su adolescencia, su infancia en la Argentina. Para mí no hay como este país. La gente, la solidaridad… Y eso lo hablo en serio, porque hay un montón de todo lo malo, ya lo conocemos”, profundizó.
La calidez de lo cotidiano, el sabor del mate en ronda, las comidas improvisadas, la libertad de armar planes sin turnos ni agendas milimetradas… “Pero tenemos un montón de cosas buenas. Somos solidarios, se usa eso de ir a tomar mate. O sea, en Italia para juntarte a comer es como con turno. Imaginate que yo hasta en el dentista me olvido el turno y capaz me duele una muela”.
“Algunas de nuestras costumbres como el asado y volver a poner la carne que sobró a la parrilla no existe en el mundo, ¿entendés? Entonces, eso es increíble. Y cómo se los explicás a los chicos si no están acá. Yo se los decía y ellos no querían volver al principio, y Valentino fue el primero que se vino acá y no había manera de sacarlo. Me dijo ‘mamá, esto es lo más’”.
Más adelante, contó cómo sus hijos se fueron adaptando al país. “Y se olvidaron de todo. Me acuerdo que un día Franche me dice: ‘Yo quiero la mochila de Dolce & Gabbana’. Le digo ‘acá no hay Dolce & Gabbana’. Y Franche dice: ‘Bueno, entonces busquemos en Gucci’. Le digo ‘no hay Gucci, no hay Dolce & Gabbana, no hay nada. Pero te puedo asegurar que en dos meses no te vas a querer ir de acá’. Y es el día de hoy que vos decís ‘vamos’ y me dicen que no”.
Las palabras de Wanda dibujan el círculo perfecto entre infancia y maternidad. Del sacrificio aprendido con sus padres trabajadores a la reafirmación orgullosa de una crianza consciente, de la Argentina añorada a la realidad cotidiana de sus hijos. Nada sobra, nada falta—salvo, quizás, el tiempo suficiente para hacer entender que la felicidad, esa sí, no se compra ni se hereda.