El que llega a la entrevista no es Piñón Fijo, sino Fabián Gómez. El hombre detrás del personaje. Y no solo porque se encuentra desprovisto de su tradicional traje de payaso y el típico maquillaje que por más de tres décadas le permitió mantener la fantasía de los niños escondiendo sus rasgos, sino también porque viene dispuesto a abrir su corazón como nunca antes lo había hecho. Hubo un quiebre, tanto en su vida personal como en su carrera, cuando hace unos años tuvo el impulso de reclamar vía redes sociales que no podía ver a su nieta. Y sus hijos, Solcito y Jeremías, le respondieron por el mismo medio, dejando asociada a su nombre la palabra “maltrato”.

En aquel momento, todo pareció derrumbarse para este hombre oriundo de Deán Funes, Córdoba. Porque, hasta ese momento, solo se hablaba de su éxito. Ese que le había permitido desembarcar en la Capital Federal, ni más ni menos, que desde la pantalla de ElTrece. Y el que le había hecho batir récords de presentaciones con 57 Gran Rex y 19 Luna Park, además de sus interminables giras por el interior del país y algunas ciudades de Latinoamérica. Sin embargo, después de que se expusiera su conflicto familiar, todo se enrareció. Y, aunque todavía sigue sin querer dejar de lado al payaso para las fotos, ahora que el tiempo parece haber vuelto a poner las cosas en orden, acepta sincerarse con Infobae.

—Vuelve a la calle Corrientes: imagino que es una gran alegría para usted…

—Así es: de la mano de la gente de Supernova, que ha creído en nuestro proyecto, volvemos a casa. Arrancamos el 20 de julio en San Isidro, seguimos el 21 en Morón y, el 22 llegamos al Teatro Broadway. Para mí significa mucho el hecho de estar en Buenos Aires y retomar un poquito el vínculo, porque andaba medio perdido… Mejor dicho, estaba dando vueltas por el interior del país. Pero siempre tiene mucha mística y mucha épica actuar en la Capital Federal.

—Usted se había convertido en un clásico, casi imbatible.

—Son distintos estadíos. Y yo he aprendido a sacar lo mejor de cada uno. No me he quedado añorando esa etapa de muchísima exposición, sino que me he permitido disfrutar de otros matices. Y así, sin darme cuenta, pasaron 36 años de Piñón y 60 de vida.

El payaso regresa con su show a la calle Corrientes (Fotografía: Prensa)

—En este tiempo los chicos fueron cambiando y hay quienes piensan que es imposible competir contra una pantalla de celular. ¿Cómo se hace?

—No tengo la fórmula. Me acuerdo que cuando yo era un papá joven, de niños chiquititos, ya peleábamos contra otro tipo de pantalla como era la de la tele. Y nunca opté por prohibir, porque todo lo prohibido cobra un encanto especial, sino que traté de dar opciones y seducir con actividades que fueran más orgánicas. Esa fue mi apuesta.

—Convengamos que muchas veces es más fácil para los padres darles una pantalla a los chicos que ir a la plaza a jugar con una pelota…

—Es que, en realidad, es un problema de adultos más que de los niños. Pero bueno, los chicos pobrecitos son los destinatarios de nuestras decisiones. Y de las distintas escuelas de psicología que van cambiando el librito cada lustro y, cuando te dicen que esto no era tan así, tu hijo ya tiene 20 años.

—Más allá de la culpa que los psicólogos siempre hacen recaer en los padres, ¿usted es de hacer autocrítica?

—Sí, me mato todo el tiempo. Tengo la ventaja de que tengo 40 minutos por show, de maquillarme y mirarme al espejo. Y, en ese momento, hago mi propia terapia.

—Me pregunto si tiene alguna connotación esto de “esconderse” detrás del maquillaje…

—No. Y creo que el concepto tampoco es esconderse. En realidad, esto nació como un juego mágico, de hacer que el personaje sea el personaje. Si no hubiera sido un maquillaje, hubiera sido un traje de muñeco. Y a los chicos no les interesaría saber quién es el señor que se mete adentro. Es más, me ha pasado de ver a un papá o a una mamá diciéndole a su hijo: “¡Mirá, ese señor es Piñón!”. Y que el niño los mirara como diciendo: “Para mí no es”.

—¿Nunca le pasó que un chico lo identificara?

