Arrancó del cuento una página que, de tan fundamental, debía ser reversionada. Le explicó a Esperanza (12) que la Cenicienta, como ninguna de las invitadas al baile del Palacio Real, no debía “ponerse linda” solo para ser elegida por cualquier príncipe y entre otras tantas. Le habló de “exigencias” tan viejas como las generaciones educadas para “priorizar los deseos de los hombres” y de que no necesitará jamás aprender a “cocinarles rico para enamorarlos”. Le enseñó a su hija a valorarse. A saberse hermosa. A escucharse siempre. Fragmentos de un legado de lecciones que le ha dejado el amor en todos sus tránsitos y que hoy, “felizmente sola” y desde este lado del dolor y de las reflexiones, Sabrina Rojas (45) –“más yo que nunca antes”– comparte en esta charla mientras transita, según define, “el mejor momento de mi vida”.
Hilvana esta última afirmación al hecho inédito de su soltería porque, como cuenta: “Desde mis quince viví de novia. Soltando y agarrando parejas que, inevitablemente, modifican la vibra, el rumbo, quienes somos”. Es entonces que, discurriendo conclusiones de estos dos últimos años, asegura que “pensar solo en mí, sin que nadie altere mi energía, fue producto del modo en el que ahora me veo, me considero y hasta me proyecto para la posibilidad de otras compañías”. Claro, a Sabrina le gustan las historias de amor, pero ya no le urgen tanto como que sean “sanas”. No las necesita, “ni mucho menos las extraño”, asegura muy a pesar del intento de sus amigas por buscarle match. “Porque finalmente me encontré. Me miro. Me gusto. Y estoy más consciente de todo, especialmente de mí”.
Cuestiones a las que empezó a echar luz durante la “crisis final” que terminó un matrimonio de once años (tras cinco de noviazgo) con Luciano Castro (50). Habla en términos de “sanar” cuando se refiere a “detectar todo eso que alguna vez normalicé y a entender que uno debe irse de lugares en los que ya no está cómoda ni feliz”, explica. “Y esa es una línea clara que bajo a mis hijos: La vida no siempre es como uno quiere, pero eso no significa que debamos ser conformistas con ella. Porque una cosa es adaptarse, tolerar o negociar, y otra muy distinta es aguantar sin ganas ni miras de cambio o evolución. Es ahí cuando hay que medir la realidad y tomar distancia. Nadie debe estar donde no quiere. Eso, siempre y a la larga, tiene un precio muy caro”, señala sobre el proceso que dice haber encarado en tiempos de su más importante decisión.
“Había dejado de quererme”, reflexiona. “De quererme y, principalmente, de creer en mí. En parte, por haberme ocupado primero de que el otro estuviese bien. Sin antes preguntarme a mí misma qué sentía y qué necesitaba. No le daba crédito a mi potencial y me medía para ser ‘demasiado correcta’”, revela. “Yo siempre fui esta que ves y escuchas, pero pensaba dos veces sobre qué decir en las entrevistas para no molestar a quien tenía al lado. Porque quería complacer y que nada de lo que hiciera o dijese generara complicaciones”. Tanto descreía de sí, que “llegué a convencerme hasta de que mi carrera había alcanzado su techo”, señala. Siente que durante mucho tiempo “me aparté de todo, en todo sentido”. De repente, ser invitada a formar parte de una portada coral para la gala de una revista, disparaba en ella cierta “incomodidad”. Y no solo por lo que se opinara en casa, sino también “por todo eso que podría decir la gente o las demás colegas que sí trabajaban: ‘¡Ah, esta vino porque es la mujer de’!”, recuerda.
Sí, la maternidad marcó el desvío en su camino profesional. Tal vez, la excusa perfecta para refugiar su poca estima. “Me dediqué a mis hijos. En primer lugar porque admiraba la trayectoria de mi marido. Era el ídolo. Protagonista de las novelas más exitosas de eltrece… Y, ¿qué se yo? A mí me tocaba quedarme en casa para que todo estuviese listo y funcionando cuando él llegara. Después de todo yo venía de ser ‘la chica sexy de Paparazzi’ y estaba al lado de un ‘cool’. Había que cuidarlo. No quería que nada de eso afectase o perjudicase su carrera”, analiza. Aún hoy le es imposible asegurar si aquello “fue una postura que elegí tomar o si efectivamente se trató de una bajada inconsciente. Porque él no me decía ‘no trabajes’, pero por ahí tiraba un ‘¿Eso vas a hacer?’”, reproduce con gesto despectivo.
