“Miré hacia atrás ¡y cuál fue mi espanto! Vi a un lívido y silencioso con la cabeza descubierta, clavada la mirada, y con los brazos cruzados. iEra Rosas! Tomé atrevidamente la palabra:
-¿Qué pretendéis, señor?
“Sin responderme, Rosas continuó mirándome de una manera singular. Enseguida, sentóse delante de una mesa, tomó una pluma y escribió sobre un pedazo de papel: ‘Me abstengo de entrar con vos en explicaciones. Camila O’Gorman usted me agrada: sed mía. Responded, pero sin frases’”.
“Yo medí al dictador de pies a cabeza con una altiva mirada, hice trozos el papel y arrojé los pedazos. De un salto Juan Manuel estuvo a mi lado, me tomó de la mano, pero inmediatamente retrocedió al ver el gesto de terror que yo acababa de hacer. Rosas, sin moverse de su puesto, continuó”:
-¿Queréis ser mía, ¿sí o no?
“Yo respondí con vehemencia”:
-¡No!
El que antecede es un extracto de la novela Camila O’Gorman, redactada por el francés Felisberto Pelissot en 1856 y complementada un año más tarde en una nueva edición publicada por Imprenta de las Artes. Allí, además de detalles de la intimidad y la pasión entre ella y el sacerdote Uladislao Gutiérrez, salieron a la luz las intenciones amorosas del entonces gobernador de Buenos Aires para con Camila. Los textos de Pelissot están basados en las memorias de Camila a las que el escritor tuvo acceso y que ella llamó “Mis secretos”.
Para Esteban Enrique Loustaunau, investigador que estudió licenciatura en historia y está plenamente dedicado a recorrer la vida de la joven porteña que fue ejecutada junto a su amado, el sacerdote Uladislao Gutiérrez, el 18 de agosto de 1848 en el patio trasero del campamento militar de los Santos Lugares en San Andrés “existe una revelación de la verdad que subyace a la ejecución de Camila O’Gorman, porque presumir que la brutalidad de su asesinato tuvo origen en el celo por la moral pública de parte de Juan Manuel de Rosas es no conocerlo ni a él ni a su capacidad de crueldad”.
Loustaunau -quien reside en San Martín a metros de donde fusilaron a la pareja- revela que lo que intenta desde hace años es “dar a conocer aquello que se nos ha mal enseñado u ocultado de determinados hechos o personajes que trascendieron a través de la historia. Y éste sería uno de esos casos”, explica en una fecha más que especial, ya que se acaban de cumplir 200 años del nacimiento de Camila O’Gorman, ocurrido el 9 de julio de 1825.
Su curiosidad y sus dudas por saber más detalles acerca de la vida de la joven lo llevó a profundizar su investigación a través de dicha novela del autor francés: “Fue traducida y prologada por Heraclio Fajardo, director del periódico El Recuerdo, en el que comenzó a salir como folletín la versión de Pelissot que enmarcaba la historia luego de la batalla de Caseros de 1852, cuando dos jóvenes reciben de Lázaro Torrecillas, íntimo amigo de Camila O’Gorman, un manuscrito titulado ‘Mis secretos’ en agradecimiento por haberle prestado ayuda cuando fue retenido por mazorqueros -una organización parapolicial que actuó en Buenos Aires durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas-.
De acuerdo a la novela, la protagonista había escrito ese diario en sus últimos meses de vida y contaba allí la historia de su vida desde la niñez, que incluía la rebeldía ante sus padres, época en la que se amparaba en el apoyo que le brindaba Torrecillas, su compinche y compañero de estudios. Relataba además que había conocido a Uladislao Gutiérrez en la casa de él, y que acudió en su ayuda al enterarse de que había caído preso. Resuelta a salvar a su amigo, Camila se dirigió directo a la residencia de Rosas en Palermo acompañada por Uladislao para interceder por su amigo y salvar su vida. Pero según el libro, Rosas aprovechó la ocasión para confesarle a Camila su amor por ella, más allá de la presencia del cura”, explica Loustaunau.