—Quizá alguno más grandecito y porque algún adulto se lo dijo antes. Los chicos no porque mantienen la fantasía. Pero insisto: no pasa por esconderme sino por mantener una dinámica de juego. Es una convención que nació espontáneamente en el primer cumpleaños que animé. Los papás me preguntaron si me quería pintar delante de los chicos o si necesitaba que me prestaran una habitación. Y yo opté por lo segundo. No me imaginé que lo mío iba a durar años, que iba a llegar a Buenos Aires y que iba a hacer tanto lío. Pero lo mantuve así. De todas maneras, no tengo una cuestión histérica de que no me miren sin maquillaje.

Piñón junto a sus hijos, Jeremías y Solcito

—En algún momento estuvo un poco perseguido, ¿o no?

—Sí, pero eso tenía que ver con un entorno que cuidaba su producto con un concepto meramente comercial y no de filosofía de vida como lo tomo yo.

—Entiendo: así como los que manejaban a Sandro pretendía que se mostrara solo para alimentar la fantasía de las nenas, en su caso pretendían que Piñón no tuviera una vida fuera del personaje…

—Algo así, era más una cuestión de márketing.

—¿Y cómo es el hombre detrás del maquillaje?

—Soy bastante introvertido, porque siempre estoy metido en tratar de armar algo para cuando esté maquillado. Soy muy inquieto con la tecnología, muy inquieto con la música, muy inquieto con las letras… Soy muy inquieto con todas esas cosas que me apasionan y que después las termino volcando en el personaje. Así que no me da el tiempo ni para tener vida social.

—¿Se considera un adicto al trabajo?

—Lo que pasa es que, en mi concepto, lo mío no es un trabajo. Para mí es un juego. Yo me levanto una mañana con la gran preocupación de saber qué dibujito nuevo voy a hacer, qué canción voy a crear, qué juego voy a plantear o qué sueño voy a desarrollar. ¿Entendés? No es un trabajo del cual necesito descansar, porque vivo jugando. Hace 60 años que vivo jugando y me siento un privilegiado por eso.

—¿Qué pasa con los afectos? Porque hace poco nos enteramos de la linda noticia de que se había reconciliado con su hija…

—Hace mucho que nos abrazamos y estamos muy bien. Lo que pasa es que tratamos de hacerlo con perfil bajo. Nos dio mucho pudor que un asunto familiar traspasara las fronteras de la intimidad. Y bueno, de eso nos hacemos cargo… No lo pudimos o no lo supimos manejar y se armó una cuestión nacional de un berrinche que en todas las familias se da. ¡El que diga que su papá nunca le levantó la voz porque no hizo lo que le habían mandado a hacer, que nos cuente la fórmula! Y acá no pasó más que eso.

—El problema es que la palabra que se usó fue “maltrato” y en cualquiera de sus formas, física, verbal, psicológica o la que fuere, es grave. ¿Puede especificar a qué se refería Sol en ese momento?

—Yo enseguida grabé un audio diciendo que, lo que yo entendía como enfático a nivel laboral, del otro lado se sintió como un maltrato. Es un hilo muy fino. Y creo que la sociedad se maneja con ciertos conceptos, para bien, pero de manera muy pendular. Y bueno, se pasa de un extremo al otro.

El artista con su hija y su nieta antes de la crisis

—¿Cree que en 2022 cuando pasó esto era un momento muy sensible?

—Puede ser. Si yo veo que hace media hora que me estás haciendo una entrevista y veo no tenés prendido el grabador del celular, entonces te digo que me estás haciendo perder el tiempo y vos me podés decir que te estoy tratando mal. Bueno, era un momento de la vida social en la que todo era maltrato. Hoy creo que el péndulo se está corriendo para otro lado y ninguno de los dos extremos son buenos. El tema es encontrar el equilibrio.

—¿Hizo algún mea culpa cuando ocurrió eso?

—Yo vivo haciendo mea culpa.

—¿Pero pudo sentarse con tu hija y decirle: “Me equivoqué en esto”?

—Sí, claro. Pero, más que un mea culpa, hice un trabajo amoroso de decir: “Che, somos los mismos que nos miramos por primera vez hace 30 y pico de años cuando naciste. No podemos estar metidos en este barro en el cual los únicos que sacan rédito son dos tipos hablando en la siesta sobre la vida de los otros por un punto de rating”.

