
El Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) comenzó y finalizó el año con dos mega muestras, de esas que nadie debería perderse: Museo Secreto y Ciencia y fantasía. Egiptología y egiptofilia en la Argentina, ambas centras en acervos, archivos, historias.
Desde enero hasta agosto, cerca de 300 obras formaron parte de Museo secreto. De la reserva a la sala, que presentó piezas de su extensa colección, muchas de las cuales se mostraron al público por primera vez. Entre las obras seleccionadas, algunas databan del siglo XIV y otras pertenecían a épocas más recientes, lo que permitió un recorrido por varios siglos de historia artística.

El conjunto incluyó las denominadas “otras joyas”, piezas que rara vez integraron la muestra permanente y que, pese a su escasa visibilidad previa, no desmerecieron en valor o relevancia.
En el caso de Ciencia y fantasía. Egiptología y egiptofilia en la Argentina, aún “en cartel”, más de 180 piezas que exploran la influencia del Antiguo Egipto en la cultura argentina se exhiben por primera vez en el país bajo la curaduría de Sergio Baur y José Emilio Burucúa.
La muestra, instalada en el Pabellón de exposiciones temporarias, incluye sarcófagos auténticos, papiros, estatuillas, máscaras funerarias, figuras, calcos de esfinges y bustos, vasijas, amuletos y piedras talladas con jeroglíficos, además de un amplio conjunto documental con libros, revistas, afiches y fotografías.

La exposición también destaca la presencia de motivos egipcios en la obra de Dardo Rocha, Lucio V. Mansilla, Oliverio Girondo, Xul Solar, Manuel Mujica Láinez y Jorge Luis Borges, quienes incorporaron imágenes y símbolos de esa civilización en sus creaciones.
Otras muestras destacadas fueron Percepción e ilusión, que juntó obras clave de la trayectoria de Perla Benveniste y Eduardo Rodríguez, dos figuras pioneras del arte cinético en Argentina, que curada por María José Herrera, incluyó tanto piezas de las primeras etapas de los artistas como trabajos recientes, ofreciendo un recorrido integral por su legado artístico.

Los años del New York Graphic Workshop se enfocó en una etapa crucial en la obra de la argentina Liliana Porter y el uruguayo Luis Camnitzer, figuras clave del arte conceptual en América Latina, a través de piezas gráficas, instalaciones y documentos del colectivo que fundaron junto con el venezolano José Guillermo Castillo en 1964.
Por otro lado, el museo público más importante del país, presentó Ahora, una individual Alejandro Fenochio, con pinturas creadas desde 2001 con una mirada en la actualidad, que fue un golpe en el mentón sobre los procesos sociales que suelen ser marginados para preservar la imagen de una Ciudad pulcra y ordenada.
Curada Ana Longoni y Carlos Herrera, la selección de piezas expusp una visión del paisaje urbano que resulta incómoda para muchos, aludiendo a fenómenos que frecuentemente se intentan ocultar o minimizar.

La muestra Kuitca 86 reunió 77 pinturas y dibujos que exploraron el desamparo y la soledad a través de un recorrido por la obra del artista, en el Museo de Arte Latinoamericando de Buenos Aires (Malba).
La exposición, co-curada por Nany Rojas y Sonia Becce, formó parte de la conmemoración por el 50 aniversario de la primera exhibición individual de Guillermo Kuitca, realizada en 1974 cuando tenía 13 años en la galería Lirolay. A lo largo de la muestra, el artista reflexionó sobre el proceso creativo y los diálogos, conscientes o no, que mantuvo con sus colegas de aquella época.
Entre julio y octubre, Liliana Porter tuvo otro momento destacado en el calendario con la retrospectiva Travesía, curada por Agustín Pérez Rubio, que propuso un recorrido por la evolución de su obra desde sus inicios en los años 60 hasta sus proyectos más recientes.
La exposición destacó cómo la artista buscó la esencialidad y la fusión entre representación y objeto, otorgando protagonismo a elementos como la línea, el círculo y la sombra. Además, el público pudo apreciar cómo Porter exploró distintos lenguajes visuales y conceptuales, consolidando una trayectoria que abarcó más de seis décadas y que se caracterizó por la experimentación constante.

