En medio de una gira nacional que lo llevará por Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Corrientes, Posadas y desembarcará en Buenos Aires el próximo 11 de junio, el gran cantautor y guitarrista brasileño, Toquinho, hace un alto en su agenda para conversar sobre su vida, la infancia en San Pablo, la pasión por la guitarra y su encuentro con el enorme poeta y músico Vinicius de Moraes, que marcó su vida durante una década.
“Voy a llevar conmigo una síntesis de mi carrera, de todo lo que sucedió en mi vida musical acompañado por la talentosa cantante Camilla Faustino y mi banda de músicos brasileños. Además de las canciones, también habrá un segmento instrumental, que siempre hago. Hablaré de mi paso por La Fusa y haremos un recorrido de mi trayectoria en Argentina”, cuenta Toquinho al otro lado de la línea, desde su ciudad natal de San Pablo, en diálogo con LA NACIÓN.
–¿Cómo recuerda su infancia en San Pablo?
–Mi infancia fue realmente muy buena, principalmente porque en esa época no había Internet. Jugábamos por las calles, era una cosa muy libre, siempre en los campos de fútbol o estudiando en los períodos de clases. Además, mis padres siempre fueron muy accesibles, muy condescendientes en todo, me ayudaron y me apoyaron mucho cuando yo elegí dedicarme a la música. En fin, tuve una infancia y una familia muy equilibradas. Vivimos con mis padres y un hermano siempre unidos, hasta el final de sus vidas.
–Alguna vez dijo que la guitarra es una parte de su cuerpo. ¿Siempre fue así? ¿Cómo nació esa vocación por tocar la guitarra y la música?
–Sí, realmente fue y sigue siendo así. Yo la toco todos los días, estudio, y trato de mantener la técnica y mejorar siempre. No importa la edad, hace falta dedicación y fuerza para mantener una buena técnica, porque el público merece ese respeto. Desde que conocí la guitarra, en la época en que surgió João Gilberto y Jorge Ben Jor, que tocaba la guitarra también, no sólo yo, toda mi generación se encantó mucho con la guitarra, que pasó a ser parte de todo un comportamiento musical de esa época en Brasil. Yo soy un hijo de ese movimiento. Cuando de chico empecé a tocar la guitarra, dormía con ella debajo de mi cama y despertaba con ella en la mano. Grabé mi primer disco a los 18 años. Y hasta hoy es la compañera que me abrió las grandes puertas de mi carrera y me dio prácticamente todo lo que tengo: las canciones, los discos, el respeto del público como autor y como intérprete. Todo viene de la guitarra.
–Y debe tener unas cuantas…
–Bueno, tenía más. Vinicius me perdió una en Mar del Plata, la dejó por la calle, y también se sentó sobre otra que se rompió, todo antes de un espectáculo. Ahora tengo más o menos 20 ó 22 guitarras.
Antonio Pecci, más conocido como Toquinho, nació en San Pablo en julio de 1946. A los 18 años grabó su primer LP instrumental, O violão de Toquinho y rápidamente comenzó a participar en comedias musicales televisivas y en importantes festivales de la canción popular. A comienzos de 1970 grabó su segundo disco, de donde surgió su primer gran éxito junto a Jorge Ben: “Qué maravilla”.
Su música se expandió rápidamente y llegó al enorme poeta y músico Vinicius de Moraes, quien lo invitó a participar a mediados de aquel 1970 junto a Maria Creuza en una serie de conciertos en el local La Fusa, en Mar del Plata, Punta del Este y Buenos Aires. Fueron más de mil shows, cerca de 120 temas y 25 discos que dejaron como legado de ese tiempo de formidable creación, uno de los hitos culturales más relevantes de Sudamérica. El registro de esos shows fue fundamental para la consagración de la bossa nova en todo el mundo, casi como un continuador, aunque en menor escala, del álbum Getz/Gilberto que le dio fama universal a Vinicius y a Antônio Carlos Jobim.
–¿Qué siente haber grabado La Fusa, aquel álbum emblemático que compartió con Vinicius de Moraes y Maria Creuza y que constituye uno de los más entrañables documentos de la bossa nova de todos los tiempos?