—Convengamos que los programas de espectáculos hablaron del tema porque ustedes lo hicieron público en redes…

—Por supuesto. El tema es que una cosa es comentar algo y otra es hacer una novela de un mes, yendo a pinchar a uno para que hable mal del otro. Es un juego perverso que tiene no todo el periodismo, pero sí una parte, en el que tratan de sacarte una palabra a vos y vendérsela como agresiva a la otra parte, para que se agarre de eso, responda y sea más creíble el escándalo. Y así tienen programa para varias semanas.

—¿Lo afectó laboralmente esto que pasó?

—Totalmente. Me afectó en lo laboral y en lo humano. Imaginate que a alguien que vive desde hace años de la ternura, del amor y de la entrega a la infancia, le pongan ese título… Como vos dijiste, es una palabra que tiene múltiples matices y no específicar de qué estábamos hablado concretamente fue fuerte. Por ahí, yo veía que estaban hablando de mí en la tele, ponían la cara de Piñón y abajo decía: “Por violencia de género, maltrato, abuso o acoso llamá al número tal”.

—Eso se pone por ley cuando se habla de estos temas, ¿lo sabe?

—Sí. Pero bueno, imaginate que me llamen y titulen así… Fue duro.

El payaso decidió reinverntarse y hacer shows, también, para

—Insisto: la palabra “maltrato” existió. Así como le pregunté si usted hizo un mea culpa, ¿su hija le pidió perdón por usarla asociada a su nombre?

—Es que con Sol tenemos una relación muy, pero muy hermosa. Por ahí, hasta tenemos que poner límites, porque siempre hemos sido muy amigos, muy compinches. Y encima terminamos trabajando juntos.

—¿Y con su hijo, que en su momento salió a apoyar a su hermana, cómo se lleva?

—Con Jere tenemos una relación más de papá e hijo. Pero con Sol a veces se nos va de las manos, porque somos amigos y nos matamos de risa, nos mandamos memes, hacemos chistes… Pero sí, hemos hecho mucha autocrítica puertas adentro. Obviamente, no vamos a volver a cometer el error de salir a hablar de eso. Aparte, creo que decir qe estamos bien ya no es noticia, ¿no?

—El reclamo había empezado porque usted decía que no podía ver a su nieta, Luna, ni había conocido entonces a León, el segundo. ¿Cómo está el tema del abuelazgo ahora?

—Mirá, lo que te puedo decir es que hace un año y medio que todo eso se resolvió, que ya estamos en otra etapa. Capaz que nos estamos por pelear de nuevo…Pero bueno, hoy estamos bien. Y esto es así gracias a una conquista colectiva, si se quere. De mis hijos y mía. Nadie tiene la verdad de nada. Pero, entre todos, hemos logrado retomar lo más hermoso del vínculo, que es el amor.

—Entiendo que, en algún punto, estos desencuentros habían empezado después su separación de la madre de sus hijos…

—Es que son proyectos muy largos y, muchas veces, la vida no es tan ideal como se ve en Instagram. Las sensaciones personales frente a una ruptura son de cada uno. Y a lo mejor, ver a tu papá o a tu mamá en un estado de sensibilidad, debe ser feo. Yo tuve a mis viejos que fallecieron juntos, soy chapado a la antigua, así que no viví eso. Pero crecí en una etapa en que la que si tenías un amiguito con padres separados era una novedad y, hoy, la novedad es que alguno tenga a sus padres juntos.

—Antes había más hipocresía, también.

—Sí, totalmente. Uno quizá está en una generación intermedia, que no se separa a los cinco años pero que sí se animó a decir: “Antes de irme de este mundo, veamos cómo es vivir de otra manera”. Porque en otro tiempo había gente que moría por un mandato religioso y social. Y nosotros, tal vez no siendo tan modernos, igual nos animamos a dar ese paso.

—¿Ahora está en pareja?

—Sí, estoy en una relación muy linda con Fernanda, una compañerita de la secundaria. Ella era la más linda del curso y yo era el más hippie. Así que para mí ella era la inalcanzable. Y yo era tan feo, que parecía ser invisible. En esos años, ella estaba de novia con un chico de afuera del colegio y no me registraba. Así que terminó el secundario y nunca más nos vimos. Ella se casó, tuvo niños, yo me casé, tuve niños. Pasaron 40 años, nos agarró la pandemia. Y cuando ya estábamos separados cada uno de su pareja, nos reencontramos.

El hombre detrás del personaje, confiesta que volvió a ser feliz junto a Fernanda, su actual pareja (Fotografía: Prensa)

—¿Cómo sucedió eso?