El espacio de Recoleta no estuvo excento de la polémica, con El desentierro del diablo, de Carrie Bencardino y curaduría de Carlos Gutiérrez, que a partir de una denuncia del ilustrador Ciruelo en redes sociales reabrió el eterno debate sobre apropiación, copia y plagio.
En el ámbito internacional, Mi mundo privado fue la primera institucional del uruguayo Ulises Beisso, contó con curaduría de Martín Craciun, cuya obra era relativamente desconocida fuera de su pais, aunque el plato fuerte se lo llevó Pop Brasil: vanguardia y nueva figuración, 1960s-70s, que con más de 120 piezas de 50 artistas y curaduría de Pollyana Quintella y Yuri Quevedo, aún puede visitarse.
La expo escapa a los lugares comunes del pop, por lo menos en cómo se resiginficó lo popular en otras latitudes, y reúne obras del acervo de la Pinacoteca de San Pablo y de las colecciones Malba, Costantini y de Roger Wright, reconocida como una de las más relevantes de arte en Brasil centrada en la producción de las décadas de 1960 y 1970, con referentes como Anna Bella Geiger, Antônio Dias, Claudio Tozzi, Hélio Oiticica, Mira Schendel, Rubens Gerchman, Wanda Pimentel y Wesley Duke Lee.

El Centro Cultura Recoleta fue uno de los espacios más dinámicos del año con muestras de altísimo nivel, que ponían en diálogo tanto a contemporáneos con históricos, generando lecturas que ingresaron en el campo de lo social, con dósis de humor, crítica y, por supuesto, estética.
Una de las grandes muestra, en general, fue Carroña última forma, co-curada por Carla Barbero y Javier Villa, que propuso una exploración intensa y política de la historia argentina, utilizando la figuración pictórica, la fotografía y el video como lenguajes principales, en una articulación en torno al cuerpo de la mujer, convirtiéndolo en el eje central para narrar distintas perspectivas sobre el pasado y el presente del país.
La propuesta se destacó por confrontar al espectador con una crudeza estética y conceptual inusual, con trabajos de Antonio Berni, Raquel Forner, Santiago O. Rey, Verónica Gómez, Marcia Schvartz, Tobías Dirty y Liliana Maresca, entre otros.

Otra puesta destacadísima fue Lluvia ácida, curada por Marcos Kramer, realizada en el marco de los 45 años del espacio, y que propuso una exploración de la relación entre las artes visuales y la historieta, el cómic y el fanzine, con el objetivo de recuperar obras y artistas que marcaron la historia del lugar y dar visibilidad a disciplinas y lenguajes tradicionalmente marginados en el relato oficial.
Con la participación de 38 artistas, la muestra permitió un acercamiento a unas 40 exposiciones históricas sin caer en el lugar común de la revisión historiográfica ni recurrió a recursos infográficos, sino que buscó ofrecer una mirada alternativa sobre el recorrido del espacio.

También en el marco de lo conmemorativo, hubo cuatro exposiciones de homenaje a tres figuras clave de la arquitectura y el arte argentino: Jacques Bedel, Luis F. Benedit y Clorindo Testa, quienes estuvieron al frente de la remodelación del espacio.
En el contexto de contemporáneos e históricos, Un perfume de amor, sangre y nervios, que marcó la primera exposición institucional de Laura Códega, atravesó disciplinas como la pintura, el videoarte, la escultura, el grabado, la música y la escritura en diálogo con piezas de integrantes del grupo “Artistas del Pueblo”, colectivo activo en las primeras décadas del siglo XX que se manifestó en contra de los cánones del arte oficial.

También destacó La vigilia de los harapos, de Josefina Labourt, que reunió escultura, relieve, pintura y collage realizados desde 2017 a la actualidad, en una puesta asfixiante en la que se la puso en contexto con las esculturas de Norberto Gómez, figura clave en la representación de los cuerpos como vehículo para explorar dramas sociales.
El Museo Moderno propuso una revisión profunda de la relación entre las artes visuales y el teatro en Argentina, abarcando desde las vanguardias de los años sesenta hasta las expresiones contraculturales de los noventa. Bajo el título Arte es teatro, el programa expositivo buscó iluminar los cruces y tensiones entre ambas disciplinas, situando al público ante un recorrido sensorial e histórico por los momentos más disruptivos de la escena local.