–Sí, es verdad, fue un álbum emblemático. Se dio como una cosa circunstancial, como todo en la vida. Como fue la mano de Dios de Maradona, fue el dedo de Dios de Vinicius. Era la primera vez que estábamos juntos Maria Creuza, Vinicius y yo. Ibamos a presentar unos shows por diez días y después volver a Brasil. Entonces tuvimos la posibilidad de hacer un documento musical, que fue el álbum, pero fue hecho de una forma improvisada, no teníamos la intención de hacer una disco que se quedara en catálogo por más de 50 años. Con todos los errores que tiene, sus imperfecciones, quedó una cosa muy humana que a la gente le gustó tanto y le sigue gustando hasta hoy.
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–¿Por qué cree que sigue teniendo tanta vigencia, sonando tan bien 55 años después de su lanzamiento?
–Tiene una magia ese disco que yo no me puedo explicar. La única explicación que encuentro es la irresponsabilidad que tuvimos en grabarlo de forma muy improvisada, pero también de una forma muy tranquila y muy humana, con los recursos que teníamos a mano. Y continúa no sólo para los latinoamericanos. Si vas a Japón, tienes La Fusa ahí, si vas a Francia, tiene La Fusa. Es algo inexplicable. Imagina que dos años después grabamos la misma idea con Maria Bethania y no sucedió lo mismo, se quedó un disco normal, pero la Fusa con María Creuza es una cosa increíble. Se puede explicar hasta un punto, pero después, la identificación de la gente no tiene mucha explicación.
–¿Cómo recuerda aquellos diez años que giraron juntos con Vinicius?
–Imagina, en una entrevista no se puede decir ni el inicio de lo que sucedió con Vinicius. Tuvimos muchas copas, todo el tiempo, a Vinicius le gustaba mucho el whisky. Hacíamos el trabajo como una consecuencia de la amistad, siempre estaba adelante nuestra relación de amigos, de compañeros de trabajo, y después venía la parte profesional. Nos divertimos mucho con todo. En Buenos Aires nos juntábamos en Edelweiss con Piazzola, con Amelita Baltar, con Ferrer, con Silvina y Coco Pérez, que eran dueños de La Fusa; con Mercedes Sosa. Era una gran diversión. En los espectáculos se improvisaba mucho, la vida nos llevaba como de vacaciones, esa era la relación mía con Vinicius, todo el tiempo. Hacíamos canciones naturalmente, cada día componíamos una cosa. Fueron diez años realmente muy fructíferos y muy humanos, sólo tengo buenos recuerdos, como un amigo que salía conmigo solamente para jugar, para tomar, para hacer cosas buenas, y cuando sobraba el tiempo hacíamos canciones y espectáculos.
–¿Qué mirada tiene hoy de aquel joven músico que era allá por los 70?
–La vida es una superación, siempre, así la veo, y es por eso que estoy acá hoy con casi 80 años, haciendo la cosa como si fuera 40 años atrás. Claro que tengo una atención con mi cuerpo, con mis cosas para estar bien, pero la determinación y la competencia sana son fantásticas. Hoy veo como tocaba la guitarra ese chico y me parece un poco ingenuo, intento superarlo siempre, es una competencia conmigo mismo. Siempre intento mejorar, intento tocar mejor que aquel Toquinho. Lo que fui siempre es un parámetro para ser mejor hoy.
–Alguna vez declaró que João Gilberto fue el creador de la bossa nova y todos lo imitaron. ¿Es tan así?”
–Sí, fue así, y más. Creo que la única persona que hizo la bossa nova fue João Gilberto. Él fue el inventor de esa atmosfera musical, la forma de tocar una canción, la forma de tocar la mano derecha de la guitarra, como tocar el samba tradicional de una nueva forma, con una armonización más sofisticada que vino de los clásicos contemporáneos como Debussy, Stravinski, y agregó esa forma rítmica brasileña, esa forma de cantar, de vivir una canción. Esa atmósfera, quien la invento fue João Gilberto y nadie más. Todos los otros somos meros imitadores de eso. Claro que yo no hago bossa nova, sino música brasileña, samba, pero cuando toco bossa, imito a João Gilberto, como todos lo hacen. El es la célula mater de la bossa nova.