—Alguien armó un grupo de WhatsApp y le puso de nombre: “Cuarentena filosófica”. Y esa persona un día me dijo: “Hay una chica que pregunta si Fabián es Piñón y si Piñón es Fabián y me pide tu teléfono. Si me autorizás, se lo doy”. Yo le pregunté quién era y, cuando me dijo que era Fernanda, le dije: “Mi amor imposible”. Ahí empezamos a charlar, en pleno confinamiento. Y, cuando pudimos, nos juntamos. Ya vamos a cumplir seis años de andar juntos por la vida en un motorhome con dos Border Collie, recorriendo toda la Argentina.

—¿Ella se acopló a su rutina?

—Sí, ahora labura conmigo. Y es geóloga, con lo cual me ha ayudado mucho. Me ha enseñado a ver la vida de otra manera. Antes para mí, ir a Catamarca era ir al teatro, al hotel y a la terminal de ómnibus o el lugar en que me iba de viaje. En cambio hoy Catamarca, como la Patagonia o la Mesopotamia, es un universo de aprendizaje. Un universo de cosas bellísimas que yo traduzco en música y en poesía. Ella me enseña la cuestión más técnica y yo lo empapo con mi locura.

—¿Siente que como una nueva oportunidad que le dio la vida?

—Sí, y no me la esperaba. Como sucede siempre con estas cosas. La primera vez que hablamos, arrancamos a las diez de la noche y terminamos a las seis de la mañana. Era pandemia, no había nada que hacer…Así que nos contamos toda la vida. Pero nos contamos la vida despiadadamente. No la versión linda, sino con sus miserias. En tantos años, hubo cosas que nos salieron bien, pero también tuvimos fracasos y derrotas.

—¡Fueron cuatro décadas si saber el uno del otro!

—Imaginate: nosotros nos recibimos en el ’83 y nos reencontramos en el 2020. Pero lo que nos pasó fue que nos acoplamos de una manera totalmente natural. Ella tiene muy buen humor, es muy dicharachera y mete mucho la cuchara en lo mío. Caer después de 36 años a un proyecto ya hecho puede ser difícil y uno puede tener cierta prudencia. Pero Fernanda se anima a decirme lo que piensa de todo, porque es muy caradura en el buen sentido. Y me aporta de una manera increíble. De hecho, hay una cantidad de cosas que hice, que hago y que estoy por hacer gracias a que ella me ayudó a correr los límites.

—¿Por ejemplo?

—Una vez hice nota para Caja Negra en la que Julio Leiva tenía mucha data de anécdotas mías, así que me empezó a pinchar para que las contara. Y cuando salimos de ahí, Fernanda me dijo: “Estaría bueno hacer un Piñón para adultos”. Ahí plantó la semilla. Y hace un año que, más allá de lo que hacemos para los niños, en temporada baja andamos por el interior haciendo un show que se llama A mis piñones que crecieron. Vamos a teatros chiquitos, de 50 o 100 personas. Pero es emocionante escuchar todos los testimonios de treintañeros que me dicen: “Vos sos mi infancia”. También me animó a escribir un librito con anécdotas que anda muy bien. Y, en octubre, nos vamos a ir a buscar a los piñones que se fueron a España, con presentaciones en Valencia, Málaga, Barcelona y Madrid. No te voy a mentir: no vamos a hacer un Bernabéu, vamos a salas pequeñas. Pero, grande o chico, lo importante en la vida es encontrar la felicidad haciendo lo que uno haga y con la gente con la que uno esté.

—Es un mensaje muy positivo teniendo en cuenta que a cierta edad hay quienes se resignan a no ser feliz, cuando la realidad es que mientras haya vida uno puede cambiar de pareja, de trabajo o de lugar de residencia buscando su felicidad…

—Mirá, yo tengo una ecuación. Una vez le dije a un amigo que estaba cumpliendo 50 años: “Bienvenido al club”. Y me preguntó: “¿Qué club?“. ”El de la finitud», le respondí. ¿Qué quiere decir eso? Que a partir de ahora vas a tener la sensación de que te queda menos tiempo por vivir de lo que ya viviste. Al tipo le cayó la ficha. Pero la realidad es que, a esta altura, uno no sabe si le quedan diez segundos, diez días, diez años o diez siglos…

—¿Por eso hay que aprovechar cada minuto?

—Claro. Y hacer lo que uno tiene ganas, perjudicando la menor cantidad de gente posible.