Recapacitar es un ejercicio tan sano como infrecuente. Apenas cinco días después de sentenciar que el sistema de juego de su equipo no era el causante del “desastre” (sic) que había exhibido en el 0 a 0 ante Sarmiento, Julio Vaccari movió el tablero, cambió de sitio algunas piezas y le modificó la fisonomía a un Independiente que por fin convenció por su fútbol y ganó con autoridad. Fue 3-0 ante Unión, un resultado y una actuación que apagaron la mecha que amenazaba con encenderse si el rumbo se mantenía inalterable.
Cualquier observador imparcial podría deducir que al Rojo le crecen los enanos, y estaría en lo cierto, si no fuese porque a través de distintas vías, desde el mismo club se ocupan de inyectarles hormonas de manera permanente.
En el plano futbolístico, el juego anodino y el exceso de empates (12 en 20 partidos, 8 de ellos 0 a 0) afeaban la estadística de la docena de jornadas sin derrotas con la que el equipo de Julio Vaccari llegó al choque ante los tatengues. Ni siquiera el hecho de ocupar desde hace tres fechas un puesto entre los que jugarían la Copa Sudamericana 2025, objetivo final del semestre, valía para aplacar el malestar de los hinchas. En ese contexto, el pedido de cambios en el armado táctico -hasta acá, un inamovible 4-3-3– generaba un consenso prácticamente unánime, al margen de gustos individuales por la titularidad de tal o cual futbolista.
Además, las noticias institucionales agigantaba el malestar. Por un lado, la sospechosa y nunca bien explicada prolongación sine die del castigo a Marco Pellegrino y Diego Tarzia, que mantienen vigente el affaire de la fiesta en el yate (los dirigentes promueven un perdón que el técnico no concede). Si faltaba algo más, la “visita” de miembros de la barra brava al predio de Villa Domínico el sábado, y el mensaje que lanzaron –”Dejen la joda y empiecen a ganar”-, se ocupó de prolongar los efectos de esa historia. Por otro, la discusión por los números aprobados en la asamblea del lunes, indicativo de que la política interna sigue en estado de ebullición: el oficialismo afirma haber mejorado todas las variables financieras; las agrupaciones opositoras aseguran todo lo contrario.
Entre una cosa y otra, la noche se inició con gritos contra la directiva y de presión sobre los jugadores. El panorama pintaba espeso, como si hubiese una mecha preparada para encender un polvorín, pero el fútbol siempre reserva sorpresas impensadas, y a partir de las decisiones del discutido Vaccari, la gente del Rojo viviría los 90 minutos más plácidos del campeonato.
Lo mejor de la goleada del Rojo
Desde su debut, el zurdo Santiago Montiel se mostró como una posible carta ganadora en un plantel al que no le sobran los ases. La insistencia del técnico en volcarlo por la derecha le quitaba profundidad a su gambeta y eficacia a sus centros. Por izquierda y arrancando como volante lo suyo adquirió otra dimensión. Complicó a Lautaro Vargas y Nicolás Paz (se fue bien expulsado a los 43 minutos), y a favor de su perfil despachó un centro perfecto para el cabezazo de Gabriel Ávalos que puso el 1 a 0 a los 21.
En reserva, Santiago Hidalgo es 9 o segundo delantero. En sus esporádicas apariciones en Primera, diferentes entrenadores lo arrinconaron sobre las bandas. Ante el tatengue se movió por donde sabe, y fue un acompañante idóneo para la habitual soledad del goleador paraguayo.
Ese par de variantes bastaron para modificarle la fisonomía al Rojo. Si Unión llegó a Avellaneda ostentando su tercer puesto en el torneo y sus dos victorias al hilo, su imagen quedó desfigurada casi de punta a punta del encuentro. Salvo unos minutos a la vuelta del descanso, cuando los tres cambios introducidos por Kily González parecieron desconcertar un poco a Independiente, toda la noche se tiñó de rojo.
Porque además de Montiel (cerró cualquier duda sobre el triunfo al convertir el penal que cometió Francisco Gerometta sobre Ávalos a los 29 del segundo tiempo y concedió el VAR) e Hidalgo, el local tuvo muy buenos rendimientos individuales en Iván Marcone, Felipe Loyola y Kevin Lomónaco. Y ayudado por las debilidades y errores de los santafesinos, un atisbo de funcionamiento diferente, más lógico y más adecuado para los jugadores con que cuenta el plantel.
Ante la amenaza de temblores, Julio Vaccari recapacitó, agitó las piezas y le dio a su equipo el aire -y el triunfo contundente- que sus hinchas le pedían. Al menos por unos días, los enanos que Independiente se empeña en dejar que crezcan como mínimo no aumentarán de estatura.