
“No hay personas negras en Argentina”. La afirmación, tan categórica como errada, trascendió y recorrió el tejido social hasta ganarse —¿imponerse?— el lugar del sentido común. Desde fines del siglo XIX, cuando la inmigración europea empezó a llegar al país en oleadas intensas, el relato que dice que “los argentinos venimos de los barcos” —y por tanto somos hijos de la Europa blanca— se repitió incansablemente desde los discursos fundacionales de la nación hasta la actualidad y logró encarnarse en la cultura, en la educación, en el imaginario nacional.
El turismo, como un sector que narra la historia de las ciudades, por supuesto, no estuvo exento. Ese mismo relato recibió en su formación como guía Mariana Radisic Koliren, de 33 años, fundadora de Lunfarda Travel. Y así lo cuenta Julia Cohen Ribeiro, afrodescendiente, de 29, cuando repasa los inicios de la agencia.
—Se puede ver cómo el turismo contribuyó a solidificar esa idea, a reproducirla y a venderla, incluso, al exterior: vender a la Argentina como un país sin comunidad ni cultura negra.
Julia es la guía del afro tour, una propuesta que se hunde en las raíces de la comunidad afrodescendiente en Buenos Aires, y cuenta que el recorrido concluye con una síntesis que intenta comprender —ambicioso desafío— por qué Argentina es cómo es.
—Ahí traigo esto de que si las personas negras fueron dejadas a su suerte y por lo tanto quedaron más vulnerables durante la epidemia de la fiebre amarilla, entonces sí han muerto bastantes ahí, aunque no fue el mayor grupo de afectados (una compañera me dijo que estuvo investigando y que murieron más italianos). Pero algo para mí muy clave, que siempre digo, es que cuando vinieron seis millones de europeos nuestro país tenía un total de dos millones de habitantes. Entonces es medio una matemática simple. Y después, el hecho de que murieron en las guerras como carne de cañón también es una realidad. Pero justo ayer estaba haciendo un tour y dije: “Qué loco: cuando pensamos en las guerras de la independencia no imaginamos a personas negras luchando, pero después se repite que murieron ahí porque, claro, los mandaron a la guerra”. Es como una gran contradicción.

San Telmo: el barrio del tambor
Es miércoles 5 de noviembre y San Telmo late otro pulso. No está atestado de turistas ni se escucha el tango en la Plaza Dorrego, no hay que esquivar el amontonamiento de la feria ni hacer filas en ningún restaurante. El tráfico infinito que hay que superar para atravesar la ciudad parece esfumarse y dar paso a una armonía inquebrantable una vez en sus pasajes. Los faroles que acompañan las calles de adoquín, como anunciando el barrio postal, descansan bajo un cielo purísimo. Las veredas se ofrecen al sol, dejándose entibiar en la mañana fresca de primavera.
A contramano de lo que sucede en otros barrios, aquellos de moles de hormigón que tapan el sol, tubos fluorescentes y oficinas que se ahogan en una vorágine infernal de computadoras y papeles, San Telmo amanece ajeno al ritmo frenético de la ciudad. Se asoma a la mañana porteña con una calma imperturbable. Como si ese fuera su tiempo para reponerse y prepararse para su propia vorágine, su propio show: el fin de semana, cuando las oficinas duerman, San Telmo se encenderá.
Pero hoy no. Esta mañana de miércoles el barrio parece volver a ser solo de sus vecinos. Y de quienes lo recorren en su labor cotidiana. Como Mariana, como Julia. En medio de esa tranquilidad prístina, en el centro mismo de este punto que es paseo obligado, corazón del turismo propio y ajeno, en una casa antiquísima como San Telmo, con esa belleza que ostentan las paredes que acumulan y cuidan la historia, detrás de una vidriera con fileteado porteño, otro sello distintivo del vecindario, se levanta Lunfarda Travel.