Transitó “acomodando” sensaciones en pos de no encender ciertas mechas. Evoca la sensación de andar con la cabeza gacha y hasta agradecida de estar junto a ese hombre de los treinta puntos de rating y esa personalidad tan fuerte”, aduce. “Creo que me apagué para que él brillase. Había momentos en los que me decía a mí misma: ‘¡Pero si vos también tenías un nombre antes de esta relación! No te conoció siendo cajera de un supermercado’. De hecho, fue trabajando juntos, convocados al mismo escenario”, dice respecto de Valientes, la versión teatral del éxito televisivo de Polka (eltrece, 2009-2010) en el Teatro América de Mar del Plata, que Castro protagonizó junto a Gonzalo Heredia (43) y Mariano Martínez (46), quien, a propósito, había tenido “un breve picoteo” con Sabrina “cuando éramos tan jóvenes que ya ni me acuerdo”, bromea. “Yo también era popular. Yo también era parte de ese mundo”.
A fin de cuentas, Rojas recortó sus ambiciones y su gratitud a la posibilidad de ‘maternar’. “Aún me siento una privilegiada por haber podido ser mamá sin necesidad de salir a laburar. Preferí arrepentirme luego por relegar mi carrera que por haber estado ausente durante los primeros años de la vida de mis hijos”, apunta. “Después de todo, teníamos dos bebés y había un trabajo en casa que alguien debía resolver. Porque así solemos ser las mujeres, ‘sostenedoras’ de todo. Yo, aún estando separada, sigo poniendo físico y cabeza al cien por ciento para llevar adelante a mis dos niños, y tal vez el hombre no. Por ahí, me voy de viaje y estoy: ‘Che, fíjate la mochila… Ponele tal o cual cosa’. El hombre viaja y solo llama para saludar. Nosotras nunca desconectamos ni con el chat, ni con la niñera, ni con el padre, ni con todo lo demás”.
“Nada me hubiese gustado más que mis hijos tuviesen una familia tradicional, como la tuve yo: Con dos padres a los que solo los separó la muerte. Por eso es que muchas veces intentaba autoconvencerme: ‘Bueno, pero siempre habrá problemas… Bien del todo no vas a estar con nadie’. Había un registro latente, pero una va negando o justificando todo eso que, en definitiva, te hace muy mal”, revisa respecto del principio del fin de su matrimonio. “Tuvimos varias separaciones. Pero recuerdo la charla de la última vez. Le dije a Lu: ‘Ni vos a vivir como yo quiero ni yo voy a vivir como vos querés. Esto está terminado’”, relata. Ya no había posibilidad de empatar las formas. Y sin pretender demasiado detalle, cita el ejemplo de una situación definitoria. “Soy muy sociable. Me gusta salir con amigos, divertirme en un asado, disfrutar de un recital… Me gusta vivir aventuras. Y él es ermitaño. Entonces, la vida fuera de casa siempre era sola o con mis hijos. Al principio, lo justificaba: ‘Está cansado’ o ‘Es demasiado conocido para un ámbito público…’ Pero no, todos nuestros amigos famosos lo hacían con normalidad. Así, en ese aspecto, también empecé a sentirme sola. Era una mujer en pareja, pero sola. Y más allá de pensar en la familia, yo quería un compañero”, argumenta Rojas. “Y claro, al mismo tiempo, él se sentía exigido a ser alguien que no podía ser”.
En 2021 llegó el final. “Y realmente estuve orgullosa de no volver aquella vez”, afirma. “Porque tras cada nuevo intento, siempre que mi ex quería, yo volvía. Me costaba. Me costaba mucho. Algo que, luego entendí, no era por nosotros… Yo no toleraba ni escuchar su respiración. Ya no nos aguantábamos más”, señala. “Mi tristeza nunca tuvo que ver con el amor, sino con eso que éramos los cuatro. Yo lloré a mares mi familia”, dice Sabrina. “Nunca voy a olvidar lo que sentí al entrar a casa el primer día que dejé a mis hijos en lo de su papá. Todo estaba oscuro, en silencio y pensé: ‘¿Qué pasó? ¿Cómo llegamos a esto?’ Pasa tiempo hasta encontrarle el disfrute, el valor del tiempo para uno. Y, por sobre todo, el alivio por la certeza de una decisión correcta”.
