A pesar del calor tremendo, Martín Bossi llega exultante a la entrevista con LA NACIÓN. Tiene motivos: la noche anterior se estrenó Papota, un corto de dieciséis minutos de los cantantes Ca7riel y Paco Amoroso, con dirección de Martín Piroyansky, en el que se luce como invitado. Interpreta a Gymbaland, un productor mefistofélico que les ofrece ganar el codiciado Latin Chaddy a cambio de vender sus almas, apoyado en los impiadosos consejos de Chad GPT. Pura ironía, vuelo e incorrección en la era digital: el video es un cross a la mandíbula a la industria musical. Y también marca una paradoja: con millones de visitas, es un boom mundial en las plataformas, la meca de la industria.

“Es muy extraño lo que sucede con Papota porque yo hice cosas populares, pero este es el trabajo que más se viralizó en mi vida”, define de entrada Bossi, todavía asombrado por la repercusión que logró el material. También confiesa que cuando recibió la convocatoria no conocía a Ca7riel ni a Paco Amoroso, pero apenas vio su participación en Tiny Desk se sorprendió con la creatividad. Como sea, se tomó a pecho la invitación: estuvo largos días ensayando su oscuro personaje, una suerte de Guasón criollo tan pálido como indolente. “Ellos junto a Piroyansky me pidieron construir a un hombre desalmado. Así que estuve vagando por calles y bares dándole vida a la criatura, portándome como un verdadero diablo”, rememora Bossi entre risas.

Desde el jueves 20 de marzo, en plena Avenida Corrientes, el Teatro Nacional, dará un paso más en su multifacética trayectoria: protagonizará la comedia La cena de los tontos junto a Mike Amigorena y Laurita Fernández. La obra, un suceso internacional, escrita por el dramaturgo francés Francis Veber, cuenta con dirección de Marcos Carnevale y la producción está liderada por Guillermo Francella y Adrián Suar, estrellas de la primera versión en el país en 2000. “Es una obra exigente, muy bien escrita, irónica y actual, porque habla de la verdad en medio de la hipocresía. Un tipo puro en medio de la falsedad y el bullying”.

Para Bossi, su participación en La cena… tiene un significado especial: implica integrarse a un elenco. Después de realizar exitosos unipersonales por más de una década -el último, Bossi Live Comedy, fue un gran suceso durante tres temporadas-, ahora pega un volantazo. “Hace poco tiempo empecé a hacer el clic de que el teatro también es unir fuerzas. Esta obra llega en un momento de mi vida en el que quiero compartir una comedia pura”. Como si fuera poco, Bossi tiene otro tanque en carpeta: encarnar a Alberto Olmedo en una biopic producida por Pampa Films para una plataforma. Aunque prefiere no anticipar mucho, está basada en el libro de uno de los hijos del comediante, centrada en su último día de vida y se rodará el año próximo.

Con todas estas credenciales, se podría afirmar sin vueltas que está pasando por un momento formidable de popularidad y propuestas. Contra todas las presunciones, Bossi le baja el copete a cualquier definición apresurada y sostiene, parafraseando a Fito Páez, que lo que más le gusta es estar al costado del camino. “Mi única intención es hacer vuelos bajitos para que los radares no me localicen. En tiempos de tanta violencia y frustración, no quiero ser el centro del odio de la gente. Hoy, si te exponés mucho, te convertís en blanco de las críticas”, explica este versátil artista, un maestro en el arte de cambiar de piel, quien desde hace más de dos décadas se ha manejado como pez en el agua en el rol de showman, creando un estilo que combina imitaciones, actuación, humor, baile, canto, música.

-Siempre estás en movimiento. ¿Te aburre la repetición?

-En mis inicios la imitación me ayudó a llamar la atención, especialmente la parodia. Me sale naturalmente porque desde chico jugaba a imitar en mi casa para frenar la discusión entre mis padres. Después me di cuenta que la cuestión es ser o no ser, y no parecer. Entonces empecé a tener otras inquietudes, a componer personajes, a hacer homenajes, a standupear. La imitación no es un género menor, hay gente que lo hace toda la vida, pero yo necesité evolucionar hacia otros lugares.

-¿Cuándo te convertiste en showman?

-Emilio Tamer, mi gran maestro, fue quien me sugirió hacer algo que no existía en ese momento: ser un showman como lo era Jerry Lewis. Fue una buena idea porque hay mucha gente que hace stand up, pero poca que se transforma en showman. No es fácil: hay que desdoblarse en canto, baile, humor, música. A eso se sumó la posibilidad de hacer cine y ficción en tele. Estudié mucho y me dio buenos resultados. Me gusta mostrar cosas de acuerdo a mi preparación. Si tengo un restaurante, no puedo ofrecer pizza todo el tiempo.