Al cruzar el umbral, una invasión de colores y texturas envuelve los sentidos: cuadros, percheros con ropa, artesanías, un tarot africano, accesorios, peinetas, pañuelos, objetos de todo tipo que rápidamente conducen a la cultura afro y su inserción en Argentina compiten por la atención, son un imán para visitantes y curiosos. Entre los retratos, Gardel, la activista feminista brasileña asesinada, Marielle Franco; entre los objetos, las bases de Lunfarda: una bandera LGTBIQ+, el pañuelo de la campaña por la despenalización del aborto. Es que además de ser una agencia de turismo que ofrece más de sesenta experiencias —de las que destacan el tour de historia afro, el de historia queer, el de historia judía y uno dedicado a niños y niñas—, desde abril de este año en el local también se presume “El Tambo Afro”: la primera tienda de emprendedores afrodescendientes del país, fundada por Julia y otras dos socias a partir de la demanda de quienes llegaban al tour y preguntaban dónde conseguir productos hechos por personas de esa comunidad.
—Le pusimos “El Tambo Afro” porque “tambos”, “tangos”, “candombes” o “naciones”, se llamaba a los lugares de encuentro de la comunidad afroporteña, acá en el barrio o en Montserrat, que eran “los barrios del tambor”.

“Los barrios del tambor” es una de las maneras en que se conoce a aquellas zonas que históricamente albergaron a comunidades afrodescendientes, donde tenían lugar el candombe y otras manifestaciones culturales. Estos sitios, los tambos —o naciones, como explica Julia— eran los puntos de encuentro y reunión allí.
—Por ejemplo, uno de los lugares que dentro de las investigaciones que se hicieron se cree que fue una nación es la Casa Mínima —dice.
—Es la más angosta de Buenos Aires —acota Mariana, fundadora de Lunfarda— y tiene un montón de mitos adosados.
Ubicada en el número 380 del pasaje San Lorenzo, la Casa Mínima, de 2,50 metros de ancho y 13 de profundidad, es una construcción de la segunda década del siglo XIX, dice el sitio web de la Ciudad de Buenos Aires, famosa no solo por ser la única de este tipo que se conserva en la capital porteña sino por la leyenda que cuenta que ahí vivía un esclavo que había sido liberado y que su amo le había donado ese terreno para que construyera su hogar. Por esto durante mucho tiempo se la llamó también “Casa del esclavo liberto”.
—Eran lugares donde se mantenían las tradiciones, como tocar los tambores —sigue Julia—, que de ahí nos llega el candombe de alguna forma, era ese sostenimiento en comunidad de esas prácticas que eran fundamentales para las personas africanas. Los tambores también eran muy importantes en los funerales, por ejemplo, era una forma de elevar al alma, el paso de ese ser humano a ser un ser ancestral, un ancestro. Entonces, había algo de eso, de cómo sostener esos ritos. Y también se hacían fiestas donde juntaban limosna, que la usaban para comprar terrenos o para comprar libertades de otras personas.

El turismo como motor de cambio social
Como el barrio esta mañana la agencia está calma, reluciendo su cielorraso pintado a mano, un diseño que se expande como un tapiz floral y se deja iluminar por el chorro de sol que entra por la vidriera. Mariana despide a Loreth, una mujer trans vestida y maquillada de rosa, que entró hace unos minutos al local y es amiga o habitué. “¡Nos vemos el sábado!”, se dicen. El sábado, Día de la Afroargentinidad, hay fiesta. Aunque ahí, en Lunfarda, la cultura afro se celebra, se reivindica, todo el año.
Lunfarda Travel nació a fines de 2019. Cuando Mariana decidió fundarla no sabía que apenas unos meses después el mundo entraría en cuarentena obligatoria y el turismo se encerraría bajo llave y candado sin fecha de reapertura en el horizonte. Más aún: cuando alquiló la casa de belleza sublime que la aloja la pandemia todavía se esparcía por las fronteras y mantenía a todas las personas en sus casas. Pero Mariana tuvo fe. Y no se resistió ante este sitio de baldosas de damero. Este local de aberturas de madera y hierro repujado, elaboradas con la solidez y la delicadeza del trabajo artesanal de antaño. Este espacio que había sido una vidriería y antes una peluquería, y que cuando entró tenía el techo pintado del color naranja “más feo del mundo”, al que ella, con el talento de un amigo, transformó en una obra de arte que lo completa.
