Se podría hablar de la obra recordando esto, que dice la joven Anna: “Lo último que veo antes de desmayarme es un destello que me enceguece, como si un rayo cayera frente a mi cara y me prendiera fuego. Lo último que escucho es un ruido sordo, y todo se vuelve oscuridad y silencio, como si me hundiera en un pozo negro”.

O se podría arrancar por lo que sigue: “Un remolino de vidrios y ladrillos, pedazos de hierro quemados y retorcidos, huesos, botones que saltan de las camisas y se incrustan en cuerpos que no les pertenecen; entre piedras, escombros, metales afilados como picos, restos de carne y extremidades, escudos con el águila polaca grabada, todo lo que es materia y no se ha desintegrado se convierte en proyectil expulsado por una ráfaga de fuego que se come en milésimas de segundo la calle Kiliński”.

O volver a Anna, 18 años: “Cuando recobro la consciencia, estoy tirada en mitad de la calle y casi desnuda: mi ropa es un amasijo de trapos”.

Es el año 1944, los nazis mandan, estamos en Polonia. Anna y sus hermanos Antoni -de 20- y Wojtek -de 15- forman parte de ese intento desesperado y hermoso que fue el Levantamiento de Varsovia. No el del ghetto de Varsovia, que había ocurrido un año antes, sino el de la ciudad misma. Lo dirigía un ejército clandestino, el Armia Krajowa.

En la ficción: Anna y la madre de Lucas.

Es 1944 en Varsovia pero también -al mismo tiempo- es 2025 en Buenos Aires y Anna habla con un sobrino nieto al que nunca conocerá… en el escenario. Anna -que en la realidad se llamaba Barbara-, Antoni y Wojtek Wajszczuk, el sobrino nieto y hasta un tío que cree que el sobrino cuenta las cosas de manera muy melodrámatica, son parte de Varsovia 1944, la obra que dirige y protagoniza Dennis Smith en El camarín de las musas. Y también son reales: sus historias las encontró y las cuenta Ana Wajszczuk, quien descubrió lo que había pasado con los primos de su abuelo Zbigniew años después de que él muriera. El abuelo había pasado toda la vida sin contar nada: demasiada muerte, demasiado dolor, demasiada derrota. “En ese espacio impreciso entre las masitas y la siesta, mis abuelos empezaban a hablar en polaco, y lloraban”, se explica en la obra. Lloraban, callaban.

Así que un día, cuando despuntaba el siglo XXI, desde lejos llamó Waldemar, ese tío al que no le gusta el melodrama, y habló. Los primos habían caído en esa resistencia que les hizo fuerza a los nazis durante 63 días y que fue aplastada con todas las armas del mundo, hasta dejar la ciudad hecha escombros, humo, astillas, sangre. Ana es periodista: quiso más. Como se dice en la obra -donde hay algunos cambios ligeros- quiso devolverle su historia a su padre. Viajaron juntos, entrevistaron, escarbaron donde casi no quedaba nada. Al regresar, Ana escribió Chicos de Varsovia, un libro que no deja de reeditarse. Esa es la base de Varsovia 1944, una obra que ya se dio -otra versión- en 2024 en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires y que ahora se repone.

Dennis Smith es Lucas, el que reconstruye la historia familiar.

Dura 50 minutos y no cansa nunca. Ochenta años después del levantamiento y aunque sabemos que ninguno de los tres sobrevivió, seguimos con los dientes apretadaos la búsqueda de alguna huella, alguna foto, una marca en una iglesia donde hubo muchos asesinados, algo. En esta versión, quien busca y escribe no es una hija, Ana, sino un hijo, Lucas. Y quien acompaña no es el padre sino la madre (Cristina Dramisino).

El contexto, el pretexto, para narrar la historia es una entrevista radial a Lucas Wajszczuk, hecha por una periodista (Lourdes Invierno) que está pintada con todos los colores de la tontería y la ignorancia. Un poco con y un poco contra ella, Lucas cuenta y muestra. Anna, encarnada por Maia Muravchik, se para y relata ese momento heroico en que la multitud polaca captura un tanque alemán y se siente fuerte.

