Emma Kershaw dejó atrás la ciudad de Nueva York en marzo de 2024 con una decisión firme: instalarse en el área de Seattle. Después de haber emigrado desde Gran Bretaña, buscaba un nuevo comienzo y un entorno más conectado con la naturaleza. Sin embargo, un año después, volvió a armar su equipaje y regresó a La Gran Manzana. “Ahora estoy mucho más feliz”, aseguró.

De un sueño adolescente a una mudanza adulta, de NYC a Seattle

En 2023, Kershaw —una ciudadana británica— emigró a Estados Unidos. Se instaló en Nueva York, donde vivió un año. Disfrutó de Manhattan, pero tiempo después quiso cambiar de aire y probar suerte en la costa oeste, en Seattle. Según contó a Business Insider, conocía esta ciudad del estado de Washington, ya que cuando era adolescente había visitado a una prima de su madre. “Juré que viviría allí algún día, y finalmente tuve la oportunidad”, explicó.

Emma Kershaw regresó a Nueva York, donde siente que es su

Además de vivir “una nueva aventura”, la joven contó que también buscaba estabilidad. Había pasado diez meses en Nueva York sin lograr un contrato de alquiler formal. “No conseguía un contrato de arrendamiento, no tenía historial de alquiler en EE. UU. para poder optar a él, así que estaba subarrendando. Necesitaba un cambio”, relató.

Su llegada a Seattle: un departamento “increíble” y el problema del transporte

Kershaw alquiló un departamento en el condado de Kitsap, a 24 kilómetros de Seattle en ferry. “Mi apartamento era nada menos que increíble”, contó. Desde su ventana, tenía vista al estrecho de Puget. “Podía ver leones marinos y, si tenía mucha suerte, orcas“, reveló.

Primero lo alquiló por seis meses y luego renovó el contrato por otros ocho. Estaba cerca de la terminal de transbordadores, lo que le permitía llegar a Seattle en un ferry rápido en 30 minutos o en uno más grande en una hora. Ese viaje, dijo, “no era nada a lo que no estuviera acostumbrada en Nueva York” donde “fácilmente” se puede demorar “una hora para ir de un distrito a otro”.

La principal diferencia, sin embargo, fue que solo había ocho ferries más grandes al día, a menudo en horarios inusuales. El ferry rápido era pequeño y, en horas punta, a menudo había que hacer cola durante más de una hora para conseguir un lugar.

Emma consiguió un departamento con vista all océano

Esa demora tuvo un gran impacto en su rutina. Para llegar a tiempo a una reunión, debía salir con al menos dos horas de antelación.

Las salidas nocturnas eran aún más complicadas. “Una noche, me encontré con un amigo que estaba de visita fuera de la ciudad y, efectivamente, perdí el ferry de las 22 hs (hora local). Tuve que esperar el de las 00.50 hs, que me llevó a casa aproximadamente a las 2 hs de la madrugada”, comentó.

La joven recordó también que uno de los motivos que la impulsaron a mudarse fue el acceso a la naturaleza. “Me imaginaba a mí misma aventurándome frecuentemente al Parque Nacional Olímpico, pero como no tengo licencia de conducir, esto era casi imposible”, ya que sin un vehículo propio era complejo llegar hasta allí.

Falta de vida social: el mayor obstáculo que tuvo en Seattle

Si bien Emma admitió que moverse en transporte público en Seattle era engorroso, afirmó que no fue el mayor obstáculo que tuvo al vivir en esta ciudad. Lo que más le pesó fue que no logró tener una vida social ni entablar vínculos cercanos con otras personas. “Rara vez veía a mis familiares, y me resultaba difícil hacer amigos”, explicó.

La joven destacó que intentó usar aplicaciones para conocer gente y hacer amistades y que participaba en grupos en Facebook con el mismo fin. Sin embargo, cuando arreglaba algún encuentro, no lograba concretarlo. “Hablaba con gente y quedaba, pero o dejaban de responder o el horario inestable del ferry hacía imposible quedar en un bar o discoteca, el tipo de salida que mucha gente sugería”, señaló.

Otro aspecto que le llamó la atención fue la frialdad de los habitantes con las personas desconocidas: “Antes de mudarme, varias personas me advirtieron sobre lo difícil que podía ser para los recién llegados hacer amigos, un fenómeno llamado ’el congelamiento de Seattle’”.

Según dijo, solía intentar entablar una conversación con las personas en un café o en una tienda, pero “la mayoría se sorprendía de que les hablara y me ignoraban”.

El regreso a Nueva York y el aprendizaje de su experiencia en Seattle

Emma confió que mientras estuvo en Seattle añoró su vida en Manhattan: “Aunque a veces puede resultar abrumador, realmente extrañé el bullicio y la emoción de Nueva York”.

“Cuando vivía en la ciudad de Nueva York, asistía a eventos mediáticos y salía con amigos al menos tres veces por semana”, mientras que en la costa oeste “podía pasar casi una semana sin salir de casa porque no tenía con quién estar”.

La joven decidió volver a Nueva York, pero no se arrepiente de su estadía en Seattle

En abril, poco más de un año después de haberse mudado a Seattle, Emma regresó a Nueva York. Si bien tuvo que volver a empezar, consideró que el año que pasó en Washington “no fue tiempo perdido”.

Me ayudó a darme cuenta de que estaba hecha para la vida en la gran ciudad, y me encanta ser neoyorquina honoraria. Me siento realmente viva en esta ciudad”, concluyó.