Martín Bossi:

-¿Sos muy autoexigente?

-Sí. Por ejemplo, para el musical Kinky Boots (versión dirigida por Ricky Pashkus que se presentó en 2020 y 2022 en el Astral) encarnaba a una drag queen. Para prepararme me encerré ocho meses en New York con una comunidad drag. Empecé a transitar ese mundo como si fuera una mujer. O cuando hice de Justina, en la película Viudas (dirigida por Marcos Carnevale), utilicé todo mi poder de observación. No se trata de parecerse, es mostrar lo que vos tenés adentro.

-¿Y hacia dónde va tu carrera?

-Es muy curioso. En este momento de tanta decadencia cultural, me tocan trabajos que disfruto. Yo siento que no soy producto del odio y que no me interesa estar en el centro de esta locura de la exposición. Me preparé y estudié para subir al escenario. Trabajo para hacer reír a todos: al de derecha, al de izquierda, al policía, al bombero, a Lali Espósito, a María Becerra, a Javier Milei, porque hoy los enfrentamientos son permanentes. Y no soy liviano por sentir esto, porque si apagás el grabador te puedo decir un montón de cosas. Pero, así como de chico hacía reír a mis padres para que no se peleen, en mi vida profesional estoy para entretener, hacer reír, generar fantasía. Sin que se note mucho, con perfil bajo, calladito, hago mi trabajo.

Un hombre suburbano

Martín Bossi confiesa:

Nacido en Lomas de Zamora, futbolero e hincha fanático del club Los Andes, Bossi tiene una historia que combina la temprana pérdida de su padre con un pasado insospechado como profesor de tenis y estudiante de la carrera de Comunicación Social. Aunque es un celoso guardián de su intimidad, no escapa a ningún tema con su verba filosa y el temperamento arrollador: se define como un tipo con cultura barrial y detalla que la terapia le sirvió mucho para vivir mejor.

“Yo fui un desmesurado. Un desmesurado sin drogas, alcohol, noche o cigarrillos. Desde chico ponía todas las fichas en actuar hasta alcanzar el nivel de la obsesión. Mi psicóloga me explicó que la omnipotencia es parte de la locura, y ahí entendí que no siempre se puede. Fue muy importante para abrir los ojos”.

-¿Qué quedó del profesor de tenis o del estudiante de Comunicación?

-En un punto, yo no soy actor, soy un tenista en el escenario. Antes de cada función, hago bicicleta fija, pique corto, entrenamiento, me sirve mucho. Y con la carrera universitaria, la verdad es que fui un ladri. Iba a las clases, tenía un libro y andaba sacando teléfonos a las chicas. Solo recuerdo unos textos de Enrique Pichon Rivière y Claude Lévi-Strauss. Nada más.

¿El quiebre en tu vida fue la muerte de tu papá?

-Sí. Yo no actúo porque soy feliz, actúo porque estoy todo roto. De verdad: si fuera feliz, no actuaría. Cuando tuve uso de la razón recibí la mala noticia de que mi vida y la de los que quiero iba a terminar mal. Entonces pensé: ¿cómo hago para que esta vida sea lo más amena posible? Actúo para descomprimir la angustia.

-¿Tenías algún mandato familiar?

Yo tengo una frase: la desobediencia es la base del éxito. Mi papá, que tenía cáncer, dio órdenes en el lecho de muerte. Reunió a toda la familia, pero yo no concurrí. Él quería que yo fuera tenista, abogado o médico, pero no que me dedicara a la actuación. Dijo: hagan lo que puedan con Martín, pero para mí el partido ya está perdido [risas]. No hay día en el que no lo recuerde, pero al mismo tiempo su partida fue la liberación de un sistema, donde yo era la extensión de su felicidad.

-¿Ahí empezaste terapia?

-En realidad empecé después porque además me habían metido en la cabeza que Dios estaba en todos lados y eso me atormentaba. Después construí mi propia religión y también la forma de amar, porque creo en Dios y en Jesús, pero es mi propia religión. Había cuestiones que venían falladas de fábrica en mi familia porque somos víctimas de víctimas.

-Siempre te cuidás de no ventilar tu vida sentimental. ¿De quién aprendiste eso?