Fueron dieciséis años juntos y dos parejas más después de la separación: Flor Vigna (31) –“junto a quien fue su peor versión por cuestiones generacionales”– y Griselda Siciliani (47) –“con quien tengo una cuestión de piel por una historia que padecí y de la que prefiero no hablar”–, por parte de él; Y Luis Tucu López (44) –“yo pensé que era ahí”– y “un algo lindo” con Gabriel Lechuga Liñares, por parte de ella. Aun así, aquella historia resulta el cuento de nunca soltar, muchas veces alimentada por la decisión de hablarse a través de las redes. Mensajes que fueron desde el aquel recordado “Te voy a sacar la careta” al último “Me cansé”. Sabrina también analiza este punto. “Me puse de novia con ‘el Tucu’, cuatro meses después de haberme separado de Lu. Todavía teníamos muchas cuestiones que acomodar, una de ellas fue nuestro ego”, apunta. “Al principio intenté que todos estemos bien, y de la manera más sana. Tal vez lidiando hasta con lo que reclamaban las parejas, pero con la responsabilidad prioritaria de que mis hijos sintiesen que seguíamos siendo familia… Hasta que un día, cansada de poner el cuerpo para todo, te hartás y decís: ‘Basta, esto es lo que tenemos. Así será. Vamos a ser felices como sea’. Entendí que solo se trata de aceptar”, cuenta.
Advierte que en cuestiones prácticas de la paternidad que comparten, y lógicamente, “nunca” soltará. Pero también que “ante todo eso de cada uno que nos enoja tanto”, siempre habrá posturas tan diferentes como sus formas. “Quizá, porque para él todo es ‘careteo’ y yo soy verborrágica… Necesito serlo”. ‘¿Para que él reaccione?’, pregunto. “Puede ser que, inconscientemente, sea para eso”, responde. Hace poco, habló de “acarrear un tercer hijo”, que le llevó cuatro año “digerir el carácter” de Castro y otros diez en “saber manejarlo”. No descartó “codependencia” ni negó un marco de toxicidad. Sí, “tuve momentos de gran felicidad y otros de sentirme muy amada, pero hubo que poner mucho amor. Hoy, pensándolo, digo: ‘¿Por qué tanto? Tal vez debía haberme ido antes”, deduce. “Porque parece que digo mucho, pero no. Es más lo que callo… A la mujer se nos exige ‘aguantá’, ‘no digas’, ‘no provoques’. Mientras el otro se vuelve impune: ‘Hago, deshago, lastimo…’”, señala. “Y hasta podría asegurarte que si yo contase el ‘porqué’ de muchas cosas, la gente me abrazaría diciendo: ‘¡Qué buena mina que sos!’; ‘¡Cómo estuviste y sostuviste!’; ¡Y cómo lo haces todavía!’. Así que me merezco el changüí de expresarme como sea y donde sea para desahogarme ”, dispara. “Yo también estoy en este medio, trabajo expuesta… Y tengo otra manera de sanar, de procesar y de encontrar escapes para no explotar”.
Habla de familia con cierta nostalgia y algo de resignación. “La psicóloga nos decía que el modo en el que nuestros hijos crecerían tendría mucho que ver con la forma en que nosotros nos tratásemos. Aconsejaba que más allá de que nos viesen juntos en cumpleaños o actos escolares, tratásemos de compartir meriendas, risas, diversión. Y al principio lo hacíamos sumando a nuestras respectivas parejas. A veces fluía muy genuinamente y otras no. Después, bueno… Insisto, hay cosas de las que si las contase me dirías: ‘Ah, clarooo…’ Pero nunca voy a contarlas. Jamás”, advierte Sabrina. Siente la lejanía, aunque la soledad ya se hizo cayo. “Me hace falta esa red de contención, el decirle a mi hermano ‘se me rompió tal o cual cosa del auto’, o el ‘má te dejo a los chicos’ o eso de ‘los domingos en la casa de la abuela’ que no puedo darle a mis hijos. Siento que no van a tener anécdotas para contar del tipo ‘cuando el tío venía a buscarme’ o ‘cuando jugábamos con los primos’. Por momentos siento que recordarán como familia a mi círculo de amigas… Porque a Mendoza, con suerte y por sus actividades, vamos solo dos veces al año”, dice. “Es por eso que intenté por mucho tiempo que tuviesen la imagen de ‘comer con papá y con mamá’”, suelta como explicando el impulso de algunos de sus posteos.
