
A más de dos décadas del auge de los clubes de trueque en Argentina, una nueva modalidad de intercambio volvió a crecer, pero esta vez con una lógica distinta y una infraestructura basada en redes sociales y plataformas de mensajería. Grupos de Facebook, chats de WhatsApp y foros digitales reúnen a miles de personas que intercambian ropa, muebles, productos para el hogar e incluso servicios, sin mediar dinero. El movimiento, que se expandió de manera silenciosa en los últimos años, plantea una dinámica de economía colaborativa que se adapta a las herramientas tecnológicas disponibles.
A diferencia de la experiencia de principios de los años 2000, cuando los clubes funcionaban en espacios físicos y utilizaban sistemas de créditos o fichas, los nuevos intercambios se organizan de forma descentralizada y sin un mediador institucional. Cada grupo tiene sus propias normas y formas de validación, y el acuerdo entre las partes es la base del funcionamiento.
Un fenómeno de redes
Los grupos de Facebook son el principal punto de encuentro. Allí, los usuarios publican fotografías de los objetos que desean intercambiar y detallan su estado, medida, tiempo de uso y posibles equivalencias. El proceso es directo: quien esté interesado comenta o envía un mensaje privado. Cuando se llega a un acuerdo, se coordina el encuentro en un punto de entrega o se organiza una cadena de envíos entre vecinos.
En paralelo, WhatsApp se convirtió en el canal operativo. Muchos grupos de Facebook derivan en chats donde se afinan detalles y se generan relaciones de confianza. En estas conversaciones también se anuncian búsquedas específicas. Frases como “Busco silla de comedor, ofrezco caja de herramientas” o “Cambio ropa de niño talle 8 por libros escolares” son frecuentes. La dinámica es constante y fluida: cada propuesta puede recibir respuestas en pocos minutos.

En algunos casos, los grupos superan los 5.000 integrantes. La administración de estos espacios se vuelve clave para mantener un orden mínimo. Una moderadora de uno de los grupos más activos de la zona oeste del Gran Buenos Aires afirmó: “La regla principal es el respeto entre las partes. No intervengo en las negociaciones, solo en caso de conflicto o incumplimiento. El sistema se sostiene cuando hay claridad en lo que se entrega y lo que se recibe”. La administradora explicó que cada nueva persona que ingresa debe aceptar reglas básicas, entre ellas no ofrecer productos alimenticios caseros sin especificar su elaboración y no intercambiar medicamentos.
Qué se intercambia y por qué
Entre los objetos más frecuentes se encuentran prendas de vestir de adultos y niños, muebles pequeños, electrodomésticos en funcionamiento, juguetes y artículos escolares. También se ofrecen productos hechos a mano, como mantas, tejidos y artesanías. En algunos casos, los intercambios alcanzan categorías más complejas: cuidado de mascotas por horas, clases de apoyo, reparaciones domésticas y asistencia informática.
El valor de cada objeto o servicio se regula de manera informal. No existe una tabla fija ni un patrón común. Las personas negocian según su percepción de utilidad. Una participante que intercambia ropa usada comentó: “No se trata de cuánto valía cuando lo compré, sino de si alguien lo necesita. A veces cambio dos remeras por un cuaderno nuevo y para mí está bien”. La lógica se basa en cubrir necesidades inmediatas, no en recuperar un valor monetario.

La motivación de quienes participan es diversa. Algunas personas buscan reducir gastos en momentos de ajuste económico. Otras priorizan la reutilización y el menor impacto ambiental. Existen también quienes encuentran en estos intercambios una forma de generar vínculos comunitarios. “La gente participa porque necesita, pero también porque se siente acompañada”, señaló otra moderadora de un grupo barrial. “Detrás de cada intercambio hay una charla. No es solo pasar un objeto de mano en mano”.
Confianza, reputación y acuerdos
La construcción de confianza es un punto central. En muchos grupos se utiliza un sistema de reputación basado en comentarios posteriores a la entrega. Si una persona cumple con lo prometido, recibe la valoración positiva de su contraparte. Si no lo hace, puede ser removida del grupo.
Este mecanismo opera como una forma de contrato social. Según explicó un miembro activo, “cuando alguien tiene muchas referencias buenas, sabés que podés acordar con tranquilidad”. Por el contrario, la falta de antecedentes genera precaución. En ocasiones, se sugiere realizar los encuentros en espacios públicos, especialmente cuando se trata de intercambios de mayor volumen o cuando se participa por primera vez.
Algunos grupos adoptan reglas adicionales: no se aceptan cambios con fines comerciales, no se permiten ventas encubiertas y se desalientan propuestas que impliquen un desequilibrio evidente. La administración interviene únicamente cuando se detectan infracciones reiteradas o quejas consistentes.
El cambio de rumbo
Los clubes de trueque que proliferaron a principios de la década de 2000 estaban organizados en redes formales. Utilizaban monedas internas y funcionaban en centros comunitarios o espacios públicos. Esta estructura permitía un control más estable, pero también dependía de una administración centralizada y de la circulación física de las personas.

En los nuevos grupos, la lógica es completamente digital. No existe una autoridad que determine el valor de los intercambios ni una moneda común. La comunicación se basa en herramientas cotidianas y el intercambio se organiza de manera flexible. La escala también es distinta: hay grupos barriales, pero también provinciales y nacionales, donde los envíos se realizan por correo o transporte compartido.
Esta modalidad se inscribe en tendencias más amplias de consumo: reutilización, economía colaborativa, reparación y prolongación de la vida útil de los objetos. En los últimos años, el crecimiento de ferias de intercambio, grupos de compra-venta y plataformas de segunda mano muestra una transformación en los hábitos de consumo. Sin embargo, en el trueque 2.0 la ausencia de dinero representa un rasgo distintivo.
El crecimiento de los clubes de trueque no puede desvincularse del contexto económico. La presión sobre el poder adquisitivo y el encarecimiento de algunos bienes básicos generaron un terreno propicio para métodos alternativos de obtención de bienes. No obstante, la práctica también revela una dimensión social importante: la creación de redes de apoyo y ayuda mutua.

Existen intercambios donde el acuerdo no es estrictamente equivalente. En grupos barriales se registra la expresión “lo doy porque a alguien le puede servir”. En esos casos, se trata de donaciones sin contraprestación, lo que evidencia que el intercambio no siempre está guiado por un cálculo de utilidad, sino por una lógica de circulación comunitaria.
Una práctica que sigue expandiéndose
La dinámica de los clubes de trueque digitales continúa creciendo. Nuevos grupos se forman cada semana y algunos cuentan con listas de espera para ingresar. La moderación se vuelve más exigente a medida que aumenta la escala, pero el funcionamiento se sostiene en los acuerdos entre las personas.
El fenómeno combina tecnologías disponibles, prácticas comunitarias y una economía de intercambio que prescinde del dinero. La modalidad sigue mutando y puede adaptarse a distintos entornos y necesidades.
En ese sentido, los clubes de trueque 2.0 vuelven a poner en circulación una pregunta que adquirió fuerza hace años: qué valor tienen los objetos cuando dejan de ser necesarios para quien los posee, pero pueden ser útiles para otros. La respuesta, hoy, se encuentra en chats, publicaciones y acuerdos que suceden en tiempo real.