Razón tenía Vincent Van Gogh cuando argumentaba que el éxito es a veces el resultado de un fracaso anterior. Fue así como el 7 de septiembre, las elecciones locales en la provincia de Buenos Aires le dieron el triunfo al gobernador peronista Axel Kicillof por contundentes 14 puntos de diferencia, tanto que entusiastas partidarios coreaban canticos que sería el próximo presidente, canticos que se probaron prematuros.
Aparecieron pronósticos que prácticamente clausuraban el futuro político de Milei, que el programa por el cual había sido electo ya no era viable, que quizás no podría aprobar proyectos de ley y que sufriría un juicio político.
Sin embargo, poco después, el 26 de octubre para las elecciones legislativas nacionales que a la mitad del mandato de Milei renovaban bancas de la Cámara de Diputados y del Senado, en forma sorpresiva, la victoria de Milei fue tan aplastante que los titulares periodísticos en Argentina y el resto del mundo destacaron que la puerta había quedado por fin abierta para no solo continuar con las reformas, sino también profundizarlas, una oportunidad no solo para sostener el rumbo, sino para transformar al equilibrio fiscal en política de consenso del país, no solo para los años venideros, sino para décadas.
Prestigiosos analistas en Argentina y en el extranjero destacaron el factor Trump, la mantención de un sentimiento anti kirchnerismo, una baja imprevista en la participación electoral, que muchos votantes ya no querían más sobresaltos sino normalidad y previsibilidad, todas razones que pueden ser reales, pero a mi juicio, tan importante como explicar el triunfo es preguntarse qué va a hacer Milei con una victoria de tal magnitud que va a duplicar su presencia en la Cámara Baja y triplicar la bancada en el Senado, lo que se une a los votos obtenidos por sus aliados del PRO y otros grupos de derecha y centroderecha, además de aquel sector opositor que se llama a sí mismo “dialoguista” y el surgimiento o quizás consolidación del grupo Provincias Unidas, con gobernadores que se sitúan algunos de ellos en el centro político. El oficialismo venció en 16 de las provincias del país contra 6, incluyendo Buenos Aires como joya de la corona, la misma donde había perdido el mes anterior.
Es decir, un escenario político fuertemente modificado. Por ello, la pregunta es ¿Qué hará Milei? ¿Cuál será su próximo movimiento? Y si este será una respuesta emocional al momento vivido o parte de una estrategia más amplia, no solo para aprobar determinada legislación, sino una nueva narrativa, una que busque no solo la derrota de sus adversarios, sino que proponga un consenso nacional para que Argentina vuelva a soñar con la potencia que alguna vez pareció que podría ser, un pasado que hoy sigue siendo distante.
Al respecto ¿qué pasaría en la política argentina si Milei sorprende de otra forma y propone la búsqueda de un consenso que dure varias décadas para ser lo que ningún país latinoamericano ha podido ser?, por ejemplo, lo que, por decisiones propias, de sus propios electores, no solo eludió a Argentina sino también a Venezuela, y en fechas más recientes, al vecino Chile.
Se trata de proponerse dos objetivos mayores que ningún grupo político puede obtener por sí solo, sino que necesita de pasos consecutivos a ser seguidos por distintos gobiernos, ya que requieren tiempo y disciplina, además que ahora el horizonte internacional parece ser muy promisorio para la Argentina. Se trata de proponerse como meta dos objetivos, ser un país económicamente desarrollado y a la vez una democracia de calidad, en funcionamiento y en instituciones.
Dos y nada más que dos para no confundirse en el camino. Pedir más sacrificios está bien, pero Argentina también necesita lo de otros países que han logrado esta meta, una mística, un horizonte, algo de lo que ha carecido hasta ahora la propuesta de Milei de transformar al país a través de la disciplina fiscal.
¿Qué ofrece ahora Milei? ¿Concretar la oferta que le permitió ser electo presidente? ¿Es la misma persona que fue investido el 10 de diciembre de 2023? ¿Seguirá gobernando igual hasta 2027? ¿Seguirá Argentina jugándose el todo o nada en cada elección?
¿Qué pasa si Milei ofrece algo distinto?, algo no logrado por ningún país en la región, no solo antes, sino que ninguno lo tiene hoy como oferta, el desarrollo económico y la democracia de calidad. ¿Se puede lograr un acuerdo nacional al respecto en Argentina, algo que de ser logrado la pondría camino a integrarse al primer mundo?, algo a lo que legítimamente puede aspirar, sobre todo, por su nivel de recursos humanos.