Así llegamos a Godoy Cruz, con escala en su San Rafael natal, rastreando la esencia de esa chiquita que creció sin pretensiones de ser o hacer y a la vista de cuatro hermanos mayores. La que desistió de las aulas del Belgrano, y a sus quince, porque Luis Francisco “Pancho” Dotto (70) prometió el mundo en la Gran Ciudad al verla en el parking de un shopping mall, “dando el empujón que mi sueño necesitaba”. La que escapaba de los flashes de Punta por unos mates en San Bernardo, “pero con mis viejos” y en “la que casa que alquilaba para ellos, con mi primera platita”. La que fascinó a Romay (1927-2015) en el casting para 90-60-90 Modelos (Canal 9, 1996) y enfureció a Sofovich por negarse a una temporada teatral de El champagne las pone mimosas, tras un primer ensayo con “competencias salvajes y egos desbocados” del que escapó a la voz de “¡yo acá no puedo!”. Pero que a ojos de hoy, le jugó a favor en término de prejuicios siendo convocada luego por Adrián Suar (57) y Guillermo Francella (70) para La cena de los tontos (2001). Y esa misma que hoy bromea diciendo ser “pobre por elección”. Porque, según señala: “Siempre me enamoré por amor y jamás especulé con las luces de ningún set”. Sabrina no se “deslumbró” y se felicita por eso.
“Nunca fui de grandes ambiciones. Tengo el ego tan bien colocado que si estoy en este medio lo agradezco y si no, sé buscar otro lugar. De hecho, durante la pandemia, fui bróker inmobiliaria de la zona en la que vivo”, revela. “Soy muy apasionada por esto que hago, y ahora mucho más por la conducción (Pasó en América, América), pero no registro necesidad de show off, de estar, de pertenecer… Yo tengo una vida muy corriente y cuido de que mis hijos la vivan de igual manera”, argumenta. “Tal es así que para el cumpleaños de mi hija, la gente de un parque de diversiones muy conocido me ofreció cerrarlo exclusivamente para ella. Y me negué. ‘¿Quiénes somos… Messi?’, dije. De ninguna manera. Porque parte de la atracción de esos lugares es hacer la fila y mirar, desde abajo, como los demás sufren o se divierten”, explica. “Y ni hablar de las firmas que me piden a Espe para producciones y campañas… No, tal vez sí un par de fotos para que ella experimente si eso realmente le gusta. ¡Pero trabajar, no! Quiero que mis chicos crezcan con total normalidad”.
La comparación se hace obvia y siente “aterradora”. Tenía apenas tres años más que Esperanza cuando se instaló en Buenos Aires con la promesa de completar su secundaria en una escuela nocturna para adultos, que cumplió tiempo después. “Aunque mis padres iban y venían, yo estaba sola… Pensar en quienes te contrataban sin que un mayor firmase me resulta una locura, pero recordar que a los dieciséis ya iba a El Cielo (mítica disco de la costanera porteña) me da escalofríos. No podría siquiera imaginar a un hijo mío en esa situación”, sostiene. Aunque aclarando que su sentido de la responsabilidad la preservó en aquella jungla. “Sabía percibir muy bien cuando la cosa se pondría turbia y entonces desaparecía. Porque creeme que, en esos ámbitos y rodeada de adultos, pude haber caído en total descontrol”. Dice haber visto “de todo”: desde “hombres que prometían trabajos” a “chicas que, de la noche a la mañana, compraban departamentos”. Pero “siempre fui fóbica. Todo me daba miedo. No fumo, nunca me drogué y probé algo de alcohol recién a los veinticinco años. Y creo debérselo al ‘¡volá!’ de mis viejos, a mis bases, a la confianza que supe cuidar y a lo grande que debí ser desde muy pequeña”.
En tren de orgullos, y otro tanto de garras y soledades, Agustín Rojas se abre paso en la conversación. Su padre era policía, “retirado como Comisario Inspector”, subraya. Y aunque “hablar de la policía siempre haya sido un tema, mi viejo nunca tuvo casa propia ni otro traje que el gris con el que se lo vio en todas las fiestas. Vivíamos con lo justo y ni siquiera estoy segura de haber tenido obra social”, cuenta Sabrina. “Me acuerdo de mis dos pares de zapatillas: uno para todos los días y otro para los cumpleaños, cuando me ponía el mismo vestidito azul”, suelta. “Mis hermanos y yo pasamos una infancia austera, sencilla, feliz. Y es por eso que soy como soy. Que somos como somos”, refiere en torno a Raúl (52), ex camionero y hoy carpintero, Marcos (60), policía retirado, Cristina (65), dueña de un local de insumos veterinarios, y Walter (57), ex empleado de una compañía de bebidas a quien la muerte de su esposa le dio un giro de vida. “De repente encontró en correr, una gran terapia. Un medio para sanar. Y hoy, a sus 55, además de ser un Forrest Gump por el mundo, se convirtió en estudiante de Psicología”, detalla. “¿Ves? Miro hacia atrás y entiendo todo. La sensación de ‘ser digno y laburante’ nunca se olvida”.
