Al hablar, rápidamente se descubre su capacidad para el canto lírico. Sin embargo, su voz, por cierto, de notable presencia, es bien reconocible por resonar en la cotidianeidad de millones de oyentes de radio y de espectadores de televisión.
En él, la frase “una que sepamos todos” se potencia. Su repertorio es variado e incluye unos cuantos hits, pero hay una melodía que especialmente resuena en todos lados y rápidamente invita al tarareo, a cantarla. Nada de “bel canto” ni de composiciones de Giuseppe Verdi. Se trata de una tarantela popular que, en la voz de Gustavo Remesar, cobró notoriedad y potenció las ventas de un producto infaltable en la dieta de los argentinos.
Si la obra define al artista y el artista define a su obra, habría que pensar cómo se articula esa sentencia en él y en esa canción inmortalizada y repetida más que un bolero melodramático interpretado por Luis Miguel. Como si todo eso no fuera suficiente, el artista fue jurado en uno de los programas de Marcelo Tinelli, del que le quedó un sabor agridulce por no haber recibido el premio que le habrían prometido.
Además, trabajó como carnicero y fue dueño de un restaurante. Curiosa vida la de este hombre de Longchamps de cuya caja toráxica emergen sonidos perfectos. Mil existencias en una. “Hice de todo”, confiesa con certeza en el inicio de la charla con LA NACION.
View this post on Instagram
“Las cosas más sencillas de la vida”
“Yo sé que vos no sabés que yo soy la voz de esta publicidad”, dice Gustavo Remesar en uno de sus posteos de Instagram y luego de la presentación de rigor, aparece esa melodía reconocible y la letra que forma parte de un repertorio popular. “Las cosas más sencillas de la vida, son Molto importantes, no se olvidan”, comienza el jingle pegadizo como pocos. Ese que publicita a una famosa marca de pastas y salsas preelaboradas. “La pasta del domingo, la alegría, y el aroma a pomarola en la cocina”, continúa la poética doméstica que en su voz se potencia. Si escucharlo, hasta enciende el apetito.
-¿Cómo llega la propuesta de interpretar el jingle?
-Fue a través de mi amigo Miguel Lorena. La empresa Molto le encargó a él un jingle que, en un comienzo, no fue una tarantela, sino algo más vinculado a la ópera. Como tengo registro de tenorino, aunque soy un cantante popular, él pensó en mí.
Con Miguel Lorena, un cantautor creador de unos cuantos hits, se conocieron en la década del ochenta en El Club del Nueve, una suerte de émulo de El Club del Clan, creado por Alejandro Romay para su programa solidario Sábados de la Bondad. En ese grupo, Remesar llevaba el nombre artístico de Robertino.
-Cuando te llegó la propuesta de ser la voz del jingle, ¿inmediatamente grabaron?
-Sí, pero el dueño de la marca, al escuchar el trabajo, nos pidió algo más familiar, entonces Miguel Lorena compuso la tarantela que todos conocen.
-¿Cómo recordás la sesión de grabación?
-Fue en un home estudio de Buenos Aires. No se trató de un gran estudio de grabación, hicimos un buen trabajo, pero con las herramientas que teníamos a mano. Así lo armamos y, de pronto, explotó. Desde ya, tiene que ver con la marca, pero también con que se trata de una canción muy poderosa.
Que se trata de una melodía instalada en el inconsciente colectivo no hay dudas, pero tal es el arraigo de esa música y esa letra -que bien podría haber sido compuesta en un atelier de la Vía Corso de Roma– que, algunas personas, le han hecho comentarios de los más insólitos a su intérprete: “Cuando me identifican por la voz o les cuento quién soy, muchos me dicen que esa canción los acompañó desde la infancia, algo imposible, porque se compuso y se grabó hace seis años”.
-¿A qué lo atribuís?
-Además de la música, creo que las imágenes de la vida familiar, por lo cotidiano, hacen pensar en una filmación de hace treinta años, pero no es así.
-¿Tuviste que registrar muchas tomas?
-Para nada, llegué al estudio con todo aprendido y grabamos en un ratito. Sabía lo que tenía que hacer y le sumé mi impronta.
Pensando en la letra de la canción, Remesar reconoce que “es una historia en treinta segundos; no es un jingle que te dice que los fideos y las salsas son ricos, sino que te plantea lo importante de las cosas más sencillas de la vida, habla de la alegría, de los aromas de la cocina”.
-Parece una narrativa surgida del neorrealismo italiano.
-Con un poder de síntesis total.
-Cuando la grabaste, ¿imaginabas el suceso en que se iba a convertir?
-Intuía que algo podía suceder.
