En la era de la ansiedad, nadie apura a Juan Román Riquelme. Siempre maneja los tiempos. Los manejaba cuando usaba cortos, metía la pelota bajo la suela y extendía el brazo para que nadie se le acercara. Los maneja cuando usa su ropa de dirigente, el jogging del club, mientras todos nos preguntamos si el presidente de Boca tiene alguna tarea más urgente que la de contratar un director técnico. Deben de reírse en el predio de Ezeiza al leer los zócalos televisivos. Deben de decir –o debe de decir, porque Riquelme es quien propone y dispone– que nadie entiende nada.
Las fuentes repiten que el Consejo de Fútbol transcurrió la semana sin llamados a entrenadores. Ni a Gabriel Milito ni a Gustavo Quinteros ni a los de una segunda línea de candidatos. La mayoría de las dirigencias decide prescindir del entrenador cuando tiene encaminado al sucesor. En Boca es distinto. Todo es distinto. Su máxima autoridad resuelve contra la opinión mayoritaria. Cuando el equipo quedó afuera de la Libertadores y parecía ciclo cumplido, el entrenador siguió. Cuando tenía la definición del torneo a la vista, lo cambió.
Es evidente que Riquelme decidió echar a Fernando Gago antes de los partidos importantes justamente porque no confiaba en él para esos partidos importantes. No lo movilizaba tanto quién dirigiría esos encuentros, sabía quién no quería que los dirigiera. En realidad, tenía claro un nombre: Mariano Herrón. Una vez más. En abril de 2023, tras la gestión de Hugo Ibarra y previo a la de Jorge Almirón, Herrón dirigió su primer período de tres como interino. El que se aparta dos meses de lo que sucede en Boca encuentra todo cambiado; el que se aparta dos años, encuentra todo igual.
Herrón comenzará su nueva etapa el domingo contra Tigre y su continuidad en el cargo, su paso de interino a ratificado, dependerá de cada fin de semana. Si los resultados lo acompañaran, podría quedarse hasta el final del torneo. La decisión guarda la siguiente lógica. Si un técnico asumiera para el torneo local, tendría más para perder que para ganar. Boca jugará las primeras fases como local, donde se hace fuerte y favorito. Una derrota en esta competencia le pondría piedras en el inicio del camino. Si un técnico, en cambio, asumiera de cara al Mundial de Clubes, tendría más para ganar que para perder: nadie puede creer que Boca será candidato en Estados Unidos. La duda es si el título en el desvirtuado ámbito local sería suficiente argumento como para legitimar su llegada al Mundial. Un mes es demasiado tiempo en Boca como para proyectar.
Riquelme suele estar más convencido cuando echa a los técnicos que cuando los contrata. Cada tanto vuelve a Herrón porque, en definitiva, representa la continuidad de su pensamiento, una de las personas que más lo escucha sobre el juego y, ya sea por convicción o por respetar los rangos, alguien que coincide con él. Hay algo clave para seguir adelante: el presidente de Boca cree que los técnicos tienen menos importancia de la que hoy se les da. Román decidía dentro de una cancha. Hoy piensa como jugaba. Nunca consideró fundamentales a los entrenadores, más allá del segundo padre que encontró en Carlos Bianchi. Sin admiración, es difícil que haya amor. Y Riquelme no admira a los que dirigen. Lo definió recientemente el Ruso Jorge Ribolzi, que lo conoció cuando era ayudante de Coco Basile: “Es un muchacho que no cree en los técnicos”. Se metió en una paradoja. Los necesita menos que otros, pero los busca cada vez más seguido: los cambia antes del año.
La elección de dos de los primeros entrenadores de su gestión dirigencial, Sebastián Battaglia y Hugo Ibarra, recuerda que creyó que Boca podía ganar sin una gran trayectoria en el banco de suplentes. Suele buscar simpleza. Así fue como terminó desencantado con, por lo menos, los últimos dos, Diego Martínez y Fernando Gago. Ambos seguramente opinen que tuvieron libertad en sus decisiones. Pero esas decisiones tienen sus consecuencias. Es decir, en el superclásico Gago no hizo entrar a Alan Velasco; más allá de que los integrantes del Consejo de Fútbol muchas veces pueden ser tomados como los intermediarios de lo que opina el presidente, nadie lo obligó a incluir al refuerzo más caro del libro de pases. Sin embargo, esa decisión luego se transformó en una cuenta a pagar: fue una de las razones por las que lo echaron del cargo. El club también es infrecuente en ese aspecto. Las determinaciones están supeditadas a los resultados, sí, pero también pesan las formas, el estilo, los rendimientos. Boca podía perder en el Monumental. Pero el detonante fueron la línea de cinco defensores y la pasividad del primer tiempo.
En definitiva, Riquelme no cree que tenga que romper el mercado con la contratación de un técnico. Le vendría bárbaro que funcione el interino, muy conocedor del fútbol que pregona él. Difícilmente alguien le haga cambiar su consideración sobre jugadores y la manera de jugar. Elige los refuerzos. Deja hacer, pero después resuelve a partir de lo que hicieron. Tal vez le haya errado al día después. En vez del presidente que les termina haciendo sombra a quienes elige, podría haber sido el técnico que trata de dirigir.