“Ya tengo 74 años… el tenis es mi vida. Siempre latí y viví por este deporte; así será hasta el final. Es una pasión”. Ricardo Cano, Richard para todos en el mundo de las raquetas, no tiene una forma vehemente ni ampulosa de expresarse, pero sí muy firme. Jugó numerosas series de Copa Davis para la Argentina (23, entre 1971 y 1982), fue 41° del mundo en singles (en 1976), logró destacadas victorias ante rivales de primer nivel internacional, fue una referencia y vivió en primera persona los éxitos y los conflictos de Guillermo Vilas y José Luis Clerc, pero está lejos de mostrarse presuntuoso o arrogante.
Cano es parte de una camada de tenistas nacionales contemporáneos a Vilas, que crecieron en tiempos en los que el profesionalismo recién se desarrollaba y en el que las dificultades para viajar y planificar eran recurrentes. Sanguíneo y creativo empuñando la raqueta, es miembro, también, de una generación que buscaba la mayoría de los puntos sobre polvo de ladrillo y que fue descubriendo, sobre la marcha y con muchos menos canales de comunicación que en la actualidad, la elite del deporte. No ganó títulos individuales en el tour, pero sí jugó las finales de Hilversum 1976 y Bruselas 1978. Conoció y aprovechó muchos secretos del dobles, especialidad en la que obtuvo cuatro títulos, uno de ellos en Buenos Aires 1973, en pareja con Vilas.
“Descubrí el tenis por mi papá, Juan Miguel, que jugaba en el club YPF. Yo hacía todos los deportes; en un momento llegué a jugar al hockey en primera. Pero en el tenis tenía bastante facilidad. En esa época era un deporte todavía mirado de reojo: en el club había un frontón que daba a la calle Republiquetas, pasaba la gente y te gritaba de todo menos lindo”, recapitula Cano, ante LA NACION, caminando por los pasillos del Buenos Aires Lawn Tennis Club, el emblemático club de Palermo en el que entró a los catorce años (hace seis décadas) y en el que hoy sigue pasando muchas horas a la semana, dando clases de tenis o disertando como miembro de la comisión directiva. Es difícil que se consuma un día sin que Cano recorra los rincones del BALTC: habitualmente vestido con ropa deportiva, se lo encuentra en las canchas, la terraza, el bar, los salones o conversando con los cancheros, con quienes suele compartir asados.
“Profesionalmente, en el tenis, empecé mucho más tarde de lo que lo hacen hoy. Lo hice a los 21-22 años. Encima, en el primer año que viajé no me fue bien en las clasificaciones, tuve que volver y me puse a trabajar en el club Belgrano, con Alejandro Echagüe en formación de chicos -describe Cano-. En el segundo año logré juntar plata para viajar, llegué a Madrid y empecé a clasificar a todos los torneos, hasta que tuve buen ranking. En ese momento viajábamos solos, era todo muy complicado, ni comparación con los profesionales de hoy, que van con equipos de tres-cuatro personas que te ayudan en todo. Yo no podía viajar con entrenador, lo que hiciera sido una gran ayuda. Nosotros teníamos que comprar los pasajes, conseguir los hoteles cuando llegabas al aeropuerto, toda la logística. Para anotarse en los torneos no había celulares; era todo a mano”.
-¿Cuál fue el viaje más complejo?
-Probablemente en 1981, cuando tenía 30 años y me fui solo en el avión a Japón durante 36 horas; una locura. Fue un viaje rarísimo, de Buenos Aires a San Pablo, cambié de aeropuerto a Viracopos, de ahí a Anchorage en Alaska y desde ahí hasta Tokio. ¡Tres millones de kilómetros! Encima llego a Tokio, donde había dos torneos, y me preguntan si tenía visa de trabajo. Digo: ‘Qué raro, si vengo a jugar al tenis’. Me explican que era necesario porque cobraba dinero, me querían deportar, mandar a Tailandia. Llamo a la federación de tenis de Japón, estuve varias horas hasta que me vinieron a buscar, me hicieron el permiso y pude entrar en Tokio. Me manejaba bastante bien con el inglés. En la primera semana estuve solo y en la segunda me junté con Batata (Clerc) y jugamos dobles juntos. Era raro estar en Tokio, no entendía nada. Tampoco me daba tiempo para pasear. Generalmente iba a los torneos y me quedaba en el hotel o iba a entrenar; nada más. Yo me casé muy joven, a los 23 años, y mi mujer me empezó a acompañar; a los 25 tuvimos nuestra primera hija. Otro viaje raro fue a Teherán, en Irán. Era una experiencia muy distinta ver lo de la religión musulmana y los rezos. Lo mismo me pasó en El Cairo: estaba jugando y de repente todos paraban a rezar. Era todo nuevo para nosotros.
