“No sentí un vacío. Todo lo contrario. Sentí una alegría difícil de explicar. Algo así como un alivio de no tener que entrar a ver”. Quien habla es Alfredo Walker, de 53 años, padre de cuatro hijos y empresario gastronómico. Hace referencia a una decisión que sostiene desde hace seis meses y, según dice, lo hizo más feliz: se dio de baja de las redes sociales.

Los padres que dejan Instagram, X o Facebook, entre otras plataformas, no lo hacen solo por ellos. Saben que no son un buen espejo para sus hijos, más vulnerables a los efectos nocivos del mundo virtual. El tiempo ganado para actividades propias y para reforzar los vínculos familiares resulta evidente.

“Tenía Instagram y Twitter. No me daba cuenta hasta que las dejé. Nunca tenía tiempo para hacer las cosas que me gustan, como salir a correr, charlar con mis hijos. Desde que me di de baja descubrí que mi día tiene dos horas extras, porque eso era lo que me llevaba cada red social. Ahora miro mucho menos el celular, no está esa motivación de pasar el tiempo en una red. Pero soy mucho más eficiente. Creo que no me aportaba nada”, cuenta Alfredo.

Padre de cuatro hijos, Alfredo Walker decidió no subir más contenido a sus redes sociales y asegura que siente un enorme alivio

Si bien no canceló las cuentas definitivamente, las desinstaló de su celular para no caer en la tentación del dedo aburrido. La medida coincidió con el cierre de un emprendimiento gastronómico en Brasil, que había estado foguendo desde las redes. “La obligación de moverlo, de ganar seguidores, de interactuar para sumar se convirtió en algo cansador. Entrás al teléfono, a las métricas, sin saber muy bien qué buscás, pero es una notificación que diga que al final la pegaste, que sos tendencia. Al día siguiente de darme de baja sentí mucho alivio por no tener que ocuparme de eso que era lo que menos me gustaba”, relata.

En esas dos horas plus que ganó hace cosas que disfruta más. “Escucho muchos podcast, me encanta. Y también converso mucho con mis hijos. Siento que puedo escucharlos mejor ahora. Sin distracciones. Yo no creo en las prohibiciones. Como padre, te preocupa lo que hagan los adolescentes, pero lo mejor que podés hacer es predicar con el ejemplo. Si les decimos todo el tiempo que dejen el celular pero nosotros estamos ahí atrapados, no nos van a llevar el apunte”, razona.

¿Una nueva tendencia?

Walker es parte de un cambio en la forma de uso de las redes sociales: desde los que dejan de usarlas para fines personales a los que deciden abandonarlas para hacer un relato de vida perfecta. Ahora se suman los que se alejan de las redes como testimonio potente para sus hijos adolescentes.

Es el caso de la licenciada en comunicación y emprendedora Lala Bruzoni, mamá de cuatro hijos, de entre cuatro y 21 años, que hace unos días anunció que cerraba su cuenta en Instagram, donde solía publicar escenas de su vida, con más de 22.700 seguidores. “Dejaré de tener redes de uso personal como decisión de paz y para ser el ejemplo de mis cuatro hijos”, publicó. Ahora solo utilizará su cuenta profesional del sitio The Gelatina, donde difunde contenido de salud y vida consciente.

Lala Bruzoni anunció que cerraba sus redes personales para dar el ejemplo a sus hijos y conectar con la vida real

“Mis hijos me dijeron: ‘¿De verdad te vas a dar de baja? Es divertido lo que publicás’”, cuenta Bruzoni, que ya había tomado una decisión de este tipo hace un par de años. “Me daba mucho FOMO”, señala. FOMO es Fear Of Missing Out (miedo a perderse algo). “Pero en el último tiempo me impactó mucho el efecto que puede tener mostrar algo que no sos. Puede dañar la salud mental de los adolescentes y de la gente en general. Cuando te pasa algo que no tiene el final feliz que los seguidores creen, es como que la gente te dice: ‘¿Y las fotos? ¿Y el cuento feliz?’ Te das cuenta que ni comés lo que mostrás ni vivís así. Que tu vida no es lo que muestran las fotos sino lo que hay entre una foto y otra. Pero con el agravante de que genera un daño en la salud mental de quien lo consume. No es real. Pero el daño sí“, plantea.

Pero su reflexión va aún más lejos: “Yo siempre digo que en unos años vamos a ser más los que morimos de tristeza que de viejos. ¿Y de dónde viene esa tristeza? De disociarnos, de mostrar una cosa y vivir otra. Eso nos hace mal. Y si yo estoy predicando todo eso desde The Gelatina, si se lo repito todo el tiempo a mis hijos, lo tengo que vivir en carne propia”.

“Los padres tenemos que hacer algo”

Cuando le preguntan a Bruzoni si la decisión le genera adrenalina o temor, asegura que no. Que está entusiasmada. Sabe que hay seguidores que solo la contactaban por Instagram, pero cree que ya van a encontrar la forma de volver a comunicarse. “Hice algunas capturas de pantalla, pero a la mayor parte del contenido simplemente lo dejo ir. Tengo las fotos en mi celular y lo próximo va a ser imprimir álbumes. Ahora no voy a tener más la aplicación en el celular, la voy a usar en la computadora, con fines laborales», comenta.

La dinámica de sus días van a cambiar y las escenas del hogar, también. “Cuando estoy en casa y saco el teléfono, mi hija más chica me dice: ‘¿Otra vez vas a usar el celular?’ Ahora, va a ser distinto. Le voy a poder decir que estoy trabajando y va a ser verdad. La diferencia es que lo voy a usar mucho menos, estoy segura”, indica.

