John Daniel solía jugar con los niños del pueblo y, en algunas ocasiones, incluso asistía a la escuela junto con ellos. Durante años, este gorila vivió en una casa de familia en Uley, un pequeño pueblo en el sur de Inglaterra, en el que fue criado como un integrante más del hogar. Sin embargo, su sorprendente adaptación y refinamiento no serían valorados como el animal se merecía: su triste destino final fue el escenario de un circo.
En 1918, el primate había sido adoptado por Alyse Cunningham, quien lo recibió tras una compra realizada por su hermano en un mercado de Londres, por casi USD400. John había sido capturado en Gabón cuando apenas era una cría.
Al llegar a manos de Alyse, fue apodado “Sultán”, aunque más tarde lo llamarían John Daniel. Desde ese momento, la mujer lo crió como si se tratara de un niño. Jugaba con los chicos del pueblo, y en la casa tenía su propio dormitorio, donde aprendió a encender la luz con el interruptor y hasta a utilizar el inodoro.
Cunningham no escatimó en cuidados: lo llevaba como acompañante a cenas de alta sociedad y a reuniones de té con sus amigas. La comunidad entera comenzó a encariñarse con el gorila, que se comportaba con una naturalidad sorprendente entre los humanos.
“Fue bastante único tener a un gorila creciendo en Uley”, declaró Margaret Groom, empleada del archivo municipal, a la BBC. “La gente todavía habla de ello, y muchas personas no lo creen; se preguntan cómo pudo ser posible”, agregó.
Pero todo cambió cuando John Daniel alcanzó su tamaño adulto. Alyse ya no podía cuidarlo como antes. En 1921, lo vendió a un estadounidense por mil guineas. La mujer creyó en la promesa de que viviría en una residencia privada en el estado de Florida. No obstante, el comprador incumplió lo pactado y lo llevó al circo Barnum and Bailey.
En ese entorno, alejado de la tranquilidad y los afectos que había conocido, la salud del animal comenzó a deteriorarse rápidamente. Según le informaron a Alyse, John Daniel la extrañaba profundamente. Al enterarse de su estado, la mujer viajó de inmediato a Nueva York, pero no logró llegar a tiempo: su amigo había muerto antes de que pudieran reencontrarse.
El gorila contrajo neumonía y falleció a los cuatro años y medio. En la actualidad, su cuerpo disecado se encuentra expuesto en el American Museum of Natural History, en un recordatorio silencioso de una historia tan insólita como conmovedora.
El caso de John Daniel dejó una huella imborrable en la memoria colectiva del pueblo de Uley y en quienes conocen su historia. No solo por lo inusual de su crianza, sino también por la reflexión que plantea sobre la relación entre humanos y animales salvajes. Su vida demuestra la capacidad de adaptación, afecto y comunicación de los primates, pero también expone los límites éticos del entretenimiento basado en la explotación animal.
A más de un siglo de su nacimiento, la historia del gorila John Daniel aún genera asombro, ternura y tristeza. Su paso por la sociedad humana revela tanto lo mejor de la convivencia como los riesgos de humanizar especies sin tener en consideración sus verdaderas necesidades.