En Dalila Puzzovio: Autorretrato, el espacio de San Telmo presentó un archivo documental inédito, obras originales y recreaciones de piezas fundamentales de su carrera, que incluyó además fotografías y registros nunca antes exhibidos, con curaduría de Pino Monkes y Patricio Orellana.
En Esto es Teatro. Once escenas experimentales: del Di Tella al Parakultural se propuso un recorrido histórico y sensorial por los momentos más disruptivos de la escena, abarcando desde las vanguardias de los años 60 hasta el auge contracultural de los 90, en torn a figuras como Griselda Gambaro, Nacha Guevara, Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, Cristina Banegas, Laura Yusem, Graciela Galán, Humberto Rivas, Alfredo Bonino, Kado Kostzer, Renata Schussheim, Elba Bairon, Vivi Tellas, Alejandro Kuropatwa, Pérez Celis y La Organización Negra, entre otros.

La Máquina Teatro: El Periférico de Objetos (1990-2009), curada por Alejandro Tantanian, Andrés Gallina y Jimena Ferreiro, tuvo una puesta muy original, inquietante en un punto, en una sala a oscuras, con las piezas emblemáticas con iluminación dirigida y, en el medio del espacio, una habitación luminosa -relacionada a una de sus obras- donde se presentaba la carrera del grupo a través de documentos.
Entre las muestras individuales: las fotografías arquitectónicas, jugando con las luces y las formas de Jorge Miño en La cuarta pared y los dibujos a gran escala de la joven Valentina Quintero, Valentine, en Un día en la vida.

A pasito de allí, el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba) tuvo un año con el centro puesto en la producción de artistas mujeres, como la primera retrospectiva de Cecilia Biagini y Candelaria Traverso o Pulsaciones, una relectura de la colección en clave femenina, aunque la rareza de ver un conjunto de fotografías de Dora Maar -exhibidas, por primera vez, por fuera de Londres- Dora Maar inédita: luces y sombras surrealistas merecía un destacado.
También en San Telmo, el Museo Histórico Nacional estrenó Tiempo de multitudes como muestra permanente, a partir de la cual se ingresó por primera vez en la modernidad argentina del siglo XX, con objetos emblemáticos que reflejan los principales episodios y transformaciones del país, siendo esta puesta la última de Gabriel Di Meglio, quien a lo largo de sus 5 años como director logró convertir a la institución de Parque Lezama en un espacio dinámico y mucho más cercano al público, a través de abordajes desacartonado.
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Más hacia el sur, en La Boca, la Fundación Proa, se presentó a Kara Walker, a partir de sus dibujos tempranos como un acercamiento a sus monumentos y figuras históricas en los que ingresa en la cultura afroamericana, la esclavitud y el papel de la mujer negra en la historia de Estados Unidos. En ¡Aquí estamos! Mujeres en el diseño 1900 > Hoy se realizó un viaje por la evolución del diseño femenino a lo largo de 120 años, destacando su impacto en el arte, la tecnología y la cultura, en una propuesta en colaboración con el prestigioso Vitra Design Museum.
A unas cuadras, en Proa21, el curador italiano Marco Scotini llegó con su Archivo de la Desobediencia (Disobedience Archive), que había presentado en la Bienal de Venecia y al que le sumó un capítulo centrado en argentina: otra de las (pocas) propuestas que hicieron foco en lo político y lo social, además de la censura y las fake news, a partir de un display de videoinstalaciones que entrecruza arte con resistencia social.

