El gobierno ucraniano ordenó este jueves la evacuación obligatoria de familias con niños en Druzjivka y varias localidades cercanas, en la región oriental de Donetsk, tras un avance inusualmente rápido de las fuerzas rusas en el frente. La medida fue anunciada por el gobernador Vadym Filashkin, quien precisó que aún permanecen en la zona 1.879 menores. Según el funcionario, la decisión se tomó por la intensidad de los bombardeos y el riesgo que representan para la población, aunque evitó mencionar explícitamente la ofensiva terrestre que acompaña esos ataques.
En los últimos días, las tropas rusas han logrado su mayor ganancia territorial en más de un año, según un análisis de la AFP basado en datos del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) y el Critical Threats Project. Un mapa de la plataforma de monitoreo DeepState muestra un estrecho corredor bajo control ruso que amenaza la ciudad de Dobropillia, al noroeste de Pokrovsk, actual epicentro de los combates. Reuters señala que el avance, de entre 10 y 17 kilómetros en apenas 48 horas, ha sido apoyado por ataques aéreos y drones de primera persona, con el objetivo de saturar las defensas ucranianas y forzar movimientos de tropas.
Este repunte en el campo de batalla coincide con la inminente cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska. Diversos analistas interpretan la maniobra como un intento deliberado del Kremlin de llegar a la mesa de negociaciones con una posición de fuerza, e incluso de condicionar cualquier diálogo al reconocimiento internacional de su control sobre partes de Donetsk. Funcionarios ucranianos han expresado preocupación por la posibilidad de que la reunión derive en propuestas que impliquen ceder territorio a cambio de un alto el fuego.
Aunque las autoridades militares en Kiev afirman haber estabilizado la línea con refuerzos, incluido el Cuerpo Azov, la presión en este sector es alta. La región de Donetsk ha sido uno de los escenarios más devastados de la guerra desde 2022: de los cerca de 1,9 millones de habitantes previos al conflicto, apenas quedan medio millón, en su mayoría mujeres y ancianos. Filashkin ha denunciado en múltiples ocasiones que las fuerzas rusas atacan de manera sistemática infraestructura civil, escuelas y hospitales, buscando vaciar las ciudades para consolidar el control.
El avance ruso también tiene un fuerte componente simbólico. En semanas recientes, Moscú ha reivindicado la captura de Chasiv Yar, un enclave en ruinas cuya importancia es más propagandística que estratégica, pero que podría reforzar la narrativa de inevitabilidad con la que Putin intenta justificar la ocupación ante su propia opinión pública y, de forma indirecta, ante ciertos sectores internacionales proclives a una “paz negociada” en términos rusos.
En Kiev, el presidente Volodímir Zelensky ha reiterado que no aceptará acuerdos que reconozcan cambios fronterizos impuestos por la fuerza. Para el gobierno ucraniano, cualquier concesión territorial no solo sería una violación de la soberanía nacional, sino un precedente peligroso que alentaría futuras agresiones. En paralelo, organizaciones humanitarias advierten que la escalada en Donetsk provocará nuevas oleadas de desplazados internos, sumándose a los millones que ya han abandonado la región.
La dimensión humanitaria de la crisis es dramática. Las familias que permanecen en las zonas evacuadas viven bajo bombardeos constantes, con cortes de electricidad y agua, y acceso limitado a alimentos y medicinas. Las rutas de escape son peligrosas y, en algunos casos, se han visto atacadas. Según testimonios recogidos por medios ucranianos, muchas personas se resisten a abandonar sus hogares pese al riesgo, temiendo no poder regresar o perder lo poco que les queda.
En este contexto, el avance de las fuerzas rusas no puede separarse de la estrategia política de Moscú. Al intensificar la ofensiva justo antes de una cumbre internacional, el Kremlin busca consolidar posiciones sobre el terreno que luego pueda presentar como “irreversibles” en cualquier negociación. Esto, según expertos militares, forma parte de una doctrina que combina presión militar, desgaste económico y manipulación diplomática para forzar concesiones sin comprometer el núcleo de sus objetivos.
La comunidad internacional enfrenta así un dilema: aceptar la ocupación de facto de partes del Donbás equivaldría a legitimar la toma de territorio por la fuerza, debilitando el principio de integridad territorial consagrado en el derecho internacional. Para Ucrania, y para quienes consideran que ceder no traerá paz sino una pausa precaria, lo que está en juego en Donetsk no es solo una línea en el mapa, sino la capacidad de frenar una escalada que podría extenderse más allá de sus fronteras.
Por ahora, las evacuaciones continúan bajo fuego. Cada autobús que sale de Druzjivka y los pueblos vecinos no solo transporta familias que buscan seguridad, sino que representa, para Kiev, un recordatorio de que la guerra sigue definiéndose tanto en los campos de batalla como en los salones donde se negocia su futuro.