“Papá estaría orgulloso de mi presente”, pronuncia en quiebre. “Ya lo estaba… Lo estaba. Porque me vio ir por lo que quise. Me supo segura, decidida. Y sé que eso lo tranquilizaba”, recuerda Sabrina. “Él me llamaba Babinita: ‘¡Ay, en la mujer que te convertiste!’, me decía. Nunca pude darle la noticia de mi primer embarazo, porque murió tres meses antes de que lo supiera. ¡Ay, cuánto me hubiese gustado que, al menos, se enterase de que sería abuelo!”, se lamenta. “Mi viejo era un ser hermoso. Un marido hermoso. Un papá hermoso. Sé que desde arriba debe estar diciendo: ‘Hija, perdón por no estar’. Porque realmente, y desde muy chica, me acostumbré a esquivar cosas oscuras y a resolver la vida”, asegura. “Y más allá de las parejas que me han acompañado, de verdad soy todopoderosa. Jamás pedí un peso a mis viejos, al contrario, los he ayudado con lo que pude a llegar a fin de mes, a cubrir necesidades… ¡A resolver! ¿Cómo no jactarme? ¿Cómo no sentirme orgullosa de dónde vine, de quién soy y de lo sana que llegué hasta aquí?”, reflexiona.
Aunque “demasiado terrenal” como se dice, Sabrina cree en las señales. Tanto, que está segura del augurio que comparte. “Siempre que estoy en duda, angustiada o confundida, no invoco a Dios; Le pido a papá”, relata. “Y en diciembre, el día que nos mudamos de la que fuera nuestra casa familiar, dejé a los chicos en lo de Luciano para limpiar y acomodar, antes de instalarnos. En esos momentos es lógico pensar: ‘¿Qué pasará entre estas paredes? ¿Qué nos esperará en este sitio nuevo?’ Así me dormí. Cuando desperté por la mañana me visitó una mariposa. Estaba ahí, sobrevolando el living… ¡Wow! Fue emocionante… Sentí que era mi viejo. Sentí su compañía y que todo estaría bien…”, pronuncia emocionada. “No, no estoy sola. ¿No? Tengo afectos, los amigos necesarios, dos hijos nobles, empáticos y sensatos, que me esperan en casa… Tengo una vida muy linda que celebro a diario”.
Lleva un “Siempre” impreso en el brazo. “Tatuaje idéntico que Luciano y yo nos hicimos juntos después de haber sido padres. Un diseño que nada tiene que ver con nosotros, sino con la familia. Es por eso que voy a conservarlo durante toda mi vida. Quiero que mis hijos vean cuánto valor le doy, con qué convicción lo llevo, lo exhibo y lo sostengo”, explica Rojas. “Y el otro día, Espe me dijo algo que me conmovió: ‘Me gustaría tatuarme la inicial de tu nombre y la del de papá, como llevás vos las de los abuelos (Agustín y Coca). Y de grande, tener mi brazo igual que el tuyo’. O sea, con la misma palabra… ¡Me pareció hermoso!”, cuenta. “Tengo entendido que él se lo tapó y me dio mucha pena. Porque era una manera de mostrarle a los chicos que, aunque estemos separados, la familia es más fuerte que todo. Pero son decisiones muy personales… Yo no necesito borrar nada. Aquí estará, porque aquí estaremos, como lo que dice: Siempre”.
En definitiva y resumiendo: ¿Qué aprendió Sabrina del amor? “Que nunca jamás debo renunciar al amor propio. Porque luego es la base de un amor sano”, prioriza. “Que quererme es pedir que amen lindo, que me dejen ser tal cual me conocieron, sin apagarme luego. Que ya no necesito nada de un hombre: Ni la convivencia ni ‘la historia de amor’. Solo quiero un compañero que sepa divertirse. Que la familia no necesita que sacrifique mi alegría, porque hay otros modos más sanos de ser felices. Aprendí a registrar con rapidez, a estar consciente del ‘esto no está bien’ y a no quedarme en donde me duela la panza”, argumenta. “Porque estos son mis últimos años de juventud y ya no voy a permitir que nadie me robe un minuto más”.