A pocos metros, Fundación Andreani, EL lugar para el cruce arte-tecnología, aún se está a tiempo de visitar la disruptiva Falso positivo, del colectivo francés U2P050, una propuesta que se expresa más allá de lo expositivo y que invita al público a participar de manera interactiva en el mundo de las conspiraciones, a partir del uso de la inteligencia artificial.
También en el barrio de La Boca y “en cartel”, Fundación Larivière presentó la primera antología de Marcos López en un recorrido por 50 años de carrera, en Fotografías 1975-2025, que con curaduría de Valeria González reúne más de 200 obras, desde sus inicios en Santa Fe hasta una selección de medio centenar de imágenes inéditas de los últimos cinco años, en las que por supuestos se encuentran algunas piezas trascendentales de lo que se llamó Pop Latino.

Sin movernos del Distrito de las Artes, el Museo Marco tuvo en Dormir sobre un volcán, curada por Marcos Kramer, un espectacular despliegue de pintura de Elisa O’Farrell, quien a través de 15 pinturas en gran formato ingresó en el mundo del streaming de detectives para, en realidad, hablarnos sobre la angustia y el insomnio como metáfora de estos tiempos.
Mientras que en Aduana del juicio final, curada por Clarisa Appendino, se hizo presente una innovadora propuesta en la que Lux Lindner ingresó en el mundo de la realidad virtual a partir de sus dibujos arquitectónicos para crear un país ficcional, pero posible, enraizado en sus investigaciones -y su mirada- de la historia nacional, siendo ña primera del país en “formato híbrido”.

Fundación Santander, por su parte, tomó en este 2025 un rumbo diferente a los anteriores y realizó una muestra de extensión anual, a partir de un proyecto ganador pensado para el espacio: Hilo Frío de Valeria Conte Mac Donell, curada por Jimena Ferreiro, exploró el paisaje patagónico y la fragilidad con materiales como alambre e hilo, y ofreciendo una experiencia poética y onírica.
En el Parque de la Memoria aún se puede visitar Señores Jueces, Nunca Más. Del juicio a las Juntas Militares al presente, una propuesta que invita a reflexionar sobre el proceso de reconstrucción de la verdad y la justicia en la Argentina tras la dictadura cívico-militar, a cuatro décadas del histórico Juicio a las Juntas Militares. También, en Hay cuerpos, bajo la curaduría de Laura Casanovas, se explora las múltiples formas de existencia de los cuerpos y cuestiona las asociaciones culturales tradicionales sobre la corporalidad.

Otro punto imperdible fue Salón de noche, curada por Francisco Medail, donde se presentaron 36 imágenes, tras un trabajo de investigación y recreación de fotografías premiadas por Federación Argentina de Fotografía (FAF), espacio artístico que durante los años más oscuros de la historia reciente del país logró mantenerse al margen de la censura, y en la que el clima de época se filtraba en cada click de manera inconsciente.
La Colección Amalita renovó, tras siete años, su colección permanente, con una puesta de 160 obras -40 más que en la anterior- bajo la curaduría de Roberto Amigo y Leandro Martínez Depietri, quienes tomaron el complejo camino de evadir una cronología histórica para centrarse en núcleos temáticos que reune a modernos con contemporáneas -ya que se sumaron las colecciones privadas de Bárbara Bengolea, Amalia Amoedo y los hijos de Alejandro Bengolea- y a la le sumaron sutiles dosis de humor, algo que siempre se agradece.

El espacio de Puerto Madero tuvo además dos individuales, como Esto soy yo, dedicada a Alfredo Londaibere, bajo el ojo de Alfredo Cipollini, que reunió más de cuatro décadas de producción, desde los primeros experimentos de mediados de los años 70 hasta las piezas finales de 2016, muchas de ellas nunca antes exhibidas. Mientras que en Éxtasis, 1899-1973, se presenta por primera vez en una institución el recorrido de la artista, gestora y crítica de arte francesa Germaine Derbecq, a través de 70 obras, muchas nunca mostradas.
En el mismo barrio, en el Museo de la Cárcova, Amigos del siglo XX. Los motivos, de María Guerrieri y Max Gómez Canle entablaron un hermoso diálogo a partir de obras emblemáticas del siglo pasado, presentadas sin firma ni intención de engañar, pero con un propósito claro: cuestionar la percepción del espectador sobre el valor de la copia y el significado del arte.
En el microcrento, el Centro Cultural Borges extendió su estratega expositiva, ocupando nuevos espacios más allá de las salas, como con El porvenir, una individual de escultura y pintura de Franco Fasoli, curada por Joaquín Barrera, que propuso mirar una parte de la historia argentina con la fractura y lo inestable como constante, a partir de un monumento de Rogelio Yrurtia, que nunca llegó a realizarse, como disparador.
También allí, en sala, se presentó Más aquí, una antológica de Rogelio Polesello que juntó mas de 150 piezas, creadas entre 1970 y 2000, con curaduría de Santiago Villanueva.