—El techo lo hizo un amigo mío que se llama Valentín de las Casas. Le pedí que se inspirara en las flores de la primavera porteña, entonces hay jacarandá, ceibo, lapacho. El lugar es superlindo e histórico porque además esto era parte de la casa de los Devoto, uno de los edificios de los Devoto, y esta era la entrada de carruajes. Pero me parecía que le faltaba un poco de naturaleza adentro, entonces le pedí que me hiciera esto como para sentir que estamos bajo árboles floreados. Lo alquilé en el 2020, o sea, el último momento del universo para buscar un local a la calle, pero tuve que hacerlo porque la ley que teníamos antes, del Ministerio de Turismo, nos obligaba a tener un espacio físico para poder ser agencia. Aposté que íbamos a reabrir y que iba a estar todo bien, como más de uno de los actos de fe que hice en mi vida. Eso fue noviembre del 2020 y acá seguimos.
Mariana se había formado como guía turística. En las agencias en las que trabajaba, en las que muchas veces desarrollaba tours relacionados a la comunidad judía, a la que pertenece, ya masticaba la idea de que el turismo, bien enfocado, podía ser un dispositivo de gran riqueza para la construcción de la identidad. Y que también podía pensarse como una herramienta de transformación y cambio social. Además traía reflexiones sobre cómo había permeado y se repetía sin miramientos el discurso de que en Argentina no había personas negras. Llevó estas ideas y la propuesta de abordar el turismo vinculado a las colectividades a los lugares donde ejercía su oficio, pero no encontró interés por parte de las agencias. Entonces, decidió abrir la suya.
—Yo venía con inquietudes que tenían que ver con la forma en la que se contaba la perspectiva racial de Buenos Aires, desde hacía tiempo —recuerda— y, por el feminismo, terminé conociendo al movimiento antirracista, el movimiento afroargentino. Venía pensando en todas estas cosas cuando empezó la pandemia y sucedió el asesinato de George Floyd, sobre el que vi declaraciones muy fuertes y muy erróneas, disfrazadas de sentido común, en la tele y ahí me pregunté qué espacios podíamos jugar desde el turismo para hackear estas narrativas y construir algo diferente. Y publiqué en Instagram: “¿Alguien conoce personas negras que hablen inglés y quieran trabajar en turismo?“. Así, por amigos de amigos, nos conocimos con Juli en una llamada de WhatsApp totalmente cuarentenada.

La fundadora de Lunfarda había decidido integrar a su agencia en ciernes un tour de historia afroargentina. El feminismo también la había llevado a una charla de un grupo de mujeres afrodescendientes que planteaban el rol de las personas blancas y como, desde sus lugares, sus espacios de trabajo o sus accesos de privilegio con respecto a la minoría negra, también podían contribuir. Ahí lo supo: desde su empresa quería aportar contenido a través de un recorrido que ayudara a romper con el discurso de que los argentinos éramos todos blancos, hijos de europeos que habían bajado de los barcos y que no había habido negros. Y si algo tenía claro era que no solo importaba contar los hechos sino que era igual o quizás más importante el lugar y la mirada desde la que se los contara. La persona que lo hiciera debía, inexorablemente, ser de la comunidad afro.
—Acá tenemos una política inamovible que es que cada tour que es comunitario es guiado solamente por personas de dicha comunidad. Nunca una persona que no sea judía va a guiar un tour de historia judía, nunca una persona blanca va a guiar un tour de historia negra —enfatiza Mariana—. Porque en realidad a mí lo que me pasó fue que veía que éramos todas personas blancas hablando, o mejor dicho no hablando, de historia negra y que, cuando eso sucedía, se hacía desde el desconocimiento y repitiendo un montón de lugares comunes. Por eso me parecía importante que fueran personas negras las que contaran esta historia porque si no termina haciéndose apropiación cultural y no es el ethos de esta agencia hacer eso.
