En el tono de la voz, Amílcar Unanue, un domador de 44 años, refleja la pasión que siente por los caballos y su dedicación para intentar comprenderlos. En su campo “La Tradición”, ubicado en Pergamino, al norte de la provincia de Buenos Aires, enseña y practica el arte de la doma, una disciplina que quiere que trascienda más allá de las fronteras. A lo largo de su carrera ha amansado 740 caballos, entre ellos, de polo.
En una entrevista con LA NACION habló del conocimiento transmitido por generaciones con técnicas modernas que ha aprendido en el camino. Su historia es la de un gaucho moderno que se rehúsa a que el tiempo borre lo aprendido en el campo. Según contó, el arte de la doma lo adquirió desde chico: a los ocho años jugaba con su hermano a amansar novillos en la calle del pueblo, y a los catorce ya estaba montando caballos bajo la tutela de su padre.
“Lo primero que amansé fue un novillo, era una diversión que teníamos al cuidar vacas en la calle. Nosotros queríamos domar, y por eso andábamos en los terneros: les poníamos una soga al cuello y los montábamos”, relató. El aprendizaje fue empírico, con errores, aciertos y mucha observación. Domó primero por necesidad, después por pasión, y hoy dice que lo hace por “vocación”. Es esto lo que lo llevó a impartir cursos de doma por todo el país y en Uruguay. Además, se prepara para viajar el próximo año a Italia y posiblemente Brasil con la idea de mostrar al mundo el valor de la doma tradicional y las raíces gauchas.
A lo largo de su vida, fue encargado de estancias, hasta que con esfuerzo pudo adquirir su propio campo de 10 hectáreas, donde hoy enseña la disciplina. “La doma tradicional es muy importante, es necesaria en cualquier deporte. Hay muchas cosas lindas de la doma racional, que copiamos mucho, pero siempre defendiendo la doma tradicional. El domador tiene que tener el recado, bozal, bocado y freno. No precisa mucho más”, resume.
La otra parte tiene que salir del caballo y de la estrategia del domador. “La mansedumbre se consigue con mucha paciencia: el gaucho fue visto como el eje de todo esto y símbolo de la cultura. Esta es la costumbre de nuestros padres, de lo que nos enseñaron. Hoy tengo la suerte de salir a mostrar lo que aprendí en diferentes puntos del país. Esto es una cosa que se lleva en la sangre», acotó y dijo que muchas veces su forma de domar llama la atención. “Cuando doy el curso, lo hago en pelo para transmitirle mucha confianza al caballo”, completó.
Aclaró que el caballo no es una mascota, sino que se lo atiende como un caballo. “Más que darle cariño, se lo tiene que respetar. No digo que no exista el rigor, como con nuestros hijos, pero ahí es donde entra la doma tradicional”, dijo y agregó que el avance y crecimiento en las redes sociales ha permitido que la gente del campo pueda compartir las tradiciones con él.
Cuenta que encontró en los caballos de polo un desafío técnico que lo entusiasma. Valora la fuerza, agilidad y precisión que exige la disciplina, y reconoce que en ese universo halló una forma de perfeccionar su método. “Los caballos de polo son los que más me gusta domar, los que más satisfacciones me dan. Tienen más motor, más salida en las patas. Me da gusto domarlos, ver las cosas corregidas. Hoy en día hay mucha genética. El caballo de polo tiene mucho motor, y es lindo verlo cuando empieza a responder, cuando todo lo que corregiste empieza a notarse”, resaltó.
Señaló que su estilo combina lo mejor del oficio tradicional con elementos de la doma americana. Aunque valora el aporte de nuevas corrientes, defiende con firmeza la base criolla del oficio. Una parte clave de su estricto método es saber leer al animal. “El caballo habla, hay que saber escucharlo. Con las orejas, con la mirada, con los movimientos. Si está incómodo, si le duele algo, si tiene miedo, lo muestra. Y si lo ignorarás, después se traduce en problemas en la doma”, explicó. Según dijo, el secreto es establecer una conexión genuina, y no forzar ni mecanizar el aprendizaje.
Cada caballo tiene su tiempo de aprendizaje. “Algunos aprenden en un año, otros necesitan dos años. Hay que respetar ese proceso. No me gusta domar caballos de pista, que repiten cosas de memoria. Prefiero el caballo a campo, que te muestra más su esencia”, contó. Esa forma de mirar al animal le permite construir una relación duradera con los equinos, que muchas veces trasciende el trabajo técnico.
Un ejemplo de esa conexión fue el caso de “Carasucia”, un caballo que domó para una prueba en apenas un mes. El vínculo que logró forjar fue tan fuerte que terminó comprándoselo al dueño, pero veinte días después, un accidente en el campo lo obligó a sacrificarlo. “Hizo todo lo que tenía que hacer. Me encariñé mucho y nunca me había pasado: se lo compré al dueño, y a los 20 días de haberlo comprado lo largué al campo y se me quebró. No hubo más remedio que sacrificarlo. Eso me hizo decidir si seguir en una estancia como encargado o dedicarme a esto“, relató.
Desde hace nueve años, Unanue vive en su propio campo, junto a sus hijos Nazareno e Indiana, a quienes también intenta transmitir el amor por los caballos y la cultura del trabajo. Recuerda que antes de esto fue puestero y encargado de campos pertenecientes a una misma firma ganadera. Su padre, Oscar Alfredo Unanue, también dedicó su vida al campo: trabajó durante 50 años en una estancia de Chacabuco, propietaria de los campos donde trabajó.
Hoy su objetivo no es solo perfeccionar la doma, sino transmitirla, y espera que el legado familiar esté presente en cada recado, en cada clase y en cada decisión. “Me gustaría incentivar a muchos chicos a que sepan que todo se puede lograr con un sueño. Hoy lo tengo. Poniéndose metas en la vida y cumpliéndolas, uno puede lograrlo. Quiero ir a las escuelas a enseñar: los chicos tienen que tener cultura de trabajo, que se está perdiendo. Tuve una vida bastante dura, pero con un final feliz», cerró.