En el espacio del Palais de Glace, La naturaleza del paisaje se materializó con casi 40 obras ganadoras del Premio Nacional desde 1968, en un recorrido con diferentes aproximaciones al territorio nacional, con María José Herrera como curadora, mientras que el mismo piso, pero en el Museo Nacional de Arte Oriental, Un lugar para quedarse dio luz a las vidas y memorias de seis décadas de la comunidad coreana en el país, a partir de una serie de fotografías.
Cercano de Plaza de Mayo, Arthaus Central tuvo en El cielo cayendo, con seis videoinstalaciones de Sebastián Díaz Morales y un entorno sonoro creado por Philip Miller, una propuesta sobre la saturación de imágenes distópicas, y en Desvío, la realidad global se hizo presente bajo el ojo cuidado y premadio del fotoperiodista Rodrigo Abd. También, la instalación Argentina (paisajes), del dúo Mondongo, creada entre 2009 y 2013, volvió a exhibirse en su formato original, antes de iniciar una gira por distintos museos del país.

En el norte de la ciudad, Museo Nacional de Arte Decorativo continuó con sus propuestas de poner en diálogo la arquitectura y el mobilario del Palacio Errázuriz con lo contemporáneo, como sucedió con Versalles, de Nahuel Vecino y con curaduría de Patricio Orellana, o ya volcados más al diseño, la primera retrospectiva de Alberto Churba, Diseño infinito -curaduría de Sandra Hillar y Wustavo Quiroga, aunque la gran noticia del año trascendió lo expositivo, ya que fue la reapertura de la Biblioteca de Matías Errázuriz, que recuperó su estado original de 1918.
En la misma zona, en la Casa Victoria Ocampo, el Fondo Nacional de las Artes propuso en Como en casa, una puesta que invitaba a los visitantes a encontrar un espacio donde la vida cotidiana y la creación artística de Pedro Roth se entrelazaban, en una expo ideada y realizada por Andrés Duprat y Adriana Rosenberg, mientras que en noviembre se reabrió la sede Alsina, que permanecía cerrada desde hacía una década, con una instalación de Pablo Curutchet, curada por Pedro Bedmar Rodríguez.

El Paseo de las Artes del Palacio Duhau se revitalizó mucho durante el 2025, con muestras individuales, sin un guion curatorial, pero que permitió entre otros ver los trabajos de Mariano Molina, Ides Kihlen o Erneste Pesce.
El Museo Larreta presentó piezas del pintor Alfredo González Garaño, recuperadas tras daños sufridos en 2009, de Caaporá, un ballet de vanguardia con textos de Ricardo Güiraldes de 1917 que jamás se realizó, mientras que el Museo de Arte Popular José Hernández mostró en Platería Argentina, una pasión: Un siglo de coleccionismo, las colecciones de Carlos Daws y Oscar Collazo, donde la tradición se cruzaba con lo contemporáneo.
El Museo Sivori destacó con dos personales: una histórica y otra, contemporánea. En La lucidez geométrica. Alicia Orlandi. Grabados, pinturas y monocopias, con curaduría de Teresa Riccardi y Ayelén Pagnanelli, se pudieron ver más de 60 obras de las búsquedas estéticas entre los años cincuenta y setenta de la artista que estuvo fuera de la escena por décadas, en la que fue además su primera exhibición individual en un museo.