Cuenta Lucas: “Domingo 13 de agosto de 1944. Seis menos cuarto de una tarde de verano que se convierte, de pronto, en una fiesta. La multitud se agolpa en esta esquina, donde la calle Kiliński se une con la curva que forma la calle Podwale, en plena Ciudad Vieja, el barrio histórico de Varsovia. Esa de ahí, es Anna Wajszczuk”.

Muravchik, Invierno, Dramisino y Smith, el elenco de

Pero el tanque, se sabe, traerá una sorpresa funesta. Eso es el comienzo en la obra. La historia de cada uno de los hermanos tendrá algún momento de destello y alguno de derrota. Conjeturas, porque en realidad casi no se sabe qué pasó con cada uno.

Del cielo caen gotas, parece que empieza a llover. Pero son gotas rojas y viscosas; una cortina de vísceras y sangre que cae sobre los vivos y los moribundos y los muertos, sobre troncos sin cabeza, pulmones sin caja torácica, cueros cabelludos, cabezas, manos desparramadas, una boina negra de scout intacta”.

Anna va a ir a dar al hospital, pero lo que se sabe es que no vivió más que unos días, hasta que una bomba destruyó el hospital: su nombre está escrito en una pared. “Nadie sabrá qué día morí. Ni yo”, dirá en la obra. Desgarrador.

Se estima que Antoni, el mayor, fue el único que tuvo armas y alguna instrucción militar. Participó en el ataque a un edificio que había tomado la Gestapo y allí murió, nadie sabe cómo: está en una tumba colectiva en el Cementerio Militar de Varsovia. “Perdemos la cuenta del tiempo en los canales. Más de veinte horas buscando la salida en ese laberinto de canales. El agua sube, baja, de las rodillas al cuello. Hasta las ratas están aterradas”, escribe Antoni en la ficción del teatro. No tiene cara pero es fácil imaginarlo, al final de la obra lo vamos a querer aunque quizás el que llegue más hondo sea el más chico: Wojtek.

Insurgentes, tras la capitulación del AK (Wiesław Chrzanowski y Museo del Levantamiento de Varsovia)

Wojtek, en la historia que conoció la Ana Wajszczuk de carne y hueso, salió con su grupo de boy scouts y los emboscó una patrulla alemana. ¿Murió allí? No hay datos. ¿Fue tomado prisionero y fusilado? No hay datos. Quedó el nombre en un memorial, de los restos no hay noticias. “Acá hubo una pila de cuerpos. Altísima. Su tío dice que sospecha que Wojtek murió acá”, dice un guía en la obra. y Lucas (Dennis Smith) canta:

“En la entrada de la iglesia/ en el cuadro que recuerda/ a los niños que murieron/ no hay ninguna foto suya/ solo está su nombre escrito/ solo está la edad supuesta/al momento en que se cree/ que Wojtek murió. /Wojciech Wajszczuk. /“Wojtek”/ Solo 15 años/ Wojciech Wajszczuk/ En las fotos que veremos/ aun parece ser un niño/cachetudo, morenito/ Qué aventura debio ser».

Porque sí, hay canciones, hay humor, hay una narración hecha con emoción, con inteligencia, con delicadeza para lo terrible de lo que está contando.

Ilusos los que creen que pueden quedarse al costado de la Historia. La Historia es una manga de langostas que arrasa y un día te agarra de la oreja al otro lado del mundo y te pone de frente a una masacre, a todas las masacres.

Quiénes, dónde, cuándo, cuánto

Varsovia 1944

Dónde: El camarín de las musas, Mario Bravo 960, CABA.

Cuándo: Los domingos a las 19.30.

Cuánto: Entrada general, $20.000 + $2.000 por servicio. Jubilados, 14.000 + 1.400 por servicio. En www.elcamarindelasmusas.com.

Elenco: Dennis Smith, Cristina Dramisino, Maia Muravchik y Lourdes Invierno

(Fotos: Prensa Varsovia 1944)