La terrible masacre de hombres, mujeres y niños drusos en la ciudad siria de Suweida, al sur del país, debería ser un llamado de atención a la comunidad internacional. Sin embargo, la tibia respuesta del mundo revela una voluntad colectiva de hacer la vista gorda cuando las comunidades minoritarias enfrentan atrocidades indescriptibles.
El mes pasado, me reuní con el jeque Muwaffaq Tarif, líder espiritual de la comunidad drusa en Israel y presidente del Consejo Supremo Religioso Druso, quien me relató las horribles historias que se filtran desde Siria. Según los informes, los asesinatos, secuestros y violaciones de ciudadanos drusos fueron perpetrados por milicias tribales suníes locales y fuerzas del Gobierno sirio —las mismas fuerzas que un día fueron aclamadas por haber “liberado” a Siria de la tiranía.
Desde el 11 de julio, cientos de personas han sido ejecutadas en plazas públicas, en sus hogares e incluso en camas de hospital por sujetos que lucían uniformes “reformados” del gobierno sirio y entre los cuales se encontraban chechenos extranjeros y militantes vinculados a ISIS y Al Qaeda, lo que pone de relieve la amenaza transnacional que se cierne sobre las minorías sirias.
Estos ataques se produjeron después de que el gobierno de Ahmed Sharaa fracasara vergonzosamente en la protección de las víctimas, con algunos alarmantes informes de testigos presenciales que apuntan a que fuerzas bajo el mando del gobierno sirio podrían haber participado en la violencia. Tras estas atrocidades, Sharaa agradeció públicamente a las tribus su “heroica postura” en Suweida, con lo cual se alineó de hecho con los perpetradores.
La angustia del jeque Tarif era palpable cuando describió las desesperadas peticiones de ayuda de las comunidades drusas al otro lado de la frontera, comunidades que comparten no solo la fe, sino también lazos familiares con los drusos de Israel. “Nos llaman suplicando protección”, nos dijo. “Y el mundo permanece en silencio”.
Esto continúa el patrón de las milicias vinculadas al gobierno sirio atacando a las minorías. Los grupos yihadistas —incluidos los afiliados a ISIS y Al Qaeda— consideran que los drusos son herejes, lo que los convierte en objetivos recurrentes a lo largo del conflicto.
En abril, las fuerzas progubernamentales irrumpieron en el suburbio druso de Jaramana, dejando seis residentes drusos y cuatro atacantes muertos. En marzo, las fuerzas gubernamentales masacraron a los alauitas en las ciudades costeras. En cada caso, el gobierno de Sharaa culpó a las víctimas y presentó a los autores como restauradores del orden.
El atentado suicida perpetrado en junio en la iglesia de Mar Elias dejó 30 cristianos muertos. A pesar de los informes iniciales sobre detenciones, no se produjeron condenas. Los cristianos de Siria, al igual que otras minorías, solo reciben palabras vacías que no protegen a nadie, pero benefician la imagen internacional de Sharaa.
El ciclo se repite cada vez: una retórica oficial sobre la unidad mientras aumenta el dominio militante suní y quienes exigen la igualdad prometida por Sharaa pagan con sus vidas. Su imagen de moderación, cuidadosamente cultivada, está diseñada para el consumo occidental, mientras que las minorías son sistemáticamente perseguidas bajo su mandato. “Un yihadista con traje”, dijo un experto con el que me reuní recientemente. “Un yihadista pragmático”, dijo un colega occidental.
La historia demuestra que la comunidad internacional ha confiado repetida y equivocadamente en los islamistas y yihadistas “reformados”. Siria no puede permitirse que Occidente siga repitiendo estos catastróficos errores de juicio.
¿Son tan prescindibles las vidas de los drusos, alauitas, cristianos, yazidíes e ismaelitas que las sanciones y las designaciones como terroristas se levantaron incondicionalmente? ¿Por qué la comunidad internacional no clama cuando se asesina y viola a las comunidades minoritarias? ¿Dónde están las sesiones de emergencia de la ONU? ¿Dónde están los discursos apasionados sobre los derechos humanos y la responsabilidad de proteger?
Si la comunidad internacional busca restaurar la legitimidad de los regímenes regionales, la prueba debe ser proteger a las minorías e integrarlas significativamente en el Gobierno… no gestos vacíos y simbólicos. Sin esto, levantar las sanciones y normalizar las relaciones transmite un peligroso mensaje: que la seguridad y la participación política de las comunidades vulnerables son negociables.
En una región agotada por los conflictos, el cansancio internacional es comprensible. ¿Por qué intervenir en otra crisis en el Medio Oriente? Sin embargo, al apoyar apresuradamente al gobierno de Sharaa, las naciones occidentales han hecho algo más que dar la espalda al horror: lo han respaldado.
Las minorías sirias podrían preguntarse si este respaldo explica la silenciosa respuesta mundial a las masacres que se están produciendo. ¿O es simplemente que, a menos que Israel sea el culpable, se ignora el sufrimiento de los pueblos del Medio Oriente?
Irónicamente, ahora se condena a Israel por apoyar a los drusos de Siria, una comunidad profundamente arraigada que se extiende por Siria, Líbano, Jordania e Israel. Solo Israel respondió a sus peticiones de protección. Los extremistas suníes que buscaban apoyo internacional contra Assad ahora vilipendian a los drusos por hacer lo mismo.
Todos esperamos un futuro mejor para Siria. Pero un futuro que comienza con la matanza incontrolada de minorías solo conducirá a horrores mayores. La comunidad internacional debe exigir responsabilidades —no solo retórica— a Ahmed Sharaa. No podemos aceptar promesas vagas de un hombre y un gobierno que tan recientemente han sido designados como criminales internacionales.
Las vidas de las minorías religiosas de Siria penden de un hilo. Si no actuamos, perderemos el derecho a alegar ignorancia. Y si permitimos que un Gobierno al que hemos respaldado quede impune, seremos cómplices.
*Marina Rosenberg es la vicepresidenta sénior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (ADL). @_MarinaRos