Mientras que en Un puñado de tierra de Andrés Paredes, curada por Sandra Juárez, se desplegó un recorrido poético, sensorial y conceptual donde la naturaleza, la memoria y la transformación se entrelazaban, a partir de calados, dibujos esculturas blandas y obras de sitio específico.
Por su parte, la Casa Nacional del Bicentenario, en Una casa. La Casa. Lo doméstico deviene territorios, curada por Analía Solomonoff, mostró a 120 artistas de 14 provincias, pertenecientes a la colección de Abel Guaglianone y Joaquín Rodríguez, como a su vez a proyectos y artistas ganadores del Premio In Situ de las ferias de arte por fuera de CABA.
En su vastedad el Palacio Libertad (ex CCK), se destacaron Soberanía de las cosas, con curaduría de Jazmín Adler, a partir de obras que realizaban entrecruzamientos entre ciencia, técnica, naturaleza y sociedad, El espejo en la colmena, de Francisco Medail, exploró el retrato de artista y el papel de los estudios fotográficos como epicentro del desarrollo artístico y, entre las individuales, Antonio Pujia. La escultura en clave poética, que ofreció una selección de más de treinta esculturas en bronce, yeso, mármol y madera, con curaduría de Andrea Wain.

En el barrio de Retiro, en la exposición semi antológica Nada personal, en Espacio OSDE y curaduría de Joaquín Barrera, se desplegaron 20 años de proyectos del Nicolás Martella, quien en su quehacer utiliza el archivo para reflexionar sobre la construcción de la memoria instantánea, a través de fotografías, recortes, libros, capturas de fondo de escritorio, entre ellas el interesantísimo proyecto Mis archivos recibidos, a partir del cual recorrió cibers de La Plata y recopiló en un pendrive las fotos que los usuarios dejaban en las computadoras, allá por 2008.
MUNTREF Centro de Arte Contemporáneo, en el ex Hotel de Inmigrantes, vibró al ritmo de Bienalsur, que este año cumplió su décimo aniversario, con muestras como Let’s Play, que reunió a figuras como Michelangelo Pistoletto, Marta Minujín, Vik Muniz, Liliana Porter y Carlos Amorales, con curaduria de Diana Weschler, que tuvo además un capítulo en España.

Mientras que en el Centro Cultural MATTA se presentó un encuentro de obras de Paz Errázuriz y Adriana Lestido, a partir de trabajos que invitaban a repensar la historia desde la perspectiva de los relegados de los relatos oficiales, con curaduría de Cecilia Nisembaum y Fernando Farina.
También cerca del río, en Fundación Macro, La estrategia de la ilusión de Leandro Erlich, con curaduría de Andrés Duprat, revitalizó la torre de oficinas con tres obras en el espacio y una serie de maquetas que, lejos de ser simples estudios previos, funcionaron como “una suerte de documentación” de cada proyecto.
Por fuera de la Ciudad, el Museo de Arte Tigre, reunió a Yente y Del Prete en Figuración Mística, que con curaduría de Roberto Amigo y Santiago Villanueva se centró en los aspectos espirituales en la obra de la pareja; expo que puede verse ahora en el Franklin Rawson de San Juan, aunque también fue motivo de festejo la presentación de alrededor de 250 obras de arte argentino que se sumaron al acervo tras ser donadas por el Dr. Guillermo Jaim Etcheverry.

Volviendo a Yente (y a CABA), en Retrato de un Legado, del Museo Judío, se puede observar su trayectoria en una fusión entre la memoria familiar, los relatos bíblicos y la experimentación.
En Rosario, Berni Infinito en el Castagnino, curada por Cecilia Rabossi, en el marco del tricentenario de la ciudad y a 120 años del nacimiento del gran pintor argentino, reunió más de 70 obras, muchas de las cuales nunca antes habían sido exhibidas en la ciudad. También allí la historia del coleccionismo artístico local se presentó a través de la figura de Juan B. Castagnino, con curaduría de Pablo Montini y María de la Paz López Carvajal.
En otra celebración del aniversario del artista rosarino, merece una mención Antonio Berni. Grabados, en el cordobés Museo de Arte Contemporáneo Unquillo. Y, en el ámbito de los homanejaes, otro artista que fue celebrado, pero por su centenario, fue Carlos Gorriarena, con muestras en el Bellas Artes, Colección Amalita y el CC Recoleta.