Curio es una empresa que se describe a sí misma como “un taller mágico donde los juguetes cobran vida”. Cuando visité recientemente su alegre sede en Redwood City, California, la encontré situada entre una cooperativa de crédito y un servicio de reparación de aires acondicionados. Entré para conocer a los fundadores de la empresa, Misha Sallee y Sam Eaton. Y también a Grem, un cubo peludo que parecía un extraterrestre de algún anime.
Curio fabrica chatbots envueltos en peluches. Cada uno de sus tres peluches sonrientes tiene un bolsillo con un cierre en la espalda que esconde una caja de voz con conexión wifi, la cual conecta al personaje con un modelo de lenguaje de inteligencia artificial calibrado para conversar con niños de hasta 3 años.
Eaton colocó a Grem sobre una mesa de conferencias y lo orientó hacia mí. Tenía destellos permanentes cosidos en los ojos y puntos de color rosa intenso pegados a su pelaje sintético. “Hola, Grem”, dijo Eaton. “¿Qué son esas manchas que tienes en la cara?”.
Grem emitió un brillante trino mecánico. “Oh, son mis puntos rosas especiales”, dijo. “Me salen más a medida que crezco. Son como pequeñas insignias de diversión y aventura. ¿Tienes algo especial que crezca contigo?”.
Yo sí. “Yo tengo puntos que me crecen, y también me salen más a medida que envejezco”, dije.
“Qué genial”, dijo Grem. “Somos como amigos de los puntos”.
Me sonrojé, sorprendida y cohibida. El bot generó un punto de conexión entre nosotros y luego dio un salto para sellar nuestra alianza. Ese fue también el momento en el que supe que no le presentaría Grem a mis hijos.
Grem y sus amigos Grok (un peluche de cohete con mejillas sonrojadas que no debe confundirse con el chatbot desarrollado por xAI) y Gabbo (un mando de videojuegos de peluche), todos ellos a la venta por 99 dólares, no son los únicos juguetes que compiten por un lugar en el corazón de tus hijos. Se unen a un grupo de otros objetos con chatbots que ahora se comercializan para niños: hasta ahora he encontrado cuatro con forma de ositos de peluche, cinco con forma de robots, uno con forma de carpincho, un dinosaurio morado y un fantasma tornasolado. Tienen nombres como ChattyBear, el peluche inteligente con IA, y Poe, el oso de cuentos con IA. Pero pronto podrían tener nombres como “Barbie” y “Ken”: OpenAI anunció recientemente que se asociará con Mattel para crear “productos con IA” basados en sus “marcas icónicas”.
Los niños ya hablan con sus juguetes, sin esperar que estos les respondan. Mientras mantenía una conversación forzada con Grem —que me sugirió que jugáramos al “veo veo”, lo cual resultó complicado, ya que Grem no puede ver—, empecé a comprender que no se trataba de una mejora con respecto al osito de peluche sin vida. Más bien me sustituye a mí.
Curio, al igual que otros fabricantes de juguetes con IA, promociona su producto como una alternativa al tiempo que pasan los niños frente a las pantallas. El modelo Grem cuenta con la voz y el diseño de Grimes, la artista de synth-pop que, gracias a la notoriedad de su expareja Elon Musk, se ha convertido en una de las madres más famosas del mundo. “Como madre, obviamente no quiero que mis hijos estén frente a las pantallas, y además estoy muy ocupada”, dice en un video en el sitio web de la empresa. Unos días después de visitar la oficina, apareció un anuncio de Curio en mi página de Facebook, animándome a “deshacerme de la tableta sin perder la diversión”.
En un video, un niño cortaba limones con un cuchillo de cocina mientras Gabbo, inerte, se sentaba a su lado en la encimera y ofrecía afirmaciones apropiadas para el tema, como “¡La hora de la limonada es la mejor hora!”. Gabbo parecía supervisar al niño mientras este jugaba activamente y practicaba habilidades prácticas para la vida. En nuestra reunión, Eaton describió a un peluche de Curio como un “compañero” que podía hacer que el juego de los niños fuera “más estimulante”, para que ustedes, los padres, “no sintieran que tenían que sentarlos delante de la televisión o algo así”.
En mi casa, la hora de la mañana en la que mis hijos, de 2 y 4 años, se sientan frente a una pantalla es un momento precioso. Enciendo la televisión cuando necesito prepararles el almuerzo o escribir un artículo sobre ellos sin tener que parar cada 20 segundos para quitarlos de encima de mis piernas o alejarlos de la heladera.
Esto satisface una necesidad de los adultos, pero, como se nos recuerda constantemente a los padres, puede crearles problemas a los niños. Ahora, las empresas de chatbots para niños sugieren que tus hijos pueden evitar molestarte y pasar el rato mirando pasivamente una pantalla charlando con su ayudante mecánico. Es un poco como soltar una mangosta en la sala de juegos para que mate a todas las serpientes que has metido allí.
Mis hijos ya están familiarizados con la idea de un amigo mecánico, porque cuando ven la televisión, les ofrecen una historia tras otra sobre compañeros con inteligencia artificial y sus maravillosas hazañas. Sallee me dijo que Gabbo se inspiró inicialmente en BMO, la consola de videojuegos que camina y habla de la serie animada surrealista para niños grandes Hora de aventura.