-Te serviría para nutrirte con otras culturas.
-Sí, lógico; también iba a los museos cuando podía, eh. Eran vivencias distintas. Una vez en Roma… (sonríe) fuimos a cenar… Yo era muy amigo de Adriano Panatta (figura del tenis italiano, 4° en 1976) y del hermano, Claudio (46° en 1984). Nos avisan que nos pasan a buscar por el hotel, vienen dos autos, nos subimos a uno y adentro había custodios con ametralladoras. Entonces, digo: ‘¡Qué raro es esto!‘. Resulta que fuimos a la casa de un tipo que era de la mafia. Fue en el 75 o 76. Era una mansión, con comida por todos lados, música. Encima en esa época Panatta era el rey de Roma. Fuimos muy amigos. Él era Dios en Italia, además jugaba muchísimo. Tenía mucha pinta y a veces era un poco agrandado (sonríe). Hoy chateo más con el hermano, con Claudio.
-¿Cómo llegaste el BALTC?
-Vine a tomar clases. Le habían dicho a mi papá que acá había un gran profesor, que era Jorge Cerdá, que le había enseñado a Norma Baylon (considerada N° 4 del mundo en 1966) y a algunos otros. Nos hicimos socios del club. Venía dos veces por semana. Vivíamos en Devoto y me traía mi mamá: tomábamos el trolebús durante una hora aproximadamente hasta Belgrano, bajábamos y veníamos caminando hasta acá. Después ya me quedé para siempre.
-¿Cuándo empezaste a ganar dinero en el tenis?
-Plata, plata… no sé. Me acuerdo que había un torneo en el Belgrano Athletic en el que no se podía cobrar plata y en lugar de efectivo me dieron un televisor como premio (sonríe). Justamente en ese club estaba el rugby que se destacaba por lo amateur. Obviamente que no había premios como los de hoy, pero para ese momento no estaban mal, eran otros precios. El primer gustito que me di fue en invertir en unas oficinas que había por José Hernández, cerca de Cabildo; después las vendí y me compré una casa vieja en Belgrano R. También me compré un Mercedes. Mi mejor año a nivel económico fue en 1981; habré ganado unos 400.000 dólares. Pero tenía mucho gasto: pagaba dos pasajes, a veces tres con mis hijas. Los hoteles no te los pagaban los torneos, como hoy.
-¿Y a Vilas cuándo lo conociste?
-A Guillermo lo conocí acá, en el club. Apareció una vez, de chico. Él paraba en lo de otro amigo, Roby Graetz. Empezó a estudiar, en Belgrano, y ahí lo conocí más. En uno de los primeros viajes que hice al exterior, mi suegro, que era presidente de Mercedes-Benz en Argentina, nos ayudó a conseguir un auto en Europa y con Guillermo hicimos la gira varios meses juntos. Antes, como juniors, habíamos estado en el Orange Bowl de 1969, donde ganamos juntos el título de dobles, y perdimos la final de la Sunshine Cup.
-Es más conocido el Vilas legendario, pero, ¿cómo era ese chico inocente que había llegado desde Mar del Plata?
-Era tímido. Yo me llevaba bien con Guillermo en ese momento. Era muy profesional, muuuy profesional desde chico, le gustaba entrenar mucho. No tenía demasiadas facilidades para jugar al tenis, pero tenía en la cabeza que quería ser buen jugador y trabajaba duro, muy duro para eso. Hacía la diferencia con otros chicos de su edad; conmigo, por ejemplo. Yo jugaba dos horas y él seguía dos horas más. Los resultados después quedaron a la vista. Era terrible. A veces terminaba de ganar un torneo y se iba a entrenar, para largar lo que todavía tenía encima. Era perfeccionista. Un tiro te lo practicaba dos horas seguidas. Después también lo tuvo a (Ion) Tiriac, que era duro como persona y siempre fue uno de los que más sabía de tenis; para Guillermo era como un padre. Ion no hablaba mucho, era muy metido para adentro. Guillermo movilizó a todos en el país: la industria, la gente, los chicos… conocieron el tenis por él.
