La tracción que generan entre los jóvenes los partidos políticos identificados con la derecha extrema –o con la derecha alternativa, “alt right”, en inglés–, es un fenómeno que se extiende en varios países de Occidente. En Estados Unidos lo impulsa Donald Trump, con su reciente ascenso a la Casa Blanca; Alternativa para Alemania (AfD), el partido encabezado por Alice Weidel, obtuvo en las elecciones de febrero el 20% de los votos y hoy es la segunda fuerza en ese país; en Francia ha crecido Agrupación Nacional, el partido de ultraderecha de Marine Le Pen (hoy inhabilitada para ejercer cargos públicos tras una condena por malversación de fondos europeos) y en la Argentina, Javier Milei llegó a la presidencia con un fuerte apoyo de jóvenes que votaban por primera vez. Son solo algunos ejemplos.
¿Por qué tantos jóvenes se sienten atraídos por consignas extremas, alejadas del centro y la moderación? Hay razones que obedecen a la realidad de cada país y otras compartidas. En el hemisferio norte, Estados Unidos y Europa, la derecha busca estimular sensibilidades nacionalistas. Por un lado, sus líderes aprovechan el sentimiento de amenaza que ejerce la inmigración sobre el empleo. Y en muchos casos, también reivindican una identidad perdida o un pasado que se presenta como mejor que el presente, y prometen la recuperación de esos tiempos de gloria (Make América Great Again, fue el lema de Trump). En la Argentina, sin embargo, y aunque Milei suele hablar de un pasado ya lejano cuya pujanza habría que recuperar, las razones son otras.
Entre las causas de la adhesión joven a estas propuestas extremas, los analistas señalan tres razones principales. En primer lugar, el deterioro económico del país. Estamos ante la tercera generación de jóvenes que padece una situación económica peor a la de sus padres. Por eso cala hondo el mensaje esperanzador del oficialismo de que al fin los argentinos podrán salir de la decadencia (de la que es responsable “la casta”) y visualizar un futuro. Un segundo elemento interpela a los hombres jóvenes, y es la promesa libertaria de restituir su lugar en la sociedad, un lugar que el progresismo les habría arrebatado con sus políticas “woke” extremas pero que Milei, con su batalla cultural, promete recuperar. Por último, una tercer razón a considerar lo constituyen las redes sociales, nuevo espacio de debate público con sus propias reglas de juego que Milei y sus estrategas han sabido explotar para lograr fuertes adhesiones.
Frustraciones
El discurso de Milei logró empatizar con jóvenes que vieron sus ambiciones de progreso frustradas por las malas gestiones económicas de gobiernos anteriores. La consultora política Shila Vilker explica que unos años atrás, cuando investigaban este segmento, encontraban que su deseo más fuerte era lograr lo que habían logrado sus padres: “Formar una familia, tener una casita, conseguir un trabajo”. Sin embargo, la realidad económica que imperó durante los últimos años del kirchnerismo truncó por completo esos anhelos.
El sociólogo Marcos Novaro explica que durante unos años el kirchnerismo dio acceso a un mercado de trabajo formal, privado, productivo, con salarios crecientes; sin embargo, hacia el final de su ciclo ese mercado se puso cada vez más rígido y expulsivo. “Se fue limitando al empleo público y a los planes sociales. Fue cada vez más degradado, con peores ingresos y en peores condiciones. Pero inicialmente, tal como ocurre hoy con Milei, los jóvenes se volcaron al kirchnerismo por cuestiones económicas”, recuerda Novaro.
Novaro agrega además que el kirchnerismo prometía igualdad a través de sus políticas públicas. Sin embargo, en prácticas que ya son tradición en el país, dice el especialista, esas políticas se volvieron corporativas al extremo, creando sus propias clientelas y volviéndose excluyentes. “Hay una cantidad de clientelas que han capturado cuotas de presupuesto, subsidios, discriminación positiva y reglas específicas para ciertos públicos”. Esto produjo un hartazgo contra “la casta”, término que Milei instaló en la opinión pública y que caló fuerte entre los jóvenes.
Ambos especialistas coinciden en que la relación entre el kirchnerismo y la juventud terminó de romperse con la pandemia. “El encierro les sacó los amigos, la escuela, el trabajo, y los encerró con sus padres y abuelos”, dice Novaro. Fue la gota que rebalsó el vaso, agrega, porque ya había crecido el resentimiento por las frustraciones de índole económica.
El psicólogo José Eduardo Abadi señala que Milei, en el electorado joven, aparece como la esperanza de un proyecto, de un futuro. Pero advierte sobre el riesgo de que esta esperanza se transforme en simple ilusión. Eso podría ocurrir si quienes la sostienen, en lugar de actuar como protagonistas del cambio, depositan la responsabilidad en un otro. “Cuando se entra en la ilusión ya no hay, como sí hay en la esperanza, la posibilidad de discernir y pensar por uno mismo, sino que predomina lo binario, lo blanco y negro, lo absoluto, lo que se parece más al fanatismo”.
Batalla cultural
Para Vilker, sin embargo, la cuestión económica no es suficiente para explicar el “vínculo mágico” que tiene el Presidente con algunos sectores de la juventud, especialmente con su núcleo más duro. Ese vínculo está dado, según la consultora, por la “batalla cultural” que impulsa Milei contra el movimiento woke. Explica que tras dos décadas de hegemonía cultural progresista, durante las cuales el discurso público se focalizó en las luchas de las minorías mientras se iba silenciando cualquier disidencia, estos jóvenes asociados a la figura del “macho proveedor o joven trabajador” quedaron ubicados dentro del terreno de lo políticamente incorrecto. De ahí que la narrativa de Milei les toca una fibra identitaria: ellos necesitan recuperar un rol social aceptable; es decir, volver a ser alguien y poder expresarse.
