“La idea era crear algo accesible, práctico y que pudiera impactar positivamente en la vida de las personas”, cuenta Cristian Moreno, flamante egresado de la licenciatura en Tecnología de la Información de la Universidad de Palermo, sobre su invento. Son unos anteojos con un sistema de sensores capaz de detectar gases tóxicos en el aire y activar una alarma antes de que sea tarde.
Envirosaf Vision es un prototipo funcional que emite señales visuales y sonoras cuando detecta gases peligrosos en el ambiente, una herramienta que podría prevenir accidentes domésticos, evitar intoxicaciones en fábricas o asistir a personas con hiposmia, que no pueden percibir olores. Ese trabajo lo llevó a ganar el primer puesto del “Premio Trabajo Final de Grado Banco Santander”.
Su desarrollo combina sensores de bajo costo, microprocesadores y una estructura liviana, todo enmarcado en un diseño ergonómico. La lógica del dispositivo es clara: si hay riesgo en el aire, el usuario se entera de inmediato. Lo notable es que se trata del primer proyecto de hardware de Cristian, quien diseñó y ensambló todo en apenas dos meses. “Tuve que adaptarme a lo que había disponible. Muchos componentes no eran los ideales, pero funcionaban”, explica. “Fue un proceso que incluía investigación de mercado, pruebas simuladas, esquemas eléctricos y armado de tres módulos: batería, procesador y sensores con alarmas”.
El reconocimiento de la entidad bancaria evaluó criterios como innovación, factibilidad, calidad técnica y proyección futura. En todos se destacó el trabajo del joven, que contó con la tutoría del docente Diego Esteve y se consolidó como un desarrollo real, funcional y escalable. “Este proyecto no solo cierra una etapa académica. Es también una prueba concreta de que, con esfuerzo y guía, uno puede hacer algo útil”, reflexiona sobre su tesis, que desarrolló junto a tres materias y un trabajo full time.
Un invento nacido de una charla familiar
La idea de Envirosaf Vision surgió durante una sobremesa, mientras conversaba con sus abuelos —ambos ingenieros químicos— sobre qué desarrollar para su tesis, apareció la frase que convirtió la idea en una imagen mental muy clara: “Quiero crear algo que detecte riesgos”, pronosticó. Los abuelos le hablaron de los contaminantes que abundan en ciudades como Shanghái, los residuos tóxicos en plantas industriales y las fugas invisibles que hay en los domicilios.
“Me contaron que en una planta industrial casi hubo intoxicaciones por gases que no se veían ni olían, que sólo podían detectarse midiendo la calidad del aire. Me dijeron: ‘No sabés qué estás respirando’. Eso me quedó dando vueltas en la cabeza”, recuerda.
Moreno decidió enfocarse en un problema concreto: las fugas de gas. Pensó en gasistas matriculados como público inicial, personas que trabajan expuestas todos los días. Pero con el tiempo, el dispositivo fue ganando otros posibles usos: seguridad industrial, monitoreo ambiental, prevención doméstica, salud. “A medida que lo desarrollaba, se me abría un abanico que no había imaginado”, reconoce. Incluso pensó en personas que padecen lo mismo que él: “Tengo hipotonía y no puedo oler bien. Esta herramienta también me sirve a mí”.
¿Por qué anteojos? La elección tuvo una razón técnica. “Los sensores debían estar cerca de la nariz para captar bien el aire, pero sin obstrucciones. Además, los anteojos permiten mantener las manos libres y proteger la vista”, explica. Así nació una forma de tecnológica cómoda, práctica y discreta. “Pensé primero en bastones o pulseras, pero no tenían el mismo alcance. El marco de los anteojos era compacto pero lo suficientemente versátil”.
El prototipo está construido con un procesador ESP32 y sensores MQ-135, que detectan compuestos volátiles. Aunque no son los más avanzados del mercado, ofrecen un equilibrio aceptable entre precisión, peso y consumo energético. La estructura fue impresa en 3D, ajustada para que fuera cómoda y funcional. “Lo armé con materiales reciclados, lo que tenía en casa. Lo importante era demostrar que podía funcionar con recursos accesibles”.
Pensar con impacto social
Lo que distingue al trabajo de Cristian no es solo el ingenio técnico que tiene, sino su objetivo social. “Lo que me mueve es encontrar soluciones que puedan mejorar la vida de alguien en una situación puntual”, asegura. Por eso, más allá del reconocimiento que pueda tener su invento, lo que él busca es que los anteojos puedan escalar y llegar a quienes los necesitan.
Hoy, el prototipo que ya fue aprobado académicamente, como invento está en fase de prueba. Por eso, el próximo paso será iniciar el proceso de patente, mejorar la autonomía del sistema, integrar sensores de mayor precisión y optimizar el diseño. “Tengo la teoría, los esquemas, la idea clara. Lo que sigue es iniciar el trámite de patente, que puede tardar hasta cinco años”, dice y opina de cara al futuro: “Tiene un potencial enorme. Me gustaría seguir desarrollándolo, pero sé que es un camino largo: hay que hacer una investigación más compleja, conseguir componentes más específicos y acceder a una maquinaria que una persona sola, sin respaldo, no puede tener. Se podría escalar al punto de ofrecer esta tecnología como una mejora en ópticas, porque si se llega al nivel de micro soldadura, se puede incorporar prácticamente en cualquier marco”.
En ese sentido, explica que “hoy no tenemos acceso a esa tecnología, lamentablemente, por eso solo armé un prototipo. Es incómodo, no se puede comercializar tal como está, porque la gente busca comodidad y estética. Pero como idea es espectacular. Antes de pensar en venderlo, hay que investigar cómo mejorarlo estructuralmente y también en software. Podrían sumarse sensores de movimiento, un giroscopio, incluso inteligencia artificial que detecte si la persona se desmaya y envíe una alerta. Las posibilidades son muchas, pero primero hay que recorrer ese camino. Imaginate un rescatista que queda inconsciente en una zona con fuga: los anteojos podrían enviar una alerta automática a sus compañeros para que sepan que está en problemas”.
Hasta el momento, la idea no tiene sponsors ni grandes fondos detrás. Su proyecto fue financiado con recursos propios, ingenio y tiempo. “Invertí más de $ 100.000, cubiertos luego gracias al premio del Banco Santander. Pero tuve que volver a comprar componentes que se quemaban o fallaban”, cuenta. “Es un proyecto de bajo costo comparado con otros dispositivos similares en el mercado. Hay productos que valen 30 dólares y el mío no superaba los 200 pesos en insumos”.
Por eso, valora especialmente el acompañamiento académico que recibió y la posibilidad de haber transformado una idea universitaria en un objeto concreto. “La carrera me enseñó a integrar hardware, software, diseño. Eso me dio confianza para animarme. Todo lo aprendí de materias como procesamiento de datos, aplicaciones híbridas o interacción usuario-máquina. Todo eso confluyó acá”, admite.
En un mundo donde muchos proyectos se quedan en la mente, Envirosaf Vision es una excepción: un desarrollo funcional que puede contribuir a salvar vidas. “Mi objetivo no es solo hacer anteojos inteligentes. Me gustaría que esta sea la base para crear una startup dedicada a soluciones tecnológicas que mejoren la calidad de vida”, finaliza.