El expresidente de Ecuador Rafael Correa durante una entrevista con The Associated Press, el 11 de septiembre de 2020, en Bruselas. (AP Foto/Francisco Seco, Archivo)

La fractura interna profunda del correísmo estalló a cielo abierto este 2 de diciembre, cuando Rafael Correa, ex presidente ecuatoriano sentenciado por corrupción, rompió públicamente con Marcela Aguiñaga, prefecta del Guayas y una de las figuras con mayor capital político dentro de la Revolución Ciudadana (RC).

Lo que hasta hace unas semanas era un distanciamiento silencioso, tan solo con pequeños destellos públicos, se transformó en un conflicto abierto que expone la tensión entre el liderazgo centralizado del expresidente y las nuevas dinámicas territoriales que buscan sus principales cuadros. Las declaraciones de Aguiñaga –en el programa de Lunes a Lunes– sobre la necesidad de diálogo en el país y su constatación de que “el Ecuador de hoy no es el Ecuador de Correa” detonaron una reacción furibunda del exmandatario, que desde Bruselas dedicó una seguidilla de mensajes en X para marcar su posición y, de paso, desalentar cualquier posibilidad de que la prefecta continúe bajo la bandera de la RC.

Aguiñaga había señalado la noche del 1 de diciembre, en una entrevista, que no conversa con Correa “desde hace varios meses” y que su prioridad es gobernar para quienes votaron y no votaron por ella, incluso si eso implica dialogar con actores políticamente distantes. También adelantó que evalúa su permanencia en el movimiento y que desea tomarse un tiempo para “decisiones desde la racionalidad, no desde la cólera”.

El video que molestó a Rafael Correa.

La prefecta insistió en que el país necesita acuerdos básicos y que gobernar implica sentarse a trabajar con autoridades de cualquier tendencia, un mensaje que Correa leyó como una falta de lealtad y un desafío directo a su conducción del movimiento.

La reacción del exmandatario fue inmediata. En la mañana del 2 de diciembre publicó un mensaje en X dirigido a Aguiñaga: “Marcela querida: eres demasiado importante y sabia para la actual RC5. Anda nomás a dialogar con Noboa, nosotros NO lo haremos”.

Con un tono irónico y confrontativo, Correa añadió que “más vale un gramo de principios que toneladas de trabajo” y le sugirió que no reflexione más sobre abandonar el movimiento. El mensaje marcó el quiebre explícito: Correa pasó de elogiarla como un cuadro “brillante” a pedirle públicamente que se aparte de la RC.

Imagen de archivo de la candidata a la Presidencia de Ecuador Luisa González (c) saluda junto a la presidenta de su partido, Marcela Aguiñaga (2i). EFE/ Mauricio Torres

El detonante inmediato del conflicto fue la reunión que Aguiñaga sostuvo con Lourdes Tibán, prefecta de Cotopaxi, el 20 de noviembre. Correa vetó esa aproximación y llegó a anunciar que se opondría a cualquier intento de Aguiñaga de buscar la reelección con el número 5 en 202, un mensaje que anticipaba la tensión que ahora estalló de manera pública. Para el expresidente, ese encuentro equivalía a una señal de desalineación estratégica en un momento que coincide además con la proximidad de la convención nacional del movimiento, prevista para enero de 2026, donde se elegirán nuevas autoridades.

Aunque esta disputa se proyecta como un episodio reciente, los documentos muestran que la incomodidad de Aguiñaga con la cúpula correísta tiene al menos dos años. Tras la derrota presidencial de 2023 y la elección sorpresiva de Luisa González como candidata, Aguiñaga fue responsabilizada por sectores internos del mal desempeño electoral, lo que la llevó a renunciar a la presidencia de la organización.

La prefecta no ha respondido a los últimos mensajes del exmandatario. Su posteo posterior a la entrevista del lunes fue una frase de la historiadora Laurel Thatcher: “Las mujeres que se portan bien, rara vez hacen historia”. Esto podría sugerir que la decisión sobre su permanencia en la RC es inminente, aunque aún no anunciada.

El quiebre llega cuando el correísmo se prepara para redefinir su conducción interna y coincide con un momento de desgaste para Correa, cuya influencia digital sigue siendo su principal herramienta política, pero cuyos mensajes ya no encuentran recepción homogénea en su propia estructura.