Con esa convicción implacable, luego de publicar en Instagram y que los amigos de por medio hicieran lo suyo, conoció a Julia. Que es negra, alta, de ojos cafés, con un pelo rizado y voluminoso que deja su linaje en evidencia.
—Mi papá es afrodescendiente, brasilero, y mi mamá es de acá, porteña y judía —cuenta Julia—. Yo nací en Porto Alegre. Mientras iba creciendo estaba de alguna forma la cuestión de la afrodescendencia pero no era algo tan hablado. Siempre lo tuve muy presente sobre todo por mi pelo. Pasaba de la angustia de tener este pelo creciendo a quererlo. Siempre entre quererlo y no quererlo. Cuando era chiquita fue difícil. Tenía 11 años cuando vinimos [a la Argentina]. Y acá también, estaba todo el tema de alisarse el pelo… Pero en la secundaria justo cayó en mi curso un chico que tenía medio la misma mezcla que yo, el papá es argentino judío y la mamá, brasilera y negra. Y nos volvimos mejores amigos, lo somos hasta el día de hoy. Entonces, primero fue elaborar muchas cosas con él porque en la escuela incluso nos hacían comentarios. Tener con quién hablar fue reimportante. Y, después, una vez que salí de la secundaria, empecé a hacer parte de una agrupación feminista. También creo que el feminismo en Argentina te lleva a muchos lados.
Tanto Mariana, que no es afrodescendiente pero es judía, como Julia, que es ambas, llegaron a conectarse con la comunidad afro y a converger en este proyecto a través del feminismo, que hizo de lazo y puerta de entrada para otros activismos. En el caso de Julia, de la mano del grupo al que se acercó llegó al Encuentro Nacional de Mujeres que se celebró en Rosario en 2016.
—Ese fue el primero que tuvo taller de mujeres afrodescendientes. Las compañeras que son históricas lucharon mucho porque incluso dentro del movimiento feminista decían que no era necesario porque ya había un taller de mujeres migrantes. Pero finalmente se abrió ese espacio —recuerda—. Ahí conocí a la comunidad y vi que éramos un montón de mujeres afrodescendientes y disidencias, diversidades. Ahí también me hice de un grupo con el que nos empezamos a juntar después del encuentro. Y creamos, con tres amigas, un colectivo artístico afrofeminista con el que hacemos cosas hasta el día de hoy. Performances e iniciativas que primero tenían mucho que ver con la identidad negra en Buenos Aires. Se llama Kukily.
El nombre, en idioma kpelle, hablado por el pueblo de Liberia, Guinea y Costa de Marfil, y por la madre de una de las integrantes del colectivo que es de Liberia, es una suerte de bendición que ella les regaló: significa “todos nosotros, cada uno de nosotros”.
—Y eso fue como mi inscripción en la comunidad afro.

El afro tour
—Lo que le propuse a Juli fue que encarara la investigación histórica —recuerda Mariana—. Yo había armado un montón de preguntas que eran los sentidos comunes e inquietudes que me traían los pasajeros a los tours y empezamos a hablar de cómo llevar eso al territorio. Yo dije que me parecía que lo más lógico era hacer algo por San Telmo porque iba a haber un montón de atractivos que se iban a poder mostrar. Y porque es conocido en turismo por su apodo, “el barrio del tambor”, pero lo único que quedó en el imaginario colectivo son las llamadas de los domingos [N. de la R: los grupos de candombe que tocaban los tambores en las calles]. Entonces nos preguntábamos cómo desandar todo el resto del patrimonio. Y Julia armó una investigación larguísima. Estuvo seis meses buscando información. Yo iba dando una mano e iba pensando cómo transformábamos esos contenidos en paradas en cada lugar, qué es lo que íbamos a mostrar. Ahí nos encontramos con otro desafío muy común en los tours que tenemos en Lunfarda que es el de cómo rescatar una historia que está escrita por las personas que no son parte de esa comunidad.