En la obra de Pelissot, Rosas recibió a Camila en su casa, y se suceden textos y diálogos entre ambos como estos:
-Y vos, mi hermosa criatura, ¿no suspenderéis ese velo que me oculta vuestros atractivos? A ver si he adivinado. Apostaría a que ese misterioso incógnito me reserva alguna una nueva sorpresa de esa maldita doña Teodora…
Ante semejantes dichos, Camila reflexionó: “Me estremecí. Rosas acababa de pronunciar el nombre de una de esas proveedoras de harén, cuya preocupación consistía en seducir o robar entre algunas familias pobres de Buenos Aires la flor de las doncellas para servir de pasto a sus inmundos deseos. Yo repulsé la mano del dictador que trataba de suspender mi velo. Este movimiento de mi parte equivalía a toda respuesta. Rosas retiró su cabeza, se tendió de nuevo en el sofá, cerró a medias sus ojos de inquisidor y me examinó silenciosamente a través de la gasa que me cubría el semblante”.
El entonces gobernador de Buenos Aires no se quedó callado:
-Es ejemplar, continuó con tono sarcástico. ¡Enhorabuena! Ha comprendido Teodora que los amores fáciles me fastidiaban. Me agrada esto, y presumo que la defensa era digna del ataque. Ya los veis señorita, estoy enamorado, locamente enamorado, antes mismo de haber tenido el gusto de conoceros.
Mientras tanto, la joven pensaba para sus adentros, siempre de acuerdo a sus memorias: “Sus pequeños ojos azules se fijaban en mí con toda la impertinencia del sultán. Yo no sé qué de siniestro había en sus miradas que ocasionaba el estremecimiento del terror. Algunas veces se hubieran tomado por las de una ponzoñosa víbora. Nada de noble ni delicado en aquellas facciones desvergonzadas y repulsivas. Su modo de mirarme tomó a la vez un carácter de tal insistencia y deshonestidad, que cedí a un movimiento de despecho, volviendo bruscamente la cara hacia otro lado. El dictador se mordió los labios, afectó reprimir su malhumor, y respondiendo a su modo a la lección de civilidad que acababa yo de darle, se estiró un poco más sobre el sofá”.
Camila insistió para que perdonara a su amigo Torrecillas y lo dejara libre, pero según la novela, Rosas siguió empecinado con coquetearla. “Seré benigno, pero pensad que os adoro”, escribió Camila y agregó: “Me lo dijo aparte y en voz muy baja. E imprimió un beso en mi mano. Yo me estremecí convulsivamente. Me pareció haber sentido el contacto de la baba de una serpiente… El dictador se apróximó entonces y me dijo”:
-En realidad yo soy vuestra conquista y la prueba es que mi brazo os pertenece. “Rechacé dignamente y sin malhumor la mano que trató de pasar por debajo de mi brazo izquierdo”, aseguró ella.
Entonces, él afirmó: “Sí, Camila, vuestra conquista, o si preferís sois vos la mía… Mirad Camila -añadió Rosas tocándose el corazón con la mano derecha y hablando con un énfasis teatral-: Guardaba aquí un secreto, yo os amo, os adoro. No temáis, con un amor nada vulgar, digno de vos y de mí”.
Sigue relatando Camila: “Enseguida, abriendo enfáticamente los brazos como quien dice una gran cosa, sacudiendo la cabeza exclamó en tono confidencial”:
-En fin, si es necesario decirlo, ¡yo me uniré a vos en matrimonio!
De acuerdo a los textos rescatados y publicados por Pelissot de los secretos de Camila, Rosas lo intentó todo. “En un momento puso en tierra una rodilla –escribió la joven, y continuó: “con el rostro inflamado, la mirada lujuriosa y jadeante la boca, dirigió hacia mí sus temblorosas manos. Yo permanecí en mi taciturnidad sistemática, y creí no deber contestar a sus palabras, ni retroceder ante la actitud que había asumido, porque él no se había atrevido aun a tocarme. Estaba resuelta a todo ante esa abyecta y repugnante culebra, que hubiese sido menos rápida en levantarse contra mí, que mi pie en aplastarle la cabeza”.