El malestar de chicos y jóvenes sumergidos en las pantallas preocupa a los adultos, que buscan acciones efectivas. “Pienso que todos los padres nos horrorizamos con la serie Adolescencia. Había muchos síntomas en ese chico, como en cualquier adolescente, que los padres tenemos que poder anticipar. Si pasan más de 12 horas conectados, si duermen mal, si sienten que tienen que ser populares y un traspié en una red les puede arruinar la vida, no pueden crecer libres y sanos. Los padres tenemos que hacer algo”, remata.

Detox de redes

El término “brain rot” (deterioro cerebral) fue elegido en 2024 por Oxford University Press como el más relevante. Es un concepto que refleja el impacto negativo y la inquietud creciente por los efectos adversos de un consumo excesivo y una sobreexposición al contenido digital. Anna Lembke, experta en medicina de adicciones y autora de Dopamine Nation aseguró en una entrevista con National Geographic, que “el uso compulsivo de redes sociales puede alterar profundamente los mecanismos de recompensa del cerebro”. En ese artículo, la experta señala que los períodos de desintoxicación digital permiten “reiniciar” los circuitos de recompensa del cerebro.

Lembke explica que cada vez que revisamos las notificaciones o entramos a nuestras redes, en realidad estamos buscando un golpe de dopamina en el cerebro, ese químico que se libera y produce placer. También provoca motivación y bienestar. El mecanismo se puede activar por un comentario, un video que nos haga reír, uno o muchos “me gusta” a una publicación. Se produce una recompensa inmediata a nivel cerebral que se vuelve adictiva y requiere más dosis.

Sin embargo, el cerebro tiene un límite para procesar ese estímulo continuo, explica Lambke. El mecanismo de equilibrio de dopamina funciona como una balanza: si estamos mucho tiempo realizando esa actividad que percibimos como gratificante, el cerebro busca compensarlo reduciendo la cantidad de dopamina que va a liberar o limitando su transmisión. Se genera un déficit de dopamina y vamos a necesitar pasar más tiempo en redes sociales para lograr el mismo efecto. Este circuito, sostenido en el tiempo, puede conducir a estados de apatía, ansiedad y dependencia del celular.

“Cuando pausamos este ciclo de dopamina inducido por las redes sociales, permitimos que el cerebro restablezca sus vías de recompensa”, señala Lembke. Además, una “desintoxicación” prolongada, idealmente de al menos cuatro semanas, puede ser aún más efectiva para restaurar el equilibrio neuroquímico y “ayudar a las personas a sentirse más presentes en sus vidas cotidianas”.

El uso excesivo de pantallas por parte de los adultos forma parte del problema que preocupa a expertos en salud mental de chicos y adolescentes

El neuropsicólogo Diego Maximiliano Herrera describe cómo funciona el circuito nocivo que puede generar la tecnología. “La actitud siempre vigilante sobre el teléfono fomenta el estado ansioso. Así funcionan las redes. Es como las máquinas tragamonedas, se activa el mecanismo de condicionamiento intermitente, donde a veces recibís gratificación y a veces no. Al ser impredecible, genera una relación adictiva. No se sabe cuándo uno va a recibir la descarga de dopamina en el cerebro. A nivel neuropsicológico, como no hay un algoritmo que el adolescente comprenda, está más atado a verificar, controlar y chequear. Eso aumenta la vulnerabilidad y la posibilidad de desarrollar ansiedad y depresión”, detalla a LA NACION.

La comprensión del circuito y la dependencia generada impacta por sus consecuencias. “El uso del celular y de las redes comienza con un claro camino, una acción instrumental motivada a la búsqueda de bienestar. Con el tiempo, la conducta se convierte en un hábito reforzado por los cambios neurofisiológicos de las redes neuronales que trasportan dopamina. Y el hábito se mantiene, a pesar de que el objetivo de la búsqueda de placer ya no se logre”. indica.

Los padres que suben fotos o videos de sus hijos a redes pueden fomentar ansiedad en los menores

¿Cómo salir del circuito de las redes?

Entre las recomendaciones para aquellos que quieran reducir el tiempo frente a las pantallas sin llegar a una decisión tan radical como darse de baja de las redes, Herrera propone utilizar diseños “minimalistas” en las aplicaciones de celular. “El diseño de los íconos atrae la atención e incrementa el uso”, señala.

No está de más plantear en un vínculo qué tipo de emociones produce el chequeo constante del celular. “¿Podemos dejar un rato el teléfono y conversar sin mirarlo?“, es una invitación posible. ”También es bueno detectar en nosotros las conductas de chequeo y control, ya que estas mismas refuerzan la compulsión al celular y el malestar emocional que posteriormente se experimenta”, apunta Herrera.

La psicóloga Débora Blanca, especialista en adicciones, aporta: “Yo quiero hablar con personas, no con máquinas. A esta altura de la historia, viendo los estragos en la salud mental, elijo lo mediato a lo inmediato, el conocimiento a la información, la reflexión a la actuación, lo duradero a lo efímero, la experiencia a la vivencia”.

La experta hace una comparación con los teléfonos de antes, los que no eran inteligentes. “Eran más amigos del tiempo humano y de los objetos. Necesitábamos la cámara de fotos, los billetes, el equipo de música y los discos. Y, además, necesitábamos hablar entre nosotros mirándonos a los ojos porque no nos resolvían todo”, concluye.