El Gobernador fue el gran ganador de la elección del último domingo en la provincia de Buenos Aires

Axel Kicillof tiene en la cabeza un pasado de internismo corrosivo, un presente de triunfo impensado y un futuro de candidatura presidencial. En su cabeza de economista, las sumas y restas de esos tres momentos hoy le dan un resultado positivo. La paliza electoral que el peronismo le dio a La Libertad Avanza (LLA) el último domingo renovó sus credenciales de líder y le empezó a dar forma a un proyecto de conducción que se erige en una coalición atormentada por un cambio de ciclo inevitable. Una alianza donde se pide a gritos un rumbo claro y un regreso a la verticalidad que ordena.

El Gobernador siente que es el gran ganador de la elección del último domingo. Porque no solo fue la cara del triunfo ante los libertarios por trece puntos de diferencia, sino porque se impuso en la discusión interna con el sector de CFK y se fortaleció de cara al 2027, año en el que espera ser candidato a presidente. Además, porque los candidatos que ganaron en las dos secciones electorales más importantes son de su riñón político: Magario y Katopodis.

Se siente fuerte y victorioso. Con una gran dosis de poder concentrada en un puño y con capacidad de influir decididamente en el rumbo del peronismo la provincia de Buenos Aires. Sabe que los votos y el ordenamiento político de una parte importante del PJ Bonaerense detrás suyo lo empoderaron raudamente luego de un año y medio de internas desgastantes, operaciones políticas, negociaciones inconclusas y peleas de cartel. Tiene intenciones claras de liderar y de conducir. Y tiene la convicción de hacerlo, en un mediano plazo, más allá de los límites del MDF.

“Instalé la marca de Fuerza Patria en la provincia. Me puse la campaña al hombro. Recorrí muchos distitros. Fui el primer candidato”, reflexionó el Gobernador en una reunión con su círculo chico posterior a las elecciones.

Allí también puso sobre la mesa su molestia con los dirigentes del cristinismo que siguen cuestionando el desdoblamiento. “Ahora dicen que si perdemos en octubre, la culpa es mía. Son increíbles. Me llamaron para decirme cómo era la lista. Me la pasaron armada y pude poner dos lugares de los cuatro que me correspondían. ¿Y si perdemos la culpa la tengo yo? Es insólito», fue el descargo que hizo, molesto y sorprendido.

La relación entre Axel Kicillof y Cristina Kirchner se fue deteriorando con el paso del tiempo

El contundente triunfo del último fin de semana le dio aire en la interna, proyección dentro del espacio opositor más grande e importante del país y fortaleza para seguir adelante con un proceso de autonomía de Cristina Kirchner. En definitiva, esa distancia lógica de quien quiere construir su propio poder sobre la base de su gestión, es lo que ha generado un interminable enfrentamiento en el peronismo bonaerense.

Desde que Kicillof anunció el desdoblamiento, el cristinismo lo cuestionó, en forma sistemática, por considerar que era un decisión que no concebía la idea de un proyecto nacional. Además, le endilgaron ser el responsable de fracturar la alianza por una estrategia electoral que consideraron que fue tomada por el beneficio personal y no por el conjunto.

“Estoy harto de que me acusen de haber querido quebrar el peronismo, cuando fueron ellos los que buscaron romper”, dijo, enojado, en una reunión con intendentes cercanos. El reproche fue teledirigido a La Cámpora.

El sábado 17 de julio del 2025, entre las 18 y las 19, el frente electoral Fuerza Patria estuvo a pocos minutos de volar por los aires. A la medianoche de esa jornada invernal todas las fuerzas políticas tenían tiempo de presentar las listas para las elecciones bonaerenses que Axel Kicillof había decidido desdoblar, después de recibir presiones del cristinismo, en distintos formatos y colores, para no hacerlo.

En la extensión de esos 60 minutos del atardecer, el intendente de Almirante Brown, Mariano Cascallares, entró al despacho principal de la gobernación, en La Plata, para contarle a Kicillof una novedad que iba a romper la dinámica de la negociación electoral. La apoderada Patricia García Blanco, estrechamente vinculada al kirchnerismo, le acababa de comunicar por teléfono que el sector de Cristina Kirchner estaba terminando de completar la documentación necesaria para presentar ante la justicia la disolución del frente electoral conformado una semana atrás.

Casi en simultáneo, el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, llamó al gobernador bonaerense para transmitirle otra señal de alerta sobre la negociación de unidad estancada. Había dirigentes cristinistas del sur del conurbano armando listas en paralelo ante la imposibilidad de un acuerdo en la Gobernación. Alguien había bajado la orden de diseñar listas de urgencia con un argumento sólido: la unidad estaba pendiendo de un hilo muy fino.