Julia había estudiado Diseño de Imagen y Sonido en la UBA, trabajaba en proyectos vinculados con el turismo y desarrollaba producciones audiovisuales independientes, algunas de ellas vinculadas a la comunidad afro. En eso estaba en 2020 cuando, en medio de la cuarentena por covid-19, Mariana la llamó y le propuso crear un recorrido que rescatara las raíces afro de Buenos Aires.
—La investigación del tour llegó en esos momentos de la vida en que las cosas confluyen —rememora Julia— porque en el 2020 el Ministerio de Cultura había lanzado el concurso nacional “María Remedios del Valle” [N. de la R. La madre negra de la patria, en honor a quien cada 8 de noviembre, día de su fallecimiento, se celebra el Día de la Afroargentinidad]. La convocatoria tenía un montón de categorías artísticas y realmente generó bases para una difusión mucho mayor de la figura de María Remedios y de la historia afroargentina en general. Por ejemplo, el retrato oficial que hoy está en el billete de diez mil pesos fue el ganador del concurso en su categoría. El monumento que estaba acá cerca [N. de la R. y fue vandalizado y quemado completamente en 2023], que es donde empezamos el tour, también surgió ahí. Y con un equipo nos presentamos para la categoría “Documental” y ganamos. Hicimos la película de María Remedios, que se llama María, presente, para la que tuvimos que investigar un montón. Al mismo tiempo estaba investigando para el tour. Toda la cuarentena, para mí, fue eso.

Mientras el mundo se ponía en pausa y sus habitantes transcurríamos los días entre estadísticas fatales de mortalidad, medidas de flexibilización, alcohol en gel, tapabocas, ansiedades y miedos, Julia se sumergía entre libros, artículos e investigaciones para recuperar la historia de su comunidad en este suelo. Para cuando la cuarentena se levantó, Lunfarda Travel estaba lista para lanzar el afro tour, una propuesta que ofrecen tanto a turistas extranjeros como a locales, para quienes brindan, cada tanto, un recorrido especial y subvencionado.
El tour se hace caminando y recorre unas 15 cuadras en las que Julia viaja desde las épocas coloniales hasta la actualidad, “atravesando distintos planos de la argentinidad y de la cultura”. Comienza —cómo no— por María Remedios del Valle, “porque es una historia muy contundente y porque también nos sitúa muy bien en el barrio, en la historicidad de San Telmo. Así que empezamos con ella, con las guerras de la independencia y la participación de las personas negras e indígenas”.
El recorrido sigue por un mural de Maradona en el que la guía cuenta que un historiador trazó su genealogía unas cinco generaciones para atrás y descubrió que tenía raíces afro, es decir, que era descendiente de esclavos. Según esa teoría “Maradona sería el apellido del esclavizador”, dice Julia, y explica.
—Lo que pasa con los apellidos de las personas negras en nuestro continente es que no son los de nuestros antepasados, sino los apellidos de los esclavizadores, porque era una cuestión de marcar propiedad. Mucha de la historia de la esclavitud y de la negritud en América tiene que ver con testamentos o registros de inventarios, porque los negros eran posesiones. Entonces, a partir de esos documentos que se guardaron, la gente puede intentar reconstruir algo.
Una de las preguntas más frecuentes que recibe Julia en el tour, y que también aborda con Maradona de fondo, es si es correcto decir “negro” o “negra” para referirse a las personas de la comunidad afro. Y lo hace ahí para marcar la diferencia entre el término que alude a una persona afrodescendiente y el que se utiliza como calificativo de clase o más bien de desclasado, como se percibía Maradona.
—Entonces traigo esta cuestión del uso de la palabra “negro” en nuestro país. De hecho, una vez hicimos un tour con niñes y una nena preguntó: “¿Por qué decís ‘negros’ y no ‘morochos’?”. Argentina necesita del eufemismo para sentirse tranquila. Pero no hay nada de malo con decir “persona negra”. [No decirlo] Es una corrección política que termina siendo incorrecta, pero está bueno que se dé la discusión y hablar del tema.