-¿Cómo fue mutando la relación con Vilas durante las series de Copa Davis?
-Vivimos juntos muchas Davis. Los primeros partidos que jugamos en la Zona Americana contra Brasil, Chile… eran bárbaros; batallas. Me encantaba jugar la Davis (registro 14-13 en singles y 9-7 en dobles). Me gustaba la semana de entrenamiento. Además, teníamos al profesor (Juan Carlos) Belfonte, que nos ayudaba y era como un padre para todos. Se ocupaba de todos los detalles. Incluso, en un momento, (Björn) Borg se lo llevó a trabajar con él. Si bien Belfonte te hacía hacer ejercicios clásicos, era alguien que siempre estaba atento. Nunca fue ambicioso con la plata ni nada. No es que estaba con vos y te decía: ‘Yo te acompaño si me pagás tantos dólares’. No, no le interesaba.
-Viajemos a 1981, el año en el que Argentina pierde la final con Estados Unidos (3-1) en Cincinnati, con Vilas y Clerc sin hablarse.
-Ese año le ganamos a Alemania en Múnich, a Rumania en Timisoara y a Gran Bretaña acá en el Buenos Aires. Y en Cincinnati fue raro porque estaban peleados Vilas y Clerc. Yo ya me había peleado con Guillermo, no sé por qué. Ni tampoco sé por qué se peleó con Batata. Se hablaba de que un día habían quedado en entrenarse juntos en el Masters de Nueva York y, cuando llegó Guillermo, Batata estaba entrenando con otro o al revés y ahí se pelearon. ¡No se hablaban! Era increíble. La semana era Batata y yo comiendo por un lado; Guillermo y todo el grupo por el otro. ¡Ni las comidas podían compartir! Había una gran tirantez entre ellos. Y los entrenamientos los teníamos que organizar en horarios distintos: de 9 a 11 con uno, de 12 a 2 de la tarde con el otro y así. Era muy raro todo. Y así y todo, ganaban: el dobles, casi sin mirarse ni hablar, ganaban, hasta la final que, bueno, estuvieron cerca y se perdió de mala suerte (John McEnroe y Peter Fleming ganaron 6-3, 4-6, 6-4, 4-6 y 11-9).
-Lo bueno que serían, que jugaban a ese nivel sin hablarse.
-Muy buenos. Todo de fondo jugaban. Guillermo no era muy hábil en la red y Batata se defendía mejor atrás. Jugando contra tipos que hacían saque y red, como McEnroe y Fleming, era difícil y en superficie rápida. Pero los dos jugaban muy bien. Batata le pegaba fuerte para la época: había pocos jugadores que le pegaran como él. Algún norteamericano, quizás. Pero no tantos. Eran otras raquetas: con la tecnología de hoy cualquiera le pega fuerte.
-Vos eras más cercano a Clerc que a Vilas.
-Sí, yo con Batata me llevaba bien. Al día de hoy, si nos vemos, tenemos buena relación.
-¿Cómo viviste la final de 1981 estando en el equipo pero sin jugar? Vos fuiste una suerte de socio silencioso durante aquel momento de tirantez.
-¿Viste los jugadores de fútbol a los que no ponen? Bueno, yo estaba así. Estaba ahí, entrenado, pero como casi no me ponían… Sentía que el punto del dobles lo podía haber jugado, pero no me ponían. Vilas y Batata querían jugar siempre, incluso estando 3 a 0 en la serie. Además, cuanto más jugabas, más cobrabas; entonces no te dejaban jugar nunca. Fue así.
-¿Y cómo ayudaban vos y tus compañeros del plantel, Eduardo Bengoechea y Alejandro Ganzábal?
-Estábamos ahí para apoyar y por si se rompía alguno, ¡pero no se rompían! Salvo en el ’82, que Batata no quiso jugar con Francia y jugué yo, que para colmo jugué mal… Con (Yannick) Noah el último punto jugué mejor, pero con (Thierry) Tulasne jugué mal (perdió 6-1, 6-2 y 6-3). El partido fue un mes antes de la Guerra de Malvinas. En esa serie con Francia yo no tendría que haber jugado el singles, sino el dobles, porque Guillermo ganaba los puntos del singles. Pero como yo estaba peleado con él, casi no hablábamos… El dobles debió ser Guillermo y yo, ganábamos el punto seguro, pero lo pusieron a Ganzábal que no pudo hacer demasiado y perdieron (ante Noah y Gilles Moretton). Si hubiese jugado Ganzábal el singles y yo el dobles, ganábamos la serie (Francia triunfó 3-2). Guillermo acá de local no perdía, salvo en el ’80 contra (Ivan) Lendl. Era una seguridad total. Pero ahí alguien… no sé. Guillermo habrá dicho: ‘Quiero jugar con tal’ y chau. Fue una decepción.