Kicillof junto a Verónica Magario y el intendente de Almirante Brown, Mariano Cascallares

Kicillof, como respuesta, se comunicó con su jefe de Gabinete y hombre de máxima confianza, Carlos Bianco, y le pidió armar listas y prepararse para un escenario final de ruptura. “Carli”, como se lo conoce en las arterias justicialistas, se los transmitió a los intendentes del Movimiento Derecho al Futuro (MDF) a través de un mensaje en un grupo de WhatsApp. Desde el corazón político de La Plata, plagado de dirigentes peronistas, comenzó a filtrarse la noticia de una ruptura inevitable.

La presentación oficial de una lista paralela por parte del kicillofismo provocó una última reunión entre las partes. Cuando los apoderados del sector de Kicillof comenzaron a cargar los nombres y apellidos, el diálogo, que se había suspendido, se retomó a la fuerza. La mesa de negociación se había roto y todos tenían que volver a sentarse.

El cristinismo regresó a la Gobernación con las tres caras visibles de las negociaciones: Mayra Mendoza, Facundo Tignanelli y Emmanuel González Santalla. La discusión estaba trabada sobre el primer candidato de la Tercera sección electoral. Kicillof se resistió a moverse de lo que ya había instalado un mes atrás en las rondas previas al día clave. Ese lugar era para Verónica Magario, su compañera de fórmula. El cristinismo impulsó en el último tramo de la negociación a la intendenta de Quilmes.

Sergio Massa ofició de moderador en el fuego cruzado. En el kicillofismo le valoran no haber pegado el portazo en ese momento. De antemano, en La Plata siempre tuvieron miedo de que le hagan el 2×1 al Gobernador. La dupla Kirchner-Massa de un lado, Kicillof del otro. Pero en ese instante trascendente y de máxima tensión, el líder del Frente Renovador se quedó en la Gobernación con una sola idea. El acuerdo se cerraba o se cerraba. Después vino el pacto final por la cantidad de lugares y las cabezas de listas. Se cortó la luz. O la cortaron. No hay certezas, solo suspicacias. Y la oscuridad dio más tiempo para sellar la tregua e inscribir las candidaturas.

En las horas finales de ese sábado Kicillof pensó que La Cámpora había planteado una jugada política sútil y brutal al mismo tiempo. Creyó que, con un frente a punto de estallar, sin una lista de unidad armada y sin tiempo, lo estaban acorralando para que decrete, como última salida, la concurrencia de las elecciones. Es decir, que retroceda sobre sus pasos, tape el decreto del desdoblamiento con otro decreto y acepte la mirada estratégica de la ex presidenta. Si lo hacía, su palabra y su poder de fuego iban a quedar desintegrados en un abrir y cerrar de ojos. Por eso decidió dar luz verde a la inscripción de una lista paralela. Está seguro que se salvó de caer en una encerrona de último momento.

El Gobernador se siente ganador y empoderado dentro del esquema del peronismo bonaerense (Jaime Olivos)

Kicillof tiene en claro dos cosas importantes para su futuro. La primera es que no puede ser el candidato puesto por CFK, ni pedirle permiso a ella para serlo. No puede llegar al 2027 sin la capacidad de definir por su cuenta el lugar que quiere ocupar. La delegación de poder ya salió mal. El gobierno de Alberto Fernández es el antecedente inmediato que mejor lo retrata. Por eso su autonomía en la toma de decisiones y su capacidad de liderar a un sector pasaron a ser determinantes para mantenerse a flote en los próximos años de gestión.

Pero, además, el mandatario cree que si se deja imponer condiciones, su gestión sería inviable. “Si cada vez que quiero llamar a un ministro de La Cámpora, le tengo que pedir permiso a Cristina, no puedo gobernar”, suele decir sobre su vínculo con la ex mandataria. Tiene la sensación, y la certeza, de que si no se planta en su postura, el camporismo se lo lleva puesto y limita su poder. Porque, en definitiva, está seguro de que para la subsistencia de La Cámpora, el empoderamiento de CFK es determinante.

Para Kicillof hay un problema clave que el cristinismo no pudo desanudar después de la gestión de Alberto Fernández y es que en ese sector consideran que solo basta con aceptar los lineamientos que marca CFK. Al día de hoy, muchos dirigentes del núcleo duro K siguen pensando que Fernández solo tenía que escuchar a su entonces vicepresidenta y actuar en consecuencia. Que no era tan difícil de hacer ni de aceptar. Porque estaba en ese lugar gracias a ella.

Esa misma reflexión, muy arraigada al pensamiento ultra K, sirve para entender una parte de los reproches que La Cámpora le hace al Gobernador, al que tildan de “desagradecido” por querer discutirle la conducción a la dirigente que le dio la oportunidad de gobernar la provincia más poblada del país. En ese juego de roles se mimetiza gran parte de los enfrentamientos que se dan en el peronismo, en una etapa donde, pese a quien le pese, se está discutiendo de fondo la sucesión de la ex presidenta.

