Me gusta citar a Borges -para todo hay una cita de Borges- cuando decía que había leído a Fulano, “que también es el el mejor escritor del mundo”. A mí, por lo menos, me fastidian las listas y los “mejores de” en literatura. Básicamente, porque un libro se hace entre dos, y “el mejor” tiene que ver también con cómo se lee, quién lee, cuando, etc. Dicho esto: acabo de leer el libro más lindo del mundo y ese libro se llama Las batallas en el desierto, no tiene que ver con ninguna batalla-batalla ni con ningún desierto y es de un autor mexicano que se llamaba -murió en 2014- José Emilio Pacheco.

En esta entrega también hablaré -muy brevemente- de un libro que me llegó: Los orígenes evolutivos del mundo, del antropólogo Harvety Whitehouse, donde el científico explora, en la senda de Yuval Noah Harari, por qué los humanos fuimos una especie tan exitosa.

Y, finalmente, de otro título que me dan muchas ganas de leer: El libro de la yerba mate, que no lo escribió ningún heredero de Martín Fierro sino por la estadounidense Christine Folch, hija de una cubana y un dominicano

Qué leí: “Las batallas en el desierto”

Las batallas en el desierto, un librazo brevísimo.

La verdad, leí Las batallas en el desierto porque lo acaban de reeditar y lo vi en las novedades de junio. Me acordaba de Pacheco: en un tiempo yo iba todos los años, o casi, a la Feria del Libro de Guadalajara y allí Pacheco era una celebridad. Mimado, escuchado, respetado. Lo tenía por poeta, porque conocía versos suyos, pero también era narrador.

Así, entré desprevenida a Las batallas en el desierto, una novela cortísima que terminé subrayando por todas partes. Desde su edición en 1980, es el gran éxito de Pacheco, esa novela de la que le iban a hablar pasara lo que pasara. Después supe que incluso Café Tacvba les hizo una canción.

Voy a la novela : el que narra es un hombre que mira un episodio de infancia pero durante casi toda la novela escucharemos la voz del niño. “¿Qué año era aquél? Ya había supermercados pero no televisión, radio tan sólo», dice al comienzo, como para ubicarnos. Se están fabricando los primeros autos después de la la Segunda Guerra Mundial, durante el gobierno de Miguel Alemán. Es decir, fines de los 40, comienzos de los 50.

El nene se llama Carlos, vive en la Colonia Roma -un barrio de clase media “venido a menos”- y alli va a la escuela con chicos de distintos orígenes y clases sociales. Acaba de fundarse el Estado de Israel, los de ascendencia árabe se pelean con los judíos y los demás “guerrean” en un lado u otro: “Jugábamos en dos bandos: árabes y judíos. (…). Los niños que de verdad eran árabes y judíos sólo se hablaban para insultarse y pelear”.

“Aún quedaban ríos”, “Aún se veían las montañas”, dice el narrador, ya en el 80. Y cuenta como antiguas cosas que parecen sacadas de los portales de hoy: “Los mayores se quejaban de la inflación, los cambios, el tránsito, la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso de gente, la mendicidad, los extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de unos cuantos y la miseria de casi todos. Decían los periódicos: El mundo atraviesa por un momento angustioso. El espectro de la guerra final se proyecta en el horizonte”.

En la escuela, además de pelea, hay diferencias sociales visibles y hay bullying, aunque no se llamara así. Uno de los afectados por el bullying es Jim. ¿Qué pasa con él? Se las da de hijo de un hombre muy importante y que está “con el presidente”. Tiene cosas que nadie tiene, cosas traídas de Estados Unidos (cuando la fábrica de jabones del padre de Carlos se viene a pique por el ingreso de productos nuevos de Norteamérica) pero, pero pero… vive solo con la madre. Se entiende que el padre puede ser el padre pero no es el marido legal de la madre. Joven, linda, la amante del Señor: “Dicen que tiene mujeres por todas partes. Hasta estrellas de cine y toda la cosa. La mamá de Jim sólo es una entre muchas”.

En fin, Carlos se hace amigo de Jim. ¿Los otros lo apartan? Él se va con Jim al cine. No le importa que la madre del amigo no sea esposa legal. En definitiva, dice: “Hasta yo que no me daba cuenta de nada sabía que mi padre llevaba años manteniendo la casa chica de una señora, su ex secretaria, con la que tuvo dos niñas”.

No son épocas fáciles. La mamá de Carlos despotrica contra el gobierno y añora “un general”. ¿Su ejemplo? La Argentina: “Tanto quejarse de los militares, decía, y ya ven cómo anda el país cuando imponen en la presidencia a un civil. Con mi general Henríquez Guzmán, México estaría tan bien como Argentina con el general Perón”.

¿Qué va a pasar? Carlos se va a enamorar de la mamá de Jim. Un metejón de esos que se viven cuando las hormonas se están estrenando. Un amor sin ninguna esperanza, completamente imposible.

No puedo contar qué pasa con ese amor, pero créanme que no va a ir bien. Y eso no es lo raro ni lo hermoso, tantos amores van mal, tantos acaban en páginas de libros que no son los más hermosos. ¿Por qué este sí? Por la manera, íntima y sobria, en que está narrado. Por el ojo crítico y cariñoso sobre un pasado que se fue. Por una forma de contar que no está apurada por terminar, que está en el lugar donde está, disfrutando de lo que está haciendo. Porque no tiene moraleja. O sí, esas cosas siempre se pueden inventar.

Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia”.

Qué recibí: “Herencia: Los orígenes evolutivos del mundo moderno”

Todo el mundo se quedó pegado a Sapiens, Homo Deus, Nexus, los libros donde el israelí Yuval Noah Harari explicaba de dónde salimos y cómo nos hicimos dueños del mundo. «La única razón por la que los leones, delfines y águilas aún existen es porque se lo permitimos«, me dijo Harari hace un par de años, cuando lo entrevisté. Sí, damos miedo.

Su hipótesis era que prevalecimos porque podemos cooperar en grandes grupos. Y que para eso ciertas ficciones -la patria, el dinero- fueron fundamentales. No armas, ficciones.

Harvey Whitehouse habla de conformismo, religiosidad y tribalismo, en un trabajo desplegado con anécdotas de sus trabajos de campo por el mundo y el relato de lo que observó y aprendió. Su libro, dice, “habla de cómo miles de años de evolución cultural han ido expandiendo nuestros prejuicios naturales y de cómo esto nos ha permitido superar las limitaciones de la naturaleza y cooperar en sociedades de escala cada vez mayor”.

Sin embargo, dirá, las cosas cambian. Decimos a cada rato que el mundo es cada vez más chico, sí. Pero quizás sea, dice él, que los grupos son cada vez más grandes. Y que lo que ayer funcionó hoy no funciona más. Sin embargo, sabemos que tenemos un mismo origen y compartimos un destino, que muchas veces parece oscuro.

¿Podrá la psicología de nuestros antepasados recolectores adaptarse a un mundo en rápida transformación donde el conformismo, la religiosidad y el tribalismo puedan convertirse en aliados en lugar de en obstáculos»? Para pensar en eso

Qué quiero leer: “El libro de la yerba mate”

El libro de la yerba mate, de Christine Folch.

Christine Fox, dijimos, nació en Estados Unidos pero es hija de latinoamericanos. Sin embargo, esos latinoamericanos no son ni argentinos ni uruguayos ni brasileños ni paraguayos, tomadores tradicionales de mate. De hecho, esta antropóloga, le dedica el libro a su abuelo Antonio, que compartió con ella Materva (un refresco a base de mate) cuando era chica.

Fox contará que la yerba mate llegó a Europa antes que el te y el café. Analizará por qué fue demonizado por los conquistadores en América. Nos mostrará, a nosotros, que se bebe también en lugares como Damasco, Berlín o Cracovia.

Folch va a recorrer la historia del mate, hablará de sus propiedades psicoactivas y mostrará cosas como que “en 2008, los eruditos islámicos emitieron una fatwa, un dictamen religioso sobre el mate”. Finalmente, en un capítulo sobre “el nuevo mate hipster postindustrial” dirá que la yerba ha entrado, por fin, al mercado estadounidense. Y lo hizo como té o como parte de una bebida energizante.

“Las bebidas que elegimos para estimularnos por la mañana nos conectan con regiones globalmente distintas del mundo y con historias globales”, afirma la antropóloga. Y lista: los legados culturales de la yerba mate se entrelazan con: “Yaupon, guayusa, coca, caapi, datura, café, té, chocolate, tabaco, khat, azúcar, cola, marihuana… y muchas otras plantas potentes.”

Así que el mate, mucho más que una bebida. Una tradición cultural y un puente con el mundo.

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