Como no es habitual vincular su imagen con su voz, Gustavo Remesar propone una actividad lúdica en sus propios shows: “La canto dado que me acerca mucho a la gente”.
-¿Por qué?
-No tengo obligación de cantarla, no cobro honorarios extras por eso, pero siento la necesidad de hacerlo. En un momento del show o del evento, sorprendo al público con la canción. El jingle cumple su cometido, nadie puede dejar de cantarlo. Hasta los chicos lo conocen.
-¿Cómo introducís el material en tus espectáculos?
-Le pregunto a la gente cuánto hace que no escucha una tarantela. La mayoría responde que hace mucho tiempo, pero yo les respondo que permanentemente están escuchando una. Y luego les explico que, de tanto escucharla, seguramente me odien a mí. Al principio, se ríen, porque no saben hacia dónde voy con el cuento. Finalmente, les cuento quién soy y qué canto y les pido que se acuerden de mí cada vez que escuchen la canción.
-¿Ganaste buen dinero por grabarla?
-Un jingle no se cobra solo al grabarlo, tengo que renovarle a la marca los derechos para el uso de mi voz todos los años. Nunca puse una cifra, pero siempre han sido muy generosos conmigo.
-¿Te permite mantenerte económicamente?
-Vivo de mis shows y eventos, pero el pago del jingle, que llega una vez al año, soluciona algunas cosas. No te salvás, pero, cuando aparece, resuelve mucho, es una bocanada de aire fresco.
-¿Te regalan productos de la marca o los compras en el supermercado?
-Me tratan como a un empleado de la firma, se acuerdan siempre de mí, hasta tengo mi caja navideña.
El momento de fama
Durante dos años participó de Soñando por cantar, un certamen televisivo producido por Marcelo Tinelli y conducido por Mariano Iúdica. “Fue compartir el escenario con artistas que tampoco hubiera imaginado. Me llamaban ´El carnicero´ y eso me acercaba al público. La gente veía que una persona de ´laburo´ podía progresar o cumplir su sueño de cantar. Fue un gran programa, a Mariano Iúdica le cambió la vida”.
Su apodo se debió a que, poco antes de ingresar al certamen televisivo, se dedicaba a vender carne en parrillas y restaurantes, “hacía corretaje”.
-¿Tuviste contacto con Marcelo Tinelli, productor de aquel ciclo?
-Sí, incluso, hace poco, me convocó para ser jurado en Canta conmigo ahora. Siempre tuve relación con él.
-Fuiste el ganador de Soñando por cantar, ¿cuál fue el premio?
-No hubo premio.
-¿No?
-Me animo a decir que fue el concurso televisivo más extenso, ya que duró dos años y salieron al aire 1.400 participantes, surgidos de castings realizados en todo el país en los que participaron 50.000 personas. Fue muy groso, por eso jamás me pude imaginar que sería el ganador, pero Dios quiso que así fuera.
-Entonces, ¿no hubo premios?
-Al comienzo, el premio era la posibilidad de participar de Cantando por un sueño, que estaba conducido por José María Listorti, con producción de Marcelo Tinelli.
-¿Ese fue el reconocimiento?
-No, porque Soñando por cantar fue un fenómeno masivo, de mucho éxito, entonces ir al otro programa, que tenía menos audiencia, ya no era un premio. También se anunció un reconocimiento millonario y los jurados hasta prometieron un micrófono de alta gama.
-Nada de eso sucedió.
-El premio que me llevé a casa es una hermosa estatuilla que observo permanentemente. Fue muy simbólico, porque se trató de un programa que me cambió la vida.
El tribunal que evaluaba a los participantes estaba integrado por Valeria Lynch, Patricia Sosa, Alejandro Lerner y Oscar Mediavilla. Tal es el recuerdo que Remesar tiene de Soñando por cantar que, rápidamente, lo retrotrae a los veinte días previos a la final: “En ese momento, falleció mi papá, así que fue muy duro participar de las últimas galas del programa”. Aquel exitoso formato finalizó, luego de dos años en el aire, en octubre de 2013.
A los doce años grabó su primer disco en los míticos estudios Panda. “El primer material que se hizo allí fue el mío”. Desde 1982 registra canciones de su autoría en Sadaic, “siempre me dediqué a esta vocación, a veces con mejor suerte que otras”.
Está casado desde hace 35 años y, junto con su esposa, son padres de seis mujeres y un varón, y ya son abuelos de cinco nietos. “Tengo 54 años, pero fui papá muy joven”. Hizo de todo en la vida para salir adelante y siempre apoyado en ese don natural que lo convierte en un virtuoso. El “tenorino” de Longchamps que canta el hit que sabemos todos.