El Gobernador junto a Katopodis y Magario, sus principales candidatos en la elección bonaerense (@Kicillofok)

La segunda cosa determinante que analiza el Gobernador es que no puede ser el candidato a presidente de una coalición política que funcione como Fuerza Patria. Kicillof ve en la coalición actual muchos vicios arraigados de la alianza Frente de Todos. Un intento de gestión y de frente político que fracasó. El principal problema es el nivel de internismo. Y en ese sentido, le apunta a La Cámpora. Cree que es imposible construir un proyecto nacional si los integrantes de la coalición que integra lo boicotean todo el tiempo. Eso es lo que siente.

En el cristinismo hay muchos dirigentes que consideran que Kicillof se apresuró en dar la batalla de división de bienes con CFK. Que lo único que tenía que hacer era gestionar sin demasiados ruidos, llegar a fines del 2026 como un hombre de unidad y esperar, por decantamiento natural, el momento en que iba a poder probarse el traje de candidato presidencial. Ese camino era el considerado lógico para el sector de CFK. Y, además, respetuoso de su figura y su liderazgo.

Quienes frecuentan a la ex presidenta aseguran que ella entiende la naturaleza de la disputa de poder y la necesidad de proyección de Kicillof, que está transitando su segundo mandato como gobernador bonaerense, pero que duda de la inteligencia estratégica de su hijo político. Al igual que muchos dirigentes que la rodean, piensa que, de separarse de ella, su ex ministro lo tendría que haber hecho a fines del año que viene, con la campaña nacional por delante, y no tanto tiempo antes, sabiendo el grado de conflictividad que eso iba a generar. Miradas que chocan entre los egos, las historias del pasado y las necesidades del presente.

Pero el Gobernador rompió ese molde sabiendo, de antemano, que su decisión podía tener un alto costo político en la vida interna del peronismo. Entiende que en este tiempo revoltoso de la fuerza política cada sector está tratando de resistir. Incluso, el que representa él y su propio círculo de funcionarios que lo acompañan todos los días en la gestión.

El peronismo ganó por 13 puntos de distancia a La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires

Según su mirada, La Cámpora trata de subsistir en un proceso de ordenamiento del peronismo y guía cualquier discusión política a la figura de Cristina Kirchner, con el objetivo de darle toda la centralidad posible. Y lo hace en detrimento de su figura de gobernador y candidato virtual, como lo fue en la última elección, donde ocupó un lugar central en la campaña nacional.

En ese ejercicio de resistencia y subsistencia, también está involucrado Kicillof. Para gobernar tiene que discutir poder dentro de su propio espacio. Tiene que tratar de imponer condiciones y expandir su poder. Es una necesidad enlazada con el proyecto que quiere encarnar y con el momento que vive el peronismo. Lo que parece ser el final de una etapa. “Yo no quiero subordinación ni una guerra permanente. No se puede así. Hay que encontrar un camino lógico por el medio”, fue la reflexión que hizo esta semana.

Y en esa misma reunión post elecciones, agregó: “Que La Cámpora haga lo que quiera. Que encuentren un lugar pero sin matarme a mí, que soy el Gobernador. Que no jueguen en contra mío. Yo no me meto con ellos. Que ellos no se metan conmigo”.

Kicillof sabe que la convivencia con el camporismo será difícil en los próximos meses. En su círculo más chico, incluso, hay quienes piensan que el cristinismo puede llegar a romper los bloques oficialistas en la Legislatura Bonaerense. La desconfianza atraviesa esa relación que deteriorada que encarnan.

Kicillof está distanciado de Máximo Kirchner y reniega del comportamiento que tiene La Cámpora, la agrupación que conduce el legislador

Para transitar ese camino del medio que anhela el mandatario provincial debe, sí o sí, lograr un acuerdo con Cristina Kirchner, a la que lo une una relación distante y fría, pero de reconocimiento entre las partes. Eso no ocurre con Máximo Kirchner, con el que está enfrentado y no se habla. Cree que el camporismo hace planteos ilógicos en forma recurrente y que su líder está detrás. Tal como está la relación ahora, la posibilidad de un acuerdo consistente parece bastante difícil.

Kicillof vive días de gloria política. Ganó por un margen impensado la elección bonaerense. Más allá de los cuestionamientos internos, está convencido que en los comicios del 26 de octubre el peronismo volverá a ganar. Que es casi imposible que el gobierno nacional de vuelta 13 puntos de diferencia.

Asume, con seguridad absoluta, que gran parte del posible triunfo que visualiza para el mes que viene está atado al del domingo pasado, donde se erigió como el gran ganador de la disputa con Javier Milei y con Cristina Kirchner. La base de la victoria se logró en la elección desdoblada. Solo no hay que cometer grandes errores. Así lo ve. Así lo siente.