-Así como la Copa Davis te dio ese momento ingrato, también te obsequió un logro destacado: en 1977, el triunfo ante Dick Stockton, que era 12° del mundo, clave para que Argentina venciera por primera vez en la historia a EEUU. (3-2), ya que los dos puntos del singles de Vilas eran una garantía.
-Sí. Yo había jugado con Stockton dos meses antes en Palm Springs, en cancha dura y me había matado a pelotazos (6-3 y 6-1). Pero jugamos ese partido acá, en el Buenos Aires… Me acuerdo que era un día de mucho calor y el estadio estaba lleno de gente. El primer set me lo gana bien: me atacaba y yo no sabía por dónde pasarlo. Me sacaba, tiraba approach y se me venía a la red. Y Oscar Furlong, que era el capitán del equipo, me dice: ‘Empezá a pasarlo por arriba’. De a poquito empecé a pasarlo por arriba, por los costados y gané en cuatro sets (3-6, 6-4, 8-6 y 6-4). Está entre mis mejores triunfos.
-Si bien perdiste, también jugaste contra Jimmy Connors.
-Jugué dos veces (en North Conway 1976 y Hamburgo 1982). A mí no me molestaba porque él jugaba muy plano; me molestaba más el juego de Guillermo, que te tiraba para arriba y con top. A Connors, en el primer set, siempre lo tuve ahí, en los dos partidos perdí 7-6 y 7-5 los primeros sets. Después sí, me terminó ganando muy bien (6-0 las dos veces). A mí su presencia no me cambiaba nada. Yo no me asustaba con nada. Entraba en la cancha como si jugara con cualquiera. Acá en el Buenos Aires sí me incentivaba más; la gente me ayudaba.
-Sí la pasaste mal contra Stan Smith, otro N° 1: en 1976 te ganó 6-1 y 6-1 en Washington, y 6-0 y 6-1 en el US Open.
-¡Con Stan la pasé pésimo! En ese Forest Hills yo había ganado dos partidos y pusieron nuestro cruce de tercera ronda como el principal y en el horario central. Yo, que estaba solo, fui sin mucha preparación. El tipo me cagó a pelotazos. Volví al vestuario, rompí la raqueta y me volví a Buenos Aires al día siguiente, de caliente que estaba. Todavía tenía que seguir de gira, pero estaba muy enojado. Stan era un caballero, era más bueno que el pan, pero se te metía adentro de la cancha y no lo podía pasar, era altísimo. Hubo dos tipos que me mataron a pelotazos: Smith y el español Manuel Orantes. No tocaba la pelota.
Cano vs. Alexander (Australia), en la Davis 1977
-En 1983, sobre el final de tu carrera como jugador, te tocó ser capitán del equipo de Copa Davis.
-Sí, fue una experiencia rara porque teníamos a Guillermo y a Batata peleados. Mi relación con Guillermo había mejorado un poco. Tuvimos algunas series buenas. Estuve un año, año y medio. Fuimos a jugar las semifinales a Suecia y nos mataron (los locales, con Mats Wilander, triunfaron 4-1). Vilas ya estaba grande. Esa semana le planteo a Batata que había que formar un equipo más joven, me dice ‘sí, sí‘, pero llegamos a Buenos Aires y me echaron. ¿Qué pasó? Yo le había dicho a algún periodista que Guillermo no tenía que jugar más la Davis, se ve que se filtró… y ahí terminó mi historia. Guillermo siguió jugando un poco más (jugó su última serie en 1984, ante Alemania).
-Tuviste como capitán a Oscar Furlong, una figura del deporte nacional. ¿Qué recuerdos tenés de él?
-Una gran persona. Sabía mucho de tenis; mucho. Juntaba a los jugadores, unía a todos. Los jueves antes de cada serie de Copa Davis comíamos en la casa de él, en Belgrano. Tenía una familia muy buena. Un conocedor del deporte. Campeón del mundo en básquetbol, obvio. Un capo. Muy buen dirigente también. Tengo recuerdos muy buenos, como también de Tito Billoch Caride (presidente del BALTC durante 35 años y de la Asociación Argentina de Tenis).