Y ahí nos encontramos con un gran obstáculo, uno quizás peor que la casta de la que se hablado en estos años, quizás parte de la misma casta o quizás una forma superior, y es lo que existe en muchas de las provincias argentinas, una forma dañina que ha evolucionado y que ha sido penetrada por el crimen organizado transnacional, y para lo cual la droga ha servido de avanzada.
La verdad es que sin abordar este tema y superar este obstáculo aunque se logre el completo cumplimiento del programa de Milei y aunque se logre la dolarización de la economía, no hay forma que Argentina después de haber hecho los sacrificios correspondientes y cumplida todas las tareas recomendadas, pueda siquiera aspirar a sentirse parte del primer mundo desarrollado con democracia de calidad, si al mismo tiempo sigue conviviendo con una estructura de poder a la cual el termino más aplicable es feudalismo, tan solo una muestra de lo mucho que Argentina necesita avanzar en mínimos modernizadores.
Sin superar ese obstáculo es inevitable que, aunque se logre toda la disciplina fiscal que sea requerida, siempre habrá una casta que se reproducirá a sí misma. Es por lo demás, donde en forma cada vez más creciente desde el retorno a la democracia, los gobiernos nacionales se han tenido que adaptar a una situación donde deben conversar con clanes familiares para que estos a su vez presionen a sus diputados y senadores para dar los votos necesarios, tal como ha ocurrido más de una vez con el propio Milei y el actual gobierno. Es la consecuencia inevitable de tener una estructura que se llama a sí misma “federal” cuando el federalismo existente es trucho, de mentira, pero al mismo tiempo no existe todavía la valentía de abordar una situación tan anómala.
Mucho ha logrado hasta ahora Milei. De partida, haber triunfado en la elección de medio término es en sí un logro importante, ya que en las últimas tres décadas ha habido ocho elecciones y solo en dos de ellas, los presidentes habían logrado ganar, Néstor Kirchner el 2005 y Mauricio Macri el 2017. Sin embargo, con el resultado del domingo el ciclo kirchnerista parece definitivamente agotado, y como es sabido, el triunfo de Macri de poco le sirvió a él o al país.
En mi caso, me impresiona no solo esta victoria de Milei, sino que sea un caso casi único al haber logrado apoyo electoral en democracia para un ajuste tan severo del gasto público, ya que ejemplos similares de dureza fueron hechos en contextos muy distintos, toda vez que en Chile se hizo en dictadura, y en el caso de Alemania tuvo lugar a partir de 1949, pero en un país todavía bajo ocupación de quienes en guerra la habían derrotado.
Más aun, Milei ha logrado algo tan difícil como que la motosierra argentina se transformara en símbolo del ajuste que Trump quiso hacer desde la Casa Blanca, y en mi caso, en muchos años de enseñar política y constitución estadounidense, no recuerdo otro caso, más allá de la opinión que se tenga de Trump, que un mandatario latinoamericano es presentado en Washington como ejemplo de lo que se pretende hacer.
Por ello, ¿Cuál Milei va a estar disponible? ¿El mismo o uno recargado? Milei conduce un automóvil que es al mismo tiempo del Estado y del gobierno, pero a mi juicio, los días que se viven no son aquellos de acelerar la marcha sino de hacer un cambio de velocidad, uno donde el asiento de conductor es más para un estadista que para un polemista.
Nadie duda de la contundencia de la derrota de los adversarios de Milei, por lo que a mi juicio ha llegado el momento de hacer uso de lo mejor que tiene la democracia, como lo es la resolución pacífica de los conflictos, es decir, la capacidad de llegar a acuerdos. El tiempo que se vive, para lograr una meta tan ambiciosa como el desarrollo económico y la democracia de calidad, requiere algo tan poco habitual en Argentina, como madurez y moderación, conciliación en vez de polarización.
Tiempo quizás para aprovechar lo ya invertido en una nueva relación con EEUU, en las Fuerzas Armadas y en intereses permanentes de Argentina en el Atlántico Sur como para que Argentina sea ayudada a lograr una nueva relación de paz con las Malvinas, en condiciones que el Reino Unido está como nunca antes debilitado en su economía y sobre todo, por su compromiso con Ucrania, tanto que aunque lo deseara, tal como ha sido dicho en Londres por un almirante en retiro, aunque quisiera enviar la flota al sur, no estaría en condiciones de hacerlo.
Y lo que tiene que ver con las Malvinas, es algo que también se logra mejor cuando hay un país más unido que dividido.