El afro tour pasa también por un mural en el que una pareja baila tango, “entonces hablamos de las raíces negras de los ritmos folclóricos”; por una galería que era un antiguo conventillo “y hablamos de la vida en estos sitios, y del lunfardo y los africanismos en el lunfardo”; por un restaurante cuyos dueños son de la comunidad caboverdiana “que es una de las migraciones más modernas de África y que tienen un vínculo muy fuerte acá”; y por la iglesia de San Pedro Telmo “que tiene un memorial a las víctimas de la epidemia de la fiebre amarilla”.
—Entonces, traemos de vuelta todas esas justificaciones que se usan para decir que no hay personas negras en Argentina, como que todos murieron en las guerras de la independencia o del Paraguay o con la epidemia, y vamos deconstruyendo un poco esos mitos que tienen algo de verdad, pero dejan mucho afuera. Para terminar de entender por qué Argentina es como es y hablar de la inmigración masiva europea.
—¿Logran entender por qué Argentina es como es?
—Sí. Y es una parte clave del tour, para mí, porque es lo que las personas están esperando.

Antes de regresar a la agencia-tienda para dar por finalizado el recorrido, el grupo guiado por Julia habla también de Antonio Gonzaga, el cocinero afroargentino que fue el primero en recopilar y escribir un libro de recetas en el país, entre ellas, la que enseñaba a hacer asado; van al Parque Lezama, donde el monumento de Pedro de Mendoza con un paredón detrás donde está tallada una mujer querandí da pie para hablar sobre el borramiento de buena parte de la historia indígena del país y de la ciudad “y de cómo los monumentos siguen manteniendo viva esa historia”; al Museo Histórico Nacional “que en una de sus puertas tiene una imagen que es un fragmento de una bandera que le hicieron las mujeres negras de Buenos Aires a Rosas, quien tuvo una relación muy cercana con la comunidad afroporteña”.
—Y mostramos cómo algunas instituciones están revisando la narrativa de la historia oficial. Porque el Museo Histórico hizo una reconstrucción fuerte de su discurso y en los últimos tiempos tenía un montón de cosas que traían lo afroargentino.
El cierre, después de hablar del candombe frente a unos murales de un artista brasilero que era vecino del barrio, sobre la calle Bolívar, es la reflexión que intenta comprender la composición demográfica del país.
—Los factores principales son esas muertes [por la fiebre amarilla y las guerras de independencia] que son reales, pero en los inicios del siglo XX todavía la población estaba presente en la ciudad. Creo que fue sobre todo la inmigración europea que cambió la composición de la sociedad y ese racismo internalizado que llevó a personas negras a casarse con personas blancas para que sus hijos no sufrieran lo mismo que ellos, que es algo muy común y de hecho fue fomentado. Hay historias del blanqueamiento como una especie de política pública que se usó no solo acá sino en Brasil y seguramente en toda la región. Existen unos cuadros, imágenes que se difundían, que mostraban a la abuela negra, a los padres y los nietos ya más blancos y decían: “Mejoraste la raza”. Esas cuestiones tienen un impacto enorme. Ves a la bisabuela o a la abuela negra y en dos generaciones se puede perder el fenotipo. Como también puede volver. Hay algo de la genética que a veces se salta generaciones y después aparece. Pero yo creo que ahí está la clave para entender qué pasó en nuestro país. A lo que se suma lo que se llama “genocidio estadístico”: se borró totalmente del censo a la población negra hasta el 2021. Aunque tampoco ese año fue certero porque a mí, por ejemplo, no me preguntaron si era afrodescendiente.
Según el último censo poblacional, en Argentina la comunidad afrodescendiente es de unas
300.000 personas. Aunque Julia asegura que el dato no es preciso.
—El número es muy relativo. Conozco casos, por haber hablado con personas que me contaron de sus antepasados negros o amigos de amigos, que no pusieron “afrodescendiente” en el censo. Hay muchas personas que lo son pero no lo saben, familias que lo niegan. Han venido personas al tour que se acababan de enterar que tenían una abuela que era negra y nadie se los había dicho, o lo escondían. Hay muchas de esas historias. Entonces, también lleva un tiempo hasta que las persona tienen las conversaciones o se encuentran con su identidad y pueden reconocerla. Recién estamos en ese proceso.