Además de vencer a Dick Stockton, Cano logró victorias ante Ilie Nastase (Rumania), Wojtek Fibak (Polonia), Vitas Gerulaitis (EE.UU.), José Higueras (España), Raúl Ramírez (México), Corrado Barazzutti (Italia), Eddie Dibbs (EE.UU.) y Zeljko Franulovic (Croacia), entre otros.
-¿Qué radiografía hacés del tenis actual?
-Me gusta, aunque a veces me aburre. Soy más fanático de Djokovic y, en su momento, de Federer. Pero me impresiona cómo le están pegando a toda velocidad. A veces hay poca inteligencia, pero sí mucha potencia. Noto la gran diferencia con el entrenamiento de nuestra época; hoy son robots. Nosotros hacíamos más entrenamiento en la cancha, con cuatro o cinco sets; ahora hacen mucho más gimnasio buscando fuerza en los brazos y las piernas.
-¿Qué te atrae de Djokovic?
-Me gusta la estrategia que lleva siempre en los partidos. Hoy no está en su mejor momento, pero te mata con la manera en la que va llevando el partido. Yo estuve como entrenador de (Javier) Frana un año y medio y después estuve con (Martín) Vassallo Argüello como cuatro o cinco meses. Y les decía: ‘Hay que pegarle el 70% al revés del rival, el 30% a la derecha’. Y veo que Djokovic hace eso mismo. Ataca al rival al revés, se defiende de esta manera, trae muchas pelotas y define con la cabeza y no con la fuerza.
-¿Y los tenistas argentinos?
-Veo a varios jugadores buenos, algunos más pensantes que otros, unos con más potencia que otros. Lo veo a (Francisco) Cerúndolo con mucha potencia; además perfeccionó su revés. Lo que no me gusta mucho de su carácter es cuando le protesta al coach, pero ahora se lo ve más tranquilo. (Sebastián) Báez me parece un pibe que juega con mucha inteligencia; le faltaría más saque. (Tomás) Etcheverry es por el que más sufro, porque le veo pasta, pero le pega, le pega y no le corre como debería. ¿Para qué estar corriendo tanto por un punto si al cuarto o quinto tiro podría definirlo? Yo lo mandaría más a la red. Lo importante es que jugadores nuestros siguen saliendo y eso que estamos muy lejos de todo. No sé cuánto ayuda la Asociación Argentina de Tenis.
-¿Qué representa el tenis para vos?
-Como dije: ya tengo 74 años, siempre viví de esto. Estoy en mi casa y miro partidos de tenis, además de ver algo de fútbol, je (es hincha de River). Y sigo viviendo del tenis porque doy clases en el club, en general todos los días, a veces ocho horas, a veces seis. Nací con el tenis y voy a morir con el tenis. Juego Interclubes para el Buenos Aires, pero ya estoy grande, me está doliendo mucho el brazo, la cintura; no creo que vuelva a jugar. Es un equipo bárbaro, con amigos, con Daniel García, Caio Rivera. En mi carrera me operé poco; una vez el manguito rotador, pero no tuve muchos problemas.
-¿Hace mucho que no visitás un torneo en el exterior?
-La última vez que lo hice fue en Roma, hace varios años. Pasa que si voy a Europa no voy a ver tenis; mi mujer me lleva para otro lado, jaja.
-Si tuvieras que volver a un torneo, ¿cuál sería?
-Por lo pronto, a mí me gustaría venir acá (señala el court central del BALTC, escenario del Argentina Open) y generalmente no te invitan… Yo no tengo entrada del torneo para venir, salvo que salga de la comisión directiva del club. No es nada contra nadie, pero deberían invitar a la mayoría de los exjugadores. A la Davis generalmente me invitan, aunque hubo un año que no lo hicieron, mandé una carta puteando y a partir de ahí sí; hasta Calleri (Agustín, presidente de la AAT) me llamó. Pero esto es así, es Argentina, hay muchas cosas que duelen. A veces me invitan y ni voy. Volviendo a tu pregunta: Roma me gusta mucho, a Roland Garros iría alguna vez más, pero no me gusta mucho el caos de gente.
-¿Tenés nostalgia de tu época de jugador?
-A veces sueño, sí; muy clarito. Sueño que estoy jugando un partido. Es raro lo que me pasa. No sé el lugar, pero sueño que estoy jugando y de repente me despierto y digo: ‘Uy, la puta madre’. ¡Qué lindas épocas!