En este punto coincide Novaro, que si bien ubica la cuestión cultural en un segundo plano, advierte cómo impacta entre los jóvenes de entre 16 y 30 años la reivindicación discursiva de Milei del hombre denostado por ciertas posturas del ideario woke. Sin embargo, aclara, el efecto es distinto cuando el Presidente lanza mensajes cargados de ideología en contra de ciertos grupos. Por ejemplo, lo que deslizó sobre los homosexuales en el Foro de Davos. “Entre los jóvenes esto genera desconcierto, porque eso no es algo que esté extendido entre ellos”, opina. “A Milei le puede pasar lo mismo que a Cristina, que creía que todos los jóvenes son como los de La Cámpora y que si hablaba de los años 70 y la militancia estaba interpelando a toda la juventud”.
Teniendo en cuenta el desempoderamiento percibido por un segmento de hombres jóvenes, tiene sentido pensar la batalla cultural libertaria en términos de una disputa por la hegemonía.
Según Vilker, la disputa vuelve a abrir la pregunta sobre cómo debemos convivir entre hombres y mujeres. Pero no es el único interrogante que plantea la analista. También reflexiona sobre la vinculación entre contratantes y contratados (reforma de la ley laboral), el funcionamiento del sistema provisional, la gratuidad de la educación pública superior, la ecología, los derechos de la comunidad LGTBQ+, entre otros temas hoy en debate.
Ante la falta de grandes movilizaciones para defender ciertas conquistas de la izquierda –la cuestión universitaria y jubilatoria pasó sin demasiado ruido el año pasado– cabe preguntarse: ¿hasta qué punto estaban consolidadas en nuestra sociedad? Según Vilker son conquistas más frágiles de lo que creíamos y por eso es posible la batalla que plantean los libertarios. “Se atacan símbolos que la sociedad no tiene ganas de defender –afirma–. Por ejemplo, el ministerio de la mujer”. La mayor parte de la sociedad, ocho de cada diez argentinos, según datos de su consultora, Tres Punto Zero, tenían una mala imagen de esta institución. Y entre ellos había fieles adherentes al ideario woke, que rechazaban, no al ministerio en sí, sino a su supuesta ineficiencia.
También se puede pensar que estas causas caracen por ahora de actores sociales relevantes que las defiendan. En este sentido se expresa Novaro. “Por ejemplo, en la marcha organizada en contra de los dichos de Milei en Davos, no se vio liberales reivindicando las libertades sexuales, sino a figuras políticas vinculadas al ‘tren fantasma’”, dice.
La batalla cultural le sirve al Gobierno, señala Novaro, por la respuesta polarizada y virulenta que provoca. “Milei no suma consenso con la batalla cultural, pero moviliza a los enemigos adecuados”.
Ágora caliente
Un papel fundamental en la adhesión joven al discurso de la derecha extrema, aquí y en otros países, lo cumplen las redes sociales.
Fue el medio que eligió Milei, un outsider de la política, para convocarla. Así, el Presidente logró aprovecharse de un espacio que, en un proceso acelerado por la pandemia, se ha convertido en el nuevo ágora, un espacio ideal para estimular la polarización y la apelación a las emociones con las que hacen política estos líderes disruptivos.
Por otro lado, las redes convierten a todos en actores políticos. “Si en la década de 1970 se decía ‘todo es político’ –recuerda la socióloga Liliana De Riz–, ahora hay que decir ‘la política es de todos’. A través de las redes, hoy la gente entra en el flujo diario de la política y encuentra el modo de expresarse”. Los más efectivos en esta nueva arena pública se convierten en influencers.
De Riz, que acaba de publicar Laboratorio político Milei. Primer año en el sillón de Rivadavia (Ariel), habla de una transición de la política de partidos a una política de influencers. En este nuevo esquema, explica, la política deja de tener el monopolio de lo público, pero con el riesgo de que, dado el alcance de las redes, las voces que surjan a través de ellas tengan una capacidad de manipulación aún mayor.
Esa manipulación puede traducirse en fake news, señala Vilker, lo que priva a los ciudadanos de la información y la transparencia necesarias para conocer en profundidad lo que sucede en el ámbito público. O, como menciona De Riz, abre la posibilidad de que “ciertas emociones y furias se conviertan en opciones políticas”. Lo que muchas veces exhiben las redes, interpreta, es una batalla tribal agresiva entre quienes están a favor y en contra de un determinado tema: “En estas contiendas, las palabras son como granadas que explotan en la cabeza de los otros. Cuanto más gritás, más ocupás centro de la escena”.
Las redes, además, permiten a los líderes de opinión exacerbar y universalizar la polarización para su propio rédito. Si bien esta modalidad de tensionar los opuestos siempre ha sido parte del juego político, los extremos a los que se llega hoy dañan sensiblemente la calidad de la conversación pública.
En suma, este nuevo espacio virtual a través del cual los jóvenes han entrado en la política tiene un impacto en la dinámica democrática, abunda Vilker. “Cambiando el estatus del espacio público, cambia el estatus de la democracia –enfatiza–. La cosa pública exige un compromiso más intenso que el que permite el escroleo, en donde todo es título, título, título, título”.