-Mis amigos me dicen que si hubiera contado el 10% de mis aventuras amorosas, habría llenado 10 veces más teatros. Ese chiste tiene algo de verdad porque además los medios te buscan con esas preguntas. Tuve un gran maestro en el arte de la discreción: Sandro. Lo conocí porque actué en la fiesta de cumpleaños de su expareja María Elena. A partir de ahí, me invitó a merendar muchas veces a su casa, y cuando murió, me dejó su ropa, que la usé en mis shows.

-¿Qué consejos te dio Sandro?

-Él me decía cosas como “no te tientes”, “que no se sepa”, “tenés que ser una hoja en blanco” y que nunca tenía que ir detrás de las tendencias. Mi maestra Graciela Borges también fue sabia en eso. Me advirtió que “no segmente”. O sea, que no importa lo que me guste, si chicas o chicos, porque lo importante es que todos nos quieran amar. Por eso, no cuento con quién estoy ni tampoco digo a quién voto. Yo no hago mi vida en Instagram, apenas posteo unas pocas cosas, me río de las tendencias y no pertenezco a ningún “ismo”. Las ideologías te vuelven esclavo.

Contra todos los males

Con una mezcla de desazón y escepticismo, Bossi se muestra crítico frente a la actualidad. Durante la entrevista, vuelve una y otra vez a cómo la cultura light, la exposición en las redes, el éxito efímero y la falta de valores barrió con la posibilidad del diálogo. A sus 50 años, se define como un nostálgico de la época analógica. “Yo veo que hoy todo es rivalidad. Hay tanto odio que a veces se pelean dos personas que piensan lo mismo. ¡En las redes hasta se atreven a insultar a Messi! Imaginate si un día aparece Jesucristo, le gritarían de todo”.

-¿Hoy hacer teatro es un acto de resistencia?

-Es un acto de provocación. El teatro, la cosa más antigua del mundo, sigue resistiendo. Todo se transmite por Internet: el cine, la fiesta de cumpleaños, un concierto. Hace poco fui a ver a mi amigo Luciano Pereyra y todo era celular. La vida sucede a 30 centímetros con el brazo extendido. Es psiquiátrico. Por eso, yo invito a escucharnos un ratito y a compartir. Yo me considero un teatrogramer, un influencer teatral. Por suerte, los teatros le quitan la clientela a las plataformas. No hay cabida para Elon Musk.

-¿Y cómo te llevás con las redes?

-Confieso que estoy en recuperación. El año pasado tuve unos ataques de ansiedad, con situaciones extrañas arriba y abajo del escenario. Una de las primeras cosas que hice fue reducir el tiempo con el celular, estaba prisionero siendo una mala versión mía.

-¿Te impactó cumplir 50 años?

-No soy esclavo de los números, pero no me gustó nada porque caí en la trampa de creer que soy un cincuentón. Cada cambio de década me ha provocado cosas, pero la experiencia tiene sus ventajas, así que ahora decidí no preocuparme más por estas cuestiones simbólicas. Soy como los músicos del Titanic, voy a seguir tocando hasta que se hunda el barco, me he reconciliado con la posibilidad del final.

Martín Bossi:

-¿Estabas muy peleado con la idea de la muerte?

-Sí, pero hoy quiero ir a un lugar mejor, por eso no me da miedo el final. Estoy preparado para no ser, mi ego está bien colocado. Ojalá me toquen 30 o 40 años más porque tengo muchas cosas pendientes. Mis amigos me necesitan, mi ahijada, mi madre y muchos más, y yo a ellos. Pero cada vez que salgo a la calle veo a un ejército de walking dead que te lapida con la cultura de la cancelación. Por eso, trato de no hacer mucho ruido.

-En los últimos tiempos te presentaste en varios países. ¿Te irías a vivir a otro lugar para crecer profesionalmente?

-A vivir no porque respeto el barrio. Yo nací en la Argentina y es una dulce condena. Podría irme un tiempo para hacer mi trabajo, pero eso es lo máximo. Estoy muy atado a lo afectivo y acá encuentro resquicios que me hacen feliz. Yo tengo mi propio algoritmo, y me sigo emocionando con las canciones de Spinetta, Charly, Jorge Cafrune y Facundo Cabral.

-Si te dieran a elegir entre actuar en Broadway o que tu amado club Los Andes ascienda a Primera, ¿con qué te quedás?

-Obviamente, elijo a Los Andes [risas]. Pienso que con suerte y estudiando mucho puedo llegar a otras capitales teatrales, pero para que ascienda el equipo de mis amores se necesita de la ayuda de Dios.