–¿Respecto de la improvisación, la bossa tuvo también influencia del jazz?
–No, ese es un equívoco brutal. La bossa no tiene nada de nada con el jazz, es muy brasileña. A João Gilberto no le gustaba para nada la improvisación. Ahora, la armonía de las canciones era muy similar a la del jazz. Por eso, cuando la bossa llegó a los Estados Unidos, los músicos americanos se sintieron muy en casa, armónicamente, entonces hicieron toda la improvisación y pasó a ser una cosa jazzística. Después se universalizó, y la armonía que se usa, más sofisticada, fue perfecta para que los músicos americanos improvisaran y la influenciaran fuertemente. Pero el origen es brasileño.
–¿Le gusta el tango?
–¡Cómo no! El tango es una música universal, una música fundamental, irremplazable.
–¿Qué mirada tiene sobre la música urbana, particularmente en Brasil?
–Hay gente buena y mala en todas las tendencias musicales, me parece que todas las formas de expresarse de un artista son válidas, basta que sean verdaderas, que estén bien hechas. Yo tengo una identificación con lo que hago, pero me gustan todos los géneros, todas las tendencias cuando son bien hechas. Creo que el artista tiene que comunicarse de alguna forma; la cultura es libre, tiene que ser totalmente libre, siempre.
–¿Cuál es su pasatiempo favorito?
–Siempre jugué al fútbol. Hasta hace dos años, por casi cuarenta años, tuve una casa con campo de fútbol, bien tratada y todo. Jugué y me dediqué mucho a eso, mezclándome con jugadores de fútbol profesional. Una vez Maradona casi llega a jugar a mi casa.
–¿Cómo fue eso?
–Maradona era muy amigo de Careca, porque habían jugado juntos en Napoli, y Careca siempre venía a jugar a mi casa, porque vivía muy cerca, en Campinas. Entonces un día me llamó y me dijo: “Está en mi casa Maradona, voy a intentar llevarlo ahí. Entonces le dije: ”Bueno, no hables con nadie, porque si no el campo se va a llenar (se ríe). Infelizmente no pudo ir, tuvo que volver antes para San Pablo… pero casi, casi, casi.
–¿Algún otro pasatiempo?
–Me gusta mucho el billar, tengo una mesa profesional y todo. Me encanta ir a restaurantes, casi todos los días salgo a comer afuera, a conocer puestos nuevos, a ver platos que me gustan. Y me gusta cocinar, lo hago con mucho placer, porque a veces tengo nostalgia de la comida que yo hago. También toco mucho la guitarra, que es un hobby además de una cosa profesional. Y me gusta ver fútbol, soy un amante del futbofútbolel último partido Argentina le dio una lección a Brasil, porque Brasil tiene que entender que no es más lo que era, y tiene que tener un cambio de estructura. Tiene todos los jugadores, pero tácticamente está muy atrasado. Y la Argentina en el último partido ganó de una forma brutal, y a mí me gustó, porque Brasil merece esa lección futbolística que fue dada. En fin, me gusta seguir todo el fútbol internacional, también hago gimnasia todos los días y me divierto mucho con la vida.
–¿Practica alguna religión?
–Mirá, yo tengo una formación católica, apostólica, romana. Siempre estudié en colegios así, y si bien por medio de amigos pasé por el candomblé, y por un baterista que tenía conocí un poco más de budismo, en el fondo tengo una formación católica y es ahí que me quedo.
–¿Qué se siente ser una leyenda?
–Nooo (se ríe) Eso lo estás diciendo vos. Mirá, yo sé que hice cosas, pero un artista nunca sabe exactamente su dimensión. Yo prefiero no ver la dimensión que tengo, porque me gusta vivir simplemente, normalmente, haciendo cosas como si fuera el inicio de mi carrera, eso me da ganas de hacer, de iniciar cosas. Lo que hice ya lo hice y la dimensión que tengo la tengo, pero no la llevo conmigo, la dejo bien guardada en un cofre. A mí me gusta vivir la simplicidad de la vida, como si fuera la primera canción, el primer espectáculo.
Toquinho. El 11 de Junio, a las 20.30, en el Teatro Coliseo. Entradas desde 39.500 pesos en Ticketek