La joven lo rechazó y huyó de la estancia de Juan Manuel de Rosas para viajar a Montevideo con su padre, Adolfo O’Gorman, con el fin de ayudar a los postergados con obras de caridad. Manuelita, la hija del gobernador, finalmente intercedió por Lázaro Torrecillas, a quien Rosas decidió liberar al poco tiempo. Cuando regresó, Camila y Uladislao huyeron el 12 de diciembre de 1847 para vivir su historia de amor sin miradas ni opiniones ajenas. Primero pasaron por Luján y dijeron llamarse Florentina y José. Pero en febrero de 1848, de paso por Santa Fe aseguraron haber perdido sus documentos y lograron obtener pasaportes falsos a nombre de Valentina Desan y Máximo Brandier. Luego se instalaron en Goya, Corrientes, donde se desempeñaron como maestros.
Juan Manuel de Rosas acorralado por la situación, la presión de la iglesia que era su aliada y de los unitarios que no cesaban en repudio y críticas a su adversario ordenó que fueran hallados, trasladados y luego fusilados, más allá de los ruegos de su propia hija, Manuelita, de una estrecha amistad con Camila que forjaron cuando ella asistía a reuniones y fiestas que la hija del gobernador celebraba en su propia casa.
Rosas logró encontrarlos cuando Camila y Uladislao fueron reconocidos por el sacerdote irlandés Michael Gannon, quien dio el alerta. En Goya fueron detenidos e interrogados. Camila no se dejó amedrentar por la situación y afirmó que simplemente se fue con el sacerdote por amor y que él nunca la incentivó para fugarse.
Antonino Reyes, edecán de Rosas, fue el encargado de recibirlos en el cuartel de los Santos Lugares y destinarlos a fríos calabozos hasta que fueran ejecutados. En sus memorias, relatadas por Manuel Bilbao, detalla respecto a Camila: “Se observaba una incipiente panza. Si estaba preñada era muy reciente”. Y cuenta que ella le expresó mientras corría su camisa: “¿No ven en qué estado vengo?”.
La polémica por el embarazo se instaló aún más cuando el periódico de Montevideo Comercio del Plata publicó la noticia del fusilamiento, y entonces aprovechó para destacar sin vueltas que Camila llevaba un embarazo de ocho meses. Por supuesto los rosistas negaron la versión con contundencia argumentando que tal especulación era fomentada por los unitarios para desprestigiar a Rosas.
Más allá de las especulaciones, en la página 194 de la novela Camila O’Gorman, su autor, Felisberto Pelissot transcribió lo redactado por la joven en su diario acerca del momento más hermoso que la pareja transitó durante su permanencia en Goya: “Vivimos felices e ignorados, y para cúmulo de dicha, acabo de hacer un descubrimiento que me llenó de júbilo y me ofrece la perspectiva de un risueño porvenir: “iEstoy encinta!”.
El escritor explicó acerca de su obra en la que entrelazó historia y novela: “Faltaban hojas en las memorias novelescas de la pobre Camila. Ya rotos, ya ilegibles, algunos capítulos ofrecían soluciones de continuidad que he tratado de remediar. Hubiera deseado ofrecerlo a mis amabilísimas lectoras más completo”.
Para Esteban Loustaunau, en el libro de Pelissot “queda en evidencia el amor que dice Rosas sentir por Camila, en este caso una víctima que resiste como puede los deseos sexuales del tirano. La novela responde de alguna manera los interrogantes que la historia que se fue repitiendo rehuyó por pudor o por cuestiones políticas. ¿Por qué ella y el cura huyeron y por qué el gobernador ordenó su fusilamiento? El drama romántico le dio verosimilitud a la historia de Camila como víctima del deseo y la pasión de Rosas.
Quiero aportar otro detalle que me parece importante. Rosas, en la repisa de la chimenea de su casa de Southampton en Inglaterra tenía un pequeño adorno, la iglesia de Nuestra Señora de la Merced. Además de que fue y es una de las más importantes de Buenos Aires y de que en la época de su gobernación allí se conmemoraron actos y estaba su retrato, destaco que en ese templo Camila fue bautizada. Evidentemente ese recuerdo que tenía tan presente en un lugar privilegiado en su hogar simbolizaba algo muy trascendente para él y sus sentimientos”.