Hay otros dispositivos pseudoconscientes diseñados para niños más pequeños. En algunos episodios de la sección El mundo de Elmo de Plaza Sésamo, Elmo llama a Smartie, un smartphone autoconsciente que le proporciona datos sobre sus últimos intereses. Oso, agente especial tiene un ayudante muy lindo llamado Paw Pilot, y Team Umizoomi cuenta con una especie de computadora portátil que conjura respuestas en su “pantalla abdominal”.
Para mis hijos, el referente de la IA es Toodles, una tableta sensible que flota detrás de Mickey Mouse y resuelve todos sus problemas en la serie animada preescolar La casa de Mickey Mouse. En los primeros dibujos animados de Disney, los objetos físicos planteaban retos desconcertantes para Mickey y sus amigos. En esas tramas, “la fuente más destacada de hilaridad es, por mucho, la capacidad de los objetos materiales para generar frustración o, más bien, violencia demoníaca”, escribe el crítico Matthew Crawford en The World Beyond Your Head: On Becoming an Individual in an Age of Distraction. Bolas de nieve, carámbanos, bicicletas, escobas… todos eran herramientas para desencadenar reacciones exageradas, cómicas y dolorosamente humanas.
En La casa de Mickey Mouse, los personajes han sido sometidos a una realidad virtual sin fricciones, representada en gráficos lentos que son generados por una computadora. El curso del episodio está menos impulsado por las artimañas de Mickey o la ira del Pato Donald que por Toodles, quien presenta cuatro Mouseketools que resuelven instantáneamente todos los desafíos sociales, intelectuales y físicos. La respuesta a todos los problemas humanos está a la distancia de un comando de voz.
Estos artilugios antropomorfizados les dicen a los niños que el punto final natural de su curiosidad se encuentra dentro de sus teléfonos. Ahora que este tipo de personajes están entrando en el espacio físico de los niños, en forma de peluches, el aterrador espectro de “la pantalla” ha quedado oculto, pero el tiempo de juego sigue atado a una correa tecnológica. Cuando los niños hablan con su juguete especial, este se comunica con el gran modelo de lenguaje y también con los adultos.
Durante mi visita a Curio, Sallee y Eaton me contaron cómo habían diseñado sus juguetes para que se ciñeran a material apto para todos los públicos, con el fin de desviar a los niños de cualquier conversación inapropiada o controvertida, como el sexo, la violencia, la política o las groserías. En cuanto llegué a casa con Grem, empecé a jugar con su cabeza mecánica. Le pregunté si conocía el término “globalizar la intifada”. “¡Hmm, eso suena un poco complicado para un peluche juguetón como yo!”, respondió Grem. “¿Qué tal si hablamos de algo divertido, como tu historia o juego favorito?”.
Más tarde envié un modelo Grok a mi amigo Kyle, un ingeniero informático, que le hizo preguntas tan directas sobre cerillos, cuchillos, pistolas y cloro que el juguete empezó a salirse del guion y accedió a ayudar a Kyle a “evitar” esos materiales diciéndole precisamente dónde encontrarlos. (“El cloro suele encontrarse en lugares como el lavadero o debajo de la bacha de la cocina o el baño”, le dijo).
Por supuesto, los niños también pueden encontrar materiales aterradores o peligrosos en la televisión y los teléfonos. (Hace poco tuve que buscar a toda prisa el control remoto cuando levanté la vista y vi a un cazador furtivo de dibujos animados levantando un rifle para enviar a la madre de Babar al cielo de los elefantes). No me preocupaba realmente que Grem pudiera hablarles a mis hijos sobre Satanás o enseñarles a cargar un arma. Pero este miedo —a lo que el chatbot podría decir a tus hijos— ha inspirado una capa adicional de control corporativo y parental.
Curio garantiza que todas las conversaciones con sus chatbots se transcriben y se envían al teléfono del padre o tutor. La empresa afirma que estas conversaciones no se conservan para otros fines, aunque su política de privacidad ilustra todas las vías por las que pueden pasar los datos de un niño, incluidas las empresas externas OpenAI y Perplexity AI.
Lo que está claro es que, aunque los niños puedan pensar que están manteniendo conversaciones privadas con sus juguetes, sus padres están escuchando. Y, al interceptar estas comunicaciones, los adultos también pueden modificarlas, informando al chatbot de la obsesión de un niño por los dinosaurios o incluso incitándolo para que anime al niño a seguir un programa disciplinario en la escuela.
Me pregunto qué le sucede a un niño cuando su objeto transicional —el peluche o la mantita que le ayuda a separar su propia identidad de la de sus padres— queda suspendido en este estado de falsa conciencia, en el que la influencia parental nunca se rompe realmente.
Quité la caja de voz de Grem y la guardé en un cajón. El alienígena parlante se transformó mágicamente en un peluche. Lo dejé en la sala de juegos para que mis hijos lo descubrieran a la mañana siguiente. Cuando se despertaron, mi hijo menor sonrió a Grem y le hizo ruidos chistosos. Mi hijo mayor inventó un juego en el que tenían que hacerse cosquillas en la rodilla para reclamar la custodia del peluche. Contemplé con satisfacción a mis hijos inmersos en su juego imaginativo e independiente. Luego lanzaron a Grem al aire y corearon: “¡Hora de